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Raúl Herrero

En el útero del Cosmos o el huevo cósmico de Leda

En el útero del Cosmos o el huevo cósmico de Leda

Para Federico González en su cumpleaños con vida admiración

[En la imagen Federico González y Carlos Alcolea junto a parte de la colegiata Marsilio Ficino]

El interesante y arrebatador blog de La colegiata Marsilio Ficino casi transforma en innecesario cualquier intento de recreación o comentario de la obra En el útero del Cosmos de Federico González, que dicha colegiata presentó el pasado viernes 24 de octubre en el Centre Cívic Cotxeres Borrell de Barcelona. Por fortuna, para lectores, estudiosos y “teatreros” en general se recopila en el citado blog una antología de textos, tanto de los miembros de la colegiata como de sus inspiradores, en torno al teatro y su fenomenología. Con acierto nos recuerdan la procedencia dormida de la ceremonia, también reclamada por Fernando Arrabal en su Teatro Pánico, de la transmutación escénica, alquímica, que puede darse en el intérprete cuando el texto hacia ello se encamina y el tiempo y la dedicación lo permiten.

Así convendría, antes de adentrarse en la obra, la lectura de esa hermosa recopilación de textos que la colegiata nos pone en el corazón y la vista desde internet. La lectura, por ejemplo, del extracto de René Guénon. Capítulo XXVIII de "Aperçus sur l’Initiation":

"Se puede decir, de manera general, que el teatro es un símbolo de la manifestación, de la cual expresa tan perfectamente como es posible el carácter ilusorio; y este simbolismo puede ser contemplado, ya sea desde el punto de vista del actor, ya sea desde el del teatro mismo. El actor es un símbolo del "Sí" o de la personalidad manifestándose mediante una serie indefinida de estados y de modalidades, que pueden ser considerados como otros tantos papeles diferentes; y hay que señalar la importancia que tenía el uso antiguo de la máscara para la perfecta exactitud de este simbolismo. Bajo la máscara, en efecto, el actor permanece él mismo en todos sus papeles…”

Tras lo anterior a nadie le sorprenderá que el género de la obra se presente en el programa del siguiente modo:


Hiperrealismo de alcance subliminal, emparentado con el teatro de la memoria y el teatro del absurdo. Aquel que mediante una trama sin un aparente significado y con unos diálogos que no parecen seguir una secuencia dramática, va creando una atmósfera que nos presenta el absurdo de lo convencional y simultáneamente nos abre la puerta, a través de la poética y la magia, de lo “real”.

Desde el intrigante inició de En el útero del cosmos queda claro que el texto de Federico González se sitúa en la tradición de los textos iniciáticos. En el primer acto asistimos a la reunión de un grupo de profesores de la utópica universidad Marsilio Ficino, al fondo puede contemplarse una banderola con la insignia de la colegiata. Mientras los diálogos avanzan queda patente que la iniciación completa no va dedicada al público, sino al propio actor. La contemplación, pronunciación y repetición de los textos que Federico González ha puesto en boca de los personajes conmoverá el alma del público, pero, sin duda, aún más y con mayor intensidad la del actor-taumaturgo que lo pronuncia.

 

La idea, aunque parezca ingenua, es la de abandonarlo todo y dedicarnos a la búsqueda de la verdad.

La operación de la obra sitúa los tópicos y errores de la modernidad y su ignorancia, como si se tratara de un cadáver, a la vista del público, y con lentitud los actores desmadejan el cuerpo, transforman el error en conocimiento y procuran una muerte y resurrección, tras la cual el tiempo y el espacio debieran cesar.

El que vence la muerte también dice: "Mi paz os dejo, mi paz os doy". "Velad"

Pero claro está, todo lo dicho no sucede en escena sino en la palabra de la escena. Los actores, sin conceder el mínimo respiro a los espectadores, pronuncian los mensajes con vistas a la desautomatización de las certidumbres.

El héroe no tiene ningun virtud aprobada por el consumo. El traidor las tiene todas. Lo que aumenta singularmente el equívoco es que el héroe y el traidor son una sola persona...

 

El segundo acto nos sitúa en la casa de uno de los profesores del primer acto, en una fiesta donde se celebra, se come (pan -canapes-) y se bebe (vino) y se baila. Este parte resulta más dinámica, con momentos que incluso alcanzan cierta comicidad, conviene no olvidar que en el humor subyace una posibilidad de mostrar lo ridículo de ciertas actuaciones y prejuicios que, por repetidos, se han llegado a considerar inamovibles y hasta solemnes.

También los directores Carlos Alcolea y el propio autor Federico González demuestran en este segundo acto un mayor gusto por la plasticidad. Así nos encontramos con instantes simbólicos, al tiempo que visualmente bellos, como el brindis final.

A todo aquel que se haya perdido la única representación realizada hasta el momento sólo le queda cultivar la paciencia y aguardar a una nueva representación.

 

[En la imagen "Leda atómica" de Salvador Dalí, 1949]

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