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Raúl Herrero

En la C de Cirlot, Juan Eduardo

En la C de Cirlot, Juan Eduardo

Desde que tengo uso de razón, es decir, desde que conozco las poéticas de Antonio Fernández Molina y Juan Eduardo Cirlot he aguardado con impaciencia una nueva edición del Diccionario de ismos de Cirlot. Y hace unos días, ¡eureka!.... Me he dado de bruces con esa hermosa publicación aparecida en Siruela en la que me sumergiré, cuando finalice este texto, para quizá no emerger nunca más. No en vano he pasado bebiendo de las aguas de su Diccionario de símbolos cerca de diez años, que se me han antojado fugaces y etéreos.

En una de mis primeras cartas al escritor y pintor Antonio Beneyto afirmé: “Amo a Juan Eduardo Cirlot”, a lo que Beneyto respondió enviándome un corazón producto de sus pinceles con un rojo “crisagon” y sangrante.

Fue a la proterva edad de dieciocho años cuando soñé con una mujer con el rostro y el cuerpo plagado de cicatrices, aunque desesperantemente hermosa. Esa misma tarde visité al poeta Fernández Molina en su casa de Zurita y me dejó caer en las manos la edición de Clara Janés de la Obra poética de Cirlot en Cátedra. Tras el encuentro fui directo a una librería donde adquirí un ejemplar de esta obra. Durante varios días leí y releí con inusitada entrega aquellos textos, entre los que hallé, para mi sorpresa, el poema La doncella de las cicatrices.

Con Cirlot son frecuentes las circunstancias donde el sueño y la realidad se entremezclan. Antes de conocer la nueva edición del Diccionario de ismos soñé que visitaba con Fernández Molina una librería de viejo. Ambos nos enfrascábamos en escudriñar en una pila de libros situada en el centro del establecimiento. Entre enormes volúmenes de épocas inconcretas nos topábamos con ratas muertas y aplastadas, a las que, tras capturar  por un extremo del rabo, hacíamos volar libremente sin preocuparnos del lugar en el que caían. Antes de despertarme Molina afirmaba: “Mira lo que me he hallado”, y le veía con el Diccionario en la mano.

También fue en casa de Fernández Molina donde vi por primera vez el Diccionario de ismos. “Aguarda un momento”, me dijo. Cuando volvió a sentarse frente a la mesa ovalada, donde nos anegábamos en conversaciones y trabajos varios, portaba el grueso volumen. Desde aquel día siempre consulté la obra en su casa. Nunca supe de donde provenía aquel tomo, mas, cuando se lo solicitaba para realizar alguna consulta, Molina desaparecía unos segundos y regresaba a la estancia con él entre las manos. Me sentía como Parsifal frente a la procesión de la Lanza Sagrada y el Grial.

Ambos diccionarios de Cirlot conforman dos obras imprescindibles de la literatura española y, no nos dé reparo reconocer sus enormes méritos, de la universal. No conocerlos y hasta no releerlos se me antoja equivalente a ignorar quien fue Cervantes. Ambas obras agrupan una serie de verdades, de iluminaciones, de una altura desde luego no superada posteriormente por ningún otro autor en lengua española y, desde luego, sólo comparable con obras como El libro de Polifilo.

Lo llamado por algunos cirlotiano se corresponde con todo un mundo, con una cosmogonía donde se hermana la riquísima personalidad del autor con la Tradición y las Vanguardias.

Gracias al Archivo Bayona, personificado en mis amigos Antonio y Julián, publiqué en Libros del Innombrable el libro inédito de Cirlot : Pájaros tristes y otros poemas a Pilar Bayona, por ello les estoy y les estaré siempre sumamente agradecido.

1 comentario

FRANCISCO JAVIER IRAZOKI -

Al mismo tiempo que coleccionaba espadas y escribía su diccionario de símbolos, Juan Eduardo Cirlot compuso una obra poética original. «En la llama», editada por Enrique Granell y Siruela, demuestra que tuvo un mundo peculiar. Es lógico que Cirlot fuera tan amigo de Carlos Edmundo de Ory. Dos hermanos poéticos.