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Raúl Herrero

El simio

El simio

El chimpancé  de la fotografía se encuentra en decidida postura de reflexión. Entre “El pensador” de Rodin y los ojos incrustados en el espectador, o en el infinito, del  primate, sin duda prefiero los segundos. La escultura de Rodin se encuentra cabizbaja, con la mirada hundida casi el nivel del suelo, con la espalda derrumbada por un peso que le resulta insoportable.  Por el contrario, nuestro amigo el chimpancé mantiene la mirada al frente, empañada en cierta ternura que le otorga incluso autoridad, (porque, aunque muchos lo ignoran, existe mayor autoridad en la ternura que en la imposición), por otro lado, su gesto se muestra relajado, lejos de cargas inútiles.

Al parecer los chimpancés poseen el privilegio de encontrarse entre los animales  menos activos, capaces de pasarse horas holgazaneando, despiojándose unos a otros y envueltos en una extraña niebla inescrutable, que ha llevado a los investigadores a resolver que no se dedican a nada. Con este detalle se han ganado mi simpatía. Quizá porque contemplo a diario esa imposición, que ya resulta alarmante, por incrementar la productividad, por superarse (en el peor sentido), por obtener mejores rendimientos físicos, económicos o en  cualquier otro ámbito intrascendente. No deseo impulsar una invitación  al primitivismo, o  a una vida descargada del privilegio de pensar, del que, salvo numerosas excepciones, parece gozar el ser humano, pero sí manifestar mi pesar  por los engranajes y esas falsedades etiquetadas como verdades “irreprochables”.

 Hace unos meses escribí en este mismo lugar (inspirado por La regla del juego de José Luis Pardo) que en el  trabajo, en líneas generales y a día de hoy, se pretende anularnos como entidades con criterios propios. Ahora reitero semejante afirmación y la extiendo. Los juegos infantiles (para grandes y pequeños) que se promueven con desaforadas inversiones monetarias, la desfachatez de ciertas personas públicas al manifestarse capaces de cualquier aberración a cambio de dinero y poder, la insistencia de ciertos medios de comunicación en involucrar al ciudadano en retos de economía de alto nivel con el propósito de culpabilizar al individuo y elevarlo al nivel de esclavo, la simplificación y falseamiento en materias trascendentales (de “trascendente”).... Estos datos me resultan alarmantes y me llevan a sentir una falsa nostalgia de días en los que no he vivido. ¿Llegaré  a reclamar asilo político  en  una “tribu” de chimpancés?

 La educación se transforma en una parodia de adiestramiento para  la vida , ¿para qué vida?  Recuerdo que durante mis años de estudiante los profesores aconsejaban donde focalizar las metas de nuestros estudios siguiendo la demanda del mercado. Esto supuso para mí la prueba de la decadencia de un sistema que sólo reconoce al individuo como engranaje. Semejante actitud denigra al ser humano, puesto que le niega la vocación, la libertad para resolver su futuro y atenta contra el derecho (y la obligación) a “ser”. Los ciudadanos formados con esas garantías de respeto, primero a sí mismos, serían más capaces, responsables y creativos, claro que también menos mansos y más subversivos. ¿Seguro que el ciudadano se beneficia del actual sistema económico y cultural? ¿Y si fuera así, en qué sentido?

Hace unos días mi padre se quejaba porque ciertos establecimientos se encontraban cerrados, lo que, para él, era síntoma del espíritu escaso de rendimiento que se da en España. Se me ocurrió replicarle que España era uno de los países de Europa con más horas de trabajo y menos provecho. “Pues imagínate la ruina si trabajáramos menos tiempo”, me repuso. “La  solución más razonable sería ponernos de acuerdo y no producir nada en todo el planeta”, le respondí de forma improvisada. Él ya no replicó nada.

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