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Raúl Herrero

JOAN FRANK CHARANSONNET y PATRICIA BARGALLÓ EN LA EXTREMA DELICUESCENCIA

JOAN FRANK CHARANSONNET y PATRICIA BARGALLÓ EN LA EXTREMA DELICUESCENCIA

(Lectores, atentos, esta obra se encuentra en la Sala Ítaca de Madrid hasta el próximo domingo día 28 de enero de 2007. En la fotografía superior Arrabal tras el clavicordio de Eva del Campo.)

¡Como dos peones de ajedrez violentados por un tiempo muerto, como dos astronautas perdidos en una luna lejana de un planeta ignoto, como dos alquimistas alumbrados por el conocimiento! Así situan sobre las tablas Joan Frank y Patricia Bargalló al Arquitecto y el Emperador de Asiria en la obra del mismo título de Fernando Arrabal.

Joan Frank se cuelga del trapecio, de los árboles, con la ingenuidad del “conocimiento primitivo”, los pájaros y las bestias le obedecen,  a su grito amanece y anochece… Patricia ruge con autoridad, con la violencia del mundo inconsciente de hoy sumergido en traumas psicoanalíticos, visicitudes que se ocultan y desocultan.  El Arquitecto, el primero, posee la fortaleza de la inguidad. El segundo, El Emperador, combate por “enseñar” al arquitecto su mundo, al tiempo que el personaje intenta desasirse de los condicionantes que una vida “civilizada” le han impuesto.

Al final, para redondear el ciclo vital, el actor Alaïn Chipot, con un hieratismo que recuerda a Buster Keaton, surgecomo un nuevo Arquitecto, como un astronauta,  tras la fagocitación a la que se han sometido el viejo Arquitecto y el Emperador.En los cuerpos y las expresiones de Joan Frank y Patricia la obra adquiere nuevos tintes. Cuando el personaje de  J. Frank ejecuta el rito de comerse a Patricia se comprende, de súbito y para postre, la frase de Salvador Dalí: “La belleza será comestible o no será”.Los esfuerzos físicos de Joan Frank y las inveteradas miradas de Patricia conceden a la obra nuevos grados de  fuerza y complejidad. A ambos actores no les haría falta ni decorados, ni elementos para relatarnos la obra de Arrabal, ellos se bastan, ellos, claro está, acompañados por las notas musicales de clavicordio que introduce con brillantez Eva del Campo. Con piezas de Bach y Scarlatti, el Arquitecto y el Emperador se transforman en miembros de una reducida corte imaginaria, en cortesanos de una isla, en aristócratas de nada.

Esta obra, con dramaturgia de Ángel Alonso, nos abofetea porque ofrece un teatro sincero, teatro de carne y de verdad, ¡un teatro que ahora mismo contemplamos  en raras ocasiones!

   

 

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