(Esta sección la componen un numero indeterminado de relatos breves que tienen en común el enunciado: “...motivo de tristeza”. Espero que mis impávidos lectores se diviertan tanto con estos breves relatos como un servidor.)
(En la imagen superior la bañera de doña Fulgencia Ramos, en el presente expuesta en el Museo de los cuartos de aseo de la ciudad de Brasilia )
Doña Fulgencia Ramos de Andrade decidió, a la edad de 65 años, un domingo a las doce del mediodía, introducirse en un baño de agua tibia, sazonado con aceites y jabones exóticos, para no salir jamás. El teléfono móvil, regalo de uno de sus nietos, impermeabilizado con un chubasquero de punto de cruz, se convirtió en su único compañero de encierro. “La comunicación ante todo”, pensó ella. Además, la señora emplazó el frigorífico en la cabecera de la bañera, de tal modo, que le bastaba con incorporarse levemente para proporcionarse cualquier alimento. Cuando su hijo, Ernesto Cifuentes Ramos, tuvo noticia de la resolución de su madre, intentó deslizar una batidora en funcionamiento en el húmedo receptáculo. Los hermanos del homicida y los nietos de de la señora, es decir, los hijos de Ernesto, Ataulfo y Juan Domínguez, reprimieron la agresión y lograron que los juzgados dictaran una orden de alejamiento de la bañera del matricida. Con motivo del 66 cumpleaños de doña Fulgencia se reunió toda la familia, excepto el primogénito agresor. Los presentes comieron la tarta conmemorativa sobre cualquier rincón del baño que sirviera como receptáculo: el retrete, el vide, la pila del lavabo, la cisterna… Al final, los convidados, exaltados por una desaforada animación, encendieron algunos petardos que sonaron, en el limitado recinto, como cañonazos. El estruendo alarmó a los vecinos, por lo que no tardó en personarse la policía en el lugar. Cuando los agentes se encontraron con semejante escena detuvieron a toda la familia acusados de constituir una secta peligrosa. Sin embargo, doña Fulgencia, tras negarse en redondo a desalojar la bañera, manifestó que la causa de su comportamiento provenía del maltrato psicológico que había sufrido por parte de sus parientes. Por esta causa toda la familia ingresó en prisión. Los desperfectos que el cuerpo policial ocasionó en el baño, los agujeros de bala en el techo, la rotura de baldosas y algún ligero golpe que afeaba el sanitario fueron, para doña Fulgencia, mientras vivió sana y feliz en su cuarto de aseo, sus únicos motivos de tristeza.