Interregno de Alejandro J. Ratia, reseña de Julio Cristellys Barrera
Un cuento navideño
Alejandro Ratia, autor conocido por su obra poética y sus relatos, ha escrito una novela, “Interregno”, cuya acción transcurre durante los días comprendidos entre el 24 de diciembre y el 6 de enero.
Si el tiempo de la novela es la Navidad, la trama se ubica en Pamplona, aunque sea el lector quien lo adivine a partir de varias pistas, así el desfile del olentzero de la tarde del día 24 de diciembre.
También el novelista nos oculta el nombre del narrador, un joven de clase media alta, desocupado, de indefinida sexualidad y manso de sentimientos, cuya voz es la de un hombre silencioso e inadvertido para casi todos los otros personajes de la historia, salvo para tildarle de marica o para encomendarle esas faenas caseras de las que nadie quiere hacerse cargo. Sin embargo, su padre, dueño de una fábrica, no atiende la marcha de su negocio y consume las horas sentado frente a su hijo José María, ambos con un vaso de whisky en la mano, mientras la industria se hunde en manos de Javier, el otro hijo, cuya mujer, Teresa, ha inoculado en el corazón de sus dos niños el odio que profesa a la familia de su marido.
No hay en la novela un único héroe, ni siquiera el narrador, tampoco un solo villano, tal vez lo sean todos, o casi todos los miembros de esa acomodada familia pamplonesa, para quienes la Navidad es un tiempo de banquetes y de regalos para los pequeños de la casa, así como para hacer excepciones en su trato con el servicio, por ejemplo esa comida de Reyes, en la que comparten mesa con las criadas de la casa, Lola y Brígida.
La elección de la voz narradora, sus reflexiones y la descripción de muchas situaciones, tomando como pretexto la crónica de cada uno de los días navideños, siempre idéntico a su correspondiente de los años anteriores, son algunos de los principales méritos de esta singular novela, sin olvidar su elegante estilo, lejos del relamido estereotipo y del esperpento fácil.
Cabe inscribir “Interregno” en la corriente del mejor realismo social, porque, a través de situaciones cotidianas, tales como la espera en una fila para hacer las compras de la comida de Navidad, la cabalgata de Reyes o el simple hecho de retirar el mantel y los platos de la mesa del comedor, seremos testigos de la tragedia de quienes ya no encuentran sentido a las tradiciones religiosas o de orden social, tal vez hayan perdido la fe o se hayan hastiado del ridículo relumbrón de esa apodada gente bien.
Quizás, por ello, el interregno de la novela aluda a ese interludio que, durante el tiempo navideño, se produce en la vida de los personajes del libro, como si se tratara del entreacto de una obra teatral, teniéndose, por momentos, la sensación de que todos ellos, aguardan a la mañana del 7 de enero para quitarle la palabra al narrador de la historia y enfrentarse al lector diciéndole a voz en grito todo cuanto sienten y esconden, también qué sentimientos albergan los unos respecto de los otros, tanta es la tensión transmitida a lo largo de las páginas de esta obra, cuyo protagonista es ese tiempo suspendido entre el curso de los astros y al que los hombres llamaron Navidad.
Julio Cristellys Barrera
[Esta reseña se publicó en el suplemento Artes & Letras de Heraldo de Aragón el pasado jueves 8 de abril de 2010]
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