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Raúl Herrero

BLUES DE LA LOCOMOTORA FANTASMA

BLUES DE LA LOCOMOTORA FANTASMA



Fueron las gentes del norte las primeras
en hablarnos de su presencia.
Ella recorre trayectos solitarios,
siente especial predilección por vadear
campos de trigo tostados por alas de cuervo.
Mantiene  la misma velocidad,
quienes la encuentran en su camino
pierden la cara tirados por un hilo invernal.
Su sonido característico no evoca nada conocido,
a su paso deja un rastro refulgente
que parece surgir de la tierra agrietada.
En las noches claras refleja su silueta
sobre el tapiz quemado de la luna;
las yerbas que crecen sobre los párpados
de los muertos le silban al pasar.
Una vez conocí a un anciano que juraba
haber vivido, cuando le protegía su juventud,
al menos dos meses en ella.
La tomó, con proporcionada agilidad, una mañana
que la locomotora arrasaba la estación abandonada de su aldea.
En las tripas de aquella serpiente con forma de tren
sonaba una música de niebla,
como sobre una paleta con miles de tonos
flotaban colores  suspendidos en bolsas de yema.
El anciano aseguraba que a sus oídos les crecieron
tentáculos porosos que el paisaje presentía.
Le venció un aletargado aleteo que masajeaba su espalda,
despertó enterrado vivo en la ladera de una montaña.
Al levantar de la yacija, podrida por carroña,
notó como sus esperanzas quedaban enterradas bajo los guijarros.
Por eso se comenta que la locomotora
hurta las ilusiones de cuantos cortan la línea
que separa su distancia del mundo.
La evitan los hombres con guadaña al hombro,
se lanzan bajo sus ruedas los pintores cuando tiembla
el suelo que les cobija bajo la rosa celeste.
En las noches veraniegas los abuelos, sentados en el porche
de cara a la brisa o vaho de dragón, cuentan a sus nietos
historias sobre el espectro del ferrocarril.
Le atribuyen ángeles desguazados junto a trompetas
secas y mudas, destrozadas por la necesidad.
Quien la encuentra puede cavar una fosa
donde olvidar las adelfas de su edén,
cruzar las piernas sobre una cruz que signifique
la capitulación ante la deslealtad del fracaso.
Esa máquina aguarda el momento preciso, la paciencia es su combustible,
jamás se agota, araña el hielo, disuelve la semilla del calor.
Algunos para llorar su visión emplean pañuelos
untados con espinas, se dice que si no la observas
puedes salvar de la ruina algunas puertas.
El exterminador de hierro avanza desgarrando el laberinto.
Auténticos sabios afirman que pronto los diablos
la reclamarán para nutrirse delos anhelos robados
en su desbocada carrera de morfina.
La presentirán junto a las alambradas,
se afirmará que cabalga hacia el sur,
procurarán vigilar para destruirla,
mas ella insuflará el calmante del desaliento.
La leyenda dice que se puso en marcha
porque en su fogón quemaron unas marionetas.
Los segadores huyen con la guadaña al hombro…


[Inédito, 1998. © Raúl Herrero]

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