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Raúl Herrero

Canto del retorno por Carlos de la Rica

Canto del retorno por Carlos de la Rica

Yo tomaré a los hijos de Israel dispersados entre las naciones y los traeré a su tierra.

(Ezq. 37,21)


Cada primavera yo he subido a Jerusalem,

las ovejas pasando vi cada primavera en torno a ti, Jerusalem;

cuando mis zapatos arreglaba o también las sandalias

en ti pensaba y en cómo el largo camino transitar;

hasta cuando tocaba la sortija o jugaba a la pelota

yo te recordaba, Jerusalem. Los dos alejados y en deriva,

          tristes y ojerosos

al encender la lámpara en la mesa del Pesaj.


Fugitivo en el Sena o asomado al Potomac

          mis ojos echaba hacia las nubes,

hacia tus puertas arrogantes, tus calles estrechas,

hacia el santo Muro que con aire inmóvil esperaba.


Oí hablar de mi amada y sollocé porque

          esbelta y al saliente

un agua extraña taladraba su Roca, oh ciudad más allá de toda ponderación.


Tal una carta inacabable de color y aceituna

puse en circulación, oh ciudad mía, Jerusalem,

con el ansia y el deseo de encontrarte,

presentida casi al posar los pies la playa de Ascalón.


Igual que en el lecho un durmiente reclinándose

                callaba;

mas, sin embargo, el corazón recorre la cortina

y tras el cristal de cualquier ventana

como un ave de pico largo en los aleros de tus moradas

              aparezco y me presento.


Sobre el llano ol pradera mi río emisario ahora,

oh, siempre tú, Jerusalem, con tus formas tirando

           de mi vida.

Oh David, el cabello de Isaías, Jerusalem revuelta, paniza,

como un pavo real de oro por el sol.

Jerusalem con la cabeza en la primavera y en la luna reclinada,

los indomables cipreses, dedos tuyos, alas de luz divina,

          ciudad deseada siempre,

llamando desde las mil piedras a los hijos dispersados y lejanos.


Dame

un relámpago par el retorno, que yo coloque

          un ramo de rosas bajo el cielo claro

que como un manto hermoso se cierne en tus espaldas.

Jacob, Josué de Melilla, Moisés o Leví el pastelero

entre los recién retornados, compañeros,

donde nace flotando igual que un madero en el agua

el fuerte arcoiris de los siete brazos

o en el cielo, como una cierva corriendo, la estrella

          de las seis puntas.


Ah! retorno, vuelta a ti, al olivar, Sión,

          Jerusalem con quien me topo

y alegre vuelvo, ciudad de mis mayores, para

libar abeja la fiesta de la primavera reciente

¡ay! con los dedos ya secos, aquellos

con los que muy antes las cien lágrimas

          enjugaba,

¡oh, Jerusalem, hermana y madre!

Jerusalem otra vez y para siempre

          en primavera.

 

Carlos de la Rica

Yad Vashem, El toro de Barro, Cuenca, 2000.

[Entre lo más injustos olvidos de los poetas del siglo pasado sin duda se encuentra el autor de este poema: Carlos de la Rica (1930-1997). Durante su vida compaginó la vocación del sacerdocio con la de la poesía, pero no, como algún mal pensado puede sospechar, con   poesía mansa y rumiante, sino que se vinculó ni más ni menos que con el movimiento Postista. Entre sus amistades se contaron Angel Crespo, Gabino-Alejandro Carriedo, Antonio Fernández Molina, Federico Muelas… A su poesía la denominó "realismo mitológico" Según el presente Carlos Morales, director presente de la colección  "El toro de barro" que fundara Carlos de la Rica,: "Originado, pues, en los territorios de la vanguardia postista española, el ’realismo mitológico’ encontró su nota distintiva no tanto en las tradiciones literarias hispanas cuanto en las corrientes culturales de la España de posguerra (Claudel, Cocteau, Supervielle, Batalille, etc)…". A las que se sumaría la influencia de la generación Beat norteamericana y del simbolismo francés.

Autor de varios títulos que oscilaban entre la poesía y el teatro Carlos de la Rica fundó en Cuenca la colección de poesía "El toro de barro", donde publicaron entre otros autores Manuel Pinillos y  donde se editó la primera antología poética de Eduardo Chicharro, si bien ya póstuma y preparada por Angel Crespo y Pilar Gómez Bedate.

Carlos de la Rica sentía especial simpatía la causa hebrea. Así, aunque a algunos les pueda resultar curioso, publicó varios libros dedicados al pueblo de Israel y su crítica al antisemitismo le valieron ciertos ataques por parte  de algunos miembros de la  sociedad de su tiempo. A partir de los años 70 realizó varios viajes a Tierra Santa y su pasión "hebrea" cristalizó en un largo poema, al que pertenece el que aquí reproduzco y que se publicó en el lbro Poemas junto a un pueblo (1977). Sirva esta pequeña nota para honrar su memoria, despertar la curiosidad por su poesía y reivindicar su figura de poeta original y excelente.]

 

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