Hindúes, números y Kurt Vonnegut
(En la imagen superior chimpancé contemplativo)
Con devoción patrística y como homenaje, tras su fallecimiento, releo el libro, breve, curioso y edificante libro de Kurt Vonnegut: Un hombre sin patria. En la contracubierta se afirma que se trata de un “best-seller internacional”, lo que me deja perplejo y acosa mi incredulidad. La reciente muerte de este autor me empuja también a recordar y releer su famoso: Matadero cinco, donde se describe la destrucción de la ciudad de Dresde, por bombas incendiarias aliadas, durante la segunda guerra mundial. El autor refiere: “No fuimos nosotros (en referencia a los norteamericanos) sino los ingleses”. Y me pregunto, ¿a quién importa eso? ¿Acaso tranquiliza o evita la suciedad de una conciencia el reconocer la nacionalidad del matarife? También apunta Vonnegut que subtituló este libro La cruzada de los niños (mal traducido en algunas ediciones en castellano como la cruzada de los inocentes) porque cuando, años después, recordó la guerra descubrió que, a esas alturas del conflicto, muchos soldados poseían una juventud casi “post-infantil”.
Pero volvamos a Un hombre sin patria. El volumen se compone, si lo desprendemos de sus artificios y embellecedores, de artículos de opinión. Al ser contemporáneo del comienzo de la guerra de Irak, propiciada por Busch junior, se introducen por doquier apreciaciones sobre las partes en conflicto.
Como es frecuente se habla de los árabes en términos generales, sin tener en consideración las distintas etnias y segmentos políticos que pueblan las naciones agrupadas bajo la denominación de árabe. En un intento de ejemplificar la alta cultura originada en países hoy adscritos al Islam (que yo sepa nadie lo ha puesto en duda), Vonnegut atribuye a los árabes la invención de los números. Es cierto que en Europa los llamados “números arábigos” penetraron de la mano de la cultura y los pensadores árabes (de ahí el nombre). También reconozco que los trazos que hoy dibujamos e identificamos como números poseen un nacimiento indo-arábigo. Sin embargo, el origen del cero, por ejemplo, y del presente sistema posicional de base 10, es decir, del alma de nuestros números procede de los hindúes. Lo que convierte la afirmación de Vonnegut (o su traducción al castellano) como mínimo en imprecisa.
Aún así a los sumerios, si quería Vonnegut destacar una contribución vital a la cultura universal del actual Irak, se les atribuye uno de los primeros sistemas de numeración. Si bien conviene destacar la interesante tradición del sistema numérico mesopotámico (que también se da en otras culturas como la judía) que establece correspondencias entre números y letras. Tales atribuciones se mantienen incluso durante el cristianismo, aunque de manera no tan explícita. (Véase San Ireneo).
El reconocimiento del cero como número (lo que ahora puede parecernos algo banal) supuso un destacado avance en los fundamentos del pensamiento, con hondas implicaciones en materia filosófica. Los griegos del siglo III a. C. ya realizaron un gráfico similar al cero actual para identificar el vacío, si bien no poseía el carácter de número.
¿Puede ser la ausencia de cantidad una cantidad? Esta pregunta fue a la que respondieron los que se enfrentaron a la decisión de contabilizar el 0 como número.
Los pitagóricos establecían que todo lo que “es” puede adscribirse a un número. Así mismo, para ellos, todos los números proceden de la unidad. Por tanto ellos desarrollaron la regla del Tetraktys: 1+2+3+4=10, que devolvía el sentido de la unidad primigenia (1+0=1).
2 comentarios
ruth lidia -
alvaro -
Gracis.