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Raúl Herrero

No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, (Entremés o paso, VII)

No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, (Entremés o paso, VII)

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia.
María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.
Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada.
Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.

Un despacho descomunal y fastuoso cuyas paredes ostentan retratos de señores muy serios, algunos uniformados. Entre los retratos abunda el modelo ecuestre con una curiosa salvedad: los caballos aparecen sonrientes, con bicornio en la cabeza y montados a lomos del humano. Una enorme mesa sin papeles, limpia y lujosa. Lámparas, telares, en fin, todo suntuoso y oriental. En el centro de la escena,  sobre un pedestal, un hombre de mediana edad, muy serio, que adopta una pose para nadie. En off se escucha la siguiente conversación.

 

[Secretario.- Le digo que no puede pasar.

Don Mengano.- ¡A mí no me amilanas mozalbete!

Secretario.-Es del todo imposible, su excelencia se encuentra reunido y durmiendo.

Don Mengano.-Sí, se reunirá conmigo en cuanto entre ahí dentro.

Secretario.- ¡Por todos los santos caballero!

Don Mengano.- ¡Apártese! ¡Apártese o le clavo mi arpón!]

(Suena un portazo y entra en escena un hombre de cierta edad con un arpón en la mano y vestido como un marinero típico de ballenero de película sobre Moby Dick. El hombre del pedestal de un respingo desciende cuando descubre al intruso.)

 

Don Fulano.- (Tras descender del pedestal manifiesta más temor que ira.) ¡Qué hace usted aquí!

Don Mengano.- (Que cuando camina utiliza el arpón cual bastón.) Pensabas que te ibas a librar de mí, ¿eh? ¡Pájaro!

Don Fulano.- (Mientras retrocede en dirección a  la mesa.) ¿Quién es usted? ¿Dónde vive? ¿Por qué le ha dejado entrar mi secretario?

(Entra un hombre vestido de luto. Es el Secretario.)

El secretario.-Don Fulano, lamento el incidente, le ruego me disculpe. He intentado que este hombre, Don Mengano, no pasara, pero ha sido imposible. Incluso le he amenazado con el peine con el que se carda el pelo mi suegra. Pero todo ha sido en vano. ¡Todo! ¡Tooodo! (El secretario llora desconsolado.)

Don Fulano.- (Mientras se golpea las piernas con el ímpetu propio del dueño cuando procura que se aproxime su can.) ¡No te preocupes Tribulete, secretario mío!  Ven, híncate de rodillas.

 

Secretario.- ¡Oh, Don Fulano! Le ruego me perdone, dueño y señor mío. Permítame, permítame que le ofrezca mis nalgas…

(El secretario comienza a bajarse los pantalones.)

Don Fulano.-No, no es menester. ¿No ve usted que tenemos visita?

Secretario.- (Deponiendo su actitud.) Tiene razón, qué digo razón, tiene TODA la razón.

Don Fulano.-Como siempre Tribulete, como siempre.

(El secretario se coloca en cuclillas a las piernas de Don Fulano mientras éste le acaricia la cabeza como si se tratara de un perro.)

Don Fulano.- (A don Mengano.) ¿Y usted qué quiere? Hable deprisa, ya que está aquí, o le azuzo a mi secretario.

Don Mengano.- ¡Menudo espectáculo! Si lo sé no vengo.

Don Fulano.-Ya que se ha colado haciendo gala de malos modos, al menos dígame qué le ha traído hasta mi mundo.

Don Mengano.-Claro, mozuelo. Quiero cobrar mi dinero.

Secretario.-Ya le he advertido que no era posible, pero no atiende a ninguno de mis razonamientos por más circunflejos que estos sean.

Don Fulano.-Este asunto requiere que vuelva sobre mi posición de trabajo. Vayamos, Tribulete, vayamos hasta mi trono.

(Tribulete simula que lleva a Don Fulano a hombros, como puede, hasta el sillón ubicado tras la mesa de trabajo. Como Don Fulano pesa demasiado y Tribulete carece de  la estructura corporal de un deportista, ambos caen varias veces al suelo mientras Don Fulano procura mantener la dignidad y el secretario Tribulete gimotea frases como: “ No pasa nada; no se preocupe; ya  casi está; me tendría que ver a mí en  las fiestas de mi pueblo”.)

Don Mengano.-Pero ¿qué comedia es ésta? Si quieren les dejo solos y regreso cuando terminen con esas manifestaciones esperpénticas.

Don Fulano.- (Ya en su trono, perdón, quería decir en el sillón.) No, no se inquiete. Ya está bien. Este reuma me está matando. (A continuación Don Fulano aúlla.)

(Mientras conversan Don Fulano y Don Mengano el secretario peina a su señor, le lima las uñas, le ofrece comida con una cuchara cual si se tratara de un bebe,  le limpia los labios con una servilleta, le ofrece un vaso de agua y, como ese momento suele coincidir con el inicio de las intervenciones de Don Fulano, la mayor parte del líquido se derrama sobre el pecho de Don Fulano.)

Secretario.-Mientras usted procede yo le iré despiojando, si así me lo permite.

Don Fulano.-(Al secretario.) Por supuesto Tribulete, proceda. (A Don Mengano.) Si lo desea puede usted sentarse.

Don Mengano.- (Impasible. En pie.) No, gracias, muy agradecido. Prefiero permanecer en pie, vigilante, por lo que pueda pasar. Ya me entiende.

Don Fulano.- ¿Le apetece un purito?

Don Mengano.-No, gracias…

Don Fulano.-Así que usted quiere dinero.

Don Mengano.-Verá, buen hombre, tras treinta años pensándolo  por fin me he decidido a  jubilarme…

Don Fulano.- ¿Tras treinta años? ¿Qué edad tiene usted?

Don Mengano.- Cincuenta y siete. Pero verá, yo comencé a pensar a una edad muy temprana.

Don Fulano.- ¡Y tanto! Pero ¿cómo se le ocurre hombre de Dios? Fíjese en mí, le doblo la edad y todavía no he pensado ni un solo día. ¿No es así Tribulete?

Secretario.-Así es señor.

Don Mengano.-Ya, bueno. No me sorprende. Pero yo vengo a por mi dinero.

Don Fulano.-Entonces usted pertenece a nuestra empresa.

Don Mengano.-No, señor.

Don Fulano.- ¡Pero bueno!

Don Mengano.-Trabajé en esta empresa, pero de ahí a  pertenecer a nadie…

Don Fulano.- ¡Ah, bueno! Me había suscitado usted un sobresalto. ¿Y desde cuando trabaja con nosotros?

Secretario.- Trabajó con nosotros hace treinta y cinco años.

Don Fulano.-No interrumpa Tribulete, prefiero que responda él mismo.

Don Mengano.-Muchas gracias, criatura. En efecto vine hace treinta y cinco años.

Don Fulano.-Entonces, ¿cuál es el problema?

Secretario.-Dueño y señor, ¿pregúntele cuantos días ha trabajado?

Don Fulano.-Bueno, respóndale.

Don Mengano.- ¿Días? Oiga así de memoria no me acuerdo. ¡Hace tantos años!

Don Fulano.- Este individuo tiene razón Tribulete…

Don Mengano.-Recuerdo que vine casi a diario durante un mes del año 70 ó 40, no estoy seguro. Luego ya me embarqué en el ballenero y…

Don Fulano.- ¿Embarcó en un ballenero?

Don Mengano.-Sí,  para conocer mundo y… también mujeres. Ya me entiende.  Aquí entre papeles, idiotas y mamarrachadas se me pasaba la vida.

Don Fulano.-Bueno, lo comprendo, a mí me sucede lo mismo pero entonces,  mientras estaba en el ballenero, ¿cuándo trabajaba?

Don Mengano.- ¿Cuándo trabajaba? ¿Aquí? Bueno, algunos años vine en agosto porque el calor me mareaba.

Don Fulano.- ¿Sólo trabajaba un mes?

Don Mengano.- ¡Pero qué dices! Me tomas por loco. Como mucho venía una vez a la semana y lo justo para refrescarme.

Don Fulano.- ¿Y luego?

Don Mengano.-Ya no vine más.

Don Fulano.- ¿Y eso?

Don Mengano.-Me instalé un aparato de aire acondicionado en casa.

Don Fulano.-Entonces, ¿cuántos días ha trabajado durante toda su vida en la empresa?

Don Mengano.- ¡Menuda preguntita! No sé, el primer mes no falté ni un día pero luego…

Don Fulano.- ¡Sólo cumplió con su horario el primer mes de hace treinta y cinco años! (Al secretario.) ¿Y por qué no le hemos mandado a la puñetera calle para que se reconcoma y termine comiéndose a sus familiares a falta de pan?

Secretario.-Es un misterio dueño y señor…

Don Mengano.-A mí no me vengan ahora con sus problemas. Resuelvan sus asuntos más tarde. De momento, ya he respondido a todo. Así que…  la panoja.

Don Fulano.- ¿Qué panoja? Si ha trabajado cuatro días mal contados en nuestra santa casa.

Don Mengano.-Desde luego qué sensible es usted. Pero si aquí todos los días era lo mismo. Cuando me percaté del tedio ya no vine más.

Don Fulano.- (Tirándose de los pelos.) ¡Jamás he visto una cosa semejante!

Don Mengano.-Oiga pues es un arpón, tampoco…

Don Fulano.-No, si me refiero a usted.

Don Mengano.-Con lo poco que he venido por aquí, no me extraña que apenas me haya visto. Pero aún tengo más cosas que decirle: algunos días mandaba a mi madre a trabajar… Y ella jamás percibió ni una moneda de esta empresa.

Don Fulano.- ¿Mandaba  a trabajar a su madre?

Don Mengano.-Para poner sellitos y esas tonterías no hacía falta que viniera yo en persona. Además, entonces mi madre se acababa de jubilar y se aburría en casa sola tantas horas.

Don Fulano.- ¿Y cuánto tiempo estuvo aquí  su madre?

Don Mengano.-Oiga no lo sé, tampoco le hacía un seguimiento.

Don Fulano.- ¿Y quiere jubilarse gracias al trabajo de su madre?

Don Mengano.-No, no, cuando ella se cansó también mandé a mi abuela…

Don Fulano.- ¿A su abuela?

Don Mengano.-Luego comenzó a venir mi primo Ernesto, mi amiga Estevita, doña Clotilde la vecina, mi perro Frascuelo….

 Don Fulano.- Pero ¿cuántas personas han ocupado su puesto?

Don Mengano.- ¿Personas y animales o personas a secas?

Don Fulano.- ¿Personas y animales?

Don Mengano.- Jamás he conocido a alguien tan preocupado por la precisión como usted. Han sido muchas… en total unas cincuenta o sesenta. ¡Y todos sin cobrar un duro! Así que vaya pensando en una gratificación.

Don Fulano.- ¡Virgen Santa!

Don Mengano.-No, a esa no la recuerdo.

Secretario.- ¿Se da usted cuenta amo y señor?

Don Fulano.- ¿Y tiene la desfachatez de reclamar la jubilación?

Don Mengano.-Oiga mozalbete, que yo he trabajado aquí varios días, y también lo han hecho buena parte de mi familia, de mis amigos y de mis vecinos. Entre todos, habremos venido más de tres ó cuatro meses, y eso se paga señor mío. ¿No querrás eludir tus obligaciones? Porque yo enseguida me pongo violento. Además, que si no es por mí, esos no vienen a esta mierda de empresa ni atados.

Don Fulano.- (Saliendo de detrás de la mesa.) ¡Tres o cuatro meses en toda su vida majadero!

Secretario.-No se exalte su excelencia.

Don Mengano.-No, si te parece vengo todos los días a verte a ti. ¡Cómo si no tuviera otra cosa que hacer!

Don Fulano.-(A su secretario.) ¿Y durante todos estos años le hemos pagado?

Secretario.-Me temo que sí, amo.

Don Mengano.-Hombre claro, no querrás tener trabajadores gratis. ¡Anda qué! ¡Menudo pájaro estás hecho! Ya me lo advirtieron ya.

Don Fulano.- ¿Quién se lo advirtió?

Don Mengano.-Gregorio, Melquiades y Saturnino.

Don Fulano.- ¿Quiénes son esos?

Don Mengano.-Normal que no le suenen. Ellos llevan sin venir siete u ocho años.

Don Fulano.- ¿Qué ellos tampoco trabajan todos los días?

Don Mengano.- ¡Qué manía con el trabajo! Pero qué más te da a ti, triste, más que triste. Si quieres que la gente venga dales una compensación, no sé, por ejemplo una barra libre, juegos de riesgo, máquinas recreativas, una buena biblioteca… ¡Una filmoteca! Mira esa sí que es una buena idea. Oiga, si quiere retraso la jubilación dos o tres años y pongo en marcha estas ideas.

Don Fulano..-¿Y le parece poco que les pagues por no venir?

Don Mengano.- Más a mí favor. Ni cobrando se acercan. Además una cosa le diré. No todo se mide por el dinero.

(Don Fulano saca un revolver.)

Secretario.- ¡Qué hace Don Fulano!

Don Fulano.- ¿A usted que te parece cretino?

Don Mengano.-Oiga, ¿y mi dinero?

Don Fulano.-Tenemos  a la mayor parte de los empleados sin trabajar y cobrando. Algunos, como en el caso de este sujeto, desde hace más de treinta años.

Secretario.- Sosiéguese, sosiéguese.

Don Fulano.- ¡Por qué no me lo dijo antes! Llevo aquí encerrado media vida perdiendo el tiempo y todos los demás divirtiéndose.

Don Mengano.-En mi caso, incluso me enrolé en un ballenero para distraerme.

Don Fulano.-(Al secretario.) No le disparo, ni le estrangulo con mis propias manos porque me da usted lástima. Quédese en el despacho y vigile mis puros.

Secretario.-Lo que usted mande, señor.

Don Fulano.- En cuanto a usted…

(Don Fulano abraza a don Mengano.)

Don Fulano.- (Emocionado.) Vayamos al hipódromo.

Don Mengano.- ¡Qué casualidad! Allí trabaja Emeterio, también empleado de esta empresa.

(Ambos inician el mutis.)

Don Fulano.- ¿Y ese cuántos años hace que no viene?

Don Mengano.-Es difícil de calcular… pero al menos veinte años.

 

TELÓN

 

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