Crítica de Los dos pilares de la ética moderna por Jorge Peñalver
La siguiente reseña sobre el libro Los dos pilares de la ética moderna, edición de Ágnes Heller y Ángel Prior la ha publicado la revista Logos de la Universidad Complutense. La ha firmado su director Jorge Peñalver.
Heller, Agnes y Prior, Angel, (eds.), Los dos pilares de la ética moderna. Libros del innombrable. Zaragoza, 2008. 176 pp.
No son muchos los autores que pueden presentar su obra como un ejemplo en el que biografía e investigación se condensan de forma ejemplar. En Agnes Heller estamos ante un caso de este tipo. Esta excelente serie de artículos, recogidos por el profesor de la Universidad de Murcia, Angel Prior, y la propia Agnes Heller, tiene como objetivo presentar una reflexión acerca de una problemática que ha terminado por ser uno de los lugares presentes en toda reflexión acerca de la modernidad: la ruptura de la ética ilustrada respecto de sus presupuestos clásicos. Como decíamos, se puede decir que la vida de Heller es un vivo ejemplo de cómo esta operación de deslegitimación del discurso clásico no fue detectada hasta bien entrado el siglo XX. Sin duda, la situación a la que se han tenido que enfrentar los filósofos que han vivido la Europa del holocausto es muy diferente al escenario de optimismo y esperanza sobre el que se escenificó el proyecto ilustrado. Heller se encuentra entre aquellos que sienten como ineludible la obligación moral de encontrar respuestas que expliquen el déficit moral occidente, y esta coyuntura se vuelve extrema cuando la pregunta ya no se dirige a la Humanidad, sino a un segmento muy preciso de nuestra historia, a la modernidad. ¿Qué es la modernidad? Esa es la pregunta que mejor puede resumir la obra de Heller, la matriz que nos permite repasar los autores que han constituido su éthos intelectual: Marx, Lukács, Heidegger, Jaspers, Weber, Habermas, etc. Serie de autores que representa en sí misma el itinerario que debe recorrer toda reflexión acerca de la modernidad carente de ingenuidad y dogmatismo.
Pues bien, si como decíamos, Heller se ha planteado como central la pregunta por la específica ética de la modernidad, ello se debe a que nuestra autora ha reconocido en la autonomía moral del individuo la salvaguarda ante la barbarie o frente a cualquier forma de racionalismo dogmático. Ninguna racionalidad puede ser defendida allí donde exista la opresión estatal o el funcionalismo burocrático, tampoco donde reine la contingencia social que niega la posibilidad de la auto-determinación de la conciencia. Así, Angel Prior nos introduce a la obra de Heller de esta forma tan sugerente e incitante: presentar una reflexión acerca del siglo XX que nos permita transmitir un reto al siglo XXI, un pensamiento capaz de romper anticuadas críticas a la Ilustración —un marxismo dogmático que Heller abandonaría por considerarlo funcionalista— para delimitar una filosofía cada vez más personalista, que, respetando los principios de una sociedad que haga honor a la justicia, haga de la libertad individual un fundamento esencial.
Todas estas apreciaciones que nos sirven para templar la madurez y prudencia de las últimas reflexiones de Heller se encuentran presentes en esta obra. Precisamente, la propuesta inicial sobre la que giran los artículos presentados es la siguiente: una ética a la altura de los tiempos que nos ha tocado vivir debe tomar una posición que reclame la defensa de la personalidad, y que al mismo tiempo, exija como irrenunciable una buena constitución justa para todos. Desde estas páginas se resume la patología de la modernidad, como aquella enfermedad que hace irreconciliable la individualidad con la generalidad, y por lo tanto, proscribe el ideal de la justicia como un desideratum inalcanzable en el ámbito ético de la modernidad.
Como el texto nos hace ver, este enfrentamiento entre generalidad e individualidad se debe al carácter mismo del discurso ético de la modernidad. Un relato que ha presentado con demasiada fuerza los elementos que constituyen la libertad individual, mayoría de edad respecto de la tradición que implicaba la negación de aquellas narraciones tradicionales que permitían compartir un mismo éthos común. Es reseñable destacar que este acercamiento histórico al problema y a la especificidad de la ética contemporánea permite que percibamos que la patología de la modernidad se cifra en gran medida en la ruptura con los parámetros sociales y culturales de la antigüedad, sociedades en las que la tradición poseía la capacidad de ofrecer modelos de conducta susceptibles de ser compartidos por todos. De forma magistral, Heller nos enseña que esta libertad moral basada en la autonomía moral del individuo se constituye como fundamento de una nueva época, pero un «fundamento no fundante», esto es, en una mera cáscara formal de la universalidad, en una coraza racional que impide que le sean dados contenidos concretos y determinaciones que puedan dar cuenta de la pluralidad de éthos que constituyen el mundo moderno.
La posición que defiende Heller, es las de sostener más firmemente el «fundamento no fundante» de la modernidad, recuperando los conceptos aristotélicos de «hombre bueno» y de la «constitución justa». El reto principal de nuestro tiempo es lograr que estos dos pilares vuelvan a coordinarse exitosamente, como antaño ocurría en las sociedades antiguas. Ciertamente, las estructuras sociales que compartimos no proporcionan creencias sobre las que sea posible fundamentar una personalidad basada en la bondad. Este enfrentamiento entre formalismo y esencialismo requiere que el fundamento de la nueva ética se encuentre allende tanto de la universalidad característica de la lógica como de la singularidad propia de la tradición. Y Heller encuentra en el existente particular el lugar en el que se cruzan ambas instancias. La libertad que reclama el proyecto moderno es, ante todo, propiedad y demanda de un existente particular, se trata de una demanda que el individuo debe imponerse a sí mismo a través de la categoría de «responsabilidad». La libertad, más que una propiedad formal, se revela como la posibilidad y obligación de elegir aquellos contenidos que consideramos como moralmente buenos, honrados y decentes.
Ahora bien, el que carezcamos de fundamentos absolutos capaces de ser compartidos, no significa, que la acción auto-fundante del individuo derive en un supuesto relativismo moral. La defensa de una ética de la personalidad debe ser complementada con un segundo pilar: la existencia de una constitución justa que permita a todos los seres humanos poder alcanzar su felicidad privada y desarrollar por completo todas sus capacidades. Pero además, semejante constitución debe recoger la potestad de cada individuo de estipular personalmente aquello que considera como sumo bien.
Como acertadamente señala Angel Prior, el discurso de Heller nace de las diatribas en las que la ética se ha encontrado tras la muerte de las grandes narraciones legitimadoras de Occidente. Así mismo supone un contrapeso a posiciones comunitaristas, visiones que no pocas veces, esconden en su seno el riesgo del fundamentalismo y el dogmatismo, signo de una añoranza del sustantivismo. Pero como el profesor Prior nos enseña, el problema que debe resolver la ética en la era post-industrial es el de poder establecer una suerte de ética mínima, una determinación de los rasgos básicos de la vida que, respetando el pluralismo, incida en aquellos aspectos que compartimos. En otras palabras, se trata de recuperar el proyecto liberal ilustrado, una teoría de la justicia omniabarcante, pero que evite el tomar una determinada idea de bien —específica y temporal— como un universal antropológico trascendente a la historia de la humanidad. Las resonancias del proyecto de Heller con la obra de Habermas es algo que Angel Prior no olvida en su contribución a este volumen, al reclamar una ética del discurso como la única salida para el problema de la moralidad de nuestro tiempo.
El volumen no sólo desarrolla estos hitos centrales en la actual filosofía de Heller, sino que también aparecen otras intervenciones que sirven para enriquecer el ya nutrido universo conceptual presentado. Así nos encontramos con, la necesidad de no olvidar el campo de la literatura en una propuesta de «ética literaria», las resonancias de Arendt en la obra de Heller, el conflicto no resuelto entre Marx y la ética republicana, o la acertada pregunta de cuáles son las posibilidades reales de una auténtica elección existencial del sí mismo.
No dudamos de que este volumen cumple con éxito el objetivo que se propone: presentar una de las líneas más fructíferas del desarrollo de la ética contemporánea, a la vez que no olvida los principales retos y problemas que parecen no resueltos en el proyecto ilustrado. Esperamos y deseamos que el diálogo con Agnes Heller iniciado hace tiempo por el profesor Prior, siga aportándonos propuestas tan enriquecedoras y sugerentes como los presentados en este volumen.
Jorge Peñalver
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Juan -