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Raúl Herrero

Motivos de tristeza, (y XCIX)

Motivos de tristeza, (y XCIX)

La calabaza asumía su condición de tal, por eso sonreía desde el porche de la puerta con la cavidad de su boca creada a navajazos. Durante la noche la calabaza musitaba la canción “Dixie” con voz queda. Con los restos que le extrajeron de la cabeza la madre de familia cocinó una compota dulcísimo, que los vecinos envidiaban. La calabaza bizqueaba con el grito inocente y mudo del reproche. Cuando la fiesta terminó la olvidaron en un cubo de basura junto  al confeti pegajoso y los refrescos y los caramelos que ya no endulzaban, porque apenas quedaba saliva para acariciarlos con la dentición. La calabaza  quiso colgarse de una soga, pero le faltaban manos y brazos. La calabaza tenía tanto qué decir, tantos pequeños detalles había observado de las cotidianas bajezas, que podía ofrecer una solución para casi todo. La calabaza putrefacta, en el cubo de basura, no fue motivo de tristeza para la familia, que ya andaba muerta.

FINE

[Con este capítulo finaliza el libro "Motivos de tristeza" que aquí queda para disfrute de animales, personas o cosas]

1 comentario

musa rella -

Todos somos calabazas asesinas de otros: el olvido es un arma naranja.

LUJO de Motivos, esta Tristeza. Un broche excelente.

abrazos