Josep Soler o la reivindicación del pensamiento como actividad humana
Música Enchiriadis. Una última mirada
Josep Soler
Fundación Scherzo, Madrid, 2011
El compositor, escritor, poeta y filósofo Josep Soler (Villafranca del Penedès, Barcelona,1935) conforma por sí mismo un fenómeno de la cultura, no catalana, ni española, sino mundial. Esta afirmación viene respaldada (¡cosa rara en el mundo de hoy!) por varios premios. De entre ellos citaré los más recientes: el Premio Nacional de Música (2009) y el premio de Música Iberoamericana Tomás Luis de Victoria (2011). Según rezan las actas del segundo galardón este premio se otorgó a Josep Soler por la calidad de su obra “amplia y profunda” consecuencia de una “rara y fascinante personalidad”.
Pero esta descripción, a mi entender, no incluye todas las bondades de la obra de Josep Soler.
Hoy escribimos, de nuevo, sobre este maestro con motivo de la publicación de su libro Música Enchiriadis. Una última mirada (Fundación Scherzo, 2011). Para los legos principiaremos aclarando que se denomina “Música Enchiriadis” a un tratado del siglo XI donde se fundamentan por primera vez, que sepamos, las leyes de la polifonía. En definitiva, el libro comeinza con la promesa del autor de “meditar sobre las edades de la música, sus inicios [básicos, fundamentales y aún vigentes] en Occidente, y su evolución, no sólo hasta nuestros momentos –comienzos del 2011–, sino, asimismo, hacia un futuro más que problemático, pero quizá también posible o imaginable y su estabilización en él”. Pero, como siempre, Soler en su libro ofrece mucho más de lo que promete (al contrario de lo que, por lo general, suele ocurrir con la mayoría de los libros de nuestros días).
En Música Enchiriadis el lector encontrará análisis de lo que se podría clasificar como musicología, pero el discurso se imbrica en aspectos autobiográficos, en apuntes sobre física cuántica, filosofía, el arte, en definitiva… Pues Soler, como un servidor, considera que no se puede entablar un diálogo con una parte de la cultura (pintura, arquitectura, música, literatura, ciencia) sin establecer contacto con el resto. La cultura, el pensamiento, se corresponden con un todo que unido conforma a un individuo mentalmente sano, o al menos con las herramientas para serlo, en el caso contrario, se ofrecen parcelas estancas que pueden ocasionar más confusión que verdad.
Si le lector no ha leído ninguna de las obras anteriores de Soler está de enhorabuena, pues este libro le supondrá el descubrimiento de la cosmogonía del autor y de su búsqueda.
Para que el lector de esta humilde reseña comprenda las implicaciones que se establecen en Música Enchiriadis añadiré el siguiente extracto que me parece muy adecuado para la situación contemporánea: “…los artistas, los artesanos (…) deben negarse a recibir la paga de aquellos que sólo han sabido llenarse de sangre sus manos y de odio sus corazones… a esto deben atreverse…; (…) aunque tantos y tantos cedan a la lujuria del poder y a la vanidad de sentirse alabados, es decir, odiados, por sus demás congéneres”.
Soler reivindica el trabajo artesanal de todo artista, la necesidad de “conocer” el oficio y de, pacientemente, urdir las teselas que conforman la obra de arte.
El autor ha empleado en este libro una forma de expresión, una serie de peculiaridades (como iniciar varios párrafos en minúscula, un personal empleo de la puntación, una retórica que, a veces, me recuerda a la poesía con mayúsculas) que hacen que esta obra sea personal no sólo en el fondo, como ya sucedía en las anteriores, sino también en la forma.
Uno de los problemas que plantea Soler es su dificultad para clasificarlo, eso que tanto gusta en esta aparatosa e infecunda neomodernidad, o como guste de clasificar al sociólogo de turno a este período decadente; claro que se trata de un compositor de reconocido prestigio, como suele decirse, pero al tiempo es traductor del Pseudo Dionisio Areopagita, o de textos teatrales del Antiguo Egipto; en su obra literaria encontramos poemas hipnóticos con ritmos que nos recuerdan, en un sentido figurado, a los rituales de tiempos remotos, en sus escritos habla con idéntica soltura de Rilke, Pascal, Wagner, Schoenberg, Joyce o Kubrick; Soler pretende hacernos “recordar” algunos elementos de la tradición para implicarlos en nuestra realidad; en definitiva: ¿a quién dirige sus obras Soler? A todo el mundo y a nadie. Soler reivindica el pensar, esa circunstancia hoy en desuso. Es decir, Soler plantea un ars moriendi, como él denomina a la filosofía, ¿acaso la vida tiene otro sentido que el de un proceso (con todos los afluentes y rigores que se quieran) destinado a que el individuo aprenda a morir (es decir, a ser)?
En un momento del libro el autor escribe: “una parte de la sabiduría está en no saber y otra parte en saber aquello que es lo preciso”. Soler rememora a Parménides y a su cantilena “pensar y ser son una misma cosa”. Soler muestra que no ha habido destrucción en la historia de la música y de las artes, sino una constante vuelta a la tradición. Y para confirmar esta certeza utiliza a compositores tenidos, en parte o en algunas de sus obras, por rupturistas como Richard Strauss, Gustav Mahler o la segunda escuela de Viena (sus referencias a Schoenberg o Berg siempre me descubren nuevas maneras de aproximarme a las piezas de estos músicos ¿o pensadores? sobresalientes). Citaré a Dalí:“todo lo que no es tradición es plagio”.
Hace unos días un servidor releía La vida del espíritu de Hannah Arendt (Paidós Básica, 2002) donde leía: “La incapacidad para pensar no es estupidez; puede encontrarse en gente muy inteligente, y la maldad difícilmente es su causa; quizá sea a la inversa, que la maldad tenga su causa en la esencia de pensamiento”. De esa maldad puede salvarnos Soler puesto que desbroza “las trampas” del mundo de hoy y nos devuelve a la esencia del ser humano. Tal vez uno de los errores que más daño han causado se corresponde con el espejismo del progreso constante en la historia, lo cual no es cierto, no puede ser cierto si el denominado analfabetismo funcional aumenta día a día. ¿Existe hoy algún dramaturgo que supere a Shakespeare? ¿Algún filósofo que supere Platón? ¿Existe progreso en la mente humana? Una de las nuevas trampas nos aseguran que el ser humano potenciará el límite de sus capacidades gracias a la tecnología. El desarmar esta “falacia” requeriría un texto aparte, pero basta con mencionar que todos los días se descubren detalles sobre la “tecnología” y las “capacidades” de los humanos de nuestra llamada antigüedad que nos hacen sombra. Sin ir más lejos ninguna de nuestras máquinas puede tallar ni cortar los enormes bloques de piedra con los que se levantaron la mayoría de las estatuas del Antiguo Egipto.
Música Enchiriadis se abre con un acertado prólogo de Joan Pere Gil Bonfill y se cierra con unos certeros análisis de Soler sobre textos de Kurt Gödel e Ibn Al’ Arabi. Si dependiera de un servidor este libro, así como el resto de la obra de Josep Soler, se leería (y comprendería) en las escuelas. No hace falta mencionar que un servidor es admirador del autor, pero algunas personas y cuestiones poseen una tan clarificadora verdad que “conocerlas es amarlas”.
Raúl Herrero
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