Blogia
Raúl Herrero

Al año nuevo por la metafísica

Al año nuevo por la metafísica

(En la imagen superior Cristo Hipercúbico de Salvador Dalí)

 Antes de cumplir los 50 años Salvador Dalí decidió renacer de nuevo. Con este propósito se introdujo en un cubo metafísico y desfiló por las calles de Roma. La idea del cubo que, según Dalí, representa la mayor fuerza espiritual, procedía de Raimundo Lulio (ahora más conocido como Ramon Llull), aunque empleó como modelo para su elaboración a Juan de Herrera y su Discurso sobre la Figura Cúbica. Sobre las diversas caras del objeto dibujó el pintor unas letras cuya combinación aseguraba “representaban lo contrario de la bomba de hidrógeno”. El “re-nacimiento” de Dalí tuvo lugar en el centro matemático del Palacio de la Aurora, debajo de la techumbre pintada por Guido Reni [nacido en Bolonia (1575) - (1642)]. Por supuesto, tras el parto Dalí pronunció un discurso en latín, donde dijo, entre otras cosas:

“Este cubo nuclear contiene en sus inscripciones todas las combinaciones posibles e imaginables de todas las fuerzas explosivas espirituales, y el máximo de energía corpuscular de las más creadoras majestades morales y estéticas del alma humana.”

Dalí pretendía superar el cuadrado y el cubo producto de una tercera dimensión para ejecutar el hipercubo, es decir, trasladar la figura a una cuarta dimensión. Con esta pretensión, a camino entre la física y la metafísica, el pintor realizó su Cristo Hipercúbico (1955). Así trasladaba un concepto místico (crucifixión) hasta las matemáticas más avanzadas de su tiempo, que indagaban en la representación de lo geométrico más allá de la tercera dimensión. Por este motivo Salvador Dalí entró en contacto con el matemático y especialista en estas cuestiones, Thomas Banchoff. La fabricación de un hipercubo desplegable, por parte del matemático, impresionó a Dalí, quien ya había pintado su Cristo hipercúbico veinte años antes. Este encuentro ponía en consonancia una unión de intereses (y una conclusión equiparable) desde disciplinas diversas como la artística y mística (de donde procedía la primigenia idea daliniana) y las matemáticas y, por tanto, la ciencia más ortodoxa, desde el punto de vista actual.

De la unión entre lo racional y lo místico escribió en abundancia el físico Wolfgang Pauli. En un ensayo sobre este asunto de su colega Werner Heisenberg leemos:

 El puente que conduce desde los datos experimentales, inicialmente desordenados, hasta las Ideas lo ve Pauli en ciertas imágenes primigenias que preexisten en el alma, los arquetipos de que hablaba Kepler y también la psicología moderna. Esas imágenes primordiales –aquí Pauli está de acuerdo en gran medida con Jung– no están localizadas en la conciencia, ni están relacionadas con ideas concretas formulables racionalmente. Son, más bien, formas que pertenecen a la región inconsciente del alma humana, imágenes dotadas de un poderoso contenido emocional y que no brotan a través del pensamiento, sino que son contempladas, por así decir, imaginativamente. El placer que se experimenta al hacerse uno consciente de una nueva parcela de conocimiento proviene del modo cómo esas imágenes preexistentes concuerdan de modo congruente con el comportamiento de los objetos externos. (…) Pauli intenta aclararlo, señalando que incluso la conversión de Kepler a la teoría copernicana, que marca el comienzo de la ciencia natural moderna, se debió de forma decisiva al influjo de ciertas imágenes primordiales o arquetipos. 

Cuando la Tradición, revestida por el barniz de una u otra cultura, se refiere a la iniciación no pretende otra cosa que incidir en esas “imágenes primordiales o arquetipos” para propiciar en el individuo un “conocimiento”, alcanzado en diversos estadios en los que le sumirán la reflexión y contemplación. En definitiva, se trata de dar luz, de erradicar las telarañas y todo lo aprendido para sustituirlo por una línea que encauzará al “iniciado” y que, a su vez, le permitirá también “reconocer” lo que hasta ese momento tuvo delante sin interpretar. Algo semejante a enseñar a leer a un bibliotecario.

La definitiva utilización de símbolos con el propósito del despegue del conocimiento lo encontramos también en esa insistencia religiosa en las imágenes, ya sean figuras (con forma de cruz) o mandalas, que servirán al “creyente” para penetrar en una conciencia superior (que siempre procede de su interioridad). Lo mismo puede decirse en relación con los rezos, los avemarías, la repetición, en definitiva, de sílabas y ritmos con el propósito de ampliar la conciencia.

Peter Kingsley en su interesante ensayo En los oscuros lugares del saber nos describe la utilización de templos destinados a la curación, donde el individuo que precisaba sanarse permanecía frente a la estatua del Dios o del héroe, en silencio, sin tomar alimentos ni líquidos, casi en la oscuridad, aunque protegido por los “sanadores” o “sacerdotes”. Estos procesos que pretenden del individuo la reflexión, la profundización en las procelosas oscuridades del alma o del ser, para luego permitir el regreso triunfante tras “conocer”, se encuentran emparentados con la simbología de la muerte y la posterior resurrección.

Desde luego no se transforma el mundo físicamente, ni siquiera tiene porque hacerlo el sujeto, pero sí lo hacen los ojos y la percepción lo que, en cualquier caso, es igual o superior a la transformación “real” del mundo y del entorno.

¿Se referiría a esto mismo el pintor Wols cuando escribió: Ver es cerrar los ojos?

En todo caso, Dalí, como siempre, sabía muy bien lo que hacía cuando cumplió con el rito, inventado por él o inspirado por la geometría sagrada, que arriba describíamos. ¿Cuántos, de los que sonrieron aquel día al paso del cubo de Dalí, tenían siquiera una ligera idea de la trascendencia y el origen de su acción?

  

2 comentarios

Mario García Bartual -

Excelente artículo

Alicia -

Me gusta me gusta. Harás una compilación con todos los microrrelatos??