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Raúl Herrero

Una semana con Ramón, VI (Ramón y el final)

Una semana con Ramón, VI (Ramón y el final)

Ramón es un caso sin precedentes en nuestra literatura. Por de pronto, de eso de humor, aunque parezcan gordas afirmaciones así, ni hablar. A no ser que nos refiramos al humor de Quevedo o al de Kafka, que, en muchos aspectos, me parece un hijo natural de Ramón, aunque no lo supiera. A no ser que nos refiramos a un humor ni negro ni amarillo, sino morado; a un humor patético en el que todos sus afilados y escalofriantes aciertos salen como de un fondo gordo de agua gorda. Ramón era como un botijo del que pudiera sacare las mejores porcelanas de Sèvres. Tenía mucho de castizo agresivo, convertía en orquídeas los geranios cortados con cuchillo de pescadero. Acertaba el blanco a pedradas y había en él, mucho antes de irse a América, una imagen física precolombina, de esos cuacos cuya sonrisa ancha y antigua va de oreja a oreja, de lo egipcio a lo americano, pasando por una Atlántida poblada  por cocheros de Madrid, por vendedoras de nardos y por mujeres a las que han sacado a bailar de la tumba y que en el momento fundamental suspiran en la oreja de su conquistador: "Me estás viviendo, nene".

La obsesión de la muerte fue una constante de su barroquismo genial. Antes y ahora. Ahora, anteayer domingo, en ABC hay, entre sus greguerías últimas, lo menos tres que se refieren a la vejez y a la muerte. Su razón de escribir estaba presidida por esta obsesión digna y oxidada:"Meterse en casa a escribir y no saber si se está haciendo por la vida o por la muerte".


César González Ruano

Ramón del alma mía (1963)


Con Ramón, muerto en Buenos Aires, muere todo un tiempo literario de España: el del escritor pájaro del cielo; el del escritor gratuito y angélico juglar; el del escritor montado al aire, como los brillantes; y el del escritor que vive y muere, heroicamente, de la nada y cantando, cantando siempre hasta caer rendido. El mundo va por otros derroteros –serían excesivo optimismo pensar que mejores– y aquel escritor pertrechado de renunciación y de humildad (también de gloriosa e infinita soberbia) es ya una pieza de museo, algo que se recuerda con curiosa nostalgia y que se enseña con más amor que conocimiento, con tanta ignorancia de las razones de su íntimo sentir como pasmo ante la sinrazón de su íntimo  adivinar. (…)

En él, como en muy pocos, su vida se confunde con su obra, se derrama en su obra, se explica –página a página– en su obra: desde su "Entrando en fuego… y salir escaldado", que apareció a sus trece o catorce años, hasta su recreación del Rastro, publicada pocos meses antes de morir.

Y en él, como en muy pocos, se llevó la vocación hasta las últimas y más inútiles y gloriosas lindes del heroísmo solitario. Con él se cierra una luminosa página del libro de España…


Camilo José Cela

Ramón (1963)


Ramón es humorista entre otras muchas cosas; pero Ramón no llega al humorismo por la sátira, sino por otro camino: por la poesía, porque Ramón, sobre todo, es un poeta, un poeta que además nos hace el regalo de escribir en prosa, sin tener que moldear a un ritmo o a un metro determinado, ni tener que inventar esa poesía libre, que a mí me parece superflua, ya que la poesía puede ser destilada en prosa, si el poeta sabe escribir.


Edgar Neville

Sobre el humorismo



La vida es decirse ¡adiós! en un espejo


Ramón Gómez de la Serna

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