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Raúl Herrero

De la búsqueda de la verdad como territorio

De la búsqueda de la verdad como territorio

 

El siguiente texto se publicó en la Revista Rolde nº 117-118, Septiembre-Diciembre de 2006, ROLDE · Comunicarte. Número especial de Rolde · Revista de Cultura Aragonesa dedicado a la exposición Comunicarte inaugurada en la Sala de la Fundación Alcort de Binéfar el 22 de diciembre de 2006 y en el que se reúne la obra de jóvenes artistas aragoneses que dedican sus obras a cuatro temas relacionados con la comunicación. Cada sección viene introducida por el texto de un narrador o poeta y de este modo se ofrece la unión de palabra y obra plastica. Portada: Miriam Reyes. Introducción: El mar del arte: Antón Castro. Parte 1 (Yo, interior, cuerpo). Texto de Miriam Reyes. Obras de David Cobos, Luis Javier Loras, Elisa Lozano, Álvaro Ortiz y Sergio Sevilla. Parte 2 (Proyección, luz, vacío). Texto de David Mayor. Obras de Silvia Bautista, María Belacortu, Pablo Cano, Christian Losada, Vicky Méndiz, Isaac Montañés, Mapi Rivera, David Viñuales. Parte 3 (Entorno, hábitat, territorio). Texto de Raúl Herrero. Obras de Alejandro Cortés, María Enfedaque, María Felices, David Martínez, Raúl Moya y David Rodríguez Gimeno. Parte 4 (Los otros, diversidad). Texto de Carmen Ruiz. Obras de Carolina Antón, Noemí Calvo, Raúl Castillo, Alberto Gamón, Javier Joven, Fernando Martín Godoy, Peyrotau + Sediles. Se pueden conseguir las diversas partes de la revista en formato pdf en la siguiente página: http://www.rolde.org/numeros.php?id=23)

 

 

“...al filósofo le conviene ser hierofante del mundo entero”

Proclo

La nacionalidad, las pasiones, las preferencias y otros aspectos que pensamos nos identifican, aunque no coincidan con los atribuidos por los demás, conforman la identidad de un individuo. Sin embargo estos pormenores, incluido el lugar donde un individuo nace, sólo redactan notas marginales en el entramado “corpus” que supone lo que un sujeto “es”. Si nos desvestimos de fundamentos biológicos, territoriales o de cualquier otra clase, si nos consideramos lo que somos: “entidades capaces de promover y remover ideas, ocurrencias, de identificarlas y de interrelacionarlas”, alcanzaremos bondades perdurables y de intenso provecho. El Maestro Eckhart atribuye a un instructor pagano la siguiente afirmación: “...porque la voluntad, decía, toma las cosas tal como son en sí, mientras que la inteligencia las toma tal como son en ella, en la inteligencia”.

El ser humano, cuando se revuelca con libertad en su intelecto, ya sea racional o intuitivo, suele preguntarse por el lugar que su conciencia ocupa en el mundo. A nuestro juicio para adentrarse con éxito en esta exploración se deben respetar dos directrices: la renuncia a todo dogma que suponga un obstáculo para conocer o discernir, y la asunción, por encima de otros propósitos, de lo ecléctico, entendido según el término griego (eklektikós), es decir, ”capacitado para elegir”. Ambas conductas se resumen en la siguiente cita del cabalista Safed Moshe ben Ja’acob Cordovero: “Siempre debe ser perseguida la cualidad de la verdad, allí donde se encuentre.” Y la verdad se halla unida a la inteligencia aplicada al propósito de “saber”. No obstante resulta necesario apuntar que esta búsqueda de conocimiento, con el fin de aproximarse a la sabiduría, nunca pasa de un intento, puesto que establece un camino, jamás un destino fijado en el tiempo. Para emprender tal pesquisa nos podemos valer de la inteligencia, de la intuición, del amor y también del escepticismo preciso para dudar de esa parte de la “verdad” que hemos alcanzado desde nuestra óptica parcial, siempre condicionada por nuestros sentimientos, orgullos y factores terrenos (de “terruño” mas que de tierra o terrenal).

El entorno puede condicionar al individuo, insuflarle aire o alterar su conducta; ahora bien, si este escenario implica una restricción, ya sea por la adscripción a un grupo determinado, o por la exclusividad de reconocerse unido a un hábitat, entonces conviene desprenderse de los impedimentos psicológicos, intuitivos e intelectuales que nos procura este espacio (o dogma, ideología o postura religiosa).

El estudio de una disciplina, la filiación a un lugar o doctrina proveen de una herramienta destinada a la búsqueda de la verdad. Ahora bien, si tales parámetros suponen un lastre y una limitación para la perseverancia en el aprendizaje, el sujeto deberá desasirse de ellos para evitar comportarse como un fanático deseoso de imponer sus neurosis y traumas por encima, incluso, de las capacidades propias racionales o intuitivas. Entonces, cuando el instrumento se confunde con el fin, el individuo se distancia del propósito de pensar, filosofar y poetizar con la verdad. Por tanto, sus acciones y desvelos se encaminan a los intereses de un grupo, se distancia de lo verdadero, de la exploración filosófica. Nyanaponika Thera desarrolla, en su introducción al Canon Pâli, una definición de “liberación”, desde la perspectiva budista, que, en parte, también podría aplicarse a la idea que hemos desarrollado: “...limpiar la mente de todas las contaminaciones que desfiguran su pureza, eliminar todos los obstáculos que obstruyen su progreso desde la conciencia mundana...”.

El individuo precisa de la identificación con su entorno exclusivamente para cumplir con la llamada “conócete a ti mismo” que, anotada en la entrada al templo de Apolo en Delfos, hicieron suya Zoroastro, Sócrates, Platón y, en gran medida, los cristianos “gnósticos” que promovían una búsqueda interna de Cristo amparada en la gnosis (conocimiento). El admirable estudioso del renacimiento Picco della Mirándola escribió en su Discurso sobre la dignidad del hombre: “No espero ni busco de mis estudios y reflexiones nada más que el cultivo del espíritu y el conocimiento de la verdad, que siempre y tan intensamente amé.”

Al igual que la soledad no reside en la ausencia del otro, lo cercano no depende de lo próximo. La cualidad de liberarse de la “realidad inmediata” se encuentra entre las principales potencias del individuo. Si no fuera así, resultaría imposible el aprendizaje y, en cierto modo, el disfrute de la lectura (la impresión de participar del argumento de una novela, o de seguir los pensamientos de un autor), así como de una película, de una obra plástica o de cualquier otra recreación que traslada al receptor, desde su entorno, a las fantasías, elucubraciones o ideas sugeridas por un artista o pensador. De igual manera, alguien puede sentirse a distancia de sus coetáneos y “cercano” a personalidades o, incluso, parientes del pasado, siempre, claro está, que exista un soporte mínimo que nos facilite información sobre tales personas. Lo cercano depende de los afectos y no del entorno.

En cambio, el territorio implica una delimitación geográfica, un intento por fraccionar zonas de influencia. Esta noción varía, como es evidente, según se trate de un pueblo nómada o sedentario.

En los mitos de las diversas civilizaciones encontramos una explicación del origen del mundo, de la materia, de los cielos, de la creación del ser humano y, con frecuencia, también de su territorio. Tenemos el caso de la fe judía y la Tierra Prometida, donde la identidad cultural y religiosa se encuentra estrictamente unida, junto a otros conceptos y hechos históricos, a un territorio. A este respecto el estudioso Gershom Scholem refirió en una entrevista concedida a la cadena de televisón ARD: “En la vida sentimental de los judíos desempeñaba esta tierra un papel decisivo. La historia de los judíos era la historia de la Biblia, no la historia del país en el que vivían; la geografía que conocían no era la geografía de Polonia o Marruecos, Francia o España, sino la geografía de este país.”

La tradición judía, si efectuamos una lectura rigurosa de las escrituras, condena la idea de un propietario absoluto de la tierra, puesto que ésta sólo pertenece a Dios, lo que implica la obligación de reparto de excedentes de cosecha y otras leyes igualitarias, en cierta forma, próximas a una utopía de distribución de la riqueza. En Levítico XXV, 23-24, Moisés recibe, entre otros, el siguiente mensaje en el monte Sinaí: “Y la tierra no podrá ser vendida a perpetuidad, porque es Mía, por cuanto sois forasteros y peregrinos para Mí. Y otorgaréis redención para toda la tierra que tuviereis.” Este concepto agravó, a principios de la era cristiana, las tensas relaciones entre los judíos y los romanos, puesto que estos últimos demandaban, por derecho de conquista, privilegios sobre los territorios dominados que las autoridades y ciudadanos judíos jamás les podían conceder.

Estas normativas, sin embargo, no impidieron la existencia de latifundios, ni de grandes propietarios, aunque sí facilitó el florecimiento de una especial inquietud por el sentido de la justicia. Se contemplan leyes, amparadas en la Torah, dirigidas a la protección de un bien común, de la justa obtención de los beneficios procedentes de los negocios... Por ejemplo en Levítico XXV, 35-37 se condena la usura de forma notoria: “No le prestarás a interés ni te aprovecharás de su pobreza, sino que temerás a tu Dios, para que tu hermano viva contigo. No le prestarás dinero a interés y no le darás tu comida con intención de ganancia.” También en El Talmud nos encontramos con parábolas que apuntan en este sentido.

En la actualidad naciones, ciudades, o zonas de maridaje cultural esgrimen como señas de identidad a equipos de fútbol, pasteles, vestuarios, gobernantes o tiranos y otros rudimentos. Desde luego estos signos identificativos provienen de un interés comercial o bien, en el mejor de los casos, de la afirmación de una tradición de segunda fila, cuyos orígenes se remontan como mucho, salvo excepciones, al medioevo, cuando no proceden de los “nacionalismos” que se dedicaron durante el siglo XIX a extraer conjeturas (o directamente a pergeñar invenciones), en relación con las raíces de los pueblos (trajes regionales, ornatos, etc). Por otro lado ese ímpetu también impulsó magníficos logros como la compilación de cuentos y leyendas tradicionales, el estudio concienzudo de lenguas, la clasificación rigurosa de música popular… Por citar un ejemplo literario mencionamos el sobresaliente caso en Alemania de Jacob Karl y Wilhelm Grimm.

La tierra, supongamos que virgen, una vez reclamada en nombre de un pueblo se transforma en “hábitat”, al que el diccionario María Moliner define como: “el modo en que se organiza un asentamiento humano”. A esa “forma” de organización los pueblos suelen darle un “fondo”, es decir, la autoridad del asentamiento dicta normas de actuación, leyes, prohibiciones, en definitiva, organiza instituciones normativas.

Así el hábitat social, la “polis”, impone una tiranía hacia el exterior por su existencia en oposición a territorios colindantes, y también interna, al imponer un control, evidente o indirecto, sobre los ciudadanos. Y, por si esto fuera poco, los líderes promueven un férreo adoctrinamiento de valores identificativos para, de esta manera, formalizar una comunidad unida en torno a emblemas destinados a enarbolarse cuando al gobernante le interese exaltar los ánimos de los ciudadanos, ya sea para evitar una invasión, o para eliminar facciones disidentes dentro del propio territorio. El ajusticiamiento de Sócrates sirvió como precedente y modelo. Desde entonces los poderes han utilizado con frecuencia la eliminación de los discrepantes....

En nuestra opinión, no puede contemplarse la sociedad desde la perspectiva parcial que promovió la máxima: “la economía es el motor de la historia”. ¿El propio concepto de historia acaso no lo han provocado, incluso en el origen de la palabra, ese grupo de pensadores o filósofos y hasta hierofantes que, desde diferentes culturas, religiones, creencias, a veces incluso en oposición entre sí, optaron como Pico della Mirandola por la búsqueda de la verdad? ¿Acaso las sociedades no evolucionan, establecen valores y certidumbres según los planteamientos de individuos aplicados al pensamiento? De acuerdo con restricciones históricas y modelos de organización las naciones han procurado el auge de unos filósofos y la ocultación de otros. Desde luego esa conducta no puede atribuirse a la casualidad, ni al simple capricho. Los pensadores comprometen la orientación del futuro, o designan interpretaciones sobre el presente que pueden incomodar a facciones dirigentes. El renacentista Angelo Poliziano manifestó “la filosofía dicta la acción”.

El motor interno de la historia, por encima de la economía, es decir, de las disputas con el objetivo de la posesión de riqueza, se moviliza con el constante enfrentamiento entre los “bien vistos” (los poderes del momento) y los disidentes; de los triunfos de unos sobre otros han dependido los dogmas, los conocimientos transmitidos y los posteriores auges de sistemas políticos. Ahí tenemos las purgas culturales, las destrucciones de templos, de textos sagrados, el asesinato y encarcelamiento de filósofos... Ahora pienso en Giordano Bruno quemado en la hoguera; en las piras de libros considerados perniciosos (véase El Talmud, los escritos gnósticos o los códices mayas); el destierro de Ovidio; las sucesivas quemas ideológicas o fortuitas de la biblioteca de Alejandría; la persecución de los pitagóricos; los grados de miseria y denigración que llevaron a la locura y la aniquilación a otros muchos durante el nazismo y el estalinismo… Incluso me atrevo a proponer la lectura de la historia como la inmolación permanente de filósofos y poetas con motivo de cualquier excusa, una guerra, pongamos por caso. Los escépticos pueden plantearse como ejemplo la guerra civil española, con un buen número de pensadores aniquilados en ambos bandos.

Sin embargo, la tradición grecoromana, la judeocristiana y otras concuerdan en la siguiente aseveración, en este caso, tomada literalmente de Baltasar Gracián: “La verdad siempre llega la última, y tarde, coxeando con el tiempo.”

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