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Raúl Herrero

Motivos de tristeza

Motivos de tristeza

Motivos de tristeza


Desde el 9 de enero de 2007 hasta el 7 de marzo de 2009 publiqué en este blog, por entregas, una serie de relatos breves bajo el título genérico de Motivos de tristeza. Jesús H. Angulo me sugirió la publicación de este libro  en el blog que administra (http://raulherrero.blogspot.com.es/) dedicado a textos de mi autoría. Atendiendo a su petición semanalmente le suministré, en bloques de 5 relatos, de nuevo, el contenido íntegro de Motivos de tristeza para su publicación en una nueva versión corregida y, en ocasiones, muy reelaborada. Una vez volcado, en un nuevo soporte, el libro completo, me parece innecesario que se mantenga en este blog la versión príncipe, por lo que decido eliminarla.

De forma libre y gratuita los interesados en este libro ahora lo pueden consultar en su nuevo emplazamiento, en el siguiente enlace:

http://raulherrero.blogspot.com.es/search/label/Motivos%20de%20tristeza

Motivos de tristeza, (y XCIX)

Motivos de tristeza, (y XCIX)

La calabaza asumía su condición de tal, por eso sonreía desde el porche de la puerta con la cavidad de su boca creada a navajazos. Durante la noche la calabaza musitaba la canción “Dixie” con voz queda. Con los restos que le extrajeron de la cabeza la madre de familia cocinó una compota dulcísimo, que los vecinos envidiaban. La calabaza bizqueaba con el grito inocente y mudo del reproche. Cuando la fiesta terminó la olvidaron en un cubo de basura junto  al confeti pegajoso y los refrescos y los caramelos que ya no endulzaban, porque apenas quedaba saliva para acariciarlos con la dentición. La calabaza  quiso colgarse de una soga, pero le faltaban manos y brazos. La calabaza tenía tanto qué decir, tantos pequeños detalles había observado de las cotidianas bajezas, que podía ofrecer una solución para casi todo. La calabaza putrefacta, en el cubo de basura, no fue motivo de tristeza para la familia, que ya andaba muerta.

FINE

[Con este capítulo finaliza el libro "Motivos de tristeza" que aquí queda para disfrute de animales, personas o cosas]

Motivos de tristeza, (LXXVI)

Motivos de tristeza, (LXXVI)

(En la fotografía superior retrato regio del padre de la doncella.)

Despertó la doncella de su ensueño mortal y contempló al príncipe de cuerpo entero: Era bizco, contrahecho, le faltaba una oreja, su barba se asemejaba a unas nalgas orientales… A ella no le importunaba tamaña apariencia pero comprobó, tras mantener una breve conversación con él, que era lerdo, idiota y, lo peor, tal vez un versificador que se consideraba poeta. La joven estiró la colcha por encima del horizonte, por encima de sus axilas y por encima de los demás cortesanos que bostezaban despechados por lo desgarbado del príncipe. Entonces un perro se acercó hasta la doncella y le besó en los labios reales y evanescentes. El príncipe protestó y el can le mordió en una pierna —que más tarde se supo era de madera—. La muchacha subió a lomos de aquel pequeño animal, tan diminuto que ella, a pesar de montarlo, arrastraba las piernas por el suelo. Aunque el desplante fue para el príncipe motivo de tristeza, cuando el padre le aseguró que, a pesar de todo, él heredaría la corona, el muchacho, sano a pesar de los accidentes, pensó: “Si van a coronarme rey todas formas, no necesito a una princesa obtusa. Pero… ¿y qué será de ese pobre perro?”.

Motivos de tristeza, (XXX)

Motivos de tristeza, (XXX)

(En la imagen superior el dios egipcio Thot) 

 

Vivía donde los muertos habitan, se transmutan y se disuelven en cien mil formas y palabras. En este paraíso mis conversaciones eternas con los espíritus se aguijoneaban con prudencia. Mis contertulios no abusaban de la vanidad, la egolatría y la necedad, salvo si ignoraban su estado de muertos y alegres. En este reino permanecí, entre amables locuciones y llevado por la búsqueda de la verdad, hasta que me expulsaron al territorio de vivos y ajenos. Allí pronto me rodearon gentes que pretendían empujarme a  inframundos terribles, a residencias donde la vida resultaba todavía  menos agradable que en el hogar de los vivos y, desde luego, que en el de los muertos. Los vivos me robaban, me bebían la sangre, me cargaban de cadenas y me sonreían con dentaduras podridas. Además mis semejantes disímiles solicitaban mi ayuda con insistencia, con el propósito, de establecer un mundo de justicia y paz. Más tarde, los alentadores me confesaron que para materializar tales deseos se esperaba de mí que matara a un dragón. Tras varios intentos de aniquilar a la bestia, que me procuraron algunas costillas rotas y el cráneo quebrado,  comprendí que el dragón y las carencias sólo residían entre los vivos y, al comparar mi nuevo hogar con el territorio de los exánimes, tuve nostalgia de las conversaciones y las palabras pronunciadas en mi antiguo estado. La imposibilidad de regresar al reino de los muertos primero fue motivo de tristeza y, después, se transformó en una llama de un azul intenso.

Motivos de tristeza, (XX)

Motivos de tristeza, (XX)
El coleccionista adquiría los cadáveres en subastas públicas que el gobierno organizaba con los cuerpos que aparecían desparramados por las calles y que nadie reclamaba. Cuando Aquilino se procuraba una nueva pieza primero la embalsamaba, después la situaba en un jardín secreto subterráneo que ocultaba en el sótano de su casa. En este idílico lugar los árboles estaban formados con limo amasado con orines, la flora la componían especies que apenas necesitaban de la luz, los animales pertenecían a especies nocturnas. En ese entorno situaba el coleccionista a los cadáveres ataviados con curiosos disfraces: explorador, minero, aborigen cantones, caballero del medievo, cazador de ballenas, bombero-torero, arlequín… En su afán, Aquilino incluso había logrado reproducir a una familia que aparentaba pasear con normalidad en aquel paraje. El hombre, con pronunciado bigote, mantenía la mirada distante, fija en un punto indeterminado. La mujer, a su lado, se descomponía paralizada junto a un carrito de bebé donde yacía una desgraciada criaturita que parecía emboscada en el sueño. Aquilino, en su afán de perfeccionamiento, pensó en la necesidad de incorporar a su colección a un popular cantante. Como el personaje ostentaba una insultante salud Aquilino se decidió a matarlo. Y así fue. El plan, meticuloso y ajustado a una disciplina rígida, se resolvió a la perfección. Y como nunca llueve a gusto de todos la desaparición del popular cantante fue, para los seguidores del intérprete, motivo de tristeza.

 

Motivos de tristeza, (X)

Motivos de tristeza, (X)

(Esta sección la componen un numero indeterminado de relatos breves que tienen en común el enunciado: “...motivo de tristeza”. Espero que mis impávidos lectores se diviertan tanto con estos breves relatos como un servidor.)

 

(En la imagen superior la bañera de doña Fulgencia Ramos, en el presente expuesta en el Museo de los cuartos de aseo de la ciudad de Brasilia )

Doña Fulgencia Ramos de Andrade decidió, a la edad de 65 años, un domingo a las doce del mediodía, introducirse en un baño de agua tibia, sazonado con aceites y jabones exóticos, para no salir jamás. El teléfono móvil, regalo de uno de sus nietos, impermeabilizado con un chubasquero de punto de cruz, se convirtió en su único compañero de encierro. “La comunicación ante todo”, pensó ella. Además, la señora emplazó el frigorífico en la cabecera de la bañera, de tal modo, que le bastaba con incorporarse levemente para proporcionarse cualquier alimento. Cuando su hijo, Ernesto Cifuentes Ramos, tuvo noticia de la resolución de su madre, intentó deslizar una batidora en funcionamiento en el húmedo receptáculo. Los hermanos del homicida y los nietos de de la señora, es decir, los hijos de Ernesto, Ataulfo y Juan Domínguez, reprimieron la agresión y lograron que los juzgados dictaran una orden de alejamiento de la bañera del matricida. Con motivo del 66 cumpleaños de doña Fulgencia se reunió toda la familia, excepto el primogénito agresor. Los presentes comieron la tarta conmemorativa sobre cualquier rincón del baño que sirviera como receptáculo: el retrete, el vide, la pila del lavabo, la cisterna… Al final, los convidados, exaltados por una desaforada animación, encendieron algunos petardos que sonaron, en el limitado recinto, como cañonazos. El estruendo alarmó a los vecinos, por lo que no tardó en personarse la policía en el lugar. Cuando los agentes se encontraron con semejante escena detuvieron a toda la familia acusados de constituir una secta peligrosa. Sin embargo, doña Fulgencia, tras negarse en redondo a desalojar la bañera, manifestó que la causa de su comportamiento provenía del maltrato psicológico que había sufrido por parte de sus parientes. Por esta causa toda la familia ingresó en prisión. Los desperfectos que el cuerpo policial ocasionó en el baño, los agujeros de bala en el techo, la rotura de baldosas y algún ligero golpe que afeaba el sanitario fueron, para doña Fulgencia, mientras vivió sana y feliz en su cuarto de aseo, sus únicos motivos de tristeza.