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Raúl Herrero

Entremeses

La petición (Entremés o paso, VIII)

La petición (Entremés o paso, VIII)

 Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia.
María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.
Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada.
Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.

 

La escena transcurre en un salón decorado al estilo de la alta burguesía de la época de la revolución industrial. El vestuario y las maneras se corresponden con una estricta y amanerada educación que, sobre todo, cuida las formas y se reserva todo lo que pudiera interpretarse como un conato de sinceridad. Lo que a continuación ocurre se sitúa momentos antes de una cena formal entre adultos formados, aunque, no necesariamente, uniformados.

Entran a escena el Novio y la Novia.

Novio.-Tal vez nos hayamos precipitado. No sé si éste será el mejor momento para que me presentes a  tus padres.

Novia.-No te preocupes. Seguro que les causarás un sobresalto. En definitiva se trata de una simple velada familiar.

Novio.-¡Hombre, tan, tan familiar no lo es! Tus padres, según me has dicho, también han invitado a tu tío, ya difunto, a varios amigos de la familia, a la tuna y dos cuerpos completos de la legión…

Novia.-Mira, los miembros de la coral a la que pertenece mi madre han disculpado su ausencia. Con  eso ya son 300 invitados menos.

Novio.-Cuando me hablaste de conocer a tus padres esperaba otra cosa, algo más íntimo.

Novia.-Dices eso porque no me quieres.

Novio.-¿Cómo puedes pensar así?

Novia.-¿Estás diciendo que por ser mujer no puedo pensar? ¡Machista!

Novio.-No, comunista nunca he sido. Además qué pensarían tus padres, todos ellos miembros del partido tradicionalista.

Novia.- Hoy  he recibido una buena noticia y no quiero disgustarme. El cirujano Torcuato, con el que mis padres mantienen una amistad de siglos, me hará un descuento en la operación previa a nuestra boda.

Novio.-¿Qué boda? ¿Qué operación?

Novia.-Nuestra boda. Todos esperan  que en el transcurso de la velada me pidas en matrimonio.

Novio.-Un momento, de eso no habíamos hablado.

Novia.-¿Hablado de qué? ¿Acaso hace falta que el amor se pronuncie?

Novio.-Tal vez, algo, aunque sólo sea un poco, unas palabras… Porque no había pensado en casarme…

Novia.-¿Cómo? ¿Es que no me quieres? ¿Acaso no heredaste una fortuna de tu abuela hace unos meses?

Novio.-Claro que te quiero, no es eso. Y claro que heredé una fortuna…

Novia.-Entonces no hay nada más que hablar.

Novio.-¿Y eso de la operación?

Novia.-Lo normal. Todas mis amigas, que se han casado y divorciado casi al tiempo, se han operado antes de la boda y después de la separación. No me dirás que pretendes casarte conmigo sin que me opere previamente. ¡Menuda vergüenza! ¡Qué pensarían de mí el sacerdote y el diácono de la catedral!

Novio.-Pero ¿de qué tienes que operarte?

Novia.-De todo. Ya sabes de los pómulos, los sobacos, los dientes, las amígdalas, el cuello, los labios… Aún recuerdo la boda de Pipí con Moñi. Cuando ella llegó al altar él no la reconoció, todavía hoy él cree que  se equivocó de boda.

Novio.-¡Dios mío! Entonces ¿por eso en la boda de tus primos la novia parecía una momia?

Novia.-Sí, se le complicó la cicatrización de las heridas y tuvo que casarse con las vendas alrededor del cuerpo. ¡Pobre mujer! ¡No sé si logrará superarlo!

(Entra  El padre de la novia.)

 Padre de la novia.-¡De modo qué estáis aquí polluelos!

Novia.-Padre amado y sacrosanto. Precisamente ahora estaba a punto, mi futuro esposo, de pedirme en matrimonio.

Padre la novia.-(Mientras pelliza el moflete al Novio.) No se te ocurra entregarle el anillo de pedida a mi niña, sin antes solicitar la mano a sus padres. Que como bien sabes somos esa mujer y yo.

Novio.-¿Qué mujer?

(Entra a escena La madre de la novia.)

Madre de la novia.-¡Yo misma jovencito! ¿Es cierto que has heredado una fortuna de tu abuela que en paz descanse?

Novio.-Sí, señora.

Madre de la novia.-Entonces, permíteme que te llame hijo.

(La Madre de la  novia se abalanza sobre el novio y lo acaricia con lascivia.)

Padre de la novia.-Mira, mira hija, qué cariñosa es tu madre cuando escucha la palabra fortuna.

Novia.-En todo lo relacionado con el dinero mi madre siempre ha sido muy suya.

Novio.-(Apartando a la Madre de la novia.) Señora, por favor, compórtese.

Madre de la novia.- Pero  muchacho, no comprendes que ahora casi, casi somos familia. Al fin y al cabo vas a casarte con mi hija.

(La Madre de la novia besa en la boca al Novio.)

Padre de la novia.-(Tras reír a carcajadas.) Mira hija qué graciosa es tu madre. Siempre ha sido muy apasionada. ¡Ay, recuerdo nuestra noche de bodas! Tomé a tu madre por las nalgas y le di repetidas veces. Ella gemía y suplicaba como un jamelgo. Pero yo nada, a lo mío, venga darle y venga darle. Fíjate que al final terminó en el hospital.

Novia.-¿En el hospital?

Padre de la novia.-  Por los golpes. Mi padre me dijo que a las mujeres había que tratarlas con mano dura y así lo hice. Años más tarde comprendí lo que mi padre quiso decir con ese sutil lenguaje que le caracterizaba. Si hubieras conocido a tu abuelo, ¡era todo un poeta!

Novio.-(Que procura huir de la madre.) Bueno, ¿y si nos sentamos todos? ¿Y si charlamos mientras aguardamos la llegada de los demás invitados?

Padre de la novia.-Por supuesto, muchacho. Toma, sírvete un buen lingotazo. Vas a prometerte a mi hija y el alcohol te infundirá valor.

(El Padre de la novia le entrega un vaso lleno de coñac al Novio, que bebe de un trago.)

Novia.-Diles, diles a mis padres cómo es el anillo que me has comprado.

Novio.-Bueno, en realidad, yo no sabía que se esperaba de mí… El anillo… Creía que se trataba de una cena para conocernos simplemente, no supuse que…

Padre de la novia.-¿Cómo dices? ¿Te has presentado en mi casa, te has bebido mi coñac y te has refrotado  con mi esposa, y no has traído un miserable anillo de compromiso valorado en una cientos de miles de dólares para mi hija?

Madre de la novia.-¡Será hijo de puta!

Novio.-¡Calma señores! No se dejen impresionar por un malentendido…

Padre de la novia.-¡Qué malentendido! La cosa está muy clara.

Madre de la novia.-Mátalo, Ataúlfo, es igual que los otros.

Novia.-(Mientras se retuerce  por el suelo como poseída.) ¡No me quieres, no me quieres! ¡Me has deshonrado! ¡Canalla, mal nacido, seductor! ¿No recuerdas nuestra estancia en Alpedrete de la Sierra donde me juraste que te casarías conmigo? ¡Ahora comprendo que lo hiciste para seducirme y obtener de mí lo que querías!

Novio.-Pero si nunca he estado en Alpedrete de la Sierra… ¿De qué hablas?

Padre de la Novia.-Te voy a pegar un tiro y se acabo…

Madre de la Novia.-Voy llamando al forense.

Novio.-¡Un segundo! ¡Sosiéguense!

Madre.-(Al teléfono.) Necesitamos que acuda  con urgencia el cirujano Torcuato.

Novio.-¿El cirujano estético?

Novia.-¡También es forense!¡Y eso a ti que te importa!

Padre de la novia.-(Mientras apunta con un revólver al Novio.) Venga, ponte contra la pared que no quiero manchar la alfombra.

Novio.-¡Por favor, señores! El anillo lo he encargado a un prestigioso anticuario y todavía no lo ha recibido, por eso no lo he traído a la cena. Espero sepan disculparme.

Madre de la novia.-(Al padre.) Está mintiendo, mátalo. (Por el teléfono.)  Él ya tiene la dirección, por favor, ruéguele que se apresure.

Padre de la novia.-(Al Novio.) ¿Es eso cierto, muchacho? ¿No intentarás engañarme?

Novia.-(Que se recupera de inmediato de su ataque.) Entonces mi anillo perteneció a una princesa, o a una duquesa…

Novio.-Sí, sí. A una Zarina de todas las Rusias.

Madre de la novia.-¿De todas las Rusias?

Novio.-Sí, sí, de todas sin excepción.

Madre de la novia.-Entonces, eso ya es otra cosa.

(La Madre de la novia cuelga el teléfono.)

Padre de la novia.-(Que vuelve a servir una copa de coñac al Novio.) Toma, muchacho, emborráchate, todo queda perdonado.

Madre de la novia.-Por un momento pensé que necesitaríamos una peana para tu cabeza.

Novio.-¿Para mi cabeza?

Novia.-Bueno, fue un capricho mío.

Padre de la novia.-En la habitación contigua tenemos expuestas las cabezas de los ex-pretendientes de mi hija. En algún momento todos ellos la defraudaron… Pero para eso está aquí su padre. Allí las tengo colgadas como trofeos.

Madre de la novia.-Lo único malo es que atraen el polvo que da gusto y hay que limpiarlas a menudo.

Novia.-Sí, pero como de eso se ocupa el servicio.

(EL Padre, La Madre y la Novia ríen. Entonces entra de golpe del cirujano Torcuato con un maletín.)

Torcuato.-¿Dó está el enfermo, el herido o el cadáver?

Padre de la novia.-¡Mi buen amigo Torcuato! ¡No se moleste! ¡Ya está todo solucionado!

Madre de la novia.-Lo lamento, se trata de un lamentable error.

Novio.-Sí, un malentendido, de esos que a veces ocurren en la vida.

(El doctor extrae del maletín instrumental para  autopsias y perforar cráneos.)

 

Novia.-Por cierto, quería hablar con usted porque me casaré pronto.

 

Torcuato.-(Distante.) Mi más sincera enhorabuena. Ya sabes que te haré un sustancial descuento en las operaciones estéticas como deferencia a la amistad que me une con tu familia. Y ahora, ¿dónde está el enfermo o lo que sea?

 

Madre de la novia.-Al final todo se ha solventado por las buenas.

 

Torcuato.-Señora, no me haga enfadar. A mí me han avisado de la necesidad de mi presencia inmediata en esta casa. ¡Y aquí estoy!

 

Padre de la novia.-Te conozco desde hace años, Torcuato. Sé que eres un hombre serio, recto y consecuente, como corresponde a tu formación de médico, pero, en esta ocasión, todo se ha solucionado por sí mismo.

 

Novio.-Así es, sin necesidad de violencia.

 

(Silencio. Torcuato escruta con la mirada al Novio.)

 

Torcuato.-Este era el pájaro a tratar ¿no es cierto?

 

Madre de la novia.-En principio sí, pero ya no es preciso.

 

Torcuato.-(Gritando.) ¡Yo he venido aquí a realizar una intervención quirúrgica o, en su defecto, una autopsia, y no me marcharé sin finalizar lo que he venido a hacer! ¡Estamos o no estamos!

 

Novia.-Sí, sí estamos.

 

Padre de la novia.-(Al  Novio.) Cuando se pone así es mejor dejarle. Es su único defeco. El carácter le pierde.

 

Novio.-Ya lo comprendo. Pero no le permitirán que me haga daño. ¿Verdad?

Novia.-Claro que no, pichoncito.

 

Torcuato.-(Con un bisturí en una mano y unas tijeras para partir huesos en la otra.) Venga, agarren al interfecto.

 

(Entre La Madre, El Padre y la Novia empujan al Novio al suelo y lo sujetan.)

 

Novio.-Pero señores, por favor, que estoy vivo.

 

Padre de la novia.-No te preocupes hija, ya sabes cómo es Torcuato. Si le da por una cosa…

 

Madre de la novia.-Ya encontrarás a otro hija…

 

Novia.-Ya lo siento, porque con lo que éste había heredado…

 

Torcuato.-Vamos allá. Que el paciente cierre los ojos.

 

Novio.-Pero ¿qué ojos ni qué leches? ¡Suéltenme de inmediato!

 

Torcuato.-¡Qué descarado!

 

(Torcuato introduce las tijeras y el bisturí alternativamente en el cuerpo del Novio. La sangre brota y se escuchan los gritos del joven.)

 

Torcuato.-¡Qué hermoso y complejo es el cuerpo humano!

 

(Los tres asienten.)

 

TELÓN

No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, (Entremés o paso, VII)

No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, (Entremés o paso, VII)

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia.
María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.
Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada.
Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.

Un despacho descomunal y fastuoso cuyas paredes ostentan retratos de señores muy serios, algunos uniformados. Entre los retratos abunda el modelo ecuestre con una curiosa salvedad: los caballos aparecen sonrientes, con bicornio en la cabeza y montados a lomos del humano. Una enorme mesa sin papeles, limpia y lujosa. Lámparas, telares, en fin, todo suntuoso y oriental. En el centro de la escena,  sobre un pedestal, un hombre de mediana edad, muy serio, que adopta una pose para nadie. En off se escucha la siguiente conversación.

 

[Secretario.- Le digo que no puede pasar.

Don Mengano.- ¡A mí no me amilanas mozalbete!

Secretario.-Es del todo imposible, su excelencia se encuentra reunido y durmiendo.

Don Mengano.-Sí, se reunirá conmigo en cuanto entre ahí dentro.

Secretario.- ¡Por todos los santos caballero!

Don Mengano.- ¡Apártese! ¡Apártese o le clavo mi arpón!]

(Suena un portazo y entra en escena un hombre de cierta edad con un arpón en la mano y vestido como un marinero típico de ballenero de película sobre Moby Dick. El hombre del pedestal de un respingo desciende cuando descubre al intruso.)

 

Don Fulano.- (Tras descender del pedestal manifiesta más temor que ira.) ¡Qué hace usted aquí!

Don Mengano.- (Que cuando camina utiliza el arpón cual bastón.) Pensabas que te ibas a librar de mí, ¿eh? ¡Pájaro!

Don Fulano.- (Mientras retrocede en dirección a  la mesa.) ¿Quién es usted? ¿Dónde vive? ¿Por qué le ha dejado entrar mi secretario?

(Entra un hombre vestido de luto. Es el Secretario.)

El secretario.-Don Fulano, lamento el incidente, le ruego me disculpe. He intentado que este hombre, Don Mengano, no pasara, pero ha sido imposible. Incluso le he amenazado con el peine con el que se carda el pelo mi suegra. Pero todo ha sido en vano. ¡Todo! ¡Tooodo! (El secretario llora desconsolado.)

Don Fulano.- (Mientras se golpea las piernas con el ímpetu propio del dueño cuando procura que se aproxime su can.) ¡No te preocupes Tribulete, secretario mío!  Ven, híncate de rodillas.

 

Secretario.- ¡Oh, Don Fulano! Le ruego me perdone, dueño y señor mío. Permítame, permítame que le ofrezca mis nalgas…

(El secretario comienza a bajarse los pantalones.)

Don Fulano.-No, no es menester. ¿No ve usted que tenemos visita?

Secretario.- (Deponiendo su actitud.) Tiene razón, qué digo razón, tiene TODA la razón.

Don Fulano.-Como siempre Tribulete, como siempre.

(El secretario se coloca en cuclillas a las piernas de Don Fulano mientras éste le acaricia la cabeza como si se tratara de un perro.)

Don Fulano.- (A don Mengano.) ¿Y usted qué quiere? Hable deprisa, ya que está aquí, o le azuzo a mi secretario.

Don Mengano.- ¡Menudo espectáculo! Si lo sé no vengo.

Don Fulano.-Ya que se ha colado haciendo gala de malos modos, al menos dígame qué le ha traído hasta mi mundo.

Don Mengano.-Claro, mozuelo. Quiero cobrar mi dinero.

Secretario.-Ya le he advertido que no era posible, pero no atiende a ninguno de mis razonamientos por más circunflejos que estos sean.

Don Fulano.-Este asunto requiere que vuelva sobre mi posición de trabajo. Vayamos, Tribulete, vayamos hasta mi trono.

(Tribulete simula que lleva a Don Fulano a hombros, como puede, hasta el sillón ubicado tras la mesa de trabajo. Como Don Fulano pesa demasiado y Tribulete carece de  la estructura corporal de un deportista, ambos caen varias veces al suelo mientras Don Fulano procura mantener la dignidad y el secretario Tribulete gimotea frases como: “ No pasa nada; no se preocupe; ya  casi está; me tendría que ver a mí en  las fiestas de mi pueblo”.)

Don Mengano.-Pero ¿qué comedia es ésta? Si quieren les dejo solos y regreso cuando terminen con esas manifestaciones esperpénticas.

Don Fulano.- (Ya en su trono, perdón, quería decir en el sillón.) No, no se inquiete. Ya está bien. Este reuma me está matando. (A continuación Don Fulano aúlla.)

(Mientras conversan Don Fulano y Don Mengano el secretario peina a su señor, le lima las uñas, le ofrece comida con una cuchara cual si se tratara de un bebe,  le limpia los labios con una servilleta, le ofrece un vaso de agua y, como ese momento suele coincidir con el inicio de las intervenciones de Don Fulano, la mayor parte del líquido se derrama sobre el pecho de Don Fulano.)

Secretario.-Mientras usted procede yo le iré despiojando, si así me lo permite.

Don Fulano.-(Al secretario.) Por supuesto Tribulete, proceda. (A Don Mengano.) Si lo desea puede usted sentarse.

Don Mengano.- (Impasible. En pie.) No, gracias, muy agradecido. Prefiero permanecer en pie, vigilante, por lo que pueda pasar. Ya me entiende.

Don Fulano.- ¿Le apetece un purito?

Don Mengano.-No, gracias…

Don Fulano.-Así que usted quiere dinero.

Don Mengano.-Verá, buen hombre, tras treinta años pensándolo  por fin me he decidido a  jubilarme…

Don Fulano.- ¿Tras treinta años? ¿Qué edad tiene usted?

Don Mengano.- Cincuenta y siete. Pero verá, yo comencé a pensar a una edad muy temprana.

Don Fulano.- ¡Y tanto! Pero ¿cómo se le ocurre hombre de Dios? Fíjese en mí, le doblo la edad y todavía no he pensado ni un solo día. ¿No es así Tribulete?

Secretario.-Así es señor.

Don Mengano.-Ya, bueno. No me sorprende. Pero yo vengo a por mi dinero.

Don Fulano.-Entonces usted pertenece a nuestra empresa.

Don Mengano.-No, señor.

Don Fulano.- ¡Pero bueno!

Don Mengano.-Trabajé en esta empresa, pero de ahí a  pertenecer a nadie…

Don Fulano.- ¡Ah, bueno! Me había suscitado usted un sobresalto. ¿Y desde cuando trabaja con nosotros?

Secretario.- Trabajó con nosotros hace treinta y cinco años.

Don Fulano.-No interrumpa Tribulete, prefiero que responda él mismo.

Don Mengano.-Muchas gracias, criatura. En efecto vine hace treinta y cinco años.

Don Fulano.-Entonces, ¿cuál es el problema?

Secretario.-Dueño y señor, ¿pregúntele cuantos días ha trabajado?

Don Fulano.-Bueno, respóndale.

Don Mengano.- ¿Días? Oiga así de memoria no me acuerdo. ¡Hace tantos años!

Don Fulano.- Este individuo tiene razón Tribulete…

Don Mengano.-Recuerdo que vine casi a diario durante un mes del año 70 ó 40, no estoy seguro. Luego ya me embarqué en el ballenero y…

Don Fulano.- ¿Embarcó en un ballenero?

Don Mengano.-Sí,  para conocer mundo y… también mujeres. Ya me entiende.  Aquí entre papeles, idiotas y mamarrachadas se me pasaba la vida.

Don Fulano.-Bueno, lo comprendo, a mí me sucede lo mismo pero entonces,  mientras estaba en el ballenero, ¿cuándo trabajaba?

Don Mengano.- ¿Cuándo trabajaba? ¿Aquí? Bueno, algunos años vine en agosto porque el calor me mareaba.

Don Fulano.- ¿Sólo trabajaba un mes?

Don Mengano.- ¡Pero qué dices! Me tomas por loco. Como mucho venía una vez a la semana y lo justo para refrescarme.

Don Fulano.- ¿Y luego?

Don Mengano.-Ya no vine más.

Don Fulano.- ¿Y eso?

Don Mengano.-Me instalé un aparato de aire acondicionado en casa.

Don Fulano.-Entonces, ¿cuántos días ha trabajado durante toda su vida en la empresa?

Don Mengano.- ¡Menuda preguntita! No sé, el primer mes no falté ni un día pero luego…

Don Fulano.- ¡Sólo cumplió con su horario el primer mes de hace treinta y cinco años! (Al secretario.) ¿Y por qué no le hemos mandado a la puñetera calle para que se reconcoma y termine comiéndose a sus familiares a falta de pan?

Secretario.-Es un misterio dueño y señor…

Don Mengano.-A mí no me vengan ahora con sus problemas. Resuelvan sus asuntos más tarde. De momento, ya he respondido a todo. Así que…  la panoja.

Don Fulano.- ¿Qué panoja? Si ha trabajado cuatro días mal contados en nuestra santa casa.

Don Mengano.-Desde luego qué sensible es usted. Pero si aquí todos los días era lo mismo. Cuando me percaté del tedio ya no vine más.

Don Fulano.- (Tirándose de los pelos.) ¡Jamás he visto una cosa semejante!

Don Mengano.-Oiga pues es un arpón, tampoco…

Don Fulano.-No, si me refiero a usted.

Don Mengano.-Con lo poco que he venido por aquí, no me extraña que apenas me haya visto. Pero aún tengo más cosas que decirle: algunos días mandaba a mi madre a trabajar… Y ella jamás percibió ni una moneda de esta empresa.

Don Fulano.- ¿Mandaba  a trabajar a su madre?

Don Mengano.-Para poner sellitos y esas tonterías no hacía falta que viniera yo en persona. Además, entonces mi madre se acababa de jubilar y se aburría en casa sola tantas horas.

Don Fulano.- ¿Y cuánto tiempo estuvo aquí  su madre?

Don Mengano.-Oiga no lo sé, tampoco le hacía un seguimiento.

Don Fulano.- ¿Y quiere jubilarse gracias al trabajo de su madre?

Don Mengano.-No, no, cuando ella se cansó también mandé a mi abuela…

Don Fulano.- ¿A su abuela?

Don Mengano.-Luego comenzó a venir mi primo Ernesto, mi amiga Estevita, doña Clotilde la vecina, mi perro Frascuelo….

 Don Fulano.- Pero ¿cuántas personas han ocupado su puesto?

Don Mengano.- ¿Personas y animales o personas a secas?

Don Fulano.- ¿Personas y animales?

Don Mengano.- Jamás he conocido a alguien tan preocupado por la precisión como usted. Han sido muchas… en total unas cincuenta o sesenta. ¡Y todos sin cobrar un duro! Así que vaya pensando en una gratificación.

Don Fulano.- ¡Virgen Santa!

Don Mengano.-No, a esa no la recuerdo.

Secretario.- ¿Se da usted cuenta amo y señor?

Don Fulano.- ¿Y tiene la desfachatez de reclamar la jubilación?

Don Mengano.-Oiga mozalbete, que yo he trabajado aquí varios días, y también lo han hecho buena parte de mi familia, de mis amigos y de mis vecinos. Entre todos, habremos venido más de tres ó cuatro meses, y eso se paga señor mío. ¿No querrás eludir tus obligaciones? Porque yo enseguida me pongo violento. Además, que si no es por mí, esos no vienen a esta mierda de empresa ni atados.

Don Fulano.- (Saliendo de detrás de la mesa.) ¡Tres o cuatro meses en toda su vida majadero!

Secretario.-No se exalte su excelencia.

Don Mengano.-No, si te parece vengo todos los días a verte a ti. ¡Cómo si no tuviera otra cosa que hacer!

Don Fulano.-(A su secretario.) ¿Y durante todos estos años le hemos pagado?

Secretario.-Me temo que sí, amo.

Don Mengano.-Hombre claro, no querrás tener trabajadores gratis. ¡Anda qué! ¡Menudo pájaro estás hecho! Ya me lo advirtieron ya.

Don Fulano.- ¿Quién se lo advirtió?

Don Mengano.-Gregorio, Melquiades y Saturnino.

Don Fulano.- ¿Quiénes son esos?

Don Mengano.-Normal que no le suenen. Ellos llevan sin venir siete u ocho años.

Don Fulano.- ¿Qué ellos tampoco trabajan todos los días?

Don Mengano.- ¡Qué manía con el trabajo! Pero qué más te da a ti, triste, más que triste. Si quieres que la gente venga dales una compensación, no sé, por ejemplo una barra libre, juegos de riesgo, máquinas recreativas, una buena biblioteca… ¡Una filmoteca! Mira esa sí que es una buena idea. Oiga, si quiere retraso la jubilación dos o tres años y pongo en marcha estas ideas.

Don Fulano..-¿Y le parece poco que les pagues por no venir?

Don Mengano.- Más a mí favor. Ni cobrando se acercan. Además una cosa le diré. No todo se mide por el dinero.

(Don Fulano saca un revolver.)

Secretario.- ¡Qué hace Don Fulano!

Don Fulano.- ¿A usted que te parece cretino?

Don Mengano.-Oiga, ¿y mi dinero?

Don Fulano.-Tenemos  a la mayor parte de los empleados sin trabajar y cobrando. Algunos, como en el caso de este sujeto, desde hace más de treinta años.

Secretario.- Sosiéguese, sosiéguese.

Don Fulano.- ¡Por qué no me lo dijo antes! Llevo aquí encerrado media vida perdiendo el tiempo y todos los demás divirtiéndose.

Don Mengano.-En mi caso, incluso me enrolé en un ballenero para distraerme.

Don Fulano.-(Al secretario.) No le disparo, ni le estrangulo con mis propias manos porque me da usted lástima. Quédese en el despacho y vigile mis puros.

Secretario.-Lo que usted mande, señor.

Don Fulano.- En cuanto a usted…

(Don Fulano abraza a don Mengano.)

Don Fulano.- (Emocionado.) Vayamos al hipódromo.

Don Mengano.- ¡Qué casualidad! Allí trabaja Emeterio, también empleado de esta empresa.

(Ambos inician el mutis.)

Don Fulano.- ¿Y ese cuántos años hace que no viene?

Don Mengano.-Es difícil de calcular… pero al menos veinte años.

 

TELÓN

 

Más vale muerto en mano que ciento volando, (Entremés o paso, VI)

Más vale muerto en mano que ciento volando, (Entremés o paso, VI)

 

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia.
María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.
Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada.
Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.


En escena un palomar con los útiles, inútiles y elementos propios. Si no es posible que las palomas ululen o defequen por la escena su presencia puede sustituirse por su gracejo sonido. Lo que sería absolutamente inadmisible sería la escasez de plumas de todo pelaje en el escenario. En un extremo de las tablas un armario ropero sucio, cerrado, a ser posible embadurnado de excrementos de paloma. Entran Piqui y Viki. Ella muy joven, con atuendo de colegiala; él algo mayor, aunque no alcanza la sempiterna edad de hombre maduro, si bien supera la de adolescente. Ella con trapos de colores vistosos y él con indumentaria oscura, seria y serena.

 

Viki.-¿Por qué te has empeñado en subirme hasta el palomar?

Piqui.-Para enseñarte a mi tío.

Viki.-¿A tu tío? ¿Y qué hace aquí arriba?

Piqui.-Lo guardamos en ese armario.

Viki.-¿Cómo? ¿Guardado?

Piqui.-Murió hace veinte años.

Viki.-¿Y mantenéis el cuerpo ahí dentro?

Piqui.-Claro, ¿acaso tu familia no hace lo mismo?

Viki.-No, que yo sepa.

Piqui.- ¡Qué raro! En esta parte del país se respeta a los muertos, a las fuerzas sobrenaturales, a los encantamientos… La conservación y cuidado es una práctica habitual, muy extendida, corriente, a estas alturas, casi, casi vulgar. Probablemente tú procedas de alguna de esas aldeas o terruños bárbaras donde todavía se entierra a los muertos... y, ¿por qué no? ¡también a los vivos!

Viki.-No sabía nada. Fíjate que cuando murió mi hermano yo juraría que el cuerpo lo tiramos al río.

Piqui.- (Con desprecio.) Sí, esa costumbre, también arcaica,  todavía se mantiene en algunas partes. Todas ellas poseen un inconveniente manifiesto, si no conserváis el cuerpo, ¿cómo habláis luego con el difunto?

Viki.-Pero ¿vosotros contactáis con los familiares muertos?

Piqui.-Con todos no. Ya sabes, en asuntos de familia siempre hay desavenencias.

Viki.-Mi madre hablaba con nuestro padre, que parecía muerto, pero eso de conversar con un muerto, pero muerto, muerto de verdad... ¿Seguro que está aquí tu tío?

Piqui.-Por supuesto, ya te he dicho que te he subido al palomar para presentártelo.

Viki.- No puede ser.

Piqui.-(Mientras abre el armario de par en par.) ¡Cómo que no!

 

(Del armario sale el tío Lorenzo con un  chaqué cubierto de polvo y roído, el rostro cadavérico, los zapatos rotos. En fin, con un aspecto más que interesante.)

 

Tío Lorenzo.-¡Qué quieres ahora!

Piqui.-Tío Lorenzo te he traído a mi novia para que la conozcas.

Viki.-¡Qué dices! ¡Yo no soy novia tuya ni de nadie!

Piqui.-No le hagas caso, tío.

Tío Lorenzo.-Escúchame hijo, ¿tú te crees que a un hombre que lleva muerto más de veinte años le importa si tienes o no novia? Siempre me has parecido un cretino, un vago, un indeseable... pero como eres familia...

Piqui.-¡Pero tío!

Tío Lorenzo.-Ni pero tío ni nada.

Viki.-Oiga señor, que me lo he pensado mejor y sí, que soy su novia.

Piqui.- Si yo te la quería presentar por si podías darnos algo…

Tío Lorenzo.-¿Algo? ¿Algo de qué?

Viki.- Te refieres a dinero, ¿verdad Piki?

Piki.-Así es Viki, me refería a dinero, tío. A pecunia, a mosca, a montante y saliente, a cuenta de gastos, a mondadientes, a café, a tocateja, a money, a euritos, a duretes, a...

Tío Lorenzo.-Serás imbécil. Si tu padre heredó de mí una fortuna… Aunque cualquiera sabe lo que habrá hecho con ella. Y después de veinte años que llevo muerto, ¿vienes a darme la paliza para que te dé dinero? ¡Lo que te voy a dar es un guantazo que te voy a dejar sin sentido! Además menuda novia, parece una buscona.

Viki.-¡Oiga, no piense que por estar muerto puede decir lo que  le de la gana! ¿Qué es eso de buscona Piki?

Piki.-Bueno, pues, más o menos, viene a significar puta…

Viki.- ¡Qué descarado! Se lo diré a mi abuela muerta y verá…

Tío Lorenzo.- ¿A tu abuela? Sí, a esa sí me gustaría verla, la conocí de joven… ¡Era una fresca también!

Viki.- (A Piki.) Dile algo a tu tío.

Piki.- Viki, sé paciente, al fin y al cabo es de la familia y tal vez nos suelte algo de "pasta".

Tío Lorenzo.- Por lo que veo el cabrito de tu padre todavía me tiene en el palomar. ¡Ojalá les pegue una infección a estos bichos!

Piki.-No seas rencoroso tío.

Tío Lorenzo.-¿Rencoroso yo? Pero ¿te parece este un buen lugar para tenerme de cuerpo presente? Ya se lo dije a tu padre cuando vino a verme hace un par de años, ¡yo quiero estar en el salón-comedor! Si me dejaras recostado en una de las mecedoras, donde apenas os molestaría, ganaría en vistas, intervendría en las conversaciones, estaría al corriente de las idas y venidas de la familia, en fin, de todo… Y no aquí con estas repugnantes palomas.

Viki.-(En voz baja a Piki.) Pero ¿nos da dinero o no?

Tío Lorenzo.-(A Piki.) ¿Qué dice esa?

Piki.-Nada, nada, tiene curiosidad por el mundo de ultratumba. Ya sabes cómo son las mujeres.

Viki.-Es suficiente. No sabía nada de tus intenciones cuando subí hasta el palomar y, a pesar de todo, accedí a subir contigo. Tampoco sabía lo de tu tío, ni siquiera de lo de nuestra inminente boda…

Piki.-Yo no he dicho nada de boda.

Viki.-Bueno, pues ya lo sabes.

Tío Lorenzo.-Te das cuenta sobrino...  ya te dije que tenía pinta de fresca.

Viki.-(A tío Lorenzo.)¡Y usted cállese!

Piki.-Viki, amorrrrr (remarca la r como si no se atreviera a terminar la palabra), tranquilízate ¡por los clavos de Cristo!

Tío Lorenzo.- ¡Hijo que poco has acertado!

Viki.- Sí aquí el mochuelo no suelta algo de liquidez, ya te advierto desde ahora mismo, que contaré a todo el mundo que me has forzado en el palomar que, por otra parte, es un sitio muy propio para esos asuntos.

Tío Lorenzo.- (A Piki.) En eso ella tiene razón.

Piki.-¡Pero Viki! ¿Serías capaz de hacerme eso? Si siempre te he respetado.

Viki.-Por eso mismo.

Tío Lorenzo.- Criatura, con un muerto nunca cuentes para que te preste dinero.

Viki.-Muy bien, pues ya sé lo que debo hacer.

Piki.-Viki, ¿no serás capaz?

Viki.-¿Qué no? ¡Ya verás!

Tío Lorenzo.- (Mientras toma con las manos una pala de jardinero.) Sobrino, sujétala.

Piki.-¿Tío? ¿Otra vez?

Viki.-¿Me piensa matar el muerto?

(El tío Lorenzo golpea a Viki con la pala en la cabeza. Ella cae muerta.)

Piki.- (A tío Lorenzo.) Esta vez casi no te lo has pensado.

Tío Lorenzo.-Menudas elementas me traes. ¿Cuántas llevamos con ésta?

Piki.-Creo que más de quince.

Tío Lorenzo.-O ahora son todas muy espabiladas o tú eres muy tonto.

Piki.- Imagino que influirán las dos cosas.

Tío Lorenzo.- A este paso no heredas.

Piki.-Ya, ya lo veo. El pozo se encuentra a rebosar y tarde o temprano nos descubrirán.

Tío Lorenzo.-¡Qué dices! Cuando tenía tu misma edad cavé ese pozo con mis propias manos y le di holgura, profundidad, de todo. Ahí dentro debe haber sitio al menos para veinte o trescientas personas...

Piki.- En fin, la voy a tirar con las otras.

Tío Lorenzo.-(Mientras vuelve al armario.) Regreso a mis asuntos. Dale recuerdos a  mi hermano y recuérdale que me traiga gaseosa, que casi no me queda.

Piki.-(Inicia el mutis mientras  arrastra el cuerpo de Viki, a la que sujeta por las axilas.) Esta pesa más que la anterior.

Tío Lorenzo.- Sí, me pareció a simple vista  que estaba un poco más rellenita…

(Piki sale y el tío Lorenzo se encierra en el armario.)

 

Telón

 

Con una buena rata ¡hasta el fin del mundo!, (Entremés o paso, V)

Con una buena rata ¡hasta el fin del mundo!, (Entremés o paso, V)

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia.
María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.
Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada.
Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.



Escena casi vacía. En un extremo del escenario sentado a  una pequeña mesa un hombre, con aspecto insignificante, escribe ensimismado. Entra a escena, por el lado opuesto a la mesa, Don Golondrino, un hombre muy bien vestido, trajeado a ser posible, con una enorme maleta que arrastra como si el peso le abriera las carnes. Don Golondrino observa el entorno con extrañeza. Por fin repara en el individuo de la mesa y se aproxima con seguridad.


Don Golondrino
.-(Tras carraspear cuatro o cinco veces, en vano, para conseguir que el escribiente le preste atención.) ¡Oiga, joven!
(El Hombre de la mesa prosigue ensimismado en la redacción de unas notas. Don Golondrino golpea en la mesa con los nudillos.)
Don Golondrino.-¡Por favor, atiéndame!
(El Hombre de la mesa levanta la cabeza sorprendido, pero con calma. Mira a Don Golondrino y, con desconfianza, oculta los papeles.)
Hombre de la mesa.- ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí?
Don Golondrino.- Mi nombre es doctor don Golondrino Peralada de Abisinia, y he tenido a bien aproximarme a estos parajes como invitado pudiente y ponente al congreso de doctores, médicos y de raticidas en general que, según me indicaron, tenía lugar por estos contornos.
Hombre de la mesa.-¿Ah sí? ¿A qué tipo de congreso dice que viene?
Don Golondrino.-Al de cirugía coro…
Hombre de la mesa.-(Que interrumpe a Don Golondrino.) ¡No me diga más! ¿Al de cardiopatías de grillos? ¿Al de gonorreicos orgullosos? ¿Al de prostáticos y dichosos?
Don Golondrino.-¡Qué dice! ¿Qué pretende?
Hombre de la mesa.-(Sonríe con orgullo.) Le estaba probando buen hombre. No sabe la cantidad de insignes doctores que han intentado colarse en este lugar haciéndose pasar por otros.
Don Golondrino.-Me deja de una pieza y de un capullo.
Hombre de la mesa.-A riesgo de parecerle presuntuoso le diré que hasta el momento ninguno de esos farsantes ha logrado entrar en el congreso. Así que no se extrañe si encuentra la sala desierta.
Don Golondrino.-¿Quiere decir que he venido hasta aquí para nada?
Hombre de la mesa.-(Como si sospechara de Don Golondrino.) ¿Para nada dice usted? ¿Dijo o no dijo hace un momento que venía como ponente?
Don Golondrino.-¡Pero si no hay nadie…!
Hombre de la mesa.-Eso qué importancia tiene. ¿Usted es quién dice qué es o intenta colarse como hicieron los otros? ¿A que viene esa preocupación por si hay o no gente? Tal vez se haya citado ahí dentro con sus compinches.
Don Golondrino.-Discúlpeme, pero no acierto a comprenderle.
Hombre de la mesa.-Sí, sí, claro. No me comprende… ¿o no quiere hacerlo?
Don Golondrino.-A propósito recibí la misiva para que participara en el congreso tan sólo hace un par de días. ¡Con algo de retraso! ¿No le parece?
Hombre de la mesa.-No se equivoque conmigo. Podría no haberla recibido nunca.
Don Golondrino.-¿Qué insinúa?
Hombre de la mesa.-¿El año pasado recibió usted alguna invitación para este congreso?
Don Golondrino.-Claro que no. Entonces no participaba…
Hombre de la mesa.-Se da cuenta. No recibió esa carta porque los presidentes del congreso no me dejaron enviarla. Porque si de mi hubiera dependido de buen gusto se la hubiera mandado.
Don Golondrino.-Eso no tiene sentido.
Hombre de la mesa.-¿Sentido? Yo prefiero denominar a esos incidentes paradojas.
Don Golondrino.-Además en la carta no figuraba mi nombre. Tanto en el sobre como en el interior se me denominaba como Don Furúnculo y mi nombre, como ya le he dicho, no es ni más ni menos que doctor Don Golondrino Peralada de Abisinia.
Hombre de la mesa.-¡Oiga no, Don Palomino, no pretenda distraerme con tonterías y alejarme del tema principal!
Don Golondrino.-¡Cómo Don Palomino! Le digo que me llamo Don Golondrino. Go-lon-dri-no.
Hombre de la mesa.-Tiene usted mucho camino trillado. A mí no me engañará como ya habrá hecho con otros incautos. Primero intenta colarse y ahora me viene con chorradas para que no le haga la pregunta que tanto teme.
Don Golondrino.-No le comprendo. ¿A qué se refiere?
Hombre de la mesa.-¿A qué me refiero? (El Hombre de la mesa sonríe y luego de forma confidencial susurra la siguiente frase a Don Golondrino:) ¿Ha traído usted una rata?
Don Golondrino.-¿Cómo?
Hombre de la mesa.-¡Qué si ha traído usted una rata! Aquí las prácticas de cirugía se hacen con ratas, y si no se la trae usted de casa ya se puede ir olvidando…
Don Golondrino.-¡Qué desfachatez! ¡Pero usted sabe quien soy yo!
Hombre de la mesa.-¿Y usted sabe lo que es una rata?
Don Golondrino.-Por supuesto.
Hombre de la mesa.-Pues si no trae rata no le dejo pasar, ¡ni-dar-la-con-fe-ren-cia!
Don Golondrino.-¡Menudo disparate!
Hombre de la mesa.-¡Qué fácil lo ve usted todo, don Abceso rectal!
(Don Golondrino intenta demostrar su enfado, pero como El Hombre de la mesa no se calla le resulta imposible.)
Hombre de la mesa.-¿Así que las ratas le parecen un disparate?
(El Hombre de la mesa se levanta de su puesto y se acerca hasta Don Golondrino, al que toma de un brazo y lo lleva fuera de escena.)
Don Golondrino.-(Habla mientras El Hombre de la mesa le empuja fuera de escena.) En mi vida me han tratado de esta manera. Desde luego me quejaré a sus potentados y superlativos. ¡Qué barbaridad! ¡Y le diré más, en el hotel donde me han alojado no había ni siquiera un orinal!
Hombre de la mesa.-(Iniciando el mutis con don Golondrino.) Ahora, ahora verá usted lo que es bueno. ¡Ya basta de tanta cirugía y tanto circunloquio!
(Ambos desaparecen. Se escucha un grito. Entra corriendo de nuevo en escena don Golondrino aterrado. Después entra El Hombre de la mesa con calma.)
Hombre de la mesa.-(Orgulloso.) ¿Qué me dice ahora? Llevo criando a esa rata, que nació sin pelo, como el Señor la trajo al mundo, desde hace cinco años y todavía no ha nacido el médico que le ponga la mano encima.
Don Golondrino.-¡Por Dios no vuelva a meterme ahí!
Hombre de la mesa.-Claro, ahora empiezan las lamentaciones, los lloros y lo demás. ¡Esa rata, señor mío, esa rata es una Santa!
Don Golondrino.-La verdad que no abulta mucho, pero el verla pavoneándose por la habitación con su peto, sus zapatillas y su gorra me ha sobrecogido!
Hombre de la mesa.-El último médico que entró ahí se consideraba muy hombre… hasta que  vio a la rata llevarse una de sus patas a la boca para hacerle una pedorreta. (Ríe.) Aquel hombre se vino abajo. He conocido a muchos más altaneros que usted que han llorado como bebés de pelo en pecho ante la donosura de esa rata. (El Hombre de la mesa realiza los gestos que describe.) Porque esa rata se ha paseado así, con prestancia, como si apenas posara sus patitas en el suelo. Esa rata, señor mío, se ha paseado por las calvas de los más reputados anestesistas del mundo y se ha meado en las costuras de las orejas de los mejores cirujanos que los siglos han visto. ¿Le he hablado de su forma de caminar?
Don Golondrino.-¡Qué elegancia! ¡Qué parsimonia!¡Qué belleza ventricular!
Hombre de la mesa.-Si quiere puedo dejarle entrar de nuevo unos segundos…
Don Golondrino.-No sé si lo soportaré.
Hombre de la mesa.-¡Venga! ¡Inténtelo!
Don Golondrino.- De acuerdo. Me sobrepongo y repongo y hacia allí me dispongo.
(Don Golondrino sale.)
Hombre de la mesa.-¡Fíjese, fíjese porque jamás verá a una rata como esta! Mire, mire con cuanta elegancia mueve las nalgas y cómo se peina y estira las patitas…  La carne de gallina, mire…
(Entra de nuevo Don Golondrino llorando.)
Don Golondrino.-¡Cuánta razón tenía usted en todo! Sólo por esto ha merecido la pena el viaje.
Hombre de la mesa.-Se da usted cuenta.
Don Golondrino.-Ahora comprendo casi todo. Con una rata así uno puede ir… ¡hasta el fin del mundo!
Hombre de la mesa.-¡Y más lejos todavía!

TELÓN



© Raúl Herrero

Con la puntualidad a todas partes (Entremés o paso, IV)

Con la puntualidad a todas partes (Entremés o paso, IV)

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia. María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.
Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada. Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.

En escena un largo pasillo de cemento. Las luces vibran y centellean. El decorado y la ambientación recuerdan a un bunker más que a una empresa. En el centro de la escena un armatoste que parece un objeto de tramoya de ciertos ingenios futuristas de los años 60. Muchas luces que inexplicablemente se encienden y apagan. Unos cables que le sobresalen cual cofia por encima de lo que pudiera ser su equivalente a la cabeza. Objeto con forma cilíndrica. Todo en silencio. De pronto el “reloj atómico”, es decir, el desquiciante objeto, marca una hora y emite un ensordecedor sonido a camino entre bocinas y el aullido de las fábricas que se emplea para señalar el momento de entrar a trabajar, de salir o de comer. Tras el ruido suena el vals “Je te veux” de Erik Satie. Oficinistas, bailarinas, hombres vestidos de ocas, ancianas desnudas con los cuerpos pintados, niños con patinetes, hombres disfrazados de animales, un grupo se pasea como si viniera de una fiesta de disfraces con la más estrafalaria vestimenta, también pasa el gato con botas… Todos ellos bailan siguiendo la composición de Erik Satie con naturalidad, elegancia, belleza, en tanto realizan la acción de fichar en el “reloj atómico” antes de abandonar su trabajo. La música termina. El reloj parece haberse vuelto loco, vomita bocanadas de humo, tiembla, emite ensordecedores ruidos. Los rezagados se apresuran a fichar con sus papelitos o tarjetas en la mano, algunos asustados salen corriendo de la escena. Todo vuelve a la normalidad. Salvo el reloj que cambia de hora de manera arbitraria. Escena vacía.


Entra una mujer de cierta edad con una maleta y un sombrero ataviado con flores.


Mujer.-Siempre la última en salir. Me entretengo con la goma, con los lápices, nunca se donde tienen su lugar. ¡Y como siempre dice mi jefe! (Con voz grave) ¡Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa! De hecho llevo tres meses recogiéndome la mesa sin hacer otra cosa. Y es que en esta empresa el orden y la puntualidad están muy bien vistos.
(La mujer se aproxima al reloj. No acierta a ver la hora, o no cree lo que está viendo. Se frota los ojos.)
Mujer.-Pero… si no puede ser. Si el condenado reloj marca la hora en que entré a trabajar.
(La mujer consulta su reloj de pulsera.)
Mujer.-No, no, el mío no atrasa, siempre marca la hora con exacta.
(Se lo pone en la oreja)
Mujer.-(Tras reír) Si incluso me parece escuchar la voz de mi difunto marido cuando me lo pongo en la oreja. ¡Qué bien hablaba ese hombre! ¡Y qué gritos! ¡Menudos pulmones! (Silencio.) Nada, nada, sin duda, el reloj de la empresa sufre algún desorden,  atrasa, o sufre alguna avería. Bueno, pues ficho, me marcho y mañana será otro día.
(La mujer aproxima la tarjeta o papel al reloj con la intención de fichar pero una cavernosa voz en off la detiene)
Jefeculum.-(En off.) ¡Pero qué hace insensata!
Mujer.-(Paralizada por el miedo) Nada, nada. Pero conservaba la triste esperanza de volver a mi casa…
Jefeculum.-(Voz en off.) ¿A su casa? ¿Para quééée´? ¿Oculta algo? ¿Acaso pretende evadirse de sus obligaciones como empleada para conmigo su jefe, amo y señor?
Mujer.-(Mientras agacha la cabeza.) Nada de eso, mi amo Jefeculum. Pero ya he terminado mi horario y…
Jefeculum.–(Voz en off.) ¿Su horario? Pero… ¿qué dice? Si según el reloj usted llegó hace apenas una hora.
Mujer.-Bueno, ese reloj no funciona bien puesto que…
Jefeculum.-(Con un grito de “machote”) ¡Qué el reloj no funciona bien! ¡Sabe usted lo que está diciendo! ¡Qué el reloj no funciona bien!
Mujer.-El que jamás falla es el reloj de muñeca que me regaló mi marido y marca exactamente…
Jefeculum.-(Voz en off. Interrumpiendo a Mujer) Su reloj, ¡su reloj! ¡No compare esa baratija que le dio su marido durante una borrachera, con este reloj último modelo que jamás atrasa, que jamás adelanta, que posee un tubo de vacío en cuyo interior existe un campo magnético que filtra dejando pasar sólo a los átomos con el estado energético correcto. ¡Se trata de un reloj atómico”, señora mía.
Mujer.-Sí, eso yo no se lo discuto, pero fíjese, mi esfera marca exactamente las seis y cuarto. Es decir, que me marcho un cuarto de hora tarde. En cambio. el instrumento anatómico o forense o atómico o como se diga insiste en que son las diez de la mañana. ¡Y eso no es posible! Porque yo recuerdo que me he levantado a las seis de la mañana, he llenado a “Hermógenes” , mi perro, su comedero, me he aseado, es decir, duchado, mudado, (sonrojada), bueno ya me entiende…
(Entra Jefeculum: un hombre insignificante, con un traje viejo, vulgar, arrugado y con un megáfono en la mano que le proporcionaba ese tono de voz varonil y aterrador. Cuando no interpone el megáfono frente a sus labios su voz resulta chillona y ridícula.)
Jefeculum.-Pero… ¡no puede ser! La adquisición de ese reloj atómico nos ha costado millones, millones de millones. Y todo para que los empleados salgan y entren a tiempo, entren y salgan y no pierda ni un céntimo de mi dinero, mientras ellos van por ahí como haraganes, como mamporreros y vástagos sin madre.
Mujer.-No se preocupe Jefe, que digo yo que siendo tan caro ese aparatito dispondrá de  garantía.
Jefeculum.-¡Qué garantía ni que leches! Sus inventores me aseguraron que se adelanta o se retrasa un segundo cada 300.000 años. Y pensé: para entonces quién sabe. Puede que haya vendido la empresa o que, por alguna circunstancia que ahora mismo se me escapa, ya no me encuentre aquí.
Mujer.-Sí, a mí me ocurre lo mismo. A estas horas pretendía estar ya en al autobús de camino a mi casa y, en cambio, míreme, aquí sigo…
Jefeculum.-¡Pero no ¡ ¡Peeeerrrrooooooo nnoooooooo!
Mujer.-¡A mí me lo va a decir! Que si los átomos, que si los vencejos pero que no movemos.
Jefeculum.-Es del todo imposible que mi reloj atómico falle, en todo caso lo hará el suyo. Así que de aquí no sale nadie hasta que sea la hora.
Mujer.-Pero… ¿y los demás?
Jefeculum.-¿Quiénes?
Mujer.-Los que trabajan en esta empresa. Lo que ya se han marchado…
Jefeculum.-¡Cómo! ¿Qué han salido antes de la hora? ¡A mí arenas movedizas de los cuatro dioses infernales, a mí Herinias vengativas que atormentáis a través del tiempo, a mí despertadores inmundos que vinisteis al mundo para taladrarnos y medirnos como a una vulgar cosa! con cántaros de sudor. A unos les suspenderé de empleo y sueldo, a otros les colocaré grilletes y les obligaré a entonar cantos regionales.
Mujer.-¡Qué bruto! Pero si en verdad todos ellos salieron a su hora sólo que…
(Jefeculum ríe como un poseso.)
Jefeculum.-(Mientras señala el reloj atómico.) Él, él es el que marca la hora. ¡Y que yo sepa cuando la modificó, sus razones tendría, muchos huyeron despavoridos para que no les obligara a quedarse!
(Entra en escena un hombre, oficinista, asustadizo. Los otros dos personajes se mantienen en silencio y le observan. En una escena muda el oficinista saluda a la Mujer y a Jefeculum. El oficinista se encuentra con la hora del “reloj atómico”. Parece sorprendido. Mira su reloj de pulsera. Realiza el gesto de fichar pero. al aproximarse y leer el reloj atómico, el oficinista retrocede de nuevo.)
Oficinista.-(A Jefeculum) ¿Ese reloj atrasa o adelanta?
Jefeculum.-(Con ese tono de voz del que pretende mantener la calma antes de un ataque de ira.) ¿Cómo dice?
Oficinista.-El reloj… no funciona bien. Todo el mundo se ha marchado y, sin embargo, todavía marca las diez y cuarto de la mañana.
Jefeculum.-¿Y no cree que si el reloj, que es atómico, y que jamás se desvía ni un microsegundo no piensa que si dice que son las diez y cuarto de la mañana, quizá, tal vez, sean las diez y cuarto de la mañana?
Oficinista.-No es posible, porque a esa hora yo estaba trabajando en mi puesto, en el armario donde se guardan las escobas. Y desde entonces ya han transcurrido veamos… cuatro horas y pico.
Jefeculum.-Comprobó en ese momento, mientras usted trabajaba, la hora que marcaba  mi “reloj atómico”.
Oficinista.-No, no se me ocurrió.
Mujer.-(Al Oficinista) Ya verá, ya. A mí me tiene casi convencida.
Oficinista.-¿Convencida de qué?
Mujer.-De la hora.
Jefeculum.-¿No se le ocurrió? ¡Menudo pasmarote! Si usted trabajó sin saber qué hora era y sin consultar mi reloj, que nunca falla, aquí el que se ha equivocado es usted señor mío.
Oficinista.-¡Menuda y grande memez!
Jefeculum.-¿Menuda y grande al tiempo? ¡Qué dice! ¿Tiene usted una ligera idea de los millones de millones que me ha costado ese reloj para que ustedes, parásitos, no me roben ni un microsegundo de sus vidas, de esas vidas que mientras se encuentran bajo mi dominios me pertenece a mí?
Oficinista.-Tal vez su reloj se haya estropeado.
Mujer.-(Al Oficinista.) Hombre, déle la razón al Jefeculum, si a usted no les cuesta nada. Total ya me veo durmiendo aquí esta noche.
Jefeculum.-¡Cómo tengo qué decirle que mi reloj atómico es infalible! ¡Cómo! ¡Cóooooommoooo!
Oficinista.-Mire, yo me marcho que tengo prisa…
(Jefeculum extrae un revolver de un bolsillo y apunta a los personajes.)
Jefeculum.-De aquí no sale nadie hasta que sea la hora.¡Faltaría más!
Mujer.-¿Puedo llamar a mis gatos por teléfono? Los pobres se sentirán solos.
Jefeculum.-¡Qué se jodan sus gatos! ¡No estoy para gastos señora!
Oficinista.-¿Pretende dispararnos si nos marchamos?
Jefeculum.-¡No es porque me abandonen, sino por el buen nombre de mi “reloj atómico”!
Mujer.-¡Uy, qué apasionado!
Oficinista.-¿Y qué más le da si adelanta o atrasa ese dichoso mecanismo? Mándele a que lo arreglen y en paz.
Jefeculum.-Eso nunca. Y estoy dispuesto a cometer una locura con el primero que intente salir de la empresa antes de la hora.
Oficinista.-(Se acerca a Jefeculum.) Sea razonable. Si mañana volveremos todos de nuevo.
Jefeculum.-Y sin un reloj como Dios manda, ¿quién me asegura eso? ¿Y si de pronto decidieran no volver ninguno?
Mujer.-(Emocionada.) No diga tonterías… Y qué iba a ser de usted sin nosotros.
Oficinista.-Escuche, escuche a la señora…
(El oficinista se ha servido de la conversación para aproximarse a Jefeculum e intentar quitarle la pistola. Ambos pelean y se retuercen por el suelo.)
Mujer.-(Mientras los hombres se pelean. Suspiro) ¡Ay!, al menos veré algo entretenido hasta que sea la hora de volver a casa.
(Durante la lucha los hombres golpean al reloj atómico que comienza a cambiar de hora y que repite los ensordecedores ruidos. Los hombres abandonan la pelea.)
Oficinista.-¡Qué le ocurre a ese aparatejo!
Jefeculum.-Parece que ya vuelve en sí… ¿Nos dará la hora o nos enunciará alguna profecía?
Mujer.-Seguro que grita así porque le han hecho daño.
Jefeculum.-Parece que poco a poco se para.
Oficinista.-¿Y qué hora será para él?
(Explosión. Todos mueren.)

TELÓN

A la boda con caracoles a la espalda (Entremés o paso, III)

A la boda con caracoles  a la espalda (Entremés o paso, III)

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia. María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.
Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada. Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.

 

En escena una suite nupcial. En el centro un camastro rosa, cursi, kitsch y con mosquiteras de color fucsia. Suena la marcha nupcial de Félix Mendelssohn (del ballet Sueño de una noche de verano) interpretada al revés, o en un disco puesto al revés. En escena una pareja: Un hombre lleva en brazos a una mujer. Ojalá el actor sea un hombre fornido y ella una mujer tremendamente delgada, para que, al contrario de lo que las apariencias puedan augurar, el hombre apenas logre sostenarla a ella. Varias veces, antes de llegar al futuro lecho conyugal, él vacila, la tensión del cuerpo y el rostro desencajado nos revelan que él realiza un esfuerzo increíble, que lo sitúa al borde de sus fuerzas. Al final, el forzudo la deposita a ella sobre el lecho. Él se apoya en la cómoda de la habitación, con un pañuelo usado y arrugado que se ha sacado de un bolsillo, se limpia la frente. Con modestia cartesiana recomiendo que antes de salir a escena se derrame sobre el novio una jarra de agua. El público interpretará, con su pericia habitual, que el sudor requiebra por la cabeza y el cuerpo del muchacho como resultado de un trabajo desproporcionado. La novia queda en la cama cual si fuera un saco y con las piernas abiertas, no porque ella intente alguna forma de provocación, sino por simple indelicadeza en las formas. Suena un pasodoble que sustituye a la música clásica. Por un ventanal de la suite asoma una luna que lleva pijama y gorro de dormir.

Novio.- ¡Fíjate querida! ¡La luna! ¡Qué guasa!

Novia.-No me vengas con lunas ni con cinceles y atorníllame, ¡mi col de Bruselas!

Novio.-Aguarda que recupere el aliento. Los caracoles me han destrozado.

(El novio se gira y lleva pegados a la espalda varios caracoles)

Novia.-A partir de ahora no tendrás más aliento que el mío. ¡Repollo con almendras, tostada de emperador, gracia y vencejo de las almendras confitadas!

Novio.-Pero estos caracoles, ¡cómo duelen! Parecen abejas o avispas leonadas.

Novia.-No te inquietes ensaimada de tubérculos, que yo te los extraeré uno a uno con tanto cuidado que apenas notarás un leve crujido.

Novio.-¿De verdad harás eso por mí?

Novia.- (Que sujeta un cincel en la mano derecha) Sabes que ayudo a mi padre cirujano en mis ratos libres. ¡Pues no hay caderas por esos mundos que se lucen gracias al uso de mis manos!

Novio.-Ten cuidado, actúa con mesura. Mi piel padece una extraña enfermedad que la convierte en una sustancia de una delicadeza...

(En ese momento ella atrapa un caracol que arranca de la espalda de su novio como si le librara de una garrapata.)

Novio.-Ayyyyy, ¡dios Santo!

Novia.- ¡Tanto te alegras por nuestro enlace! ¡Qué apasionado eres!

(Ella sigue extirpando los caracoles de la espalda del novio y en cada tirón realiza una carnicería en la espalda de la víctima)

Novio.- ¡Cómo se reía tu padre durante toda la boda!

Novia.-Sí, se ha descojonado, ¿verdad?

Novio.-Aunque no comprende qué le impulsaba a reírse tanto.

Novia.-Yo le recordaba a mi madre, en paz descanse.

Novio.- ¿También le puso tu madre a tu padre estos extraños caracoles en la espalda durante la ceremonia?

Novia.- (Muy seria) ¡Desde luego! Se trata de una tradición familiar. Bueno, ya está…

(La novia da por terminada la masacre de la espalda.)

Novia.- ¿Aún no te quitas la ropa ?

Novio.-Pues la verdad, me apetece desnudarme porque mi sudor se ha mezclado con las fibras sintéticas de mi camiseta y temo que parte de ella se quede pegada a mi cuerpo para siempre.

Novia.-Eso, buey de mis sueños y mis melocotoneros. A partir de esta noche cuando mastique ternera ya no volará tu imagen hasta mi ensueño, cuando rasgue tendones y corte las impurezas y tumores, ya no pensaré en la pasión desnaturalizada que me aguarda en mi noche de bodas contigo.

(El novio se sienta en la cama y se quita los zapatos.)

Novio.- ¡Qué dolor de pies! Te empeñaste en que me comprara estos zapatos que me venían tres tallas pequeños… Después del baile apenas siento los dedos. ¿Los ves? Están amoratados. ¿Crees que se me caerán?

Novia.- No puede ser. Tienes que conservarlos durante algunos años. Ya sabes que es costumbre de mi familia, que la esposa coma al marido uno de los dedos de los pies, el día de la boda de su hijo.

Novio.-Y a ti, ¿te gustaría que tuviéramos muchos niños?

Novia.-Casi no pienso en otra cosa, ya me entiendes.

(Suena en off una carcajada propia de una película de terror.)

Novio.-Ahora comprendo a tu padre.

Novia.-Siempre ha tenido un humor inglés, muy refinado. Por ejemplo, ¿sabes que dijo cuando se enteró de la muerte de mi madre?

Novio.-Se alegró porque así conservaría todos los dedos de los pies el día de nuestra boda…

Novia.- ¡Qué mamarrachada! Eso para los de nuestra familia supone un privilegio. Mi padre llegó a casa con dos entradas para acudir al cine esa noche. Entonces se encontró con el cadáver de mi madre tendido en el suelo de la cocina. Una vez que desfilaron por la casa los policías, los médicos, un boticario, los amigos, un vecino bombero, el forense y dos sacerdotes y demás parentela, casi le aseguraron a un ciento por ciento que mi madre había muerto. Mi padre dejó caer las dos entradas decine sobre las nalgas de la difunta y murmuró: “¡Qué contratiempo! ¿Y ahora dónde voy yo con dos entradas?” ¿No te parece increíble? ¡Qué humor tan fino! ¿Verdad?

Novio.-No sé qué pensar… ¿Y tu madre de qué murió?

Novia.-La asesinaron. Aunque nunca encontraron al responsable.

(Vuelven a escucharse en off las carcajadas del padre.)

Novia.- ¡Escucha! ¡Escucha qué música celestial! ¡Qué feliz, qué feliz es mi padre! ¡Y qué feliz soy yo!

(La Novia gira en círculos por la escena. El Novio permanece inmóvil, con el rostro desencajado, sentado en la cama.)

Novia.- ¿Sabes qué hizo mi madre a modo de colofón tras la noche de bodas?

Novio.- Ni idea.

Novia.-Quemó el cuarto del hotel. La rememoración de ese día nos proporcionó tantas veladas agradables durante las comidas familiares con primos y hermanos.

Novio.-Ya lo suponía, ya. (Con voz atemorizada) ¡Menuda gracia! ¡Toda la habitación en llamas! ¿Verdad? ¡Y los bomberos! ¡Y los sepultureros! ¡Y el olor a chamusquina!

Novia.- ¡Qué bien hablas! (La novia muestra sus pechos al aire. Grita) ¡Bésame!

(El novio pretende besarle los pechos pero ella le empuja)

Novia.- ¿Cómo te atreves? ¡No sabes distinguir una tímida insinuación de una invitación al sexo más desenfrenado y conspicuo!

Novio.- (Tras reflexionar unos momentos) No, creo que no.

(Sale de debajo del futuro lecho marital un hombre de cierta edad vestido de novio.)

Flamarium.- ¡Apártate de ella joven!

Novio.- ¿Quién es usted? ¿De donde sale?

Flamarium.-Mi nombre tal vez no lesugiera nada. Pero si le aseguro que llevo bajo esa cama treinta y cinco años, ¿qué me diría a eso?

Novio.- ¿Cómo ha sobrevivido?

Flamarium.- El deseo de venganza fue mi barbitúrico y mi pitanza.

Novia.- ¡No! ¡No es posible!

Flamarium.-Por supuesto que lo es.

Novio.- ¿Qué pasa?

Novia.-Este hombre es mi tío Flamariun.

Flamarium.-Sí, en efecto. ¡Y he venido para vengarme de tu familia!

Novio.- ¿De la mía?

Flamarium.-No, de la suya.

Novio.- ¡Ah, bueno!

Novia.-Pero si tras casarte con mi tía desapareciste, ¿dónde has estado durante estos años?

Flamarium.-Debajo de esa cama. (Al Novio) Sepa usted, buen hombre, que las mujeres de esta familia poseen la capacidad de hacer infeliz a su consorte por los cuatro costados. Yo no escuché a mi padre, ni a los vecinos de mi pueblo, cuando me advirtieron de la leyenda que circulaba por allende los mares, sobre una población de mujeres que se casan para comerse a los consortes y quedarse con todas sus propiedades.

Novio.- ¡No es posible! ¡Pero tanta maldad hay en el mundo!

Flamarium.- ¡Tanta y más!

Novia.-No le escuches, mi tierno corazón de vaca sanguinolento.

Flamarium.- ¡Y no contentas con eso, esas mujeres, antes de asestarle a la víctima el golpe definitivo, poco a poco se lo van comiendo en vida aludiendo extrañas y lúgubres tradiciones familiares!

Novio.-Algo de eso sí que hay.

(Se escucha en off de nuevo la carcajada del padre.)

Flamarium.- Por eso ríe el padre de la novia con tanto ahínco. Se libró de la madre y ahora de la hija. ¡Ya es libre! ¿No lo comprende?

Novio.-Eso que dice es monstruoso.

Flamarium.- Tenía que tratarse de una historia muy truculenta para que un hombre de acción como yo aguardara treinta y cinco años oculto bajo una cama para contarla. ¿No le parece?

Novia.- Este hombre está trastornado de la mugre que ha esnifado bajo esa jergón durante los últimos años.

Novio.- ¡Pero tú le has reconocido!

Novia.-Al principio me recordó a mi tío, el que desapareció tras la noche de bodas, pero ahora que me fijo y..., no, no puede ser él…

Flamarium.-Joven, si rebusca entre las pertenencias de su esposa encontrará un libro de cocina cuyas recetas siempre incluyen carne humana.

Novio.- ¡No puede ser cierto!

Novia.- ¡Qué dice este loco! Si yo siempre he preferido la carne cruda.

Flamarium.- ¡Ábrale la maleta y busque y rebusque!

Novio.- (A la Novia) Vamos, déjame tu maleta.

Novia.- (Llorosa) ¿Ahora no confías en mí? ¿Te das cuenta del profundo dolor que me infringes con tu desdén y desconfianza? (Se tumba en el suelo y llora desconsolada) ¡Ay, virgen santa! ¡Ay, Dios mío y de mis antepasados!

(El Novio y Flamarium se abalanzan sobre la maleta de ella y la abren. Rebuscan y dispersan por toda la escena las ropas de ella. Al fin el Novio encuentra un libro.)

Flamarium.- No tengas reparo, ahora conocerás la verdad.

(El Novio hojea el libro. Silencio.)

Flamarium.- ¿Qué le parece?

Novio.-La encuadernación no es muy buena y la impresión tan pobre, que a veces ni siquiera se distinguen las letras.

Flamarium.- Lea algo en voz alta.

Novio.- (Lee.) Para la elaboración del siguiente regusto se precisa al menos un kilo de arroz, tres cuartos de kilo de orejas de tocino, media botella de vino blanco, abundantes especias y tres cuartos de lomo humano, a ser posible, de un ejemplar macho de mediana edad. Aquí no dice nada respecto a que ella piense matarme.

Flamarium.-Fíjese con atención. En la receta se recomienda el uso de lomo humano, de varón de mediana edad…

Novio.- ¿Y?

Novia.- ¿Te das cuenta? Este hombre es un perturbado que sólo busca el hacernos desgraciados y sazonar nuestros cuerpos con tubérculos.

Novio.- No sé si fue antes el contemplar tus nalgas, o el hambre desmedida de caracoles que me embarga, pero, de cualquier modo, no creo en las palabras de este miserable, de este vejestorio con más de treinta años de “bajacama”.

Flamarium.- ¿Ésa será su última palabra?

Novio.- (Ofendido) Y mi palabra última también.

Flamarium.- ¿Qué hora es?

Novia.-Medianoche pasada.

Flamarium.- ¡Uy que tarde!

(Flamarium inicia el mutis al tiempo que canturrea unan polka con despreocupación).

Novia.- (Mientras prepara un caldero en el centro de la habitación) ¡Qué bien has hecho! Sabía que a ti nadie podía engañarte.

Novio.-Ahora desnudaré para asearme un poco.

Novia.- Sobre todo pon atención en los pliegues de carne donde la suciedad a veces se oculta con disimulo.

(La Novia corta verduras y las introduce en el caldero.)

Novio.- A mí, ahora no me apetece comer nada. Después del banquete…

Novia.-Tú ve a lavarte, que yo sé muy bien lo que hago.

(El Novio sale. La Novia queda sola en escena afilando un enorme cuchillo y cantando “Soy el novio de la muerte…” Entra un leñador furioso con un hacha en la mano.)

Leñador.- Perdón, ¿el lobo?

Novia.-En la habitación contigua

Leñador.- (Iniciando el mutis) ¡Ah!, perdone.

(La Novia sigue cantando mientras cae el

TELÓN


© Raúl Herrero

Por la puerta grande (Entremés o paso, II)

Por la puerta grande (Entremés o paso, II)

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia. María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.
Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada. Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.


Una habitación gigantesca, desproporcionada, ahogada por muebles estilo biedermeier. Una lámpara enorme, realizada con cristal de roca, cuelga del techo. Bajo esa monstruosa creación, que recuerda por su al incensario de la Catedral de Santiago de Compostela, una anciana sentada en una mecedora ejecuta los movimientos repetitivos propios de una persona cuando practica la calceta. La anciana viste de luto, con una pañoleta en la cabeza, una rebeca de punto sobre los hombros. No se le ve ni un centímetro de piel porque a su cuerpo lo envuelven vendas de lino. Sí, como a las momias. Suena una música de réquiem: Berlioz o Verdi. Tras unos segundos la música desciende, se escucha el crujir monótono de la mecedora durante varios segundos o minutos, según el tiempo que tarde el público en impacientarse. Entra Faustino Perlanas, un enano muy joven, con un ramo de flores en la mano. Baila una danza exótica y excéntrica con mucha gravedad, en un silencio violentado por la bamboleante mecedora.


 

Faustino.- (Desde una distancia prudente porque desconfía de la anciana. Susurrante.) Señora, señora.

(La anciana no se inmuta ahora ni durante el resto de la obra. Sólo musita sus intervenciones con desgana o con el tono que el director o la actriz consideren apropiado dependiendo de la situación. La anciana también puede intervenir con un tono de voz que manifieste indiferencia.)

Faustino.- (Más alto que antes.) Señora, señora.

(Silencio.)

Faustino.-(A gritos.) ¡Señoraaaaaa!

(Silencio.)

Faustino.-(En voz alta o en alta voz.) Mi nombre es Faustino Perlanas y venía a casarme con su nieta. ¿Me oye? ¡Señoraaa!

(Faustino se aproxima a la anciana con prudencia, temeroso.)

Faustino.-(A gritos.) ¡Qué venía a casarme con la que supongo será su nieta! ¿Me oye?

(Faustino se aproxima más a la anciana y justo cuando se encuentra a punto de tocarla, ella interviene de manera imprevista. Faustino se asusta y retrocede.)

Anciana.-A mí lo que más me gusta es la calceta.

(Silencio. Faustino Perlanas, tras retroceder asustado, fija su mirada en la anciana.)

Faustino.-(Con temor. En voz alta.) Preguntaba por su nieta, señora, noble anciana.

¡Señooooraaaa! (Aparte.) ¿Será sorda la vieja?

Anciana.-A mí lo que más me gusta es la calceta.

Faustino.-¿Otra vez con la calceta? ( A la anciana y a gritos.) ¡Señoraaaaa! ¿Está sorda? ¿Preguntaba por su nietaa? Vengo a casarme con ella.

Dueño y Señor.-(Voz en off. Grave.) ¿Con su nieta?

(Faustino Perlanas se asusta y corre a ocultarse tras la mecedora de la anciana. Silencio.)

Anciana.-A mí lo que más me gusta es la calceta.

Faustino.-¿Quién es?

Dueño y Señor.- Soy el dueño y señor… de esta casa.

Faustino.-(Tras salir de su escondite. Muy serio y con la vista puesta en el cielo.) Es un placer. Mire, mi nombre no es otro que Faustino Perlanas y venía con el propósito de casarme con su nieta.

Dueño y Señor.- No tengo nietas. ¿Será con la nieta de mi madre?

Faustino.- ¿Con quién?

Dueño y Señor.- Esa señora de ahí es mi madre.

Faustino.-(Saca la cartera y enseña una foto.) Mire, ¡y esta es la mía! ¿Y la suya donde está?

Dueño y Señor.-Sentada en la mecedora.

Faustino.-Pero… es sorda, ¿verdad?

Dueño y Señor.-¡Cómo se atreve! ¡De ningún modo!

Faustino.-¿Entonces no me deja casarme con su nieta?

Dueño y Señor.-No le he dicho que no tengo nietas.

Faustino.-¿Pero no era su madre esta señora?

Dueño y Señor.-Por eso mismo.

Faustino.-Pero, ¿es sordo o qué le pasa?

Dueño y Señor.-Está muerta.

Faustino.-¿Su nieta? ¡Qué desgracia!

Dueño y Señor.-No, mi nieta… mi hija, no. Mi madre es la que está muerta.

Faustino.-¿Qué madre?

Dueño y Señor.-La mía.

Faustino.-¿La sorda?

Dueño y Señor.-¡No está sorda! ¡Está muerta!

Faustino.-Pero si se mueve…

Dueño y Señor.-¡Y qué quiere que yo le haga!

Faustino.-Pues impóngase, ¡señor mío! Con los muertos hay que tener mucho cuidado porque enseguida se le suben a uno a las barbas.

(Faustino se coloca una barba postiza y baila una canción tirolesa. La anciana acompaña el ritmo con un pie. Mientras Dueño y Señor lanza exclamaciones de sorpresa y enojo: “¡Ohhhh! ¡Qué escándalo! ¡Qué barbaridad! ¡Virgen Santa!”.)

Anciana.-(Una vez que Faustino Perlanas ha finalizado su baile.) A mí lo que más me gusta es la calceta.

Dueño y Señor.-Bueno, ¿y qué quiere de mi hija?

Faustino.- De su nieta… Bueno, quería, ya me entiende. Primero casarme y luego… ¡qué picantón es usted!

Dueño y Señor.-¡Por todos los santos! ¿Dónde ha estudiado usted? ¡Qué desfachatez!

Faustino.-(Tras sacar de su bolsillo un papel.) Aquí le traigo mi curriculum “bario”.

Dueño y Señor.-¿Querrá decir “vite”?

Faustino.-(Sorprendido) ¡Ah! ( A la anciana y en un susurro.) ¿Qué ha dicho que vi?

Anciana.-A mí lo que más me gusta es la calceta.

Faustino.-A mi su nieta me gusta más que un pollo a la chilindrón.

Dueño y Señor.-¡Ya le he dicho que se trata de mi hija!

Faustino.-Ah, perdone, creí que era su madre.

Dueño y Señor.-¿Mi madre?

Faustino.-¡Como hablaba de su nieta!

Dueño y Señor.-¡Qué nieta!

Faustino.-No, yo no tengo ni hijos, como para tener nietos ni nietas. Además yo he venido aquí a casarme o, en su defecto, a leer mi columbario.

Anciana.-A mí lo que más me gusta es la calceta.

Dueño y Señor.-Entonces, ¿quiere casarse con mi hija? ¿Viene a pedirme la mano?

Faustino.-(Realiza en el aire el gesto de estrechar la mano.) Sí, la mano.¡Encantado! (Habla de nuevo con la anciana.) Pues como le decía, su madre me gusta más que las perneras de pana.

Dueño y Señor.-¿Qué le dice a mi madre?

Faustino.-Pero ¿no era su nieta?

Dueño y Señor.-¿Quién?

Faustino.-Si no sabe de lo que habla manténgase callado. ¿Y mi columbario lo lee o no?

Dueño y Señor.-¡Qué desfachatez!

Faustino.-¡Pues se lo leo yo! Nací donde dijo mi madre y en un año qué a usted no le importa. Durante mis primeros quince años de vida mi madre me crió amamantado por una cabra salvaje de nombre Ofelia y de sexo hembra. A pesar de mi corta estatura sobresalí como amaestrador de focas, liberador de chimpancés y antialpinista durante cerca de tres ó cuatro meses. Después me he dedicado a mis labores con una actividad tan constante que he llegado a levantar dos casas, tres pensiones y cuatro palacios.

Dueño y Señor.-¡Qué bobadas son esas!

Faustino.- Si algo existe bajo la capa del cielo que me cabrea son las personas que hablan sin saber, por decir algo, como si el hablar fuera defecar. Aquí hablo, aquí cago, aquí hablo, aquí cago, así, de cualquier manera y forma. (A la anciana.) ¿Verdad señora?

Anciana.-A mí lo que más me gusta es la calceta.

Faustino.- A mí su hija me gusta más que los helados rellenos de helado.

Dueño y Señor.-¡Esto es inaudito! Ahora mismo voy a mandar que lo expulsen de mi casa a mis quinientos mamelucos.

Faustino.-¡Usted no se meta donde no le importa! Porque si es usted el padre de esta señora, le queda la parentela muy lejana en relación con mi prometida, para que me venga a mí a decir si esto o si aquello.

Dueño y Señor.-¡Fuera! ¡Fuera de mi casa ahora mismo!

Faustino.- Vaya, vaya carácter. ¿Ha bebido o siempre tiene tan mala baba? ¿Puedo hablar con su abuela?

Dueño y Señor.-¿Mi abuela? Estaba hablando usted con mi madre, que, por cierto, está muerta desde hace treinta años. La dejamos en la mecedora por tenerla ocupada con algo.

Faustino.-Lo mismo hicieron mis padres conmigo.

(La anciana se levanta y muestra una escopeta.)

Anciana.-A mí lo que más me gusta es la calceta.

(Faustino arrebata el arma a la anciana y comienza a disparar al cielo.)

Dueño y Señor.-¡Oh, dios! ¿Pero qué hace?

(Cae a escena un cuerpo muerto desde el techo de la escena mientras suena el Aleluya de Haendel.)

Faustino.-(A la anciana.) Buenas, señora, venía a casarme con su nieta.

(La anciana se sienta de nuevo en la mecedora y prosigue su labor.)

Anciana.-A mí lo que más me gusta es la calceta.

(Mientras Faustino limpia la escopeta y se escucha el sonido de la mecedora desciende el …)

TELÓN

 

[En la imagen superior ilustración de Aljoscha Blau para el libro Mejillas Rojas de Heinz Janisch. Traducción de Eduardo Martínez. Salamanca, España, Lóguez Ediciones, 2006. Colección Rosa y Manzana.]

© Raúl Herrero

Dios dice muchas cosas (Entremés o paso, I)

Dios dice muchas cosas (Entremés o paso, I)


Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia. María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.
Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada. Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.



Escena vacía. Entran Padre e Hijo de perfil. Por supuesto, Padre lleva pantalones cortos y lo encarna un mozalbete, adolescente o jovenzuelo. Como cabría de esperar Hijo lo interpreta un actor de edad avanzada, con barba natural o postiza que le llega hasta la rodilla, a ser posible calvo, aunque por su indumentaria pretende parecer no joven, sino un niño. Padre guía al hijo con una mano sobre el hombro. Ambos se vuelven y miran al patio de butacas: Padre con orgullo, Hijo con miedo o, en su defecto, con la boca abierta como un tonto de remate.

PADRE.– Hijo…
HIJO.– Sí, padre.
PADRE.— (Con emoción y empaque.) Un día todo esto será tuyo.

(Hijo mira en derredor sorprendido porque no ve nada.)

HIJO.—¿Todo? Pero si aquí no hay nada…
PADRE.–¿Y te parece poco hijo mío?
HIJO.—Me parece que no es demasiado.
PADRE.— (Que rompe con la grandilocuencia anterior y se manifiesta como un hombre poco refinado y brusco.) ¡No me vengas con mierdas! ¿Acaso no te das cuenta de los esfuerzos que ha hecho el puñetero de tu padre, que soy yo, para darte todo esto?
HIJO.—Pero si no hay nada.

(Sonidos de animales de campo: moscas, grillos, rugidos… Tal vez sean más bien sonidos de selva amazónica.)

PADRE.— Como se nos haga de noche estamos perdidos.
HIJO.— Padre, una duda que tengo. ¿Y también heredaré la mula Vanessa?
PADRE.—¡Ah no! ¡De ninguna manera!
HIJO.—Para una cosa que te pido.
PADRE.—(Comprensivo.) Pero hijo mío, eso no puede ser, me pides un imposible, eso es sacar del tiesto ambos pies…
HIJO.—(Con rostro bobalicón.) ¿Por qué padre’ ¿Por qué?
PADRE.—Si todos lo saben. No me digas que tú…
HIJO.— Yo pienso mucho en ancas de rana. Pero no sé a qué te refieres, padre.
PADRE.- Bueno, ya tienes edad suficiente. Hijo, la mula Vanessa es mi amante.
HIJO.-¡Pero padre!
PADRE:-Ni pero padre, ni leches… Cuando murió tu madre, Dios la tenga en su Gloria Misericordiosa e Infinitesimal, no sabes lo mal que lo pase. Tuve una serie de flatulencias y de dolores de estómago terribles. Seguramente porque en el convite del entierro tomé algo en mal estado, vamos, algo podrido, descompuesto, en estado de podredumbre, de putrefacción…
HIJO.—¡Putrefacción! ¡Qué hermosa palabra!
PADRE.—Sí, a tu madre también le gustaba mucho y ahí la tienes…
HIJO.— (Asustado.) ¿Dónde?
PADRE.— Ahí la tienes en sentido figurado, en sentido figurado.
HIJO.— ¿Qué te has figurado?
PADRE.— Nada, hijo mío. (Padre da un coscorrón al Hijo.) En fin, que en los momentos de dolor que viví cuando tu madre me dejó descansar, en esa dolorosa experiencia que supuso para mí esa terrible descomposición gástrica fue la mula mi única alegría. ¿No lo recuerdas hijo? ¡Cómo retozaba por la casa!
HIJO.—¿Dónde? ¿Quién?
PADRE.— Vamos, que si la mula me sobrevive la entierran conmigo. ¡No te la dejo en herencia ni loco!
HIJO.—Pues ya lo siento. Con la ilusión que yo tenía. Las noches de carnaval a Vanessa le pongo unos sombreros de obispo, o de juez, o le coloco unos panes redondos sobre la cabeza y los dos nos reímos hasta el amanecer. Por eso pensaba que tal vez, a tu muerte, padre, cuando estés bajo tierra, en la fría y destartalada tumba y los gusanos te coman las cuencas de los ojos… pues para los gusanos las cuencas de los ojos vienen a ser lo que a nosotros los caramelos de menta…Tenía, padre querido, la ilusión de heredar la mula. Porque realmente todo lo demás, es decir, nada, no me apetece demasiado. Me da incluso un poco de grima.
PADRE.– Calla, calla, insensato. ¿No comprendes de las excelencias de toda esa nada? Es la libertad absoluta. Puedes imaginarte un paisaje, un ballet para cochinos, una danza para elefantes…

(PADRE calla cuando mira a su HIJO y lo encuentra con el rostro encendido por el esfuerzo que realiza al intentar imaginarse algo.)

HIJO.— Por mucho que me esfuerzo sólo veo a la mula. ¡Y es que juntos nos reímos!
PADRE.– Bueno, pues se acabaron las risas. Que eso no está bien. Al fin y al cabo la mula es mía.
HIJO.-¿Y por qué no haces como Roberto Fonseca que le dejó a su hijo una herencia de trescientas mil libras esterlinas?
PADRE.—¡Menuda cosa! ¡En el culo te las podrías meter una a una! Nada es mucho mejor.
HIJO.— Como de lo blanco a lo negro.
PADRE.—Exactamente.
HIJO.— Pero de la mula nada.
PADRE.—De la mula olvídate. Además con lo bien que guisa, lo bien que me lee cuentos por las noches antes de dormir y con el papelón que tuvo durante la guerra… Pues no está cotizada la mula ni nada.
HIJO.—¿La mula? ¿Qué papelón tuvo?
PADRE.— Fue apuntadora. Que un soldado no sabía cuando morirse pues ella le pegaba un tiro. Si a un alto mando se le olvida el momento de lanzar el ataque, pues ella le telefoneaba y se lo recordaba. Entonces las guerras eran otra cosa. De antemano se preparaba un guión y de él no se salía ni Dios.
HIJO.— ¿Y Dios qué decía de todo esto?
PADRE.— ¡Dios dice muchas cosas!

(Tras PADRE e HIJO pasa la mula Vanessa con un sombrero de copa montada en bicicleta y cantando “Angelitos negros”. PADRE e HIJO permanecen congelados).

PADRE.- Por otro lado la mula monta en bicicleta como los ángeles. Y además de nada también heredarás la tierra…
HIJO.—Bueno, eso ya es otra cosa.


TELON

© Raúl Herrero

 

(En la imagen superior una Mula-biblioteca, una de las especies más hermosas del mundo y también en peligro de extinción)