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Raúl Herrero

El enigma insólito de la cabeza parlante (o del cráneo encantado)

El enigma insólito de la cabeza parlante (o del cráneo encantado)

A veces internet posee cierta utilidad. Sin ir más lejos he leído hoy en una página  que se atribuye a Alberto el Grande del siglo XIII la creación de la primera cabeza parlante, a la que se describe como artilugio. Es decir, se supone hubo quien construyó, de carne y hueso o con otros elementos más recios, una cabeza capaz de emitir sonidos, claro está de hablar. Y yo me pregunto si semejante máquina sería capaz de dialogar bajo el agua. ¿El mecanismo emitiría algo semejante a unas gárgaras al activarse en el medio líquido? ¿O más bien el sonido de los labios pasados por agua se aproximaría al ronroneo de un gato? ¡Qué sibarítico placer supondría bañarse acompañado por tan “tántrico” sonido!  Aunque también es posible que la cabeza se ahogara y nos “aguara” la fiesta.

Todo el mundo ahora, tras las líneas previas,  también yo, recuerda la famosa aventura de Don Quijote y la cabeza encantada  en el capítulo LXII de la Segunda Parte. Según Ruth Reichelberg, autora del libro Don Quijote o la novela de un judío enmascarado (Libros del Innombrable, 2006): la aventura de la cabeza parlante en Barcelona ilustra el  versículo: “tienen ojos y no ven”.

 

Según parece varios personajes, anónimos casi siempre, se han dedicado al menester de la fabricación de cabezas parlanchinas, en el mejor de los casos destinadas a ese canto a “otra realidad” que suponen las ferias. Otra cosa es el asunto de la calavera oradora puesto que aquí se nos viene encima  la idea de la muerte. En el caso de las testas de carne, además del hueso, nos quedaba la esperanza de que hubieran nacido así de cristiano viejo, frente a un esqueleto esa posibilidad se disipa. Ese divertimento de la calavera me parece apropiado para reuniones en salones de té y en festivales regionales. Algunas señoritas, de buen corazón, incluso permitirían al esqueleto que diera un mordisco a su pasta  de té. Pensándolo bien, ¡qué envidiables los cráneos de los salones de té! De las calaveras de los caballos no tengo tan buen concepto. Suelen ser caprichosas y molestas.

 

En cualquier caso este asunto no es para tanto. Casi a diario me topo con cabezas que cantan, gritan y se contonean. Si bien es cierto que suelen acompañarse del resto del cuerpo, su griterío resulta tan abrumador que a uno le cuesta pensar en otra cosa que no sea esa parte superior donde ronda el cráneo. Miguel Labordeta  escribió un poema donde decía, al contemplar la marea de espectadores de un campo de fútbol: ”bonita cosecha de calaveras”. La cita no es literal porque no tengo la paciencia suficiente para buscar el poema, pero venía a situarse en esos términos.

A mí me parece más inquietante esa recolección de cabezas con cuerpo capaces de gritar y envalentonarse de emoción porque un grupo de personas, con las que parecen haber entrado en profunda intimidad,  ha triunfado en una competición deportiva. ¿Se sentirán igual de satisfechos con las conquistas propias?

Por el contrario todo el mundo sabe que una cabeza encantada paladea sus comentarios, suele intervenir para enunciar profecías o citas de hondo calado y suele abstenerse de  frecuentar espectáculos frívolos, con la única excepción del circo. ¡Aunque también hay que ser burro para considerar el circo un espectáculo frívolo! Pero de eso hablaremos otro día.

2 comentarios

Anónimo -

que ironia tan estupida e incapaz

angela -

que divertido tu artículo de portada.Me gusta tu ironía