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Raúl Herrero

Crónicas de un convaleciente crónico, (XIII)

Crónicas de un convaleciente crónico, (XIII)

 

Burton(1)  cita:” donde abunda la sabiduría, abundan las penas, y quien acumula sabiduría, acumula su dolor” (Ecl 1, 18). A pesar de la rotundidad de la frase y de los muchos ingenios que han suscrito ideas semejantes, tampoco falta quien encuentra el origen del dolor en la ignorancia, incluso algunos filósofos señalan a la ignorancia como  el origen del mal. El autor de Anatomía de la melancolía refiere en torno a la imaginación: “…en la persona melancólica arde de forma especial…”. En este punto es fácil encontrar ejemplos, pues sin los efectos de la melancolía o sin el conocimiento de la misma es posible que muchas de las obras más admiradas de nuestro tiempo no hubiesen sido escritas. ¿Habría podido escribir Shakespeare algunas de sus escenas más conmovedoras si jamás hubiera sentido los efectos de este mal? ¿Podría su autor haber introducido ciertas reflexiones incluidas en el Quijote sin el tormento del que siquiera una vez se ha sentido acosado por la melancolía?

Robert Burton no duda en vincular este sufrimiento a los hombres de letras o a los estudiantes. " Se pueden dar dos razones principales por las que los estudiantes están más sujetos a esta enfermedad que otros. Una es que viven una vida sedentaria, solitaria, para sí mismos y con las musas, están libres del ejercicio corporal y de los pasatiempos ordinarios que usan otros hombres y muchas veces, si concurren  el descontento y la ociosidad –lo que es demasiado frecuente–, se precipitan en ese abismo repentinamente." Si bien el autor también refiere: “A cualquiera que se sienta invadido por la soledad, o arrastrado por una agradable melancolía y por vanas fantasías, y por carencia de empleo no sepa cómo utilizar su tiempo, o que se sienta crucificado por las preocupaciones terrenas, no puedo prescribirle mejor remedio que el estudio, que se organice él mismo para aprender un arte o una ciencia.” Y más adelante prosigue: “El estudio sólo puede prescribirse a quienes son, de alguna manera, perezosos, tienen problemas mentales , o soportan, temerariamente, vanos pensamientos e imaginaciones, para distraer sus reflexiones (aunque una variedad de estudios, o algún asunto serio no haría daño al primero), para encauzar sus continuas meditaciones en otra dirección”.

No duda Robert Burton en citar a Séneca: “…como la carne es al cuerpo, así es la lectura para el alma”. Si algo debe ser el artista, escritor, pintor, cineasta o creativo es lector, “mirador” y conciliador de disciplinas dispares para encontrar consuelo, en principio, y después para alimentar la propia obra.

La voluminosa obra de Burton se ocupa de muchos más apuntes y detalles de los aquí traídos. Pero resulta interesante comprobar los males físicos que destaca en los que dedican su tiempo al estudio o a la escritura, tanto en sus tripas como en su seso. Pero no duda el autor en recordar que la escritura “…es como una bótica en la que se encuentran todos los remedios para las dolencias  de la mente, purgantes, cordiales, alterativos, conformativos, lenitivos, etc. `Toda enfermedad del alma  –decía Agustín– tiene en la escritura una medicina especial, y sólo se requiere que un hombre tome la poción que Dios ha mezclado”.

Y, en mi caso, como el propósito de encomendarme a tal remedio bosquejo estas páginas, como sanación de una enfermedad que tiene su centro en el alma, en el ánimo o en el ánima, pero cuyos efectos también los siente el cuerpo, ya sea por simpatía, o por las pócimas que se nos prescriben para tratar enfermedades tan próximas al alma como el tuétano al hueso.

Que nadie piense que en mi ánimo se encuentra el considerar estas líneas autobiográficas esenciales para ningún conocimiento, incluso me extraña que alguien pueda sacar algún provecho de las mismas.  Pero al menos, aclararán  algunos puntos que se han querido oscurecer de mi recorrido vital, al tiempo que la escritura de mis aconteceres contribuye a sanarme tanto en cuerpo como en espíritu.

Y, por una vaga semejanza con Don Quijote que en mi turbado entender encuentra con ese mal al que me refiero, por tal semejanza, digo, prefiero ser tratado de loco que de sumiso, de loco que de turbio, de loco que de depresivo, de loco que de maniático, pues si don Quijote afirmó “Sé muy bien quien soy” y de loco fue tachado,  a un servidor también se le puede atribuir semejante calificativo sin sentir por ello ofensa alguna, sino más bien una ligera y almibarada satisfacción.

 

(1) 

Las traducciones de los textos introducidos de Robert Burton proceden de la edicón prologada y seleccionada de su obra Anatomía de la melancolía  de Alberto Manguel. Si bien el trabajo de traducción se nos hace constar en la edición del siguiente modo: Ana Sáez Hidalgo, con revisión técnica  de Ramón Esteban Arnáiz para la primera parte. Para la segunda Raquel Álvarez Peláez con revisión técnica del mismo Ramón Esteban Arnáiz de la primera. Y la tercera parte de la obra, traducida por Cristina Corredor con revisión latina de Miguel Ángel González Manjarrés. Como en este momento el autor no recuerda ni le apetece compilar los lugares exactos de la obra de donde se tomaron las citas queden todos mencionados. Alianza Editorial publicó esta selección en Barcelona. Y nuestro ejemplar forma parte de la primera reimpresión realizada en el año 2008. 

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