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Raúl Herrero

Scholem, Cordovero y el conocimiento

Scholem, Cordovero  y el conocimiento

En el texto anterior afirmaba que la sabiduría distaba de la  colección, como si de canicas se tratara, de datos, fechas o detalles. Quisiera aclarar un tanto este punto sirviéndome de una cita de Gershom Scholem, que se ha desprendido de uno de los libros en los que mi lectura está enfrascada ahora mismo.

“El conocimiento es el rayo por el que la criatura intenta avanzar desde su medio a su fuente, aunque haya inevitablemente de quedarse en el medio (...) Que el conocimiento es por naturaleza sólo medio es lo que se desarrolla en la forma clásica de preguntas. El conocimiento es una pregunta fundada en Dios, a la que no corresponde ninguna respuesta. El “quién” es la última palabra de toda teoría, y ya es asombroso que la teoría lleve tan lejos, que se separe tanto del “qué” al que su comienzo se halla adherido.”

 

Seguramente al lector le sorprenderá encontrarse con Dios en la cita, que procede del opúsculo Diez tesis ahistóricas sobre la Cábala. Las tradiciones herméticas y místicas se han distinguido de las religiones institucionalizadas (de los dogmas) en la búsqueda de ese conocimiento del que nos habla Scholem. Por este, además de otros motivos, ciertos místicos no han sido integrados en la ortodoxia de sus confesiones religiosas hasta mucho después de su muerte. Ahí tenemos los problemas de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz con ciertos instituciones católicas y de los cabalistas con algunas rabínicas, por ejemplo. Pero no nos debe “escandalizar” la aparición de Dios en esta serie de  escritos. Esta impresión puede tenerla alguien de nuestro tiempo por herencia de los “ilustrados”, que equipararon “creyente” con “supersticioso”. Estos abusaron tanto del término con el fin de condenar, que se asemejaron al grito enconado de “brujería” por parte de la iglesia en otros tiempos.

Pero, en fin, reconduciendo el tema, lo esencial e importante reside la idea de Scholem de conocimiento como medio, como sendero, pero no como fin. ¿Se imagina el lector a Sócrates, Spinozza, o, incluso, Voltaire regodeándose de sus conocimientos, manifestándose como sabios y ejerciendo de ello como si se tratara de un ascenso social? Esa visión separa la grandeza de la mediocridad. La arrogancia del engullidor de datos y la disciplina y sencillez del sabio, que no se considera como tal porque sabe que no se trata de una meta sino de un camino,  se encuentran en clara oposición. Hoy abundan los arrogantes a los que se trata de manera encomiástica y se califica como portadores de la cultura (pienso algunos filósofos y escritores de hoy). Mientras los auténticos transmisores de la sabiduría ejercen su tarea en silencio. Véase el caso del compositor, escritor y estudioso Josep Soler. Autor de ensayos ejemplares sobre la música y el tiempo, autor de más de quince óperas y muchas cosas más.

Cordovero, un cabalista del siglo XVI, escribió esta frase ejemplar: “Siempre debe ser perseguida la cualidad de la verdad, allí donde se encuentre”. ¿No es eso una muestra de sabiduría?

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