Blogia
Raúl Herrero

Cirlot redivivo

Cirlot redivivo

 

 Acaban de publicarse dos obras que poseen el valor de lo imprescindible. Nos referimos a La simbología (Grandes figuras de la Ciencia de los Símbolos) y  El poeta y sus símbolos (Variaciones sobre Juan Eduardo Cirlot), ambas firmadas por Jaime D. Parra.

En La simbología  se reúnen una serie de artículos en torno al tema del título. Parra, además de firmar la edición y dos interesantes artículos, selecciona los trabajos de Andrés Ortiz-Osés, Patxi Lanceros, Victoria Cirlot, Agustín López Tobajas, José Mª Conzález Estoquera, Amador Vega, Antonio Blanco Ruiz, José Antonio Antón Pacheco, Albert Ribas Massana, Jean Libis, Isabel Gracia, Pedro Vela del Campo, Gianfranco de Turris, Valentí Gómez i Oliver, Elémire Zolla, Clara Janés y Monserrat Prat Serra, para confeccionar un volumen con un «amplio abanico de perspectivas», como él mismo escribe. Tiene el lector la oportunidad de hallar a Schnitzler, Coormaraswamy, Henrich Zimmer, Scheneider, Guénon o a Cirlot entre las páginas de este intersantísimo libro. Merece la pena destacar el apunte de la edición de El Zóhar prologada por Miguel de Unamuno, la inclusión de un poema de Abulafia y la presencia de Eugenio D’Ors, al que últimamente no se le concede la importancia que merece, con su ineludible La introducción a la vida angélica..

El texto de Gianfranco de Turris: Julius Evola y el mito  merece una especial alusión, sobre todo por los defectos que inspiradamente imputa a la modernidad. El discurso de Turris entra plenamente en la línea de lo heterodoxo, de las voces periféricas difícilmente audibles entre el griterío de las que repiten lo mismo, siempre dentro de los tópicos transmitidos como verdades o, lo que es peor, como hallazgos indiscutibles de nuestra época.

 

Jaime D. Parra acierta plenamente al escribir refiriéndose a Cirlot: «Se hace justicia a un autor que retorna». En efecto, estas palabras, incluidas al final del prólogo a La simbología, nos sitúan ante el proceso que durante los últimos años se ha vivido en torno a la obra y la figura de Cirlot. Que ambas no se valoraron como se merecían en vida del poeta es algo que no merece discusión. Quizá su empresa poseyera unas tan marcadas señales de individualidad, que resultara difícil de digerir para muchos de sus contemporáneos.

Suele ocurrir en el arte y la literatura lo que Fernando Arrabal testimonia en uno de sus arrabalescos: « Los que tratan de vivir en “su tiempo” desaparecen o perecen con él. Los que pasan, pasan.» Cirlot, que, sin duda, conocía de sobra que la Tradición se encuentra en la perdurabilidad de los símbolos y no en la ilusión de permanencia de lo costumbrista, no se esforzó por parecer «un hombre de su tiempo». Parra certeramente refiere al respecto: «el escritor no se identificaba con el tiempo presente». Las dos obras mayores del Cirlot investigador, nos referimos al Diccionario de símbolos y al Diccionario de ismos, son la perfecta conjunción entre una modernidad sin trivialidad y la Tradición con la certeza de lo eterno. El sistema de poesía permutatoria que creó viene a confirmar esta asociación. Tal como Parra escribe: «conseguiría con métodos tradicionales la poesía más moderna que entonces se hacía en España: la permutación.» Cirlot está destinado a permanecer ya que toda su obra está fundamentada sobre los visos de lo inmortal.

Parra estructura Las Variaciones sobre Juan Eduardo Cirlot  de manera admirable. En nueve capítulos desvela varias claves de la obra cirlotiana. Merece alabanza específica el hecho de que cuide por igual todas las facetas e influencias del poeta: musicales (Scriabin, Schönberg, Strawinsky), poéticas (Nerval, Jean-Paul, Blake, el surrealismo), procedentes del mundo de la sismología (Scheneider, el Apocalipsis, el Zóhar, Abulafia, el sufismo) y cinematográficas (El señor de la guerra de Franklin Schaffner, Sir Laurence Olivier). En especial nos parece digno de elogio el segundo capítulo: «El círculo y su centro: la unidad de la obra», en parte contenido en el «Dossier Cirlot» de la revista Barcarola nº53, en el que se asiste a la vertebración del desarrollo y proceso creativo del trabajo de Cirlot en diversos campos.

Parra se desenvuelve con el rigor de una autoridad aplicando citas de cartas, artículos, documentos inéditos o extractos de poemas. Nos propone acompañar al poeta desde el Círculo Manuel de Falla, donde coincidió con el compositor Josep Soler, hasta los últimos días presididos por la aparición cinematográfica de Rosemary Forsyth

El estudio puede leerse como una novela en la que el principal personaje, el poeta, se embarca en una búsqueda incansable que le lleva por diversas regiones, al modo de un Parsifal en busca del Graal. En esencia este libro debería interesar a cualquier lector atraído por los grandes temas que son: el amor, la verdad y la muerte. En el fondo no de otra cosa se habla a lo largo del volumen.

A Cirlot se le puede acomodar, aunque sea algo mayor que todos ellos, en una generación de poetas entre los que se cuentan Carlos de la Rica, Ángel Crespo, Gabino-Alejandro Carriedo y A. Fernández-Molina, a los que se ha esquivado en determinados ambientes y durante cierto tiempo. Es hora de que se les reconozcan sus méritos sin ambages. Concretamente el Ciclo de Bronwyn de Cirlot debería figurar en manuales y libros de texto como una de las creaciones poéticas fundamentales, sino la de mayor envergadura, del extinto siglo XX en España. Corren rumores sobre la publicación del ciclo en una nueva edición. ¡Ojalá! Será un festín para las artes y las letras.

 

[Este artículo se escribió en el año al tiempo de la publicación de los libros arriba señalados, allá por el año 2000 si no recuerdo mal. Como no he tenido noticias de su publicación hasta el momento, lo recupero ahora. Por cierto el rumor de la edición del Ciclo de Bronwyn se concretó años después. A.D.G.]

 

0 comentarios