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Raúl Herrero

La consulta privada (Entremés o paso, XI)

La consulta privada (Entremés o paso, XI)

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia. 
María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.

Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada. 
Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.

 

En escena la consulta de un dentista. Sin embargo, en lugar de la parafernalia y el instrumental propio de estos menesteres en escena una vieja silla de madera destartalada y una mesa con aparatos propios de un aficionado al bricolaje pero no de un médico. Entra el paciente que mira a su alrededor. Música de miedo (no me refiero a ningún grupo en concreto, sino a una música que acreciente el ambiente de tensión a imagen y semejanza de las películas de terror). En derredor telarañas, decoración gótica, por supuesto ningún espejo.

El paciente.-¿Hay alguien ahí? ¿Hay alguien ahí? ¿Quién vive?

 

(Silencio.)

 

El paciente.-Madre mía, ¿por qué me hábré dejado convencer?  Y ahora cualquiera encuentra la salida. Este lugar parece un laberinto. He pasado ya por  tres ó cuatro pasillos diferentes.

(Silencio.)

 

El paciente.-¿Está usted ahí doctor? ¡Eh, eh, eh!

 

(Entra a escena El doctor con una larga capa que arrastra por el suelo. Rostro cadavérico, modales exquisitos y muy pulcro.)

 

El doctor.-¿Quién es usted? ¿Qué hace en mi casa? ¿Quiere que llame a la policía?

El paciente.-Tenía cita con usted a las ocho de la tarde.

El doctor.-Muy buena hora, la hora en que desayuno.

El paciente.-¿Ah, sí? ¡Qué curioso!

El doctor.-Pero siéntese, criatura, siéntese. No se preocupe, ni ponga ningún reparo. Y dígame, ¿qué le acontece?

El paciente.-(Mientras toma asiento.) Verá, tengo una muela…

El doctor.-Bueno, todos tenemos muelas, eso no es un problema. ¿Veeerrrdadddd?

(El doctor toma de la mesa unas cuerdas y ata al paciente a la silla.)

El paciente.-Pero oiga ¿qué hace?

El doctor.-Cumplo con las medidas de seguridad, no se preocupe. Estoy siguiendo el protocolo. Usted siga a lo suyo.

El paciente.-¿El protocolo? ¿También tienen aquí un protocolo?

El doctor.-¿Qué me decía de su muela?

El paciente.-Ah, sí, La muela me provoca unos dolores insufribles. A veces me veo en la necesidad de golpearme la cabeza contra las paredes para que disminuya el dolor.

El doctor.-Es normal, no se inquiete. ¡Y es una costumbre tan hermosa! Aunque le alivie de sus padecimientos no pierda jamás esa sana conducta.

El paciente.-No sabría qué decirle. Mi esposa se queja porque le dejo el pasillo perdido de sangre.

El doctor.-¿De sangre? ¡No hombre, no! ¿No comprendo lo precioso de ese material? ¡Los hospitales están llenos de gente que aguarda con paciencia la llegada de sangre!

El paciente.-Oiga, que además soy donante.

El doctor.-¿Cómo donante? ¿Donante de qué?

El paciente.-Hombre, de sangre, para los enfermos.

El doctor.-No, no, no me refería a los pacientes sino a los médicos. Usted sabe lo que disfrutamos con la visión de la sangre. De esa sustancia rojiza, a veces algo espesa, que se desliza entre los dedos de uno y cae, poco a poco, en el suelo hasta formar figuras increíbles, descabezadas y magníficas. Y ese olor, esa aroma que ni el almizcle, ni el pepperoni ni el somormujo igualan… Se me hace la boca agua.

El paciente.-¿Y usted está así desde hace mucho?

El doctor.-Más de lo que puedo recordar. Fíjese hasta qué límite llega mi pasión que algunos de los restos de sangre que han caído en mi consulta, por motivos que ahora no vienen al caso, los he enmarcado y los contemplo con reverencia tarde y noche.

El paciente.-¿Y por la mañana?

El doctor.-Por la mañana duermo señor mío. (Silencio.) Esas obras de arte no las traigo a la consulta, la gente vulgar como usted no las aprecia. Pero que se quite cualquier pintor moderno ante las excelencias de la sangre y el azar.

El paciente.-(Inquieto.) Oiga me ha atado muy bien. Apenas puedo moverme.

El doctor.-Son muchos años de experiencia, compréndalo. Durante mi niñez  reconozco que me tentó estudiar para  asesino o torturador pero, ya sabe, las presiones familiares, las sociales, el párroco de mi pueblo que era muy bruto…

El paciente.-A eso le llamó yo vocación.

El doctor.-(Extremadamente violento.) No lo dude, no lo dude ni un por un momento.

El paciente.-¿Y al final se especializó en dentición?

El doctor.-¿Cómo dentición? ¡Ah,no! ¿Lo dice por este lugar? No, no se confunda amigo mío. La odontología la practico como pasatiempo. En realidad estudié neurocirugía. ¡Si supiera la cantidad de cabezas que he abierto como si fueran sandías!

El paciente.-Como sandías… ¡qué hermosa imagen!

El doctor.-(Mientras sostiene una sierra  en la mano.) A veces pienso en lo orgulloso que se sentiría mi padre si me viera ahora.

El paciente.-Su padre ¿también era médico?

El doctor.- No, carnicero. Pero le encantaban las cabezas de cordero. Todos los domingos asaba una y la devoraba con fruición: los sesos, la lengua, los ojos… A veces cuando me encuentro entre cerebros, registrando esos hermosos órganos, me acuerdo de mi padre y… y… me entra hambre. También comía criadillas e intestinos de vaca pero a mí siempre me tiraron más  las cabezas. No sé… me resultan más sociables. ¿No le parece?

El paciente.-Ahora que le veo con esa sierra en la mano. ¿Me inyectara un poco de anestesia antes de comenzar?

El doctor.-¿Anestesia? ¡Para qué! Sea un hombre, ¡caramba! Además nunca pongo anestesia a mis pacientes. Me la guardo para mí, sobre todo antes de una operación.

El paciente.-¿Se anestesia usted mismo antes de operar?

El doctor.-Toma claro. Si no cualquiera aguanta el tirón. ¡Qué a veces son muchas horas de pie! Y,  por otra parte, como siempre me meto en el quirófano sin dormir.

El paciente.-¿No duermo durante la noche anterior a una intervención? ¿Qué me dice?

El doctor.-Desde luego que no. Es mucho mejor presentarse en el trabajo sin dormir y a ser posible con una intoxicación etílica de padre y muy señor mío. Eso que hacían antes de presentare a una operación frescos y serenos se ha comprobado que era perjudicial para el resultado  de la intervención. Vera mi padre mi yo hicimos un estudio sobre esa cuestión cuando todavía era un estudiante.

El paciente.-Usted es el médico. Me remito a su profesionalidad y a su sabiduría octogenaria.

El doctor.-¡Y qué bien hace! Ojalá todos los pacientes siguieran su ejemplo. No sabe lo indisciplinada que es la gente de hoy en día.

El paciente.-Si es que hay muy poca vergüenza.

El doctor.-Si usted supiera. (Suspira.) Ni se imagina las veces que me he visto en la obligación de perseguir revolver en mano a un paciente huidizo por la calle para rematarle.

El paciente.-Antes los enfermos se callaban, obedecían y punto.

El doctor.-Y mucho antes de lo que usted dice, ni siquiera acudían a la consulta, pagaban y ya está. Ahora algunos se mueren y todavía no te han pagado. Por cierto, antes de comenzar  con la extracción de su muela quisiera que desembolsase el total de mis honorarios, por si acaso, usted ya me comprende.

El paciente.-Desde luego. No puedo moverme pero si introduce una de sus manos en el bolsillo derecho de mi chaqueta encontrará una cartera. Tome de ella lo que guste.

El doctor.-(Mientras toma la cartera y la revisa.) Usted me ha caído simpático, por tanto le haré una confidencia.

El paciente.-A mí las confidencias me encantan. Sin ir más lejos mi primo Severiano…

El doctor.-(Interrumpiendo a El paciente.) Oiga, tampoco se explaye demasiado. No soporto que me den la lata. Tenga en cuenta que yo soy médico y usted es un vulgar vulgaris furúnculo humano.

El paciente.-Eso sí.

El doctor.-Bueno, veo que en su cartera tiene billetes y varias tarjetas. Si no le importa me quedo con todo y ya le iré cobrando. Bueno, le devuelvo el carnet para que puedan identificarle las fuerzas de seguridad del Estado.

El paciente.-¿Y el permiso de conducir?

El doctor.-No, no. A mí me hará falta para unos asuntos que llevo entre manos.  Bueno, como le decía, me ha caído simpático y le haré una confesión. El negocio, el negocio de verdad se encuentra en la venta de cadáveres.

El paciente.-¡Me deja helado! Además tengo un capital que me gustaría invertir.

El doctor.-¿Invertir? No lo piense más. Déjeme a mí como heredero universal de todo. Por lo demás no se preocupe porque en ese negocio intervendrá antes de lo que piensa.

El paciente.-¡Qué bien! Es usted muy comprensivo. Y si ahora me extirpa la muela me dejará en la gloria.

El doctor.-¿En la gloria? Guarde silencio un momento.

(El doctor ataca al paciente que comienza a gritar como un loco. Las luces vibran y se contorsionan cual galápagos en una noria. Suena un Kyrie eleison. Oscuro. Vuelve la luz. El doctor ensangrentado hasta la médula –espinal y más allá-. El paciente con un parche en el ojo, le faltan también una mano y un pie. No se entiende nada de lo que dice.)

(Sonidos ininteligibles de El Paciente.)

El doctor.-Desde luego. ¡Qué razón tiene!  ¿Ve qué bien ha quedado?

(Sonidos ininteligibles de El Paciente.)

El doctor.-¡Y bien limpio que le he dejado! Por el mismo precio, sin cargarle ni siquiera el 5 por ciento de suplemento, le he extraído un globo ocular, un miembro inferior, otro superior, el bazo, tres costillas y cuatro dientes al azar, así ¡a lo loco!

(Sonidos ininteligibles de El Paciente.)

El doctor.-Normal que esté agradecido, hijo mío. ¿Se da cuenta de lo que se hubiera perdido si le hubiera hecho caso con la anestesia? Ahora sale usted a un nuevo mundo, como un hombre, como un toro bravo, como una corneta de sargento…

(Sonidos ininteligibles de El Paciente.)

El doctor.-Vuelva usted a la consulta en el mes de junio. Para entonces necesitaré sacar una partida de manos de cadáver y de huesos de santo. ¡Entonces sí que nos reiremos!

(Sonidos ininteligibles de El Paciente mientras inicia el mutis.)

El doctor.-Nada, nada. Pero si estamos aquí para eso. Un placer, un placer. Y sobre todo no me falte a la próxima cita. ¡A ver si por su mala cabeza me voy  a quedar sin ingresos antes de las vacaciones!

(El paciente sale. Silencio.)

El doctor.-Será posible, ¡que desagradecido! Y se va sin darme siquiera una propina. Desde luego, ¡qué sacrificado es esto de la ciencia!

 

TELÓN

 

 

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