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Raúl Herrero

Trascendencia y sabiduría

Trascendencia y sabiduría

Las  líneas finales del, que yo sepa, último libro de Harold Bloom: Jesús y Yahve. Los Nombres Divinos (Taurus, 2006) me han sorprendido con la siguiente aseveración: “La necesidad (o ansia) de trascendencia puede que se algo totalmente opuesto a la sabiduría”. Este comentario lo esperaba de autores postmodernos, ahora muy solicitados para ejercer de críticos en algunos periódicos y redactar libros nihilistas, disfrazados de descreimiento, pero no imaginaba a Harold Bloom confeccionando tal afirmación. Desde luego el suceso no me supone un trauma, ni me va a trasladar al grupo de los detractores del profesor Bloom. En mi modesta opinión que el sentido de lo trascendente  insta al intelecto a la búsqueda de la sabiduría resulta obvio. Claro que si lo trascendente lo confundimos con el “dogma”, el resultado sí podría resultar afín a la propuesta de Harold Bloom. Aunque, por otro lado, si por sabiduría concebimos un depósito de conocimientos, sin una razón que los imbrique y una intuición que los destripe, es decir, unos datos destinados a agruparse y no a interrelacionarse, lo que nos queda es algo tan próximo a la sabiduría como la muerte lo está de la vida.

La ausencia de lo trascendente en el pensamiento, tendencia glorificada por varios movimientos filosóficos desde el siglo XIX hasta nuestros días, a mi juicio, resulta una hábil excusa para la pereza del intelecto. Y  para tamizar mejor mi propósito emplearé una cita del Discurso por la dignidad del hombre de Pico de la Mirándola: "...porque sé que hay muchos que, igual que los canes ladran siempre a los extraños, éstos muchas veces condenan y detestan lo que ignoran."

 Si se desprecia a los pensadores que unieron filosofía o sabiduría con trascendencia, (como Pitágoras, Platón, San Agustín, Maimónides,  Dionisio Aeropagita, Proclo, Propercio, Pico de la Mirandola, Schopenhauer, Malebranche, Coomaraswamy, Réne Guénon, Mircea Eliade, Zimmer, por mencionar algunos casos) y los situamos en inferioridad en relación con filósofos más o menos actuales, pero siempre afines al "materialismo", se afirma que estos últimos se encuentran más próximos a la verdad que cualquiera de los nombres arriba citados. Semejante  apreciación no puede ser más que falsa, pues no existe un  “progreso” humano fuera, como mucho, del aspecto técnico, ya que ni el arte ni el pensamiento siguen en el tiempo una línea ascendente hacia la perfección. Es decir, Shakespeare no es inferior a los dramaturgos actuales, ni Miguel Ángel a los pintores y escultores contemporáneos. El progreso es un engaño. La individualidad cuenta y en una misma época pueden darse diferentes valías.

En definitiva, me parece  que reñida con la sabiduría se encuentra, supongo que nadie lo pondrá en duda,  la ignorancia. Y claro, también convendría definir  lo que entiendo por ignorancia. Pues bien, podemos decir que la oscuridad de un dogma (y no sólo en el sentido religioso) sobre el paño del conocimiento se aproxima más a la ignorancia que el desconocimiento. Pero prefiero dejar que sea Ramon Llull quien a esto se refiera: “La ignorancia es la privación del hábito de saber”.

¿Y acaso el que aparta lo trascendente de la órbita del conocimiento no se priva de una porción del saber y del "conocer"?

 

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