Mutantes
(En la imagen superior componentes de la Banda de Liliput.)
“Nuestros cuerpos –vacilo en añadir nuestras mentes- son producto de nuestros genes”, refiere en el prólogo Armand Marie Leroi a su libro Mutantes. De la variedad genética y el cuerpo humano (Anagrama, 2007).
En este volumen, a lo largo de diez capítulos, el autor nos describe historias y personajes conocidos, ilustres o que, precisamente, alcanzaron su fama por sus alteraciones genéticas. Así se nos habla del caso de la Ciclopia (cuyo ejemplo más referido se remonta a unos niños que nacieron muertos), al síndrome de sirena, la osteopetrosis, enfermedad que se cree padecía el pintor Toulouse-Lautrec, etc, etc. Además Armand, con frecuencia, realiza un breve resumen de la iconografía que, a lo largo de la historia del arte, se ha utilizado para representar a los afectados por estas síndromes.
Entre las historias que nos relata el autor, con la pasión que pondría un cuenta cuentos que reúne a su audiencia en torno a una fogata, nos ha llamado la atención la correspondiente a la familia Ovitz. El padre de la prole, judío jasídico y reconocido estudioso en su comunidad, sufría pseudoacondroplasia (“que no afecta a gran parte del cuerpo, pero que provoca que las extremidades sean cortas y combadas”). Los nueve hijos de este rabino nacieron con el diagnóstico de acondroplasia. Tras la muerte del padre la viuda decidió conceder estudios musicales a los hermanos, para que formaran una compañía y así pudieran ganarse la vida. De este modo nació la “Banda de Jazz de Liliput”. Una de las hermanas, Elizabeth Ovita conoció a un empresario teatral con aspecto de galán y ambos se casaron en noviembre de 1942 (ella contaba con veintiocho años). Pero su esposo, diez días después, fue reclutado por los nazis para un grupo de trabajo. La familia Ovitz continuó de gira hasta 1944, cuando en Hungría fueron detenidos y enviados a Auschwitz.
En el campo fueron seleccionados para sus experimentos por el médico Josef Mengele. Personaje al que se describe como capaz de acariciar la cabeza de un niño y darle un caramelo antes de enviarlo a la cámara de gas. Este Mengele era de un hombre iluminado por el deseo de una gloria fáustica, que esperaba conseguir gracias a sus estudios sobre el cuerpo humano. Cuando le enviaron a ese destino le señalaron que aprovechara “las extraordinarias oportunidades de investigación que encontrará allí”. Por supuesto, estas palabras se referían a la posibilidad de experimentar con seres humanos cualquier cosa que se le ocurriera.
Por sus características físicas la familia Mengele se salvo del exterminio inmediato, pero, a cambio, fueron sometidos a todo tipo de pruebas y experimentos, muchos de ellos, según nos explica el autor del libro, sin un propósito científico claro. Así les extrajeron líquido de la médula espinal, les enjuagaron los oídos con agua caliente y fría, les sometieron a pruebas dolorosas en regiones del cerebro, la nariz, la boca y las manos. Tiempo después Elizabeth afirmaría: “…nosotros figuramos entre las pocas personas del mundo cuya tortura fue premeditada y documentada, científicamente para provecho de las futuras generaciones…”.
Cuando el campo de Auschwitz fue liberado por las tropas soviéticas en 1945 el doctor Mengele “continuaba su trabajo con maníaca determinación, creando una colección de ojos de cristal que pretendían ser idénticos a los de Elizabeth. Como ocurría con todo lo que hizo, de desconocen por completo los motivos.”, nos relata Armand Marie.
En 1949 la familia decidió instalarse en Israel. Y el autor nos da la alarmante noticia “Josef Mengele nunca fue juzgado por sus crímenes”.
El interesante libro de Mutantes ofrece muchas otras historias de seres humanos, de personas que vivieron y sufrieron y que, en muchas ocasiones, superaron los en apariencia insalvables obstáculos que su físico les imponía. Armand Marie nos detalla con proteínas, genes y toda clase de detalles el origen de malformaciones, deformaciones y otros muchos síndromes. Pero nos queda, al final del libro, una interrogante: ¿en qué proteína, en que vector de ADN reside la impunidad para torturar sin ningún sentido de culpabilidad como hizo el terrible doctor Mengele? ¿Dónde reside lo monstruoso?
En este volumen, a lo largo de diez capítulos, el autor nos describe historias y personajes conocidos, ilustres o que, precisamente, alcanzaron su fama por sus alteraciones genéticas. Así se nos habla del caso de la Ciclopia (cuyo ejemplo más referido se remonta a unos niños que nacieron muertos), al síndrome de sirena, la osteopetrosis, enfermedad que se cree padecía el pintor Toulouse-Lautrec, etc, etc. Además Armand, con frecuencia, realiza un breve resumen de la iconografía que, a lo largo de la historia del arte, se ha utilizado para representar a los afectados por estas síndromes.
Entre las historias que nos relata el autor, con la pasión que pondría un cuenta cuentos que reúne a su audiencia en torno a una fogata, nos ha llamado la atención la correspondiente a la familia Ovitz. El padre de la prole, judío jasídico y reconocido estudioso en su comunidad, sufría pseudoacondroplasia (“que no afecta a gran parte del cuerpo, pero que provoca que las extremidades sean cortas y combadas”). Los nueve hijos de este rabino nacieron con el diagnóstico de acondroplasia. Tras la muerte del padre la viuda decidió conceder estudios musicales a los hermanos, para que formaran una compañía y así pudieran ganarse la vida. De este modo nació la “Banda de Jazz de Liliput”. Una de las hermanas, Elizabeth Ovita conoció a un empresario teatral con aspecto de galán y ambos se casaron en noviembre de 1942 (ella contaba con veintiocho años). Pero su esposo, diez días después, fue reclutado por los nazis para un grupo de trabajo. La familia Ovitz continuó de gira hasta 1944, cuando en Hungría fueron detenidos y enviados a Auschwitz.
En el campo fueron seleccionados para sus experimentos por el médico Josef Mengele. Personaje al que se describe como capaz de acariciar la cabeza de un niño y darle un caramelo antes de enviarlo a la cámara de gas. Este Mengele era de un hombre iluminado por el deseo de una gloria fáustica, que esperaba conseguir gracias a sus estudios sobre el cuerpo humano. Cuando le enviaron a ese destino le señalaron que aprovechara “las extraordinarias oportunidades de investigación que encontrará allí”. Por supuesto, estas palabras se referían a la posibilidad de experimentar con seres humanos cualquier cosa que se le ocurriera.
Por sus características físicas la familia Mengele se salvo del exterminio inmediato, pero, a cambio, fueron sometidos a todo tipo de pruebas y experimentos, muchos de ellos, según nos explica el autor del libro, sin un propósito científico claro. Así les extrajeron líquido de la médula espinal, les enjuagaron los oídos con agua caliente y fría, les sometieron a pruebas dolorosas en regiones del cerebro, la nariz, la boca y las manos. Tiempo después Elizabeth afirmaría: “…nosotros figuramos entre las pocas personas del mundo cuya tortura fue premeditada y documentada, científicamente para provecho de las futuras generaciones…”.
Cuando el campo de Auschwitz fue liberado por las tropas soviéticas en 1945 el doctor Mengele “continuaba su trabajo con maníaca determinación, creando una colección de ojos de cristal que pretendían ser idénticos a los de Elizabeth. Como ocurría con todo lo que hizo, de desconocen por completo los motivos.”, nos relata Armand Marie.
En 1949 la familia decidió instalarse en Israel. Y el autor nos da la alarmante noticia “Josef Mengele nunca fue juzgado por sus crímenes”.
El interesante libro de Mutantes ofrece muchas otras historias de seres humanos, de personas que vivieron y sufrieron y que, en muchas ocasiones, superaron los en apariencia insalvables obstáculos que su físico les imponía. Armand Marie nos detalla con proteínas, genes y toda clase de detalles el origen de malformaciones, deformaciones y otros muchos síndromes. Pero nos queda, al final del libro, una interrogante: ¿en qué proteína, en que vector de ADN reside la impunidad para torturar sin ningún sentido de culpabilidad como hizo el terrible doctor Mengele? ¿Dónde reside lo monstruoso?
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