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Raúl Herrero

Aventuras y desventuras del Diccionario Pánico de Arrabal en la Universidad de Murcia y el rodaje de la película de Houellebecq, (y II)

Aventuras y desventuras del Diccionario Pánico de Arrabal en la Universidad de Murcia y el rodaje de la película de Houellebecq, (y II) (En la imagen superior Fernando Arrabal durante un descanso de la película de Houellebecq. Fotografía de Raúl Herrero)

 

El rodaje se prepara junto a las piscinas del hotel Bali de Benidorm. Por el vestíbulo deambulan jubilados, algunos niños y parejas jóvenes de turistas extranjeros en bañador. Alguien afirma que nos encontramos en el hotel con más altura de Europa. En todo caso, una vez instalados en una estancia del piso veinticuatro, resulta difícil no rememorar el film El coloso en llamas. Para la siguiente escena de la película se han dispuesto sillas de mimbre, un loro que efectúa una amplia gama de sonidos, un camarero musculoso y varios elementos que rememoran lugares paradisíacos de turismo hedonista y tropical. Los clientes del hotel curiosean, incluso algunos, sin duda los más impetuosos, se aproximan, cámara en mano, a la zona de rodaje para fotografiarse junto a los actores y ciertos miembros del equipo. Los figurantes de la escena anterior se lanzan sobre Arrabal para que les firme algunos libros.

Durante uno de esos tiempos muertos Luce Moreau, esposa de Arrabal, relata anécdotas de Samuel Beckett. “Era un hombre callado. Cuando le dieron el premio Nobel al fin pudo comprarse un pequeño piso junto a una cárcel. Hasta entonces vivió, junto a su mujer, en un apartamento minúsculo.”

Houellebecq estudia la próxima escena detrás de la cámara, luego pasea ensimismado, conversa con los actores y ejecuta algunas indicaciones a los figurantes.

Dos hermosas jóvenes, que parecen vestidas con un traje de camuflaje, aguardan el momento de su intervención bajo una sombrilla. Al aproximarnos a las muchachas comprobamos que se encuentran desnudas. La responsable de maquillaje de la película confiesa que ha trabajado durante más de tres horas para que la piel de las jóvenes adquiera esa apariencia.

Cuando Houellebecq grita acción las muchachas bordean la piscina y ascienden por una tarima hasta situarse frente a la figura de Arrabal. Se arrodillan ante el dramaturgo mientras éste agita un cetro. Al parecer Arrabal interpreta el papel de Emperador.

En esa escena también participa un actor belga que, según él mismo nos confiesa, asume el papel de Rudi, policía luxemburgués. También interviene un actor francés, al parecer muy popular, que asume el personaje de hijo del profeta de la secta de los elohimitas. Durante un descanso Arrabal, junto al actor belga de su misma estatura, se vuelve hacia su esposa Luce para espetar: ¡Por fin un actor de talla humana! Arrabal rememora que cuando dirigió a Mickey Rooney en la película La Odisea del Pacífico, el actor, también exclamó: ¡Al fin un director de talla humana!

El calor castiga a todo el equipo. Nos desplazamos asidos a botellas de agua y refrescos. Nuestro amigo el leñador y sonetista castellano Martín Marcos se apropia de una hamaca y duerme la siesta junto a la piscina. El artista gallego Rivela graba con su cámara de vídeo algunas escenas de los preparativos del rodaje. La unidad del “Cómo se hizo” del film rueda varios minutos de conversación entre Arrabal y Houellebecq. El responsable de sonido se lamenta porque su ayudante no gira el micrófono en la dirección apropiada. La ayudante de dirección nos muestra su camiseta: ¡La he pintado yo!, nos revela. Tras su sombrero de hongo rojo y sus constantes idas y venidas se oculta una pintora secreta de grandes dotes.

En la claqueta de la película leemos en francés La posibilidad de una isla, la última novela de Houellebecq. Sin embargo, descubrimos que el novelista ha introducido en el guión diversos elementos, como el personaje Rudi, procedentes de su libro Lanzarote.

Como la espera se prolonga Arrabal, vestido de emperador, nos propone adentrarnos en Benidorm tras un buen par de huevos fritos. Al final logramos nuestro objetivo en una terraza típica de la costa. Apenas podemos regodearnos en nuestro triunfo porque una llamada de móvil nos reclama. Regresamos apresuradamente hasta el hotel. La tarde se deshace acompañada por un sol plomizo y un calor angustioso. En torno a las seis se suspende el trabajo hasta el día siguiente.

Durante la cena Houellebecq nos habla de su admirado Schopenhauer. A la mesa nos acompañan el filósofo Antonio Muñoz y Nico, a los que Houellebecq dedicó su novela La posibilidad de una isla. Ambos también tienen un pequeño papel en la película.

Todo el equipo se reúne en torno a un desmesurado buffet libre, lo que otorga a la situación un cierto aire de viaje de estudios. “Mañana terminamos el rodaje en el hotel”, nos asegura la pintora y ayudante de dirección. “Seguiremos la película en Lanzarote”, musita Houellebecq. Lo celebramos en torno a una botella de vino.

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