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Raúl Herrero

DE RAÚL HERRERO A FERNANDO ARRABAL por José María de Montells

DE RAÚL HERRERO A FERNANDO ARRABAL por José María de Montells

 

[El excelente poeta José María de Montells me envía este texto que se incluirá en su próximo libro. Tras caerme de nalgas, levantarme  y volverme a caer decido publicar como adelanto este texto en el blog que tanto aman mis lectores.  Lo incluyo no por los elogios inmerecidos que me brinda, sino por lo los brindis que lanza a tantos de mis amigos y de mis admirados autores, así como por el buen gusto que demuestra mi amigo en su texto. Desde aquí mi público agradecimiento. Por supuesto en la foto, mi amigo José María de Montells pasado por el filtro computerizado del pastel.]

El hombre de hoy sufre de hiperinformación. El bombardeo de noticias es tal, que no da tiempo a asimilarlas y por defendernos, nos volvemos insensibles. Nos acorazamos frente al dolor ajeno. Ninguna noticia nos conmueve. Es la insensibilidad la que hace que nos apartemos de la poesía. Ahora casi no se lee poesía. Yo tengo mucha fe, lo he escrito en varias ocasiones, en las propiedades taumatúrgicas de la lectura. Nada como la lectura sosegada de un buen libro, de bata y pantuflas, repantingados en nuestro sillón favorito, saboreando una copa de vino. Reconozco que la vida que llevamos nos da pocas ocasiones para hacer esto. Yo, ahora, leo en la pantalla de mi ordenador, que no es lo mismo, pero ayuda a curarse. Con este invento de internet que ha entrado en mi vida como un huracán de atrevimientos, leo muy a menudo el blog de Raúl Herrero. Siempre es un placer leer a Raúl Herrero. Su escritura, ya sea en verso o en prosa, es ágil, sorprendente, tierna y aterradora a la vez. También, humorística y absurda, pero atemperada por el portento de imágenes inusuales y poderosas, enloquecidas por el fuego interior que le consume. Es escritor apasionado y pone pasión en todo lo que hace. Hay que decir también que Herrero es amigo, avezado editor, de los que no abundan y un poeta hecho y derecho, al que admiro una barbaridad. La antología de su obra poética El mayor evento, engaña. Parece la obra de un escritor maduro. Y es que de verdad lo es, pese a su insultante juventud.

Su largo poema-libro Officium Defunctorum que publicamos en la desaparecida colección de Las patitas de la sombra, en recuerdo y homenaje a nuestro querido Antonio Fernández Molina, es sencillamente magistral. Hay en él, las negras llamaradas del misterio y de la muerte, un volcán que se abre en el pecho hasta incendiar los sentimientos.

Para ser preciso, he de reconocerle con el corazón, el incisivo prólogo de mi libro Volver a Ruritania, que él mismo me publicó en la colección Golpe de dados, en su editorial de Los Libros del Innombrable. Como se ve, Herrero, amén de un extraordinario escritor, es también dadivoso en extremo.

Por si esto fuera poco, en su página web, es muy atento con mi modesta obra. Siempre hace unas críticas muy elogiosas de mis cosas, aunque me temo que Herrero, que es mocetón aguerrido, tiende a exagerar. Ni qué tiene que se lo agradezco infinito. Uno está rodeado de silencio.

Pero el derroche de mi amigo Raúl Herrero no termina aquí, que lo cierto es que tengo que agradecerle algunas cosas más. Gracias a él, que acaba de publicar Orfeo errante, una antología que abarca todas las épocas del poeta, conozco prácticamente toda la obra completa de Antonio Fernández Molina, que fue para mí, un amigo entrañable y un maestro incorruptible, extraordinariamente leal a su obra y su concepto ideal del Arte. Uno de los grandes genios de España. Lamentablemente, nuestro país es muy indiferente con sus hijos más valiosos. En varias ocasiones, tengo dicho que si Fernández Molina hubiera nacido en Francia, hoy sería una figura universal. España, con una frecuencia inusitada, encumbra idiotas y menoscaba el duende. A. F. Molina, lo tenía. Era un artista total, que ejercía las veinticuatro horas del día. Posiblemente, el artista único, irrepetible y sublime de la mejor literatura española contemporánea. Cela, lumbrera y cuco, se dio cuenta enseguida, por eso, se lo llevó con él a Papeles de Son Armadans, pero nunca lo dijo. Cuando a don Camilo le daba por la cicatería, era muy suyo.

Mariano Esquillor ha sido todo un descubrimiento. No conocía sus versos y me han dejado turulato. Playa de tormentas mudas es un libro admirable, insólito, distinto, maravilloso. Raúl Herrero, generoso y magnánimo, como el Rey don Alfonso, el de Aragón, me lo envió por correo y no le he dado ni las gracias. Lo hago ahora, aunque sea con notorio retraso.

Está meridianamente claro que Herrero está haciendo un servicio impagable a la cultura española, publicando los libros raros que la avaricia de los demás, no publica. Es su sello, su marca personal.

Pensemos que en el catálogo de los Libros del Innombrable, están juntos Tetralogía de Eduardo Chicharro y Pájaros tristes de Juan Eduardo Cirlot. Dos grandes libros de dos grandes poetas que lamentablemente se leen muy poco. En nuestro tiempo, quienes leen poesía, prefieren lo fácil, lo manido, lo elogiado por las páginas culturales de los periódicos. Cirlot y Chicharro no están de moda, pese a ser dos monstruos de la literatura. Una editorial que publica monstruos con todos los honores, sin hacer antes cábalas económicas, con el propósito inconfeso de convertirse en la medicina contra nuestra insensibilidad, forzosamente ha de tenerse en cuenta.

Vuelvo al principio: la pasión de Raúl Herrero, esa característica suya tan peculiar, me ha llevado otra vez a la obra de Fernando Arrabal. Yo conocía algunas cosas del dramaturgo pánico, en los tiempos que nadie le leía en España. Me lo había recomendado Luis de Pablo, el músico, allá por los años setenta. Y luego, no sé porqué, abandoné su lectura.

Le he ido viendo, eso sí, en esporádicas ocasiones en televisión e invariablemente me ha impresionado su rapidez intelectual, su talento poético, su simpatía desbordante. Ahora, gracias a Herrero, que es su editor, le tengo en mi mesilla de noche y sigue siendo lo mismo de original, fresco e incorrecto. Pura delicia.

 

 José María de Montells

 

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