Blogia
Raúl Herrero

San Antístenes, pensador y mártir

San Antístenes, pensador y mártir

(En la imagen escultura que representa a Antístenes.)

Gautama Buda (563 a.C.-486 a.C.) propuso erradicar el sufrimiento a través de las causas que lo provocan. Entre sus enseñanzas Gautama estableció que el deseo y su frustración originan el dolor, por tanto, promovió el desapego de lo material, así como la eliminación del deseo.

Por otra parte, el maravilloso y hermoso Antístenes (444 a.C.- 365 a.C.), esta vez en Europa, pocos años después, promulgó también la renuncia a las posesiones materiales, la imperturbabilidad frente a las pasiones y la eliminación del placer, pues, a éste, le imputaba la infelicidad que extravía al sabio en su camino hacia la virtud. Si bien Buda partió del sufrimiento, Antístenes comenzó su ideario desde la premisa de la felicidad como objetivo, para desarrollar sus conceptos.

Diógenes Laercio se refiere a Antístenes como el fundador de la escuela cínica. Al parecer el calificativo procede, aléjese el lector de la concepción moderna de la palabra, del gimnasio Cinosargo (perro blanco), donde brindaba sus enseñanzas. Algunos autores afirman que este lugar era centro de reunión de los bastardos, es decir, de aquellos que no tenían la ciudadanía ateniense. Antístenes no la obtuvo porque su madre fue una esclava Tracia.

Tras formarse con los sofistas, sobre todo con Gorgias, una vez iniciado en los misterios órficos, eligió a Sócrates como maestro. Algunos autores no dudan en calificarlo de fanático de Sócrates. A pesar de lo cual se enfrentó a Platón, a sus enseñanzas y a las conclusiones que extrajo de las ideas socráticas, tanto como a los que fueron sus primeros maestros sofistas.

Antístenes tomó como ejemplo de esfuerzo y virtud a Heracles. Con sus discípulos se dedicó al estudio de los textos de Homero, por el que sentía una manifiesta admiración.

En nuestra época, aquejada de tantos males como la frivolidad y su hija mayor, la cretinez, resaltaría a este hermoso pensador en las escuelas y otros centros de letargo. Sería digno de contemplar uno de sus discursos, por ejemplo, en las reuniones de los “cinco grandes” y, por extensión, “las naciones de pequeños”. ¡Cómo disfrutaría quien esto escribe observando a nuestro filósofo pronunciando sus diatribas en presencia del consejo de administración de una de una de esas multinacionales que asolan el planeta! ¡Qué rostro dibujarían los próceres economistas cuando Antístenes aclarara su voz, se recogiera la túnica para moverse con soltura y afirmara: “Aquellos que realizan ímprobos esfuerzos por aumentar sus fortunas los compadezco como a enfermos. Sufren tanto como un cuerpo que jamás se saciara por mucho que comiera”! A la economía de mercado, a los mercaderes que afilan sus dientes, a cierto ministro francés que se quejó porque los ciudadanos a partir de los 65 años consumen más bienes de los que producen, a todos esos petimetres que, en nombre de la competencia del mercado, lavan sus manos en la idea del hombre-máquina, a todos los héroes del enriquecimiento de hoy, les recetaría, aunque fuera sin sarna ni picor, un encierro con Antístenes. El sabio los ilustraría con su loa al trabajo, ejemplificado en Heracles, con su sentido de la felicidad, entendida como el desapego de los bienes y otros frescos ideales. Y para rematar nuestro filósofo exclamaría a los legisladores: “El sabio no actúa según las leyes establecidas, sino según las leyes de la virtud”. ¡Qué gran reformador sería un Antístenes, que exagerada revolución (de pensamiento y obra) provocaría un santo barbado de estas características! Al igual que hacen los más resabiados y monótonos vates con los grandes poetas de hoy y los que les precedieron, Aristóteles acusó a Antístenes de realizar “metáforas extravagantes”. ¡Qué pánico, patafísico, surrealista, postista y santo resultaría un pensador entre las afonías del pensamiento de hoy!

Diógenes Laercio seleccionó de nuestro respetado Antístenes las siguientes muestras, que reproduzco para fervor del lector, al que, en estos momentos, imagino en trance místico y misionero:

«Que la virtud se puede adquirir con el estudio. Que lo mismo es ser virtuoso que noble. Que la virtud basta para la felicidad, no necesitando de nada más que de la fortaleza de Sócrates. Que la virtud es acerca de las operaciones, y no necesita de muchas palabras ni de las disciplinas. Que el sabio se basta él mismo a sí mismo. Que todas las cosas propias son también ajenas. Que la falta de celebridad es un bien, e igual al trabajo. Que se ha de casar por motivo de procrear hijos y con mujeres hermosísimas. Que ha de amar, pues sólo el sabio sabe la que debe ser amada.» Diocles le atribuye también lo siguiente: «Para el sabio ninguna cosa hay peregrina, ninguna extraña. El bueno es digno de ser amado; y el virtuoso bueno para ser amigo. Deben en la guerra buscarse aliados que sean animosos, y al mismo tiempo justos. La virtud es un arma que no puede quitarse. Más útil es pelear con pocos buenos contra muchos malos, que con muchos malos contra pocos buenos. Conviene precaverse de los enemigos, pues son los primeros en notar nuestros pecados. En más se ha de tener un justo que un pariente. La virtud del hombre y la de la mujer es la misma. Ten por extraño todo lo malo. El muro más fuerte es la prudencia, pues ni puede ser demolido ni entregado. Los muros deben construirse en nuestro inexpugnable raciocinio y consejo».


Su alumno, el popular Diógenes de Sinope, al que los manuales suelen referir como ejemplo de la escuela cínica, se encaminó al lecho de muerte de Antístenes portando un cuchillo, para librarle del mal que le aquejaba. A lo que el moribundo, a la vista del arma, replicó: “Pedí que me libraras de estos males, no de la vida.

En lo relativo al desapego, a una vida sobria y sencilla, acorde con la naturaleza y con ésta como modelo, Antístenes nos recuerda, salvando las distancias, a ciertos santos y mártires cristianos. En especial le encuentro próximo, en lo tocante a los aspectos citados, a San Francisco de Asís. Las primeras biografías del santo ardieron en la hoguera, aunque se pudieron recuperar a lo largo del siglo XVIII y XIX. Los promotores del incendio fueron los reformistas de la propia comunidad, que deseaban suavizar las exigencias promulgadas por el santo. Incluso Inocencio III tuvo reticencias a la hora de autorizar la nueva orden religiosa por la extrema austeridad que promulgaba San Francisco de Asís.


En su renuncia al mundo táctil y retráctil algunos estudiosos afirman que Antístenes abominaba de las artes, la música, la geometría y hasta de la literatura. Los hados le pagaron con la misma moneda. Apenas han sobrevivido unos fragmentos de toda su obra, entre la que se incluían unos diálogos socráticos. Por otra parte, su particular cosmogonía entrañaba de forma manifiesta una divinidad única. ¡Qué esclarecido!

El filósofo griego, en una ocasión a la pregunta de qué disciplina superaba a las demás, replicó: “Desaprender el mal.”

A la luz de todo lo referido contemplo un busto del filósofo y pienso: A otros con menos méritos los hicieron santos.

¡Viva San Antístenes!, pensador y mártir.

1 comentario

USAIN BOLT -

Interesante texto sobre Antistenes. Me ha ayudado bastante a realizar un trabajo. Muchas Gracias