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Raúl Herrero

Arrabal, el Arquitecto y el Emperador de Asiria en el Madrid más castizo (y II)

Arrabal, el Arquitecto y el Emperador de Asiria en el Madrid más castizo (y II)

En una tasca situada frente al hotel nos encontramos con Arrabal los poetas Rivela, Marcos y un servidor a una hora de una prudencia aterradora. Nos enredamos en la búsqueda de un locutorio con servicio de internet. Algunos necesitan consultar sus correos. El empleado del “ciberterritorio” recita las tarifas. Arrabal muy serio pregunta al joven si se puede regatear el precio. El muchacho asiente, luego descubrimos que el empleado no entiende nuestro idioma y que a todo responde con rotundidad meridiana con una afirmación. Joan Frank telefonea a Arrabal para confirmarle que viene en nuestra busca con el propósito de llevarnos hasta la cadena Ser para una entrevista.

En dos taxis surcamos los mares de asfalto de Madrid. En la puerta de la emisora los miembros del grupo de seguridad se quedan petrificados cuando se topan con Arrabal seguido por seis individuos. Les resulta algo problemático acreditarnos a todos en la entrada y optan por emitir una tarjeta (de embarque?) para el conjunto. El escenario se revela sorprendente. Cables, tubos y toda suerte de extraños mecanismos cuelgan del techo y surgen de algunas paredes. Al parecer en la emisora realizan reformas que la transmutan en un paisaje apocalíptico. Nos cruzamos con José María Pou, que finaliza una entrevista de promoción de su montaje La cabra. Joan Frank conversa unos minutos con el director.

Mientras tanto nos ofrecen café, infusiones y otras cosas. Arrabal muestra su preferencia por un vaso de vino tinto. Al principio les resulta imposible servir lo que pide. A los pocos minutos un muchacho sonriente atraviesa el pasillo con la copa en la mano.

Arrabal y quien escribe pasamos el tiempo pergeñando una fotografía que le interesa al dramaturgo (ver periódico El Mundo del pasado 21).

Por fin nos introducen a todos en la cabina. Joan Frank y Arrabal resuelven con brillantez las disquisiciones. Uno de los locutores se declara sueco (de nacionalidad). Arrabal recuerda entonces que en Suecia un miembro del clero procuro que se prohibiera una de sus obras. (Ver libros de Viveca Tallgren: El temor al Dios Pan).

De vuelta al hotel Arrabal toma una tortilla de patata en la misma tasca donde desayunamos. La muchacha que nos atiende, muy simpática, se interesa por el autor de El Arquitecto... “Su cara me suena”, revela la joven. Arrabal responde entre bocado y bocado que es dramaturgo, ante lo que ella muestra su deseo de conseguir un papel. Ambos conversan unos minutos. Otro camarero se une a la conversación. Tras unos minutos Arrabal les pregunta si son novios, a lo que ambos responden: “qué mas quisiera él (o ella)”.

Tras una hora de reposo el grupo se encamina al teatro porque Arrabal concede entrevistas a los programas de televisión La Mandrágora y Miradas Dos. Con los primeros realiza la entrevista sentado, por el contrario con Miradas se pone en pie, introduce sus manos en los guantes del personaje de astronauta de la obra, agita las manos y llama al presentador Don Antonio. Si en el primer interviú se mantuvo con cierto reposo, en el segundo muestra una energía desbordante. El poeta Rivela graba con su cámara ambas entrevistas en directo.

Regresamos al hotel para descansar unos minutos antes del estreno. Por el camino Marcos y Arrabal hablan de ajedrez, también de Borges. “¿Cómo murió Buda?”, me pregunta Arrabal. “¿No es verdad que fue por un ataque de diarrea tras comerse una fabada?”

Tras unos instantes de reposo nuestro grupo aumenta, regresa El Marqués de Sade, aparece Javier XXI, algunos primos de Rivela y Marcos y otrosmás. Todos confraternizamos en una chocolatada con abundantes churros. De camino al estreno la comitiva, que ya agrupa a un buen número de miembros de La Liga de los Poetas, resulta apabullante. En la puerta del teatro aparecen más amigos, incluido Federico Utrera.

Nos sentamos todos en la última fila dispuestos a presenciar El Arquitecto y El Emperador de Asiria.

Joan Frank dormita sobre el trapecio. Se duermen lentamente.

       

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