De expulsiones y otras iniquidades
(A partir del 2 de mayo del presente año un servidor colabora periódicamente en la revista digital Generación XXI (Ver: http://www.generacion.net/). En este, vuestro blog y mío, iré dando cuenta de los artículos que se publiquen en este medio. Para no agotar vuestro interés, impenitentes lectores, incluiré los primeros párrafos del texto y el enlace donde encontraréis el contenido completo.)
El pasado 31 de marzo de 2008, en la antigua sinagoga mayor de Barcelona, se reunieron miembros de la organización Tarbut Sefarad, Ladinokomunitá, además de varios amigos e interesados en la cultura hebrea y sefardí, para conmemorar la expulsión de los judíos de Sefarad en el mismo mes del año 1492. Como consecuencia de este decreto, una parte de la población hebrea abandono su morada, otros, en cambio, fueron sometidos con el manto de otra religión, bajo el peso del hierro candente del destierro. Muchos de los que abandonaron Sefarad terminaron asesinados en el camino, o secuestrados y vendidos como esclavos por caballeros venidos a menos tras el último desastre de las Cruzadas.
Este vergonzoso apunte histórico fue precedido por otro, si cabe, más deleznable e ignominioso. A finales del siglo XIV el fanático, por tanto, casi con toda seguridad, falto de luces e inculto clérigo Ferrando Martínez, se ocupaba de atizar las ascuas del odio de sus feligreses contra los judíos. Esa mente desquiciada pretendía acaudillar una sangrienta venganza contra los supuestos causantes de la muerte de Cristo. Aunque el arzobispo de Sevilla reprendió al fraile por promover tal desagravio sangriento, tras la muerte de éste y del rey Juan I de Castilla, Ferrando Martínez aprovechándose de ese vacío de poder estimuló la matanza. Y, en efecto, el 4 de junio de 1391 manadas de salvadores y penitentes se introdujeron en la judería de Sevilla para asesinar a sus habitantes, forzar a los habitantes al bautismo y quemar sinagogas. Esta banda de frailes, benditos y matarifes se extendió por toda Andalucía y, posteriormente, por casi toda la peninsula. Así los vándalos destrozaron sinagogas y asesinaron judíos en Toledo, Valencia, Barcelona… En unos días los “mansos justicieros” mataron a unos 4.000 judíos. Al parecer Zaragoza se libró de la barbarie porque, en ese momento, los reyes ocupaban la ciudad. Las masacres alcanzaron tal punto de vergonzosa culpabilidad que las autoridades cristianas ahorcaron a diez de los forajidos que participaron en los asaltos.
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