Aventuras y desventuras del Diccionario Pánico de Arrabal en la Universidad de Murcia y el rodaje de la película de Houellebecq, (I)
(En la imagen superior Arrabal con el Diccionario Pánico durante un descanso del rodaje de la película La posibilidad de una isla.)
Por algún extraño motivo, el conductor del autocar se encontraba en la necesidad de obligarnos a los viajeros a visionar una película a todo volumen. Cuando posé el pie en territorio murciano mi cabeza atronaba como si hubiera pasado el día en el interior de una caverna habitada por los locos del griterío y la cornucopia. Tras abandonar las bolsas y la maleta a su suerte, en mi habitación, me encomendé al azar en busca del hotel Rincón de Pepe. Allí estaba prevista, a las 12 de la noche, una representación de La piedra de la locura, libro de Arrabal transformado en monólogo por Antonio “El peruano”, director del teatro Espada de Madera de París y de la sucursal, del mismo nombre, abierta en Madrid. El cielo amenazaba lluvia. Traspasada la frontera de la jaqueca mis voces repetían el arrabalesco inserto en el Diccionario Pánico: “La muerte suprime toda seriedad incluso al propio testamento”.
En la recepción del hotel se encontraba guardando las armas, como caballero y poeta de honor, el vate, leñador y creador de hermosos aforismos a los que denomina astillas, Martín Marcos.
Los miembros de la compañía Hellteatro, que tiene previsto representar una nueva versión de la obra de Arrabal El Arquitecto y el Emperador de Asiria, también hacían guardia en el hotel. Mientras esperábamos la llegada del dramaturgo nos mostraron los carteles de la obra dirigida por Manu Costa y se nos presentó el director de la excelente revista “El Kraken”. Aunque no fumo, acompañé a Martín al exterior del hotel para que destilara tabaco.
En la oscuridad humificada y tormentosa un automóvil paró en la puerta del hotel. Del vehículo descendió Arrabal y a su novia Lis. Ambos nos saludaron y abrazaron. Arrabal nos mostró unas gafas de forma cuadrada que había cambiado por uno de sus pares a un profesor de cierta Universidad que ahora no recuerdo.
Arrabal preguntaba a toda persona, animal o cosa que tipo de montura se ajustaba mejor a su gesto y porte. Los justicieros del hotel, es decir, los directores y otros cargos insistieron en celebrar la llegada de nuestro amigo brindando con una botella de champaña. Así nos reunimos los teatreros, editores, poetas y cambistas en un círculo diurético para brindar con las copas alzadas.
Entramos en un salón del hotel iluminado para la ocasión. Sobre una mesa reposaban varios ejemplares de La piedra de la locura, en edición de Libros del Innombrable. Arrabal improvisó una inspirada introducción a la obra. La piedra de la locura entusiasmó tanto a André Breton que publicó los textos en su revista La Brèche, donde los presentó como poemas surrealistas.
También dedicó el autor unas palabras a su amigo “El Peruano”. Ambos se conocieron durante el montaje en París, dirigido por Arrabal, de su propia obra …Y pusieron esposas a las flores. Un joven Antonio de diecisiete años fue el ayudante de dirección de Arrabal. Por aquel entonces, según confesó el actor y director, el dramaturgo le regaló un ejemplar de La piedra de la locura. Arrabal recordó que durante las representaciones Antonio se encargaba de la música y de las luces, lo que le obligaba a servirse también de sus pies para cumplir con las obligaciones.
El libro La piedra de la locura se ha transformado, en esta adaptación teatral, en un monólogo esquizoide y brillante. El actor permanece sentado durante toda la actuación, lo que no le impide tejer un panegírico de sensibilidades y de expresiones. El gran valor de nuestro amigo actor reside en su capacidad para narrar las diversas historias del libro.
Ella me dio un ramo de flores, me puso una chaqueta roja y me subió sobre sus hombros. A la gente le decía: “Como es un enano tengo que llevarlo así, tiene complejo de inferioridad”. Y la gente se reía.
Como iba muy deprisa tenía que agarrarme bien a su frente para no caerme. A nuestro alrededor, formando una especie de calle, había muchos niños; a pesar de que yo iba sobre ella, apenas les llegaba a las rodillas.
Me sentí muy cansado. Entonces, ella me dio una copa llena de líquido rojo que tenía sabor a coca-cola. Cuando me lo tomé, se puso a correr de Nuevo. Y todos se reían; las risas parecían cacareos. Y ella les explicó que no debían reírse, porque soy muy susceptible. Y todos se reían a carcajadas.
Ella corría cada vez más; yo veía sus pechos al aire y su camisa que flotaba al viento. La gente se reía cada vez más.
Por fin me dejó en el suelo, y desapareció. Un grupo de gallinas verdes gigantescas se acercó a mí. Yo no era mayor que sus picos que se acercaban para picotearme.
(La piedra de la locura, Arrabal)
A pesar del cansancio nos entusiasmó. Como el actor tenía que levantarse temprano para regresar a París, un animado diálogo entre el autor y el actor se interrumpió en torno a las dos de la madrugada. Tras la firma de carteles que prodigó Arrabal nos retiramos hasta el día siguiente.
Por la mañana Vitorino Polo nos esperaba en la rueda de prensa que marcaba el inicio de una serie de actos bajo la denominación Encuentros con la cultura. Durante su intervención Arrabal se refirió a La posibilidad de una isla de Houellebecq como la mejor novela de lo que llevamos de milenio. Esa misma noche nos trasladaríamos a Benidorm para asistir al rodaje de la adaptación cinematográfica, que el propio Houellebecq, realiza de su novela.
A la hora de la comida apareció el transmutador de mundos Rivela. Así fuimos a la conferencia de Arrabal cuatro tenores de la poesía: Luce, Martín, Rivela y un servidor. Durante su intervención Arrabal nos habló de Fischer, la Virgen Roja, las matemáticas, el ajedrez y la poesía de Stalin… Las conferencias de Arrabal adquieren un cierto tono de improvisación que recuerda a los mejores interpretes de jazz.
Cumplido el cometido, el profesor Vitorino me llamó al estrado para presentar el Diccionario Pánico. Conocedor del turno de preguntas previsto tras mi perorata procuré resumir y consumir el menor tiempo posible. Una realizada la comunión del Diccionario, el profesor Vitorino afirmó que agradecía mi intervención brevísima aunque densa.
Entro los asistentes al acto me encontré con mi amiga y excelente poeta Juana J. Marín. Por desgracia mi amigo Paco Torres no pudo asistir al encuentro.
En una apresurada cena, por la necesidad de nuestra partida hacia Benidorm, conocí a Liliana Tabakova, profesora de Literatura Hispanoamericana en Bulgaria y, según me expresó, colega de mi amiga Rada Panchovska, traductora de la mayoría de la poesía española contemporánea al búlgaro.
Nico nos esperaba a las diez de la noche en recepción para trasladarnos hasta el hotel Bali en Benidorm, donde Arrabal comenzaría, al día siguiente, el rodaje de su papel en la película de Houellebecq.
Ya en Benidorm, una vez en mi habitación, recibí desde Argentina la llamada de Andrés Rubio. Me dormí escuchando sus enigmáticas palabras: El tiempo que pasa pesa.
(Continuará)
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