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Raúl Herrero

El desasimiento y la guerra

El desasimiento y la guerra

 

En el tránsito diario peatones y ciudadanos otorgan a sus quehaceres, a las contiendas por la superación “personal” (en nuestra sociedad tal pretensión siempre vinculada a la posición social) y al incremento de la pecunia y sus accidentes, una relevancia quizá desmesurada. Este error provoca que en momentos de crisis estas personas se deslumbren ante la inmanencia de una realidad que supera los planteamientos que se habían formulado hasta entonces. A costa de tales golpes prosperan algunas sectas, religiones, organizaciones y corpúsculos que bajo el abanderado de la espiritualidad y, sobre todo, bajo la convicción de poseer la verdad absoluta e indiscutible, se benefician del aumento de sus fieles y de la prosperidad de sus cuentas. El desprecio del mundo, en definitiva, el posicionarse en una actitud que relativiza la importancia de esos desmanes cotidianos, económicos y sociales, lo han promovido diversas culturas, pasando por místicos, filósofos y teólogos de diverso pelaje, con frecuencia afirmando que ese desprecio de lo mundano aproximaba al individuo a Dios, o, en el caso de algunos filósofos y pensadores, al conocimiento. Este rechazo del mundo se ha definido como abandono, retiro, acercamiento a Dios... Cuando esta postura se extiende hasta su límite se predica no una huida, ni un “desprecio del mundo”, sino la inmutabilidad en relación con lo circundante, que conviene no confundir con la indolencia. El místico alemán medieval, el maestro Eckhart, fue uno de los más afortunados a la hora de enjuiciar y adjetivar este carácter. En su texto traducido como Del desasimiento indicó: “Ahora preguntarás acaso: ¿Qué es el desasimiento ya que es tan noble en sí mismo? A este respecto debes saber que el verdadero desasimiento no consiste sino en el hecho de que el espíritu se halle tan inmóvil frente a todo cuanto le suceda, ya sean cosas agradables o penosas, honores, oprobios y difamaciones, como es inmóvil una montaña de plomo ante [el soplo de] un viento leve. Este desasimiento inmóvil lo lleva al hombre a la mayor semejanza con Dios. Porque el que Dios sea Dios, se debe a su desasimiento inmóvil y gracias a éste Él tiene su pureza y su simpleza y su inmutabilidad. Y por eso, si el hombre ha de asemejarse a Dios –en cuanto una criatura pueda tener semejanza con Dios– esto debe suceder mediante el desasimiento. Luego, este [último] arrastra al hombre a la pureza y desde la pureza a la simpleza y de la simpleza a la inmutabilidad; y estas cosas producen semejanza entre Dios y el hombre; y la semejanza debe darse en la gracia, ya que la gracia arrebata al hombre separándolo de todas las cosas seculares, y lo purifica de todas las cosas perecederas. Y has de saber: estar vacío de todas las criaturas significa estar lleno de Dios, y estar lleno de todas las criaturas, significa estar vacío de Dios.”

Ernst Jünger escribió durante la Segunda Guerra Mundial un diario de amplia fama y fortuna. Sus cuadernos se reunieron bajo el título de Radiaciones y en su primer tomo, titulado Jardines y carretas, muy leído por los soldados de la alemania nazi en su retirada, el autor reflexiona con frecuencia sobre qué es lo auténticamente digno de tener en consideración a la vista del desastre circundante. Por cierto, el propio Jünger demuestra un grado profundo de desasimiento y claridad frente a la situación bélica que le rodea. En un pasaje narra como el propietario de una finca pide a los nuevos habitantes, a las tropas alemanas, que le permitan llevarse el retrato de su hermana, sin reclamar ninguna de las posesiones costosas que atesoraba la mansión. Ante la invasión de Francia el autor se encuentra con toda una serie de propiedades que los dueños abandonan a su suerte. Y, por supuesto, en ese entorno de pasiones esenciales, de prioridades, Jünger se adentra en las reacciones del ser humano frente al infortunio. Por supuesto, en esas circunstancias los puntales de la cotidianidad (de los que hablaba al comienzo de este texto), la cantidad, en definitiva, pierde los ángulos de materia principal. Cuando en tales condiciones alguien permanece anclado a los valores de la ganancia y de los condicionantes válidos durante la paz (y que más allá de la supervivencia y la comodidad, se transforman en trampas que la vida tiende a los menos esclarecidos), se produce la extraña sensación que Jünger describe en el siguiente párrafo:

“A la hora de la puesta del Sol hemos vuelto a hacer una excursión al valle, armados con escopetas de caza. Esta vez nos hemos extraviado y hemos ido a parar a una granja de enormes dimensiones; había en ella abundancia de animales; había en ella abundancia de animales, pero no se veía ninguna persona. Al registrar los establos en busca de huevos hemos oído cantos en una de las habitaciones y hemos descubierto, junto al fuego de la cocina, un oscuro gnomo que estaba completamente borracho. Encima de una mesa había varias botellas vacías y semivacías que aquel hombre se llevaba de vez en cuando a la boca tambaleándose. Nos ha recibido con gritos de júbilo y ha sacado de debajo de su camisa, que formaba un grueso bulto por encima del pantalón, billetes de banco, que luego ha hecho revolotear por el suelo. Si no hemos interpretado mal sus tartajeos de borracho, su patrona lo había dejado solo en la granja para que ordeñase las vacas. Cuando le hemos preguntado si había mantequilla, nos ha dicho que la de aquí no es buena porque las mujeres son muy sucias –moi , je suis prope, decía alabándose, mientras nos mostraba sus sucios andrajos y bailoteaba en corro bamboleándose. Luego se ha enseñoreado de él, a lo que parecía, una embriaguez de felicidad, ha puesto las manos en la chimenea, en las sillas, en las mesas, incluso en las paredes, y ha dicho:

-Esto es mío, y esto también, y esto también y esto también.

Finalmente nos ha mostrado su andrajosa gorra y ha añadido, en una progresión que no me ha parecido mal:

-También esto es mío, todo es mío.

Luego, blandiendo un largo cuchillo y mirando alrededor con ojos temerosos:-La patrona no está aquí, aguardad, voy a matar para vosotros una oca, pero no la hembra, porque ahora tiene crías, sino el macho, que ése sí que sabe bien. Ahora todo es mío.Aquello ha acabado por parecernos siniestro y hemos abandonado el lugar. El gnomo ha ido persiguiéndonos algún tiempo y gritándonos que volviésemos; lo veíamos agarrar gallinas y tirarlas al aire, de modo que los pobres animales huían de allí cacareando.”

(Ernst Jünger, Radiaciones. Diarios de la Segunda Guerra Mundial. I. Jardines y carretas. Tusquets Editores,1989. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.)

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