¡Arrabal cumple 75 años!
(El próximo día 11 de agosto Fernando Arrabal cumple 75 años y para celebrarlo incluyo dos extractos de su Diccionario Pánico, de reciente publicación en Libros del Innombrable. Bravos y olés! Los despistados y versátiles lectores pueden encontrar este libro por internet en las siguientes páginas: http://www.casadellibro.com/fichas/fichabiblio/0,3060,2900001181503,00.html?codigo=2900001181503&ca=830 y http://www.agapea.com/Diccionario-Panico-n675911i.htm.)
Últimas palabras
Momento cumbre de la agonía incluso, para los amigos, admirados o admiradores de Marcel Duchamp.:
Beckett, con quien compartió tantas partidas (y no sólo a Peggy Guggenheim), auguró en 1989: “¡Qué mañanita!”; su compañero de equipo, el gran maestro de ajedrez Tartakower que inspiró mi Torre herida por el rayo, susurró en 1956:"Esta vez sí que estoy requetejaque mate";
Henry Michaux en 1984 pidió humildemente: “Oxígeno… Me avergüenza causaros tantas molestias”;
Maurice Utrillo en 1955 exigió: “Retirarme todas esas porquerías…me estáis jodiendo”;
Trotsky en 1940 reconoció: “Esta vez me han pillado... Sólo quiero que tu [su mujer, alejada Frida Khalo] me desnudes”;
Truman Capote en 1984, temblando de frío: “Mama, estoy helado”;
Fellini en 1993, ilusionado: “¡enamorarme otra vez!”;
Ginsberg en 1997, dichoso: Toodle-oo, soy feliiiiiiz!;
Apollinaire en 1918, impaciente: « Quiero vivir, tengo tanto que hacer a mis 38 años » ;
Alfonso Allais [último autor que leyó M.D. en compañía de Tzara y Lebel poco antes de morir] en 1905 se quejó: “Mañana habré muerto… ¿y les parece divertido? A mí no me hace ninguna gracia”;
“Morir tiene su semántica, no es indiferente saber cómo y cuándo a un hombre le sorprende la muerte” (Kundera)
Agonizando el asirio rió: «Sería más seria mi muerte si pudiera ensayarla”.
Últimas voluntades
Testamento para el momento en que todo será semejante. Nos dirigiremos en aquel instante hacia ¿la gran ambigüedad? ¿habiendo tomando alguna precaución?
Redacto las mías [sin decirme “memento mori” y sin moscas] impulsado por el actual ‘tour’ (‘vuelta’ o ‘giro’) con etapas de puro teatro. Me desplazo (en compañía de Lis o de Lélia) a Italia, España, Estados Unidos, Polonia o Brasil a bordo de aeroplanos cada vez más modernos y seguros, a pesar del arrabalesco “l’avión tombe”.
Mi salud, indolente en su invernadero, no parece sufrir puesto que se diría que el cuerpo aguanta. En estos días he nadado en playas brasileñas; he recorrido una docena de kilómetros por los cerros inmediatos al mar, pero tan lejos de Úbeda, con un artilugio (que cabalgaba por primera vez ) llamado “montain-bike’; también por vez primera he pilotado un minivelero (otro desconocido, llamado “laser”) mientras mi maestro e iniciador tomaba un baño de sol en la proa dejándome que me las apechugara, novicio, con el timón y la vela.
Mis pulmones sólo tienen cita con el quirófano a mis 92 años, si siguen respetando el múltiplo de 23. Pues siempre fui operado al compás de este número primo, impar “et passe”. Los heraldos de la gripe “aviar” han conseguido que sueñe con ella. No me ha dado tiempo para comprar la “concesión perpetua” en el cementerio de Batignolles de París para la que he iniciado los primeros trámites de berbiquí embotado.
Sopesando la posibilidad de una súbita desaparición (gripal, aeroplana o cuántica) he pensado en lo que se denomina arbitrariamente “la colección”.
Mientras Lis permanezca en vida será ella la heredera universal de todo lo mío y la depositaria de “la colección”.
Mis hijos (Lélia y Samuel) serán los herederos universales a la desaparición de Lis y mía. La salud de mi hija (Lélia) debería estar protegida prioritariamente siempre. Me gustaría que le fuera garantizada una ayuda psicológica y una mensualidad constante adaptada al llamado “índice económico de vida”. Las pertenencias (fuera de la colección) como los derechos de autor y los bienes formarán parte de la herencia que se repartirán exclusivamente mis dos hijos Lélia y Samuel cuando Lis y yo ya no estemos en vida.
Me tranquilizaría estar seguro de que no se repitieran las “captaciones de herencia” que se han dado en torno mío durante un siglo de veneno y brujas. Tanto mi padre como mi madre desaparecieron misteriosamente tras ser desposeídos. No deben heredar los familiares que suprimieron recientemente los bienes y la vida de mi madre, acaudillados por estafadores de amargos antecedentes jurídicos.
“La colección” [los centenares de cuadros y esculturas, la correspondencia (como por ejemplo la mantenida con Beckett), los manuscritos, los siete centenares de mis volúmenes de bibliofilia, los premios, los miles de fotos, las decenas de miles de libros etc.] no quisiera que se dispersara en arreboles financieros.
España tiene prioridad sin corseterías.
Mucho agradecí los amables proyectos que me propusieron las diferentes ministras de cultura de la democracia. También me honraron los planteamientos de Melilla, Zaragoza, Burgos, Ciudad Rodrigo, Cuenca, Aviñón, Figueres, Poggibonsi etc. Ninguno de ellos parece encaminarse a un posible museo, casa o fundación que albergara la voluminosa aportación, probablemente única en lo que concierne las llamadas vanguardias del XX y del Tercer Milenio.
En Francia el IMEC me ha hecho una proposición razonable para archivar, ‘répertorier’ y conservar “la colección”. Por ello me gustaría que, a la desaparición de Lis y mía el IMEC, sea el depositario de “la colección”, propiedad de mis dos herederos.
Sería ideal, para mí, que el IMEC se aliara con una ciudad o institución española para realizar un “concepto común” sin cortapisas amusgadas.
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