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Raúl Herrero

Crónicas de un convaleciente crónico, (XIV)

Crónicas de un convaleciente crónico, (XIV)

Melancolía: Femenino. Medicina antigua. Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre el que la padece gusto ni divertimento en ninguna cosa. // Especie de locura. // Anticuado. Bilis negra o atrabilis. De este modo se define a la palabra melancolía en el Diccionario general etimológico de la lengua española (Tomo 4) en su  edición económica arreglada del Diccionario Etimológico de D. Roque Barcía, del de la Academia Española y de otros trabajos importantes de sabios etimologistas, corregida y aumentada considerablemente por don Eduardo de Echegaray publicado en Madrid en el año 1889.

Y aquí, una vez más, nos encontramos con la locura en la segunda acepción de melancolía, lo que viene a reafirmar mi intención de ser tratado de loco antes que de melancólico. En el volumen Conversaciones, recopilado por su editor a modo de homenaje, a la muerte del filósofo Cioran nos encontramos con respuestas sin desperdicio, así como diversas lecciones sobre “el arte de escribir” y, sobre todo, con la desmitificación del filósofo como pesimista. (2)

En la conversación de Cioran con Leo Vergine leemos la siguiente respuesta a la pregunta “¿Cuándo está usted contento?”: ”A veces lo estoy. Muchas veces lo estoy… ¿Qué podría decirle? No puedo describir un día de sol; por lo demás, el sol me deprime, estoy sujeto a la melancolía. Mi obra… en una palabra… mis libros ofrecen una idea incompleta. La epilepsia no realizada se trasladó a mis libros, casi todo lo que he escrito lo he escrito en momentos de negra exaltación. Puedo decir que desde la edad de diecisiete años no he pasado un solo día sin un ataque de melancolía. Pero en sociedad soy el hombre más alegre que imaginarse pueda. (…) Más adelante Cioran añade: “Cada uno de mis escritos es una victoria sobre el desánimo”.

Cioran procedía de una aldea de transilvania y se reconocía en el carácter español. Incluso sentía una “misteriosa” proximidad con el ser y el temperamento español. En cambio, cuando un servidor visitó transilvania, algo en mi carne se deshizo como el bebé ante el olor de la leche del seno materno. Apenas he conocido a un par de personas  que proceden de transilvania, ni siquiera a ellas las he tratado con la profundidad necesarias para sentirme  próximo a ellas o semejante, en cambio, los olores, la humedad veraniega, el paisaje, los pensadores y artistas españoles que Cioran sentía próximos, en mi caso sucede lo opuesto con los pensadores, artistas y paisajes transilvanos que me hacen  retrotraerme a una memoria ignota, que quizá tenga simiente en algún punto no localizado entre mi psique y mi ser.

Leo a Cioran y no lo encuentro pesimista, más bien al contrario, en todo momento luce en sus aforismos y explicaciones un humor sutil, pero punzante. El pesimista no conoce el humor, ni el humorismo, sólo lo grave y la pomposidad. Me parece del todo injustificado ese aspecto negativo de la palabra pesimista aplicada a los escritos del rumano que escribió en francés. Un servidor propondría cambiar ese tópico por el de honestidad; en efecto, Cioran resulta honesto y se trasluce en estas joyas que son las entrevistas que conforman el volumen citado. No siempre el autor sale bien parado en las respuestas, pero Cioran hace tiempo que superó el umbral de lo bienpensante o de lo correcto, por lo tanto, no se nos presenta como un santo, pero tampoco como el “rey de los herejes”, simplemente intenta responder a las preguntas con honestidad. Al igual que haría en un caso parecido Beckett o Kundera, si concediera entrevistas. Esa honestidad le impidió pasarse sesenta años de su vida respondiendo a las mismas preguntas, puesto que ese ejetreo le supondría al pensador una sesión interminable donde escribiría una y  otra vez el mismo libro. Por este motivo, Cioran y otros autores de gran talla eluden las entrevistas, porque detestan la repetición sobre sí mismos. Les interesa más la literatura, la vida, o la supervivencia.

Me resulta difícil no encontrarme en muchas de las respuestas de Cioran.  En su advocación como autor, nos confirma la necesidad terapéutica de su escritura: “Generalmente , escribir es inútil, pero como nadie puede hacer nada por nadie, puedes hacerlo entonces por ti mismo para `curarte´, aunque sólo sea momentáneamente. Las páginas más siniestras que he escrito me  han hecho reír, más adelante. Al releerlas, resultan de nuevo deprimentes, pero lo que corrijo es el estilo, no el pensamiento. Si de verdad fuera pesimista, la mayoría de la gente no me leería. Me consideran incluso `consolador´.”.

Edith Stein aparece a menudo en las conversaciones que Cioran sostiene en el volumen. Y no puedo evitar el recordar la primera vez que escuché ese nombre, o mejor dicho, que leí ese nombre, en la cubierta de un libro que Antonio Fernández Molina releía con fervor y al que le vi acudir con asiduidad. “Es una de mis santas predilectas”, me decía el poeta que, por otra parte, hubiera firmado gustoso la siguiente afirmación de Cioran como propia :”El poeta objetivo no existe, ni puede existir”. José Begamín ya vino a decir algo semejante cuando afirmó que el sujeto es subjetivo porque para ser objetivo se tendría que ser objeto. Y ambos, Molina y yo, si pudiéramos mantener una nueva conversación señalaríamos como propia la siguiente reflexión de Cioran: “Escribo en lugar de golpearme..."

2. Conversaciones. Biblioteca E.M. Cioran. Tusquets editores, Barcelona, 2010. Traducción de Carlos Manzano.

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