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Raúl Herrero

Dylan times

Dylan times

Con dos, tres o  cuatro cuestiones (aunque quizá puedan llegar hasta la media docena) no soporto banalidades, tópicos desafortunados, ni olvidos de mal cariz. Ahora mismo, impulsado por un ataque de entusiasmo, de esas materias principales sólo recuerdo a Bob Dylan.

En mi opinión este músico se encuentra tan cercano a la poesía, ya sea a la popular, como las letras de clásicos temas del blues, o a la más sofisticada, como la de Rimbaud o Dylan Thomas. Sirvan como ejemplo de su calidad de poeta composiciones como: Love Minus Zero /No limit, , Mr. Tambourine Man, A Hard Rain's A-Gonna Fall, Oh! Sister, Man in the long black coat o Visions Of Johanna. No en vano su autor sintió fascinación  por la generación beat norteamericana y mantuvo amistad  con el poeta Allen Ginsberg, que le acompañó durante la gira Rolling Thunder de 1975. En una fotografía encuentro a Dylan y Ginsberg junto a la tumba de Kerouac. Otra imagen los muestra mientras pasean de espaldas a la cámara, Dylan con la guitarra al hombro. Uno desea en ese momento participar de  la conversación de ambos. Si alguien conserva alguna duda sobre el talento poético de Dylan puede apaciguarlo en el  volumen de 1.300 páginas que aparecerá en España editado en breve.

De momento ayer se publicó su disco número 44 , algunos dicen que completa una trilogía iniciada con los anteriores: Love and Theft y Time Out Of Mind, a los que menciono en orden inverso a su orden de  publicación. El presidente de la discográfica Columbia se ha deshecho en elogios y la revista francesaRock & Folk" lo ha destacado como excepcional. A pesar de todo hay quien ha reiniciado  el sonsonete  de tópicos que acompaña a toda nueva entrega del músico de Minnesota: voz demasiado nasal, sonido clásico, canciones demasiado largas... En fin, en eso consiste Dylan. Quienes se aferran a estos argumentos serían más honestos al reconocer que no le gusta el compositor sin más.

Desde que Dylan abandonó voluntariamente  el pedestal de ídolo generacional, a finales de los años 60, no falta quien se vuelca en acentuar aspectos negativos, algunos justificados y otros puramente gratuitos, de  sus novedades discográficas. Los primeros rechazos comenzaron con su ruptura con el folk para replegarse sobre un grupo con guitarras eléctricas, luego por su pasión por  el country, después cuando dedicó tres discos a temas religiosos, etc. Y, siempre, con independencia del momento y la fortuna creativa del trabajo, ciertos reproches recurrentes, algunos ya enumerados. En John Lee Hooker o Muddy Walter y otros grandes del blues se admiten tomas de 6 a 8 minutos, también con ritmos repetitivos e hipnóticos, con susurros, ruidos y quejidos, pero a Dylan, que reconoce su deuda con esta música, se le ataca por monótono.  Desde luego en su trabajo encontramos disparidad tanto en calidad, como en la producción de los discos, los poemas y las melodías, pero su mutabilidad, en mi opinión, sólo aumenta su atractivo.

Ocurre que a los niños “contraculturales” les ha crecido Dylan y no les gusta. Y se comportan con el músico de manera semejante a los padres que realizan un pacto con el diablo para que sus vástagos no crezcan. Esos padres que desean castrar a su hijo cuando sospechan de su primer amor. O encerrar a su hija adolescente bajo siete paredes (que son más que cuatro) cuando descubren que se ruboriza al hablar con cierto joven. Admiro de Bob Dylan su línea coherente, sí, coherente consigo mismo, sin repetir la imagen que los demás han intentado que prevaleciera de él a través de la prensa, la televisión o sus propias canciones. En fin, que ha hecho lo que le ha venido en gana. En el documental No direction home  de Scorsese se recoge un momento inquietante: alguien comunica a Dylan que en la taquilla del teatro se reciben llamadas anónimas, en las que alguien amenaza con dispararle durante la actuación. El poeta responde: “¿Es esto habitual? No me importa que me disparen, pero sí que me lo adviertan”.

Tiempos Modernos quizá no sea el mejor disco de Dylan (tampoco el peor ni mucho menos), pero se encuentra a la altura, que ya es mucho, de sus precedentes. Se trata del Dylan que lleva años recuperando las raíces de sus gustos musicales.  Thunder_On_The_Mountain posee una melodía y un ritmo juguetón como perritos de las praderas. When_The_Deal_Goes_Down podría sugerir un homenaje a Cole Porter a ritmo de vals, incluso comienza como la célebre canción de éste: In the steel of the night. La armónica poseída por una guitarra de swing finaliza la canción sugerente  Spirit_On_The_Water. El último corte posee la penetrabilidad de un film visto como una radiografía. También destacamos la recreación de la canción de flok-blues Rollin' und Tumblin'.

Las circunstancias y los largos caminos que ha recorrido Dylan han modificado al músico y al poeta y, por tanto, no se puede escuchar este nuevo disco con los ojos vizqueantes puestos en Blonde on Blonde (1966) o Blood on the trakcs (1973). Como no se puede leer Poeta en Nueva York de Federico García Lorca obsesionado por la comparación con Impresiones y paisajes, su primera publicación. Bob Dylan ha compuesto algunas de las mejores canciones de su tiempo a imitación de un juglar del “oeste” de ficción y, al tiempo, auténtico. El director Sam Peckinpah acertó cuando le ofreció el papel de un tal “alias” en su película sobre Billy The kid. Este misterioso personaje que interpreta Dylan, silencioso e inmutable espectador de sucesos que prenderán en canciones que narrarán una historia, se corresponde con el  modelo que Dylan tiene de sí mismo.    

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