Arrabal, el Arquitecto y el Emperador de Asiria en el Madrid más castizo, (I)
(En la imagen superior Fernando Arrabal con los actores Patricia Bargalló y Joan Frank.)
El viaje comenzó, como siempre, a una hora indecente y convexa de la mañana. El tránsito a Madrid lo realicé acompañado por una desconocida, que vestía con un atuendo que albergaba todos los colores posibles e imposibles. Ella pasó la mayor parte del tiempo atusándose la falda con una delicadez e insistencia casi religiosa. Lamenté mucho abandonar a aquella criatura en manos del azar cuando, antes del horario previsto, el tren recaló en Madrid. Tras abandonar a su suerte mis bolsas y maletas huí despavorido hacia la sala Ítaca. Sin embargo una llamada de Joan Frank, intérprete y director de este montaje de El Arquitecto y el Emperador de Asiria, me previno. “Aguarda en la puerta del hotel, vamos a por ti”.
Los periodistas danzaban como moscas en verano por la Sala Ítaca. El terrible tráfico de la capital le hizo retrasarse a Arrabal. Una periodista de Radio Nacional bromeaba con nosotros: la actriz Patricia Bargalló, Joan Frank, el poeta Marcos, Chema y los responsables de la sala. La verdad es que respondíamos a su impaciencia con las más disparatadas extravagancias, ¡olé!.
Al fin Arrabal, acompañado por El Moral Marqués de Sade y el poeta Rivela, entró en el templo donde tendría lugar al día siguiente el rito de su obra. “Tengo comprobado que las personas que llegan tarde suelen hacerlo por motivos eróticos”, señaló el dramaturgo saludando a todos con su mano y una amplia sonrisa. A continuación “se colgó” del trapecio, que figuraba en el decorado, para que los fotógrafos se despacharan a gusto con esos eructos de luz tan incómodos. La rueda de prensa se abrió con algunas intervenciones de los presentes sobre la obra, el autor y otros ambages. Dos preguntas dirigidas a Arrabal dieron como resultado dos brillantes conferencias que el autor escenificó acercándose al patio de butacas, donde los periodistas respiraban con agitación. Al final de una de sus intervenciones los presentes, todos ya transformados en espectadores del genio Arrabal, aplaudimos. No podía ser de otra manera.
Entonces un reportero tuvo la extraña idea de inquirir a Arrabal por la crisis del Real Madrid (¿). Como el dramaturgo se había referido brevemente al estreno de su ópera Faustball en el Teatro Real, al principio, interpretó que la pregunta se refería a dicho teatro. Cuando le mostramos su error y le desbrozamos las intenciones del periodista en su profunda desnudez, Arrabal aseveró: “Ya le responderé si alguna vez me intereso por el fútbol”.
Tras dos horas de rueda de prensa los pájaros volaron por el recinto, bebieron, comieron y gritaron proclamas. Entre tanto, todavía inmersos en el decorado de su obra, Arrabal y un servidor conversaron. Aproveché el momento para hacerle entrega de una camiseta diseñada por Ester Fernández, hija del poeta amigo de Arrabal Antonio Fernández Molina. En la prenda , bajo unas letras con su nombre, que imitaban la grafía de su firma, volaba un perro, extraído de un dibujo del propio autor. Sin pensárselo Arrabal se introdujo en el interior de la camiseta, que lució con galantería a lo largo de dos días.
Un nutrido grupo de amigos, junto con la compañía de teatro y el autor nos retiramos a comer. La comida fue breve porque los actores tenían que ensayar con vistas al estreno del día siguiente.
“¿Por qué no visitamos a Campillo?”, exclamó Arrabal. Y allí que nos fuimos.
Después de ocultar, en un algún lugar ignoto de la casa, a unos perros que ladraban por doquier, López Campillo nos abrió la puerta. Al comprobar el ejercito que se adentraba en su casa formado por editores, poetas y pintores exclamó: “Arrabal, esto no se le hace a un amigo”.
Los vándalos nos acomodamos de la mejor forma posible en el salón de López Campillo. Éste nos contó que pasaba tres horas al día leyendo toda la prensa, lo que asombró a Arrabal. Luego nos relató su conversión al protestantismo durante su adolescencia, así como las dificultades que soportó durante los años de mili por este motivo. “Procuré aprenderme las ordenanzas y las leyes vigentes al pie de la letra para evitar el tocar un fusil y el acudir a misa. Existía un edicto papal aceptado y firmado por Alfonso XIII donde se decía que los protestantes quedaban excluidos de acudir a misa los domingos en el ejército.”
Cuando nos pareció conveniente, no queríamos abusar de la hospitalidad de López Campillo ni de sus 20.000 libros, nos fuimos en pos de una chocolatería donde terminamos el día envueltos en una larga conversación por donde asomaron Stalin, Picasso, Apollinaire, los surrealistas, el Museo del Prado y más cosas. El escritor y editor de Muley y Rubio Federico Utrera desarrolló con Arrabal una brillante disquisición. Como no podía ser de otra forma a esas alturas la admiración por Ramón Gómez de la Serna se nos suponía a todos, con ella y con Pancho Villa nos fuimos a dormir.
(continuará)
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