Balas y balones (de fútbol)
(En la imagen superior un "objetor" deportivo colgado por su atrevimiento desmesurado.)
Como aborrezco la obsesión actual por la inmediatez en la información, me someto a la lectura de los suplementos culturales con un retraso que oscila entre las dos semanas y los dos meses. Así pues, hoy mismo, mientras rebuscaba en el ABCD de las artes y las letras del 24 al 30 de junio del 2006 he hallado, en unas páginas dedicadas al centenario del nacimiento del director de cine Anthony Mann, una hermosa fotografía, tomada de su película El hombre de Laramie (1955), donde James Stewart aparece rodeado por seis revólveres anónimos que le apuntan con aviesas intenciones.
En una situación de peligro semejante se encuentra en la actualidad quien, por algún motivo, no participa de las aficiones y actitudes que se suponen comunes a todo bien nacido. Entre ellas, por no adentrarme en aguas más profundas, destaca ese entretenimiento, ese deporte al que suelen denominar fútbol, si bien, en otros países, se trata del béisbol o del lanzamiento del canto rodado. Señores de prestigiosa severidad, presidentes de países, hombres con toda la barba, también con toda la baba, opinan y se manifiestan, incluso con exaltación, ante los combates pugilísticos de unos equipos, en teoría, dedicados en exclusiva al usufructo deportivo.
A pesar de mi asunción ante el inmaculado y omnipresente fútbol, me sorprendo cuando, en una entrevista a Salvador Dalí, en la que se han establecido temas como la ciencia, la pintura y otras cuestiones afines, de pronto, el periodista se adentra en la siguiente memez: “¿Celebró usted el reciente triunfo futbolístico del Barça con el entusiasmo colectivo de otros muchos catalanes?”. A lo que Dalí responde: “Lo que usted llama entusiasmo colectivo no es más que un signo de irracionalidad colectiva”.
En una reciente rueda de prensa, alguien se interesó por la opinión de Fernando Arrabal respecto a la crisis del Real Madrid. “Le responderé cuando me importen esas cuestiones”, alegó el escritor.
No se trata, en un ataque de celo y pedantería, de alejarse de lo mundano, o de ceñirse a lo puramente intelectual. Me parecería formidable que estos interrogadores se preocuparan también por las mascotas, los videojuegos, la jardinería o por cualquier otro asunto que guardara alguna relación con sus entrevistados. Sin embargo, me desagrada esa impune obligación que empuja a consultar sobre un deporte como si se tratara de un asunto de estado, o de algo crucial, capaz de modificar nuestras vidas, o nuestro entorno, de hacernos bailar a todos al son de las patadas.
Desde hace tiempo sospecho que esa exacerbación por el deporte, sobre todo por el fútbol, en el ámbito de los centros educativos, responde más a un propósito de cretinización, que a la preocupación por unas costumbres saludables. ¿Qué tiempo dejamos para que los niños puedan identificarse con aficiones como la pintura, la música, la ciencia, el baile, la reproducción de los gusanos de seda y hasta, si es menester, incluso la lectura, tras las tareas escolares, la televisión y el fenómeno deportivo?
En cierta ocasión, alguien me espetó lo siguiente: “Pero jugar bien al fútbol también es un proceso costoso y meritorio”. Por supuesto, le respondí, pero realizar una réplica de la Torre Eiffel con palillos también supone un proceso costoso y meritorio, aunque, por ello, no deja de ser algo insustancial”. Por supuesto, esto no guarda ninguna relación con el arte, cuyo compromiso con lo “inútil” constituye un golpe en el rostro de las conspicuas alabanzas que defienden, con ignorancia y falta de sentido, el pragmatismo como medio y fin.
Sin duda, la obsesión por la victoria, en el deporte y en las labores cotidianas, se adhiere a los aspectos menos nobles del ser humano. En la vida se nos presenta el éxito, el conflicto y la competitividad como valores imprescindibles para el desarrollo de las sociedades del primer mundo. En mi opinión, quienes promueven tales grandezas pretenden transformarnos en el asno que camina frente a la zanahoria inalcanzable, que eternamente cuelga del horizonte.
Xul Solar propuso algunas variaciones en las reglas del fútbol. Entre otras peculiaridades el pintor promovió encuentros con más de un balón. A estas alturas tales alteraciones de la reglamentación sí suscitan mi interés. ¿Por qué no sometemos los deportes a nuevas exigencias? Imagino un encuentro con cientos de balones, o un conmovedor y delirante desafío en que todos los jugadores saltaran al césped poseídos por alguna sustancia que les provocara delirios y alucinaciones (ketamina, por ejemplo), o un partido con una única pareja de futbolistas que emulara los duelos de una película del oeste... Y aquí es donde volvemos a esa imagen de James Stewart rodeado de inquietantes armas, al igual que hoy le sucede al “objetor” del deporte.
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