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Raúl Herrero

Antonio Fernández Molina, pintor y poeta, en la cumbre de un campanario metafísico

Antonio Fernández Molina, pintor y poeta,  en la cumbre de un campanario metafísico

(En la imagen superior el lienzo ¡Ojo, hijo mío! de Antonio Fernández Molina)

 

Tras un viaje encorsetado en la lectura de los ensayos de Montaigne llegué a la Galería de arte Amador de los Ríos. Javier Terrer, ayudado por Ester Fernández, repasaba las alturas de algunos de los lienzos de Antonio Fernández Molina. “Creo que aquel se expuso en la muestra del paraninfo”, me refirió Ester. “Aquí se luce más”, le respondí. Ese rostro casi desintegrado de la parte inferior no lo he encontrado en ningún otro lienzo de Fernández Molina. Nos referíamos al lienzo ¡Ojo, hijo mío!, desde mi punto de vista, uno de los más logrados del pintor. En esta obra, además de mostrarnos una paleta oscurecida, en relación con otras piezas, casi siempre trazadas con colores más fuertes, introdujo texturas de colores tierra.

Tras un primer paseo por la muestra titulada poesía me encuentro con rostros con sombreros como iglesias, bodegones con un rojo espeluznante y vivísimo que parece ocultar, tras cierto tono naïf, la presencia de lo terrible, una serie de números, que a Juan Manuel Bonet, según me dijo, le recordaban a las cartas del tarot, paisajes imposibles transformados en posibles por la fuerza y la urgencia del poeta, los peces que delimitan paisajes, ambientes y algún que otro de sus gallos característicos vigilantes y atentos cual gárgolas góticas, animales nucleónicos y amarillos como limones…

Mientras esperábamos, Javier, Ester y yo mismo, a que el tiempo se decidiera a fijarse en las ocho de la tarde compartimos, sin saberlo, una parte de la cafetería donde tomábamos ruiseñores embalsamados con café, con el editor José Noriega (Edit. El gato gris), hacedor de libros con hojas libres que encajona como si fuera un emperador japonés impregnado por la belleza de un ave mecánica. De vuelta a la galería el editor nos muestra: Una golondrina en forma de cuchara, título del hermoso libro de Fernández Molina, donde se conjugan, con acierto, dibujos que flotan sobre el papel con la misma libertad que algunos versos. Cocteau afirmó que para dibujar sólo era necesario alargar las letras. Esta serie de poemas-dibujos de Molina parecen una confirmación de las palabras del escritor y dibujante francés.

Por la galería desfilaron algunos amigos como Antonio y Julián (Archivo Pilar Bayona), el escritor José Fernández Arroyo, ataviado para la boda de continuación de su diario Edelgard, los entusiastas del postismo que animan la revista Trece trenes (también con versión en Internet), María Luisa Madrilley, (artífice capital de la plástica postista) y Gala, José Fernándo del patronato de cultura del Ayuntamiento de Alcázar de San Juan…

En la planta superior de la galería se reunieron en una tríada Juan Manuel Bonet, José Noriega y Ester Fernández. Me sentí levitar cuando Bonet mostró la Antología de poesía mística española en edición de Antonio Fernández Molina (Libros del Innombrable) publicada recientemente. (Enrique Villagrasa también ha tenido la gentileza de escribir sobre este libro místico en su sección dentro del número del mes de marzo de la revista Qué leer!).

Bonet, con su siempre viva admiración por mi AF Molina, nos ilustró respecto a las relaciones entre la plástica y la literatura. Comenzó refiriéndose a la admiración que Molina sentía por Ramón Gómez de la Serna y después glosó los estudios que dedicó a la poesía de los pintores y a la pintura de los poetas (mencionó incluso a Víctor Hugo, de quien Molina afirmó categóricamente durante una tertulia de sobremesa con Arrabal: ¡Se trata del mejor pintor del siglo XIX!). También señaló Bonet las vinculaciones plásticas que Molina mantenía con los dibujos de Lorca, la escuela de Altamira y el grupo COBRA. No pasó por alto la faceta del artista como crítico de arte y proclamó que fue el primero en hablar en España del argentino Xul Solar. También señaló a Carlos Edmundo de Ory y Juan Eduardo Cirlot como algunos de los que mejor captaron en sus textos para catálogos y críticas, el mundo pictórico del poeta de Alcázar de San Juan. Realizó, par terminar, un atinado paralelismo entre el mundo rural de algunos de sus poemas y las imágenes de animales y pueblos que se entrecruzan sobre el lienzo.

Por su parte José Noriega nos habló del parto de un libro, cuya edición se encontraba agotada desde su nacimiento por lo exclusivo de la tirada y los ejemplares reservados con antelación. El editor, según sus palabras, se enamoró de la obra de Fernández Molina desde sus primeros contactos con la familia del poeta.

En un ambiente de homenaje y reconocimiento a Fernández Molina, que se fue hace dos años, transcurrió la velada. Por primera vez se dieron cita cuatro generaciones de admiradores del postismo desde Arroyo y Madrilley hasta los jóvenes de la revista Trece trenes (cuyo nombre adoptaron de un verso del poema de Eduardo Chicharro Carta de noche a Carlos), pasando por Juan Manuel Bonet y quien esto escribe. Así pues, la semilla fructifica.

En la exposición, acompañada por un acertado catálogo con textos de AF Molina, Juan Manuel Bonet y Ester Fernández, encontrará el visitante algunos de los lienzos más acertados de la trayectoria del Molina pintor. Quienes se adentren en ella con los ojos limpios encontrarán motivos suficientes para otorgar al inigualable hacedor Fernández Molina, el lugar de honor que se merece en la plástica de su generación.

La noche se bebió con entusiasmo y melancolía.

 

 

La exposición Poesía de Antonio Fernández Molina la encontrará el lector en la Galería Amador de los Ríos C/ Fernando El Santo, 24 de Madrid hasta el 19 de marzo del 2007.

2 comentarios

Raúl Herrero -

Muchas gracias Enrique por tu poema y un cordial saludo.
Raúl Herrero

ENRIQUE -

Cuelgo aquí mi poema "Viernes", dedicado a AFM. Un tiempo después de ser escrito tuve, tristemente, que anadir en la dedicatoria la apostilla "in memóriam". Espero que os guste:



VIERNES

A Antonio Fernández Molina,
in memóriam


Te escribo en este viernes de enero
que empezó con los rayos del sol despuntando
en el frío de la ciudad tan blanca,
arañando tus párpados, tu miedo,
tus ganas de vivir pese a los adoquines tristes,
pese a los preciosos tejados que nadie mirará,
pese a mi piel, pese a quien pese.


Te escribo y no te escribo,
te escribo para contarte que no te escribo nada,
te cuento que nada te cuento
porque no hay nada que contarte y,
¡ay!, hay tantas cosas que contarte...


Decirte, por ejemplo, que en las callejas
últimas de esta ciudad antigua
un hombre te busca en la mañana
de un triste mes de enero,
cuando los recuerdos más negros acechan
tras la próxima esquina y tus labios
tienen un sabor olvidado,
intuido tan sólo al masticar
los rayos de este sol que nos apunta,
al degustar la luz desparramada en busca
del argumento viernes de un diario.