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Raúl Herrero

Dios dice muchas cosas (Entremés o paso, I)

Dios dice muchas cosas (Entremés o paso, I)


Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia. María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.
Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada. Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.



Escena vacía. Entran Padre e Hijo de perfil. Por supuesto, Padre lleva pantalones cortos y lo encarna un mozalbete, adolescente o jovenzuelo. Como cabría de esperar Hijo lo interpreta un actor de edad avanzada, con barba natural o postiza que le llega hasta la rodilla, a ser posible calvo, aunque por su indumentaria pretende parecer no joven, sino un niño. Padre guía al hijo con una mano sobre el hombro. Ambos se vuelven y miran al patio de butacas: Padre con orgullo, Hijo con miedo o, en su defecto, con la boca abierta como un tonto de remate.

PADRE.– Hijo…
HIJO.– Sí, padre.
PADRE.— (Con emoción y empaque.) Un día todo esto será tuyo.

(Hijo mira en derredor sorprendido porque no ve nada.)

HIJO.—¿Todo? Pero si aquí no hay nada…
PADRE.–¿Y te parece poco hijo mío?
HIJO.—Me parece que no es demasiado.
PADRE.— (Que rompe con la grandilocuencia anterior y se manifiesta como un hombre poco refinado y brusco.) ¡No me vengas con mierdas! ¿Acaso no te das cuenta de los esfuerzos que ha hecho el puñetero de tu padre, que soy yo, para darte todo esto?
HIJO.—Pero si no hay nada.

(Sonidos de animales de campo: moscas, grillos, rugidos… Tal vez sean más bien sonidos de selva amazónica.)

PADRE.— Como se nos haga de noche estamos perdidos.
HIJO.— Padre, una duda que tengo. ¿Y también heredaré la mula Vanessa?
PADRE.—¡Ah no! ¡De ninguna manera!
HIJO.—Para una cosa que te pido.
PADRE.—(Comprensivo.) Pero hijo mío, eso no puede ser, me pides un imposible, eso es sacar del tiesto ambos pies…
HIJO.—(Con rostro bobalicón.) ¿Por qué padre’ ¿Por qué?
PADRE.—Si todos lo saben. No me digas que tú…
HIJO.— Yo pienso mucho en ancas de rana. Pero no sé a qué te refieres, padre.
PADRE.- Bueno, ya tienes edad suficiente. Hijo, la mula Vanessa es mi amante.
HIJO.-¡Pero padre!
PADRE:-Ni pero padre, ni leches… Cuando murió tu madre, Dios la tenga en su Gloria Misericordiosa e Infinitesimal, no sabes lo mal que lo pase. Tuve una serie de flatulencias y de dolores de estómago terribles. Seguramente porque en el convite del entierro tomé algo en mal estado, vamos, algo podrido, descompuesto, en estado de podredumbre, de putrefacción…
HIJO.—¡Putrefacción! ¡Qué hermosa palabra!
PADRE.—Sí, a tu madre también le gustaba mucho y ahí la tienes…
HIJO.— (Asustado.) ¿Dónde?
PADRE.— Ahí la tienes en sentido figurado, en sentido figurado.
HIJO.— ¿Qué te has figurado?
PADRE.— Nada, hijo mío. (Padre da un coscorrón al Hijo.) En fin, que en los momentos de dolor que viví cuando tu madre me dejó descansar, en esa dolorosa experiencia que supuso para mí esa terrible descomposición gástrica fue la mula mi única alegría. ¿No lo recuerdas hijo? ¡Cómo retozaba por la casa!
HIJO.—¿Dónde? ¿Quién?
PADRE.— Vamos, que si la mula me sobrevive la entierran conmigo. ¡No te la dejo en herencia ni loco!
HIJO.—Pues ya lo siento. Con la ilusión que yo tenía. Las noches de carnaval a Vanessa le pongo unos sombreros de obispo, o de juez, o le coloco unos panes redondos sobre la cabeza y los dos nos reímos hasta el amanecer. Por eso pensaba que tal vez, a tu muerte, padre, cuando estés bajo tierra, en la fría y destartalada tumba y los gusanos te coman las cuencas de los ojos… pues para los gusanos las cuencas de los ojos vienen a ser lo que a nosotros los caramelos de menta…Tenía, padre querido, la ilusión de heredar la mula. Porque realmente todo lo demás, es decir, nada, no me apetece demasiado. Me da incluso un poco de grima.
PADRE.– Calla, calla, insensato. ¿No comprendes de las excelencias de toda esa nada? Es la libertad absoluta. Puedes imaginarte un paisaje, un ballet para cochinos, una danza para elefantes…

(PADRE calla cuando mira a su HIJO y lo encuentra con el rostro encendido por el esfuerzo que realiza al intentar imaginarse algo.)

HIJO.— Por mucho que me esfuerzo sólo veo a la mula. ¡Y es que juntos nos reímos!
PADRE.– Bueno, pues se acabaron las risas. Que eso no está bien. Al fin y al cabo la mula es mía.
HIJO.-¿Y por qué no haces como Roberto Fonseca que le dejó a su hijo una herencia de trescientas mil libras esterlinas?
PADRE.—¡Menuda cosa! ¡En el culo te las podrías meter una a una! Nada es mucho mejor.
HIJO.— Como de lo blanco a lo negro.
PADRE.—Exactamente.
HIJO.— Pero de la mula nada.
PADRE.—De la mula olvídate. Además con lo bien que guisa, lo bien que me lee cuentos por las noches antes de dormir y con el papelón que tuvo durante la guerra… Pues no está cotizada la mula ni nada.
HIJO.—¿La mula? ¿Qué papelón tuvo?
PADRE.— Fue apuntadora. Que un soldado no sabía cuando morirse pues ella le pegaba un tiro. Si a un alto mando se le olvida el momento de lanzar el ataque, pues ella le telefoneaba y se lo recordaba. Entonces las guerras eran otra cosa. De antemano se preparaba un guión y de él no se salía ni Dios.
HIJO.— ¿Y Dios qué decía de todo esto?
PADRE.— ¡Dios dice muchas cosas!

(Tras PADRE e HIJO pasa la mula Vanessa con un sombrero de copa montada en bicicleta y cantando “Angelitos negros”. PADRE e HIJO permanecen congelados).

PADRE.- Por otro lado la mula monta en bicicleta como los ángeles. Y además de nada también heredarás la tierra…
HIJO.—Bueno, eso ya es otra cosa.


TELON

© Raúl Herrero

 

(En la imagen superior una Mula-biblioteca, una de las especies más hermosas del mundo y también en peligro de extinción)

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