La fiesta de los locos y la diligencia
(En la figura superior el actor John Wayne en la película La diligencia.)
Salvador Dalí afirmó: “La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco.” Por supuesto los ignorantes, los mal pensantes y los ilustrados que pretenden exhibir su sabiduría sin preocuparse de obtenerla antes se burlaron del pintor, otros entendieron la frase como una provocación, los más ingeniosos interpretaron que Dalí se refería a su creatividad manifestada con la libertad moral e intelectual propia de la locura, aun siendo él mismo cuerdo. Pero Salvador Dalí, como casi siempre, utilizaba la simplicidad y lo evidente para proclamar realidades más complejas.
En la antigüedad a la locura se le atribuyeron cualidades divinas vinculadas a la verdad. Estas pretensiones unidas a referencias paganas las encontramos en la llamada Fiesta de los Locos en la edad media. ¿De verdad alguien cree que la iglesia permitía esas aparentes “blasfemias” para que el pueblo se sintiera aliviado del yugo que predominaba durante el resto del año? Eso puede ser cierto o no, pero suena demasiado banal. Y, como todo el mundo sabe, lo banal suele estar reñido con la verdad.
El maestro Fulcanelli en su libro El misterio de las catedrales nos alumbra con la siguiente explicación:
¡Ah Fiesta de los Locos con su carro del Triunfo de Baco, tirado por un centauro macho y un centauro hembra, desnudos como el propio dios, acompañado del gran Pan; carnaval obsceno que tomaba posesión de las naves ojivales! Ninfas y náyades saliendo del baño; divinidades del Olimpo, sin nubes y sin enaguas: Juno, Diana, Venus y Latona, dándose cita en la catedral para oír misa!”
Salvador Dalí podía referirse con su sentencia a ese grado de locura que lo pondría en consonancia con las citadas fiestas catedralicias, con esa concepción “divina” de la locura. (“Soy divino”, solía referir también, lo que tendría una profunda relación con el sentido de locura que venimos interpretando).
En estos momentos una vuelta a ese alcance de la locura puede liberarnos de algunas prebendas que la educación restrictiva, entendida como “formación”, en el sentido de “dar forma” a los futuros miembros de una cadena productiva, ha decretado con total parcialidad. Sin embargo no se ha procurado instaurar la frente al desorden, vinculado con la locura.
La diligencia, interpretada como obsesión enfermiza por ejecutar acciones de la forma y en el instante adecuados y siempre según nos marcan las normas sociales vigentes, destaca como la oposición a la “locura, a la que nos referimos en este texto; locura que, por cierto, no se corresponde, con lo inadecuado, ni con lo irrelevante o lo trivial.Dalí también escribió: La declaración de los derechos del hombre a su propia locura, donde en mi opinión el pintor tomaba partido por la locura frente a la diligencia. Cuando en una sociedad se proclama la diligencia por encima de cualquier otra virtud, sobre todo si ésta implica la libertad individual, no se espera otra cosa del sujeto que una obediencia eficiente. El propósito de esa efectividad queda relegado a un segundo plano para que prevalezca el buen hacer.
El lector se puede imaginar las catástrofes a las que conduce esta “deificación” de la diligencia si la unimos a la legalidad. Por mencionar un ejemplo me referiré a que algunos de los impulsores y ejecutores del holocausto se ampararon en la legalidad que en ese momento el estado alemán les concedía y en la “diligencia” con la que cumplieron su trabajo siguiendo ordenes de un superior para justificar hechos deleznables.A pesar de todo a la diligencia se la podría soportar siempre que viniera acompañada por la fantasía y por los estímulos precisos para fomentar el juicio propio, es decir, si se sirviera según los patrones establecidos por quienes, aunque en su caso su posicionamiento lo establecían frente a la religión, se definieron como librepensadores.
Por tanto ruego al lector que no procure ser diligente y que juegue a ser un loco. De nuevo Dalí lo dijo: “jugando a ser un loco he llegado a ser en un genio”.
Volviendo sobre la Fiesta de los Locos el profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha Ramón García Pradas refiere lo siguiente: "La fiesta expresa el renacer de la tradición pagana y libera el poder de la palabra contra la prohibición de la censura social. Así, la fiesta se convierte en locura en el sentido más metafórico del término: el «Loco» de la Edad Media es un hombre que se enmascara y que toma la autoridad de su sinrazón para librarse a un discurso inaccesible a toda posibilidad de represión y donde no impera En ningún momento la constricción de la regla. Lejos de ser un ser marginal, se integra en un sistema que tolera e implica la locura del lenguaje y el sentido. Es más, en plena Edad Media las cofradías de locos llegaron a convertirse en un agente necesario para mantener el equilibrio dentro del seno social."
En este mismo artículo se establecen paralelismos entre estos actos “escandalosos” y los orígenes del teatro francés. Desde nuestra esfera contemporánea sin duda el movimiento pánico, creado por Arrabal, Jodorowsky y Topor, en homenaje al dios Pan, al que se refería más arriba Fulcanelli, se convirtió en el crisol “moderno” donde volvieron a hervir los jugos de la fiesta de los locos. En el teatro pánico nos topamos con frecuencia con algunos características de la fiesta medieval: personajes marginales enfrentados al poder social, dicotomía dudosa entre la sexualidad y lo divino, la presencia de ciertos detalles herméticos que el mismo Arrabal refiere en su artículo en torno al pánico y la alquimia publicado en la revista Cahiers du silence.Por cierto, Arrabal, trabajador incansable, diligente y al tiempo “loco”, según los atributos que hemos presentado, el próximo miércoles 29 de noviembre será nombrado Caballero de la legión de honor por el estado francés.
Este homenaje a Arrabal y por extensión al pánico lo interpreto como un triunfo de esos mismos seguidores de Pan, precedentes de los artistas más enigmáticos del siglo XX, que celebraron La Fiesta de los Locos durante la edad media. Un triunfo de lo heterodoxo sobre lo ortodoxo, esto último entendido no como el camino recto, sino como el camino aparente que nos desvía de la locura y del furor“divino” de lo heterodoxo.
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sergio -