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Raúl Herrero

Una tarde cualquiera (Entremés o paso, XIII)

Una tarde cualquiera (Entremés o paso, XIII)

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia. 
María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.

Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada. 
Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.

En escena un salón lujoso a la par que sobrio. Un hombre elegante hasta la  exageración al tiempo que discreto. Sentada una señorita, que parece su invitada, recatada al tiempo que insinuante. Junto a ella, también sentado,  un hombre mayor enfundado en abrigo de invierno, con bufanda,  gorro de lana. No se le ve el rostro y estornuda sin parar de forma estentórea, chirriante y descacharrante. Algo apartada del centro de la escena una mesita con un teléfono que, de cuando en cuando, sonará. El hombre elegante, al que llamaremos, Insigne Protervo, pasea por la escena dando grandes zancadas mientras la Señorita y el Anciano escuchan con atención.

 

Insigne protervo.- En efecto, señorita, yo lo sé todo o casi todo. He triunfado en campos de batalla donde otros fracasaron, he derramado un piélago de sangre y de miel a partes iguales. Y mis modales exquisitos, sensuales, elegantes y humectantes  me han convertido en uno de los hombres más deseados de esta parte del planeta.  Y todavía le diré más..

 

(Interrumpe el Anciano con una tos desproporcionada que le hace literalmente saltar en la silla, más adelante caerse de la misma y retorcerse por el suelo. Todo esto durante el siguiente monólogo del Insigne protervo.)

 

Insigne protervo.-¡Qué tosecita! Como le decía señorita, le diré más todavía. Y le diré lo que no está escrito y más aún si es posible. Licenciado en Derecho en clave de sol menor. Carrera militar en la que he alcanzado  más alta graduación y los honores más pequeños.  He servido en medio mundo: Corea, Montserrat, Babilonia, Mataró, Lima, Alpedrete de la Sierra, Chin-chuang, Pekín, Cerdeña, Cáceres y Badajoz. He obtenido por méritos las siguientes medallas: la primera de la segunda, la tercera de la cuarta y la quinta de la novena. Todas ellas sin haber entrado en combate en mi vida y sin haberme levantado de ese sillón (mientras lo señala)  que usted ve junto al escritorio. A todo esto le añadiré los siguientes méritos: Premio fin de carrera especial por mi tesis “Ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras”, premio especial del jurado por mi película, dirigida, protagonizada y escrito por un servidor, “Todos somos Cristóbal Colón, sobre todo mi madre”, campeón de petanca del pueblo de Patones de arriba, campeón de carracla de la parroquia de “San José bendito, ¡qué bendito eres!  Y, a todo esto, le puede usted sumar, señorita,  la pensión que  el estado me concederá tras mi retiro, es decir, dentro de quince días aproximadamente si me lo permiten los altos mandos.

(Durante el glorioso monólogo el Anciano, padre de la joven, ha ejecutado toda la serie de proezas que arriba se mencionaban, por tanto el Insigne protervo está algo alterado.)

Insigne  protervo.-Pero señorita, ¿qué le ocurre a su padre?

Señorita.-Está algo enfermo, ya se  lo advertí.

Insigne protervo.-Este hombre precisa de atención médica inmediata. Precisamente poseo ciertos conocimientos sobre cirugía torácica que…

(El Anciano evita el contacto con el Insigne protervo, lo que supone un rechazo absoluto a su ofrecimiento.)

Insigne protervo.-Soy un hombre cariñoso, delicado, ya me conocerá. ¡Y de misa diaria! Bueno, menos de lunes a sábado. Sin tales  méritos y los antes aludidos jamás hubiera pasado ni por la imaginación ni por la sesera el pedirle que se case conmigo. Pero ¡con unas condiciones tan inmejorables!

Señorita.-Le comprendo perfectamente, sé que es usted un hombre insigne y protervo, y que goza de los favores del estado y de una muy buena vista. Pero comprenda que sin la aprobación de mi padre…

(Suena el teléfono.)

Insigne protervo.- Le ruego me disculpe. Ahora mismo estoy en mitad de una batalla y ya sabe, en esos momentos a uno le suelen molestar los soldados y los mandos intermedios en fin, la chusma, ya me comprende…

Señorita.-Desde luego, usted responda al teléfono, no se inquiete por mí. Mi padre y yo tenemos toda la tarde por delante.

Insigne protervo.-No sabe lo feliz que me hace. Con su permiso.

(El Insgine protervo levanta el auricular.)

Insigne protervo.-(A gritos.) ¡Dígame! ¿Quién es? ¿Es usted? ¿El comandante Ataulfo? Desde luego tiene usted el don de la oportunidad… Por nada, por nada. ¿Cómo? Ni un alma, les dije que no dejaran viva  ni a un alma, que no quede piedra sobre piedra, ni lata sobre lata, nada en absoluto.  ¿El enemigo? Me da igual que se haya rendido el enemigo, no hay que dejar anda. ¿Le ha quedado claro? ¡Muy bien!

(El Insigne protervo cuelga el auricular con ira. Vuelve hacia la señorita.)

Insigne protervo.-Comprenda, señorita, que cuando la veo los pulmones se me salen del pecho. Siento como el pulso se me desbarata como una lata de judías puesta a calentar en una olla al baño maría. Miro sus ojos y veo dos almejas machas, contemplo sus manos y me parecen dos enormes cabezas de bovino degolladas y puestas sobre un  plato. Mis sentimientos, señorita, le aseguro que son sinceros y… luego está el asunto de la paga .

(Suena el teléfono  de nuevo. El Anciano tose de nuevo.)

Insigne protervo.-Les ruego me disculpen. (Se acerca al teléfono y descuelga el auricular. De nuevo habla a gritos.) ¿Qué? ¿Cómooooo? Hable más alto. (Tapa con la mano el audífono y se dirige a la Señorita.) Por favor,  sería tan amable de pedirle a su padre que calme esa tos,

Señorita.-Ya le dije que estaba enfermo.

Insigne protervo.- Ya, ya . (De nuevo grita por el auricular mientras el Anciano tose.) ¿Qué? ¿Qué me dice? ¡Más alto que no le oigo! ¡Más altoooooooo! ¿Un qué? ¿Dónde? Sí, lo de los prismáticos ya lo he oído. ¿Un conejo? Pues maten al conejo también.  ¡Les he dicho que no quiero que quede nada!  Sí, también  me refería a los animales. (Cuelga el teléfono con violencia. Entonces el Anciano se recupera de su ataque de tos y se duerme.)

Insigne protervo.-Veo que su padre ha mejorado una vez he colgado el teléfono.

Señorita.-Es curioso, esos ataques repentinos de tos igual que le vienen se van.

Insigne protervo.-Ya veo. Dígame entonces, tiramisú de limón y de guirlache confitado, ¿acepta mi propuesta de matrimonio? He puesto en ella muchas expectativas y además le he prestado a su padre casi una fortuna.

Señorita.-Le estoy muy agradecida por todo lo que me dice y me deja realmente conmocionada por sus formas, educadas maneras y estilismo. Pero comprenda que me parece que es usted demasiado alto para mí, por otra parte sus dedos parecen morcillas y, a pesar del alto concepto que usted tiene de sí mismo, mi padre me ha repetido infinidad de veces que es usted un inútil.

(El Anciano mientras tose asiente con la cabeza. Suena el teléfono.)

Insigne protervo.-¿Yo un inútil? Señorita, esto no puede quedar así, aguarde un momento. (Va hacia el teléfono y descuelga el auricular. Habla de nuevo gritando.) ¡Qué cojones pasa ahora! (Silencio. El Insigne protervo resopla como un toro.) ¿Qué no pueden dar alcance a un conejo todo un ejército? ¿Qué les esquiva las balas? Pues manden aviones, láncenle obuses, descarguen toda una batería de infantería sobre él, pero maten de una vez a ese puñetero animal. ¡Coño! (Cuelga el teléfono con violencia.)

Señorita.-Comprendo sus obligaciones, pero ese aparato comienza a incomodarme.

Insigne protervo.- La comprendo perfectamente. Pero comprenda que estamos en guerra y, aunque no piso el campo de batalla ni por equivocación, las circunstancias me obligan a tener cierta consideración para con mis escla… para con mis hombres, quiero decir. Pero volvamos a nuestro asunto, si no le importa, grácil muchacha. ¿Así que su padre me llamaba inútil?

Señorita.-Sí, pero no sólo eso. También le llamaba otras cosas.

Insigne protervo.-¿Otras cosas? ¿Cómo por ejemplo….?

(Mientras la Señorita desarrolla el repertorio siguiente, el Anciano asiente con la cabeza.)

Señorita.-Zambollos, cagabandurrias, carnuzo, dinamitero de hormigas, cretino, meador meridiano, asalta cunas, asalta cuarteles, tonto del culo, tonto de remate, bocazas, desgraciado, alcahuete, Montesco, mentecato, Capuleto, sodomizador de tanques, zapatos de tafilete…

(Suena el teléfono.)

Insigne protervo.-Un momento, un momento. (Corre hacia el teléfono y descuelga el auricular. Justo en ese instante el Anciano comienza a toser.) ¡Qué pasa! ¿Qué? ¿Me toman por idiota? ¿Qué les hace qué? ¿El conejo? ¿Cómo les va a hacer cucamonas un conejo? ¿Qué les saca la lengua? ¿Y los aviones? ¿Y los tanques? ¿Y los obuses? ¡Pero es usted idiota o está borracho! ¿Me quiere hacer creer que ese conejo esquiva todos los proyectiles? ¿Qué les saca la lengua, qué les hace gestos obscenos? Mire, comandante Ataulfo, yo a usted le fusilo, le fusilo, mate a ese conejo o le hago o un organizo un consejo de  guerra y le fusilo a usted y a todo el ejército si es necesario. (Cuelga con ira el auricular. Se vuelve hacia la señorita y sigue hablando a gritos.) ¡Y respecto a su padre y  a todo eso que ha dicho!

Señorita.-Por favor, no le consiento que me hable en ese tono.

Insigne protervo.-¡Oh perdón! Son mis escla.., mis hombres quiero decir, que me enervan y me sublevan. (Se acerca al Anciano y le acaricia, mientras habla, la cabeza sobre la que luce un hermoso gorro de lana.) ¿Por qué tiene usted una opinión tan negativa de mí? ¡Si apenas me conoce! Es cierto que he enviudado treinta y cuatro veces, treinta y cuatro accidentes desafortunados, pero hombre… porque un día maté a un perro me llaman mataperros.

(Suena el teléfono. Entonces el Anciano aprovecha un descuido del Insigne protervo y le muerde un dedo.)

Insigne protervo.-¡Leches! ¡Me ha mordido!

Señorita.-Él siempre ha sido así, un tanto casquivano.

Insigne protervo.-Más que casquivano es un..

(No se escucha lo que dice el Insigne protervo porque las palabras las ahogan las toses del Anciano. Insigne protervo va hacia el teléfono y descuelga el auricular.)

Insigne protervo.-(A gritos.) ¿Quién me molesta ahora? ¿Cómo dice? (Con voz suave.) ¡Ah, señor! Sí, yo he estado pendiente de toda la operación. Claro que hemos ganado. ¿Cómo habíamos? Si hace un momento ya habían barrido a todo el enemigo… Ya, ya, ¿un conejo? Sí, hombre, un mal día lo tiene cualquiera. Que no, que consejo de guerra. Le asegura que no he desatendido mis oblig…

Señorita.- ¿Qué ocurre?

Insigne protervo.- El Comandante en jefe de las fuerzas armadas me ha colgado.

Señorita.-¿Ha sucedido algo malo?

Insigne protervo.- Me ha degradado y la policía militar viene a detenerme.

Señorita.-¿Y esos modales?

Insigne protervo.-Me harán un consejo de guerra.

Señorita.-¿Y la batalla?

Insigne protervo.- La hemos perdido.

Señorita.- ¡Uy, que percance!

Insigne protervo.- Y, además, me he cagado en los pantalones.

(El Anciano tose mientras cae el

 

 

TELÓN)

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