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Raúl Herrero

El manzanazo prodigioso o la entrega a Fernando Arrabal del premio Max de honor.

El manzanazo prodigioso o la entrega a Fernando Arrabal del premio Max de honor.

 

(En la imagen superior Arrabal acompañados por Clément, el perro de Houellebecq.)

 

¡Cómo disfrutamos, cómo nos vestimos de gala sin necesidad de engalanarnos, cómo jaleamos y nos besamos en el besamanos de una fiesta que duró más de dos horas!

En la X edición (como la cruz de San Andrés) de los premios Max las autoridades, es decir, la sociedad de autores, otorgó el premio de honor a Fernando Arrabal. Y allí nos presentamos armados con libros, jaculatorias y arrabaleros para acompañar al homenajeado: Rivela, el andador y viajante, Martín Marcos, el trapecista del verso en soneto y sin sordina, el pintor de cigarros y cornucopias y quien esto escribe. Al final del acto se unieron a nosotros dos estudiantes de meditación y astrofísica que desde San Sebastián se desplazaron hasta Bilbao para saludar al dramaturgo.

Durante la comida Arrabal se refirió con entusiasmo a uno de sus autores predilectos: el escritor y filósofo Ernst Jünger. El presidente francés Mitterrand durante una visita diplomática a Alemania pidió entrevistarse con el escritor alemán. Llegó hasta la Selva Negra, donde vivía un Jünger casi centenario, a lomos de un helicóptero violento. “Los periodistas apenas podían resistir el viento que ocasionaba el aparato al aterrizar. En cambio Jünger permaneció inalterable, sin pestañear, en actitud firme”, concluyó Arrabal.

Posteriormente Arrabal solicitó a la Sociedad de Autores indulgencia para las compañías pequeñas de teatro que, desde las catacumbas, representan sus obras en todo el mundo con más esfuerzo que medios. La novia de Arrabal, desde hace cincuenta años, Luce Moreau, me contó que ahora había publicado en ediciones de bibliofilia algunos de sus poemas sobre animales. Le pedí que me los mostrara y ella accedió sonriente a remitírmelos.

El escenario del palacio Euskalduna de Bilbao fue invadido por un grupo de mariachis. Una escalerilla de avión se deslizó portando a unas bailarinas que simulaban ser turistas aéreas (por el avión y las acrobacias que perpetraban). Los mariachis entonaban la ranchera: Con dinero y sin dinero / hago siempre lo que quiero / y mi palabra es la ley…. “ Tras unos instantes en la cima de la escalerilla surgió Arrabal. El escritor lucía una corona y una manta de armiño (toda la tramoya fue idea de los creadores de la gala, apunte que me parece oportuno por si las moscas y los moscones). Tras realizar un “arrabalesco” descendimiento se dirigió a la Ministra de Cultura Carmen Calvo que lucía, hermosa y luminosa, un vestido con los colores violeta, amarillo y rojo.: “La veo muy republicana”. El público estalló en una ovación. Cada una de las ocurrencias de Arrabal fueron celebradas con entusiasmo. “Quiero agradecer mi premio a la señora que me ha atendido en los lavabos, a las azafatas, los acomodadores, el cajero que corta de la entrada y a mi mano derecha”, semejante afirmación, tras una hora larga de escuchar a los premiados las glosas de su parentela y amigos, cayeron como un manantial de agua pura, o como un puchero de agua hirviendo. En todo caso, la agudeza fue vitoreada. Fernando Arrabal lucía una casaca que le llegó desde Pekín, con una espiral de Ubú en la panza, regalo del Colegio de ‘Patafísica de China.

Para la ocasión quien esto escribe lucía una camiseta realizada por Ester Fernández (Antonio Fernández Molina Factory) donde se leía: ¡Viva Arrabal!, para despejar dudas si las hubiese.

Tras la ceremonia se nos agasajo con fastuosos alimentos y bebidas múltiples. Un señor de una altura del todo inapropiada se arrodilló ante Arrabal mientras le manifestaba su fervor. Varias señoras revoloteaban con la esperanza de cruzar unas palabras con el dramaturgo. Entre tanto, el pesado premio Max circulaba por las manos de los que acompañábamos al premiado. El sonetista Martin desapareció unos minutos con el galardón y, ante la preocupación general, un destacamento lo buscó por las cuatro esquinas del palacio Euskalduna. Al fin fueron hallados el poeta y el manzanazo sanos y salvos junto a una señorita de gráciles proporciones.

La troupé se encaminó hasta el hotel donde se alojaban Lis y Arrabal para desearles buenas noches. Y la noche aún continuó …. Pero eso pertenece a otros paisajes y figuras.

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