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Raúl Herrero

Las espuelas y la carne

Las espuelas y la carne

 

(En la fotografía superior el pintor Boix y el escritor Fernando Arrabal.)

Durante la cena que siguió a la conferencia el presidente del Círculo Ecuestre de Barcelona preguntó a Fernando Arrabal: “¿Cómo se ve la política española desde Francia?” El escritor permaneció unos segundos de silencio y espetó: “¿Me lo pregunta usted en serio?”. El presidente respondió con una afirmación. “Hace unos días, siguió el dramaturgo, me contaron que en un museo todas las mujeres se sacaron el pecho como protesta porque a una señora la habían expulsado del reciento porque daba de mamar a su hijo en público. Mientras en otros países se mueran de hambre ese tipo de actividades me parecen una tontería. ¿Qué importancia puede tener la política en España, o en Francia o en cualquier otro país? El capitalismo y la política, según ahora la entendemos, pronto desaparecerán. Es necesario un gobierno mundial que reparta la riqueza. Los problemas no pueden tratarse todavía por grupos, por naciones o por pueblos, los problemas deben solucionarse desde la globalidad.

De nuevo el silencio.

 

(Había llegado al Círculo Ecuestre ese mismo día. Esperamos, el poeta Martín y yo, a Arrabal en un salón privado en el que nos obligaron a ponernos chaqueta y corbata. ¡Qué suerte! Cuando llegó Arrabal un hombre muy simpático, con modos suaves y firmes, como los revolucionarios más distinguidos, pidió al escritor que también se enfundara en una chaqueta. Arrabal dijo:¡Por favor suminístreme una pero ¡qué sea bien grande!. Entonces recordé que la película Sombrero de Copa, protagonizada por mi venerado Fred Astaire, también comienza en un club de esa categoría. Un caballero se levanto de su sillón y pidió a Arrabal un autógrafo. Algunos son lo que son mientras otros son los adjetivos que tienen para calificarse.)

Arrabal, durante la cena, prosiguió: “En los años sesenta visité a mi amigo Antonio Fernández Molina en un pueblecito de unos 100 ó 200 habitantes como mucho, llamado Alpedrete de la Sierra, donde trabajaba como maestro. Entonces yo acababa de regresar de mi primer viaje a Nueva York. Me costó más tiempo el viaje de París a este pueblo que de la capital francesa a Nueva York. La última parte del trayecto la tuvimos que hacer, mi esposa y yo, montados en mulas. Cuando llevaba unos días en Alpedrete entramos en lo único parecido a un bar o a una cafetería que existía en el lugar. Entonces, el hombre que atendía el lugar nos preguntó: ¿Están ustedes veraneando en Alpedrete? A lo que respondimos que sí. El lugareño continuó: Pero han hecho ustedes muy mal porque se han alojado en la parte baja del pueblo, donde sólo hay gente de mal vivir. La próxima vez que vengan les aconsejo que se instalen en la parte alta, porque todo es mucho mejor, somos hombres más educados. ¿Qué se puede esperar del hombre mientras se maneja en esos parámetros?, preguntó Arrabal.

(¿Qué concepto supera en cretinismo a la idea de considerarse mejor (o incluso superior) por el lugar de nacimiento?, se preguntaba un servidor a los postres.)

El poeta y leñador Martín Marcos y quien esto escribe asistíamos complacidos a la cena y ante las declaraciones de Arrabal sentimos una extraña satisfacción.

El encuentro se había organizado en torno a la inauguración de la muestra del pintor cubano Boix en la Galería José de Ibarra. Al día siguiente, tras la puesta de largo de la exposición, el galerista, un hombre afable y entusiasta del arte, nos invitó a un nutrido grupo de coleccionistas y amigos, a una cena que tenía por anfitriona a doña Carmen Robert. En aquella casa con siete pisos de altura y habitaciones laberínticas nos fuimos perdiendo uno a uno los asistentes. Cuando ya confundía los rincones de mi mente con los de aquella casa me encontré con un lavabo y allí me tropecé con Arrabal, que venía de un pasillo por donde se accedía también al cuarto de baño. “Vayamos a ver qué encontramos”, me sugirió. Entonces tuvo lugar una escena propia de una película de los hermanos Marx en la que Arrabal y yo nos cruzábamos con el pintor Fernando S. M. Félez, el director dramático Ángel Alonso, el propio galerista, el poeta Martín Marcos, el estupendo actor Joan Frank, otros invitados vestidos de domingo, señoritas hermosas e, incluso, inglesas, por los rincones y las habitaciones más peculiares… Por si esto fuera poco, la casa poseía un ascensor que recorría todas las alturas, lo que suponía la aparición de inesperados personajes que surgían de la nada. Por fin nos encontramos en una terraza. Desde allí se divisaba una piscina y, por supuesto, volvimos al laberinto para hallar el acceso, pero no fue posible. De nuevo en la planta calle, donde se ofrecía comida y bebida, la conversación osciló entre los clavicémbalos y las loas al músico extraordinario Josep Soler.

El artista Boix, con puro y sombrero, aportaba a los interesados detalles sobre su pintura y su taller en Ginebra. Arrabal, durante la mañana, había manifestado que la pintura de Boix suponía la materialización del deseo del movimiento pánico de organizar la confusión.

Apenas una hora antes supe que Ángel Alonso atesoraba entre sus muchos otros méritos teatrales y artísticos, la creación del programa El planeta imaginario, que tanto disfruté durante mi infancia. Desde ese momento vi a mi apreciado Ángel Alonso con los ojos del niño asombrado y sobrecogido por todos los regalos, como mi presencia junto a tantos amigos en la velada descrita, que me regalan los hados.

Justo cuando regresaba a mi casa se desató el diluvio universal. ¡Ya era hora!

[La exposición de Carlos Boix puede visitarse hasta el día 30 de noviembre de 2007. Aconsejo a los lectores el poema de Fernando Arrabal que se incluye en el catálogo. Boix. Galería José de Ibarra. C/ Aragón 232-234 (Esq. Balmes, 59) 08007 Barcelona Tel. (+34) 93 451 20 52 e-mail info@galeriajosedeibarra.com

Tel. (+34) 679 18 62 32.)]

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