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Raúl Herrero

Entremeses

El pasante, (Entremés o paso XVI)

El pasante, (Entremés o paso XVI)

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia. María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.
Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada. 
Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.

El decorado reproduce un paisaje pantanoso. Se escuchan ruidos de  animales, zumbidos de mosquitos y el característico sonido de los caimanes al moverse entre las aguas. En lo que parece una isla en mitad del pantano un hombre desnudo o semi-desnudo, con el cuerpo embadurnado con limo  y pintado con lo que parecen signos ceremoniales. Entra a escena un occidental, un turista o un viajero, con pantalón corto, visera, cámara fotográfica al hombro, maletín  y en la cabeza un sombrero de guano. Lleva una pierna escayolada y camina con muletas.

El viajero.- Buenas tardes, ¿el señor Repollo?

(El hombre de barro no presta atención al viajero y parece sigue concentrado en sus asuntos.)

El viajero.-Disculpe, discúlpeme, ¿es usted el señor Repollo?

(El hombre de barro ignora al intruso. Por tanto, el viajero, de manera taimada, se aproxima lentamente a su víctima. Se dispone a darle unos golpecitos en la espalda, cuando el hombre de barro gira la cabeza con rapidez en dirección al insistente personaje. El abrupto comportamiento asusta al viajero que retrocede mientras emite un grito femenino y agudo. El hombre de barro se dirige hacia el recién llegado de manera amenazante. Cuando ambas cabezas se encuentran a menos de un palmo habla por primera vez el hombre de barro.)

El hombre de barro.- A mi hijo se lo comió un caimán. (De su taparrabos o de un cinto extrae un cuchillo de enorme). ¡Con este cuchillo destripe al animal y logré rescatarlo! Pero muerto…

El viajero.- ¡Qué me va usted a contar a mí! Fíjese, el otro día tropecé con mi hijo que jugaba dando patadas a las marquesinas de los autobuses y me partí el femur...

El hombre de barro.-Y esa pierna suya, ¿es auténtica?

El viajero.-Por supuesto. No se imagina el esfuerzo que me ha supuesto llegar hasta aqui en este estado.

El hombre de barro.-Esa pierna, no sé, no me gusta.

El viajero.-(Con voz temblorosa) Le comprendo muy bien. Pero verá, ¿es usted el señor Repollo?

El hombre de barro.-En otra época viví como usted. Fui un hombre de negocios, bebía lejía y me movía entre las trampas y las alcantarillas de la ciudad. Trabajaba como pasante de un despacho de abogados. Me trasladé a este lugar para que un cliente me firmara las actas de una propiedad que había adquirido.

El viajero.-Precisamente de eso quería hablarle. ¡Qué coincidencia! Yo también trabajo como pasante de la firma de abogados McKonick und Derbunguer und McKonik. Busco al señor Repollo para que estampe su firma al pie de un contrato de arrendamiento…

El hombre de barro.-¿Arrendamiento?

El viajero.- Sí, arrendamos todo tipo de cosas: casas, bicicletas, moscas, ordenadores portátiles. El alquiler será más o menos elevado pero nuestra comisión es siempre el doble.

El hombre de barro.-¿El doble de qué?

El viajero.- El doble de todo en general. Si usted alquila, por poner un ejemplo, la torre de Pisa, pues nuestros honorarios son dos torres de Pisa. ¿Cómo se le queda el cuerpo?

El hombre de barro.- Desde hace varios años como moscas, moscas negras, moscas verdes y fosforescentes. A veces destripo a un caimán y me lo como entero. Pero no conviene jugar demasiado con esos animales, ¿sabe usted qué ocurrió cuando al fin encontré a la persona que había venido a buscar?

El viajero.-Ahora mismo, no sabría decirle.

El hombre de barro.-Era un caimán.

El viajero.-¿Quén era un caimán?

El hombre de barro.-El cliente que debía firmar los documentos… era un caimán. Pregunté a unos lugareños. Me condujeron hasta una choza. Allí las moscas bramaban como ñus. Una seda ocultaba la entrada. Aparté la tela con mis manos  y allí lo encontré…

El viajero.-¿Al caimán?

El hombre de barro.-Sí, al animal. ¿Ha probado la sopa de ojos de caimán?

El viajero.-No, que yo sepa.

El hombre de barro.-Yo tampoco. Pero ese maldito animal se nutre a diario de una sopa, cocinada  con ojos de sus congéneres, que los brujos de la tribu le preparan a diario.

El viajero.-¿Y cómo podría llegar hasta allí?

El hombre de barro.- El limo que cubre mi cuerpo sana las heridas que a diario me provocan esos animales. A veces parece  que han desaparecido los caimanes de esta zona. El ambiente rebosa quietud.  En cuanto esas bestias descubren que uno flaquea...  atacan inmisericordes.

El viajero.-  A mí me viene a pasar algo parecido con Olegario, el perro de mis vecinos. No levanta un palmo del suelo pero tiene una mala leche. A propósito, ¿no conocerá usted por fortuna a ese tal señor Repollo?

El hombre de barro.-Los nativos ofrecen  al tercero de sus hijos al dios caimán.

El viajero.-¿El mismo que se alimenta de ojos?

El hombre de barro.-El mismo. Los familiares gritan en éxtasis mientras el animal devora al infante. Una vez que el caimán termina el banquete comienza una fiesta que se prolonga durante varios días.

El viajero.-(Con tono condescendiente) Desde luego, algunos tienen unas costumbres.

El hombre de barro.-Con los dientes de leche de la víctima los ancianos de la tribu confeccionan un collar que luego porta el hermano mayor del clan.

El viajero.-De donde yo vengo la artesanía se cotiza mucho. Y, ¿podría adquirir alguno de esos colgantes? No sabe el dinero que podría sacarme con ellos en la ciudad.. Y ya que me he trasladado hasta aquí…

El hombre de barro.-Los collares son objetos sagrados, no pueden venderse.

El viajero.-¡Qué mala suerte! Pero si no le importa que vuelva al asunto que me preocupa, ¿conoce o no usted a ese tal señor Repollo?

(Silencio.)

El hombre de barro.-Por supuesto. Lo encontrará en una choza de adobe a unos pocos metros de aquí. La bruma oculta la zona, pero, si continúa en línea recta, tropezará con el santuario enseguida… Aunque con esa pierna pintada de blanco...

El viajero.-¿Qué le ocurre a mi pierna?

El hombre de barro.-Jamás le ví comerse a alguien en tan mal estado.

El viajero.- No será para tanto. El médico me ha dicho que en dos o tres años estaré mejor que ahora o, incluso muerto. De todos modos, muchas gracias, le agradezco su amabilidad. Pero una cosa me inquieta, ¿correré algún peligro?

El hombre de barro.- ¿Le asusta algo?

El viajero.- Después de las historias que me ha contado sobre ese bicho… Comprenda mi intranquilidad.

El hombre de barro.-No se preocupe. No sufrirá… Tal vez al principio, los primeros tres o cuatro bocados… Además, antes de penetrar en el santuario, los guardianes le procurarán una bebida que realiza las funciones de un potento anestésico.  

El viajero.-Ya me quedo más tranquilo. Es que yo para la muerte soy  más de accidentes aéreos, de un navajazo en una esquina,  de un tiro perdido, de ese tipo de cosas… cosas, en definitiva, más urbanas. (Mira el reloj). Además se me está echando el tiempo encima.

El hombre de barro.-Por el tiempo no se inquiete, se le acabará enseguida.

El viajero.-Si me lo permite, (extrae de un bolsillo una tarjeta de visita) le entrego mi tarjeta. Supongo que no visitará nunca la ciudad pero, si alguna vez lo hace, no dude en visitarme. (En voz baja) Y si consigue alguno de esos collares, o alguna pieza de artesanía se lo agradeceré… Sabré recompensarle debidamente.

El hombre de barro.-Lo que está a punto de sucederle es suficiente recompensa para mí. Le miro y le escucho, luego imagino lo que ocurrirá cuando al fin se encuentre con el señor Repollo y la emoción me colma.

El viajero.-Me deja perplejo. En mi mundo las personas no son tan generosas.

El hombre de barro.-Por cierto, ¿en su firma trabajan más pasantes?

El viajero.- Por supuesto, cuatro más.

El hombre de barro.-¡Qué alegría me da! Pronto tendré el placer de conocerles.

El viajero.-¿Piensan ustedes realizar alguna otra transacción con nuestra firma?

El hombre de barro.-Casi se lo puedo garantizar.

El viajero.-¡Qué emoción! Mis jefes estarán encantados.

El hombre de barro.-¿No tenía usted prisa?

El viajero.-Es cierto. Todo recto entonces, ¿no es así?

El hombre de barro.-Sí, sí, sin miedo, no tiene pérdida.

El viajero.- Por cierto ¿por aquí hay alguna pista de esqui? Cuando termine con mis obligaciones no me importaría distraerme un poco. ¡Y me gusta tanto el esquí!

El hombre de barro.-En esta zona no nieva nunca.

El viajero.-(Violento.) ¡Y qué me quiere decir con eso! Hay pistas de esquí ¿sí o no?.

El hombre de barro.- Si estuviera en su lugar no me preocuparía por eso ahora.

El viajero.- (Ofendido) De acuerdo, me marcho. Muchas gracias por su amabilidad.

El hombre de barro.-Nada, nada, un placer.

(El hombre de barro canta y continúa ocupado en sus asuntos: lijar un cráneo humano. El viajero sale de escena. A los pocos segundos se oyen unos gritos. El hombre de barro los escucha, ríe como poseído por algún tipo de extraña entidad.)

 

TELÓN

El despido (Entremés o paso, XV)

El despido (Entremés o paso, XV)

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia. María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.
Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada. Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.

 

Un despacho con una mesa de mármol (que bien podría ser una lápida). En la habitación varias cabezas humanas colocadas a modo de trofeo, además de espadas y fusiles entremezclados con objetos piadosos: cruces, sagrarios, el manto de la Virgen del Pilar, etc. Un hombre de unos treinta años juega al mini golf, al mini billar, o a cualquiera de esas distracciones ridículas sobre la mesa. Música de Réquiem, de cualquier réquiem. Golpes en la puerta. El hombre de la mesa, que es jefe de algo, se encuentra tan absorto que no reacciona. De nuevo, golpes en la puerta. Por fin el jefe, el hombre de la mesa, levanta la cabeza, oculta el juego tras unos segundos dubitativos y habla.

Jefe.- (Con voz aflautada) Sí, pase, este, adelante.

(Entra el empleado. Hombre de unos cincuenta años.)

Empleado.-Hola, buenos días.

Jefe.-A la paz de Dios, a la paz de Dios. ¿Qué se le ofrece? ¿Le apetecen unas pastas de té?

Empleado.-No, muy agradecido. Ya desayuné en mi casa. Mire, venía a traerle esta cartera.

(El empleado deposita la cartera sobre la mesa.)

Jefe.-(Tras brincar y de un salto ponerse en cuclillas sobre la silla como una gallina, si el lector me permite la observación.) ¡Dios Santo! ¿Qué es eso?

Empleado.-Una cartera.

Jefe.- (Mientras regresa a su posición original.) ¡Ah, una cartera! ¿De dónde la ha sacado?

Empleado.-Verá, resulta algo difícil de explicar. Vi como el jefe de la sección cuarta del departamento superior  le robaba la cartera a Ruiz Pérez. Me pareció impropio advertírselo a la víctima y también comunicárselo al ladrón. Durante unos instantes no supe qué hacer. Por fortuna, al jefe de la sección cuarta del departamento superior, en un descuido, se le cayó al suelo el objeto del delito. Se lo he traído  para que usted solucione este problema.

Jefe.-¡Pero qué me está usted diciendo! ¡Qué me está usted diciendo! Me deja con las nalgas en el aire, con las orejas en suspensión, con las manos en un mírame y no me toques. Por el momento, la cartera me la quedo yo y luego ya se verá.

Empleado.-Desde hace algunos meses vienen desapareciendo carteras… Y tras este incidente…

Jefe.-No puede ser. Usted está acusando a un hombre inocente, intachable, de buena familia, con el que comparto a mi mujer y que incluso es padre de varios de mis hijos. ¡No le digo más! ¡NO LE DI-GO MÁS! El  jefe de la sección cuarta del departamento superior posee mi absoluta confianza. Pero… si es como uan criatura, si viera cómo goza los domingos cuando realizamos juntos prácticas deportivas y ejercicios gimnásticos.

Empleado.-Comprendo su desconcierto. Aunque le advierto que no he sido el primero en saber de las costumbres del  jefe de la sección cuarta del departamento superior.  Otros empleados llevan años dejándose robar porque no saben qué hacer. Incluso las cámaras de seguridad grabaron al menos una docena de hurtos del jefe de la sección cuarta del departamento superior. En algunos cines se proyectan varias horas de metraje con esas cintas.

Jefe.-¿Varias cámaras? Vaya por Dios.  Se lo advertí al jefe de mantenimiento y no me quisieron escuchar. Les dije a los comisionados que si instalaban esas cámaras y las ponían en funcionamiento algún día tendríamos un disgusto.

Empleado.-Comprendo que se trata de una situación delicada pero… Los empleados apenas llegan a fin de mes… Al principio sólo lo hacía el  jefe de la sección cuarta del departamento superior, pero ahora le imita el homónimo del departamento inferior. Si bien éste lo hace con máscara y con navaja, con un estilo menos refinado, aunque tal vez más tradicional. Aunque según los testigos últimamente ya atraca sin cubrirse el rostro. Se ve que va adquiriendo confianza.

Jefe.-¡No hay peros que valgan! Usted me tiene harto, ¿me comprende? ¡Me tiene hasta los mismísimo co…, narices! Me ha traído al menos treinta o cuarenta casos de hurtos, extorsiones, pillajes y otros problemas de similar envergadura. Por ahí los tengo… archivados. Oiga, un poco de seriedad, que yo he venido aquí a trabajar, ¡pero usted me matará a disgustos! Y no lo va a conseguir, ¿me entiende? Entre otras cosas porque llevo muerto veinte años… y no sabe lo mucho que a uno le descansa la conciencia.

Empleado.-Perdóneme, le aseguro que lo he hecho con buena intención. Además, al tratarse de un ministerio,  pensaba que estos casos podían tener cierta importancia, que la gravedad requería que no cerrara los ojos…

Jefe.-¿Cerrar los ojos? ¿Me ha visto a mí acaso cerrar los ojos? ¡Ni cuando duermo cierro los ojos! ¿Y ese dinero? ¿Acaso es suyo?

Empleado.-Hombre, mío, mío, no, pero sí de mucha gente… Al fin y al cabo se trata de dinero de los ciudadanos que…

Jefe.-Ni ciudadanos,  ni nada.  Además los jefes de sección superior e inferior,  los mandamases de mantenimiento y cimentación, todos esos de los que usted me ha traído pruebas de pillaje también son ciudadanos. ¿O no?

Empleado.-Sí, claro pero…

Jefe- Ahí le he pillado, ¿eh? Mire, de la recaudación de este mes le daremos a Ruiz Pérez el dinero de la cartera más una propinilla... y aquí no ha pasado nada. ¿De acuerdo?

Empleado.-Pero  sabe usted que no sólo se trata de esa cuestión. También está el asunto de las obras.

Jefe.-¿Qué obras?

Empleado.-Ya me entiende. ¿No se acuerda? Por casualidad me enteré que el aparejador del edificio incrementa las facturas. Y su misma empresa que, por cierto, no existe, ha cobrado una millonada por las obras de reforma de varias delegaciones del ministerio.

Jefe.-¡Y a usted qué le importa! ¡Aquí el jefe soy yo y se hará lo que diga! ¡Pues no soy poco jefe yo ni nada!

Empleado.-Con  el dinero de  varias de esas reformas el subjefe ministerial, que es socio de la empresa inexistente de reformas, se ha construido un palacio en el centro de la ciudad. Y eso tarde o temprano se sabrá. Vamos digo yo…

Jefe.- Precisamente el sábado pasado estuve allí cenando. Y le ha quedado un palacio muy... muy... ¡muuuuuuu palacio! Con su capilla y su casa del pueblo y todo, ya lo creo. Pero si lo compara con el que se está preparando un servidor... ¿Quiere ver los planos?

Empleado.- Y esa cuestión de las comisiones… Aquí se llevan comisiones por los ingresos de las empresas de servicios externos la mayoría de los mandos. La corrupción ha llegado a tanto que  incluso el portero del edificio me ha pedido hoy unas monedas para permitirme acceder a mi puesto de trabajo.

Jefe.-¡Ese portero traidor! ¡Será cabrito! ¡Y a mí no me entrega nada! Lo sabía, lo sabía. En cuanto a usted, ¿qué pretende? ¡Qué despida a toda la plantilla! ¡Qué leches! (El jefe da un golpe en la mesa) Le voy a despedir a usted.

Empleado.-¿A mí? Pero si yo no he hecho nada.

Jefe.- Por eso mismo. Además seguro que algún día hizo algo. Mi papá, que de todo esto entiende mucho, ya me aconsejó que debía mandarle a la calle, que era usted un hombre muy díscolo y que no se atendría a razones. ¡Y mi papá siempre tiene razón! ¡Porque sino de qué un fútil como yo iba a tener este puesto!

Empleado.-Le doy la razón en todo a usted si quiere. Pero hombre, ¿despedirme a mí? ¿Qué he hecho yo?

Jefe.- Nada, no ha hecho usted nada, ¿le parece poco?

Empleado.- ¿Y por eso quiere despedirme?

Jefe.-En primer lugar usted me importuna con esas cosas que me causan trastornos gástricos y dolores de cabeza. En segundo lugar descubre  chanchullos por todas partes, ahora que yo pensaba en comprarme un liguero y un abrigo de visón con mi parte de las comi…

Empleado.-¿Cómo dice?

Jefe.-(Descuelga el teléfono.) ¿Está don Rogelio? Que se ponga. Oiga, quiero que descubra algo sobre el empleado ése, ¿cómo se llama? Ése, el que se mete en todo y nos va a fastidiar el verano. Seguro que algo habrá hecho.

(El jefe cuelga el teléfono.)

Empleado.-¿Con quién hablaba?

Jefe.-Con el mandatario teniente de subclase que se ocupa de las cámaras de seguridad y las nuevas tecnologías y proyectos, ¿Quién se cree que sustituyó las cisternas de los lavabos por los pozos negros? Hay que ahorrar, sobre todo ustedes.

(Suena el teléfono.)

Jefe.-¿Quién es? ¿Ah sí? ¿Cómooooooo? Ya lo tenemos, ya lo tenemos. Gracias, gracias.

(El jefe cuelga el teléfono con satisfacción.)

Jefe.-Bueno, muchacho, ya le tenemos.

Empleado.-¿A quién?

Jefe.-¿Acaso no se llevó usted un paquete de folios hace cosa de tres ó cuatro años?

Empleado.-Sí, pero lo pagué en caja antes de…

Jefe.-Sí, eso dice, pero el empleado de la caja dirá lo contrarío. ¡Y ahí sí! ¡Ahí sí tenemos un hurto! Además, otras fuentes apuntan a que usted tiene impagadas dos multas por mal aparcamiento.

Empleado.- Es cierto, pero he recurrido ese asunto. Los agentos se equivocaron de matrícula. ¿Y cómo sabe usted  eso?  

Jefe.- ¡Hombre, lo que yo sé lo  sé! ¡Eso no lo sabe nadie! Y déjese de excusas porque para mí es usted ¡culpable, culpable, culpable! ¿Conoce el tamaño de mis hemorroides?

Empleado.-No, señor.

Jefe.-Pues son enormes, gigantescas, desproporcionadas, como cuervos, como buitres, como aviones teledirigidos, como furúnculos de la estepa… y esas hemorroides un buen dia fructificaron y sus raíces de tamaño tamaño me alcanzaron el cerebro y con ellas pienso y depongo -todo al tiempo-. ¡Y si yo, que soy el jefe, digo que es usted culpable, es usted culpable!

Empleado.- Pero es que eso no es cierto.

Jefe.-¡Qué no es cierto! Le voy a meter una comisión de investigación, organizada por otro hijo de papá como yo, y ahí le sacaremos hasta las entretelas. Y no diga que no se lo advertí. Todos los días con la misma historia. Que si tal roba, que si fulano se lleva comisiones, que si no sé qué… ¿Y el chalet nuevo que me pide  mi mujer quién lo va a pagar? ¿Usted?

Empleado.-¿Yo? Pero si no tengo dinero.

Jefe.-Pues cállese, señor mío, cállese. ¿Quién le manda meterse en esas cosas? Que si tal se llevó esto, que si la cartera, que si el canesú… Viva y deje vivir, amigo mío.

Empleado.-Pero al tratarse de la oficina de un ministerio pensé que…

Jefe.-Ahí está el problema. ¿Se da cuenta? ¿Alguna vez le he invitado yo  a que piense?

Empleado.-No, señor, al contrario, incluso nos previno en su discurso de navidad del año pasado de los perjuicios del pensar. Pero a mí me cuesta…

Jefe.-Todo es cosa de acostumbrarse. Fíjese en mí. ¡Puntal y sostén -sostén en el buen sentido del término, ya me comprende- de esta empresa y prácticamente no he pensado en mi vida! Hago bromas, chascarrillos, hablo de fútbol, del tiempo,  ¡joder de cualquier cosa! Pero no voy por ahí tocando las narices. Ahora me veré obligado a demandarle, a despedirle, en fin, ya me entiende. No me ha dejado usted otra elección.

Empleado.-Sólo una duda si me lo permite. ¿El despido será procedente?

Jefe.-¡Por supuesto! Ya me ocuparé yo.

Empleado.-Oiga, pues nada, muy agradecido.

Jefe.- No es nada, no es nada criatura. Y ahora a aliviarse.

(El jefe acompaña a la puerta al empleado.)

Jefe.-Ya me dijo mi papá que era usted muy díscolo. ¡Ay, sino fuera por mi papá!

Empleado.-A mí me deja usted algo preocupado.

Jefe.-¿Preocupado por qué? Usted tranquilo, que si puedo le llevaré a la cárcel.

Empleado.-¿Y los ladrones?

Jefe.-Todos dentro, dentro, aquí dentro.

 

TELÓN

 

 

El discurso (Entremés o paso, XIV)

El discurso  (Entremés o paso, XIV)

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia. María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.

Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada. Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.

 

En  el centro  de la escena  un atril de orador. Varios micrófonos  adornan la parte superior del mismo. Un emblema extraño,  sin relación con los conocidos o por conocer,  se exhibe en la carcasa que recubre el esqueleto del atril, a la vista del público. Al fondo de la escena una de esas tonalidades en degradado pensadas para que contraste con el aspecto  del orador. Se escuchan en off varias conversaciones entremezcladas con murmullos de los asistentes que aguardan impacientes el inicio de la conferencia.

 

(Voces en off:

Mujer 1.-Verás que bien habla. ¡Qué elegancia en el vestir, qué prestancia! Me gusta tanto que casi olvido que es un  hombre.

Mujer 2.-En Somormuja de las Ramas se dice que en mitad de la conferencia se transformó en un grajo con zapatos de tafilete. Imagínate la sorpresa y la algarabía del público.

Mujer 1.-¡Milagros como esos los tiene a cientos! ¡Qué digo a cientos, a millones y trillones, y a más de más en más!

Mujer 2.-He encerrado a mi marido en el wáter para escaparme y asistir a tamaño acontecimiento.  Él es del mismo partido, pero milita en otro grupo de otra facción, de otra corriente, ¡y se niega  a vestirse de amarillo!

Mujer 1.-¡Qué me vas a contar! El mío se empeñó el mes pasado en cambiarse de sexo y ahora fíjate, ¡qué papelón!

Mujer 2.-Hasta los orificios nasales me tiemblan de temor y de terror.)

 

Se escucha griterío, pitidos y a un individuo que anuncia su mercancía: pipas, caramelos, chicles, etc.

 

(Voces en off.

 Hombre 1.-Se comenta que pronto sus discursos se venderán en discos, pero en discos de los de antes, de los de piedra.

Hombre 2.-Precisamente ayer pasé la tarde en el rastro y adquirí una gramola. También había oído ese rumor y por si acaso…

Hombre 1.-Yo no me lo pierdo. Siempre que viene a la ciudad vengo con  toda mi familia…

Hombre 2.-¿Y ese revólver?

Hombre 1.-Es que si les obligo no quieren venir, ¡y por ahí no paso!

Hombre 2.-¡Es tan hermoso tener la verdad y saberlo y actuar en su nombre!

Hombre 1.-¡Y otra cosa! Cuando uno posee la verdad, pero la verdad única e indivisible, en su nombre lo mismo se quema una iglesia, que se comete un genocidio ¡Y eso a uno le deja con un buen sabor de boca incomparable.

Hombre 2.-Y con la conciencia del deber cumplido.

Hombre 1.-Eso, eso, del beber cumplido.

(Suena una música que podría semejarse a un himno, pero que recuerda que acompaña a la entrada de los payasos en el circo.)

 

(Siguen las voces en off.

Mujer 1.-¡Ya sale, ya sale!

Hombre 2.- ¿Por dónde, por dónde?

Mujer 2.-(Gritando.) ¡Qué emoción, qué emoción! Las canillas me tiemblan, las orejas me vuelan…

Hombre 1.-¡Olé, olé! ¡Machote! ¡Gran torero y gran marciano!

 

(Suenan gritos, improperios, bravos, alabanzas, silbidos, en fin, todo tiempo de estruendos que pueden interpretarse a favor o en contra del Conferenciante. Entra a escena un hombre trajeado, con el pelo engominado y con, aproximadamente, quinientos folios en la mano. Mientras suena el griterío de las masas el hombre se sube al estrado. El atril se encuentra demasiado bajo y el conferenciante agacha el cuello hasta quedar en una posición ridícula.)

 

Conferenciante.-Buenas tardes, mujeres, hombres, animales, consagrados y contrahechos.

(Aplausos y bravos desaforados.  El conferenciante comprende lo ridícula de su postura, agachado ante  el atril y dirige unos gestos hacia el exterior. Entra un operario vestido con un mono azul.)

Conferenciante.-(Al público) Tenemos un pequeño problema, por favor, tengan paciente, enseguida estaré con ustedes.

(De nuevo el griterío ensordecedor.)

Operario.-Y ahora, ¿qué quiere?

Conferenciante.-El atril se encuentra demasiado bajo.

Operario.-¿Sabe el trabajo que llevaría cambiar la altura del aparato?

Conferenciante.-Pero oiga, no puedo pronunciar mi discurso en estas condiciones, medio agachado. Además apenas se me ve la cara y se pierden los gestos que he ensayado durante años frente a un espejo.

(Gran estruendo de alabanzas y aplausos.)

Operario.-(Mientras se saca una lima de uñas y comienza a practicar la higiene con semejante parte de su cuerpo) Si lo hubiera dicho antes. Pero a estas alturas, compréndalo. A mí lo de los gestos, imagínese, me la traen al fresco. Yo tuve una vez un mono que también gesticulaba mucho y al final le di un buen soplamocos y le quite la tontería.

Conferenciante.-¿Y qué hacemos?

Operario.-Desde luego yo solo no puedo situarle el atril a otra altura. Comprenda que me pide un imposible y un imposible pues es eso… ¡es un imposible!

Conferenciante.- Pero ¿alguna solución habrá?

(En off diversas voces gritan: “Eso, eso soluciones. Dales duro. ¡Qué sepan lo que es un hombre!”)

Operario.-¿Soluciones? Si quiere puedo avisar a mi ayudante. Pero se encuentra de luna de miel en París y en un taxi tardará en llegar aquí una media de siete u ocho horas por lo menos.

Conferenciante.-¿Tanto tiempo?  ¡Pero eso no puede ser!

(En off diversas voces gritan: “Claro que no. ¡Qué vergüenza de país! ¡Qué razón tienes!  ¡Y menudo tiempo!, en invierno frío y en verano calor”)

Conferenciante.-¿Y si le ayudo?

Operario.-¿Usted ayudarme? No me haga reír. Usted ni es profesional, ni es nada. Además seguro que si luego algo falla me cargaré el mochuelo.

Conferenciante.-Pero yo tengo que dar mi conferencia…

Operario.-A mí no se me ocurre nada. Así que, si no le importa, me voy, que tengo mucho que hacer.

Conferenciante.-¿Y piensa dejarme usted así?

(En off diversas voces gritan: “¡No, eso nunca. Estamos contigo. Guapo. Carnuzo. Luz y sombra de la vida y la muerte.”)

Operario.-Usted verá.

(El operario sale. El conferenciante solo. Deposita sus quinientos folios en el atril  y con el cuello y la espalda inclinadas, casi en cuclillas, comienza el discurso.)

Conferenciante.-Al parecer, si no tienen inconveniente, les ofreceré mi discurso en estas condiciones. Espero que no les importe.

(En off diversas voces gritan: “¡Todo lo que tú hagas está bien. ¡Viva la madre que te parió! ¡Agáchate más que no te vemos!”)

Conferenciante.- Es mi intención hablarles hoy de un asunto que anda en boca de todos y que congestiona  sus mentes ya, de  por si, no muy despiertas.

(En off diversas voces gritan: “Eso, más congestiones y más mentes. ¡Y más horas de trabajo! Mucho sinvergüenza es lo que hay.”)

Conferenciante.- Me refiero, como todos ustedes habrán adivinado, a la vena carótida y al problema de las constelaciones y estrellas enanas.

(En off diversas voces gritan: “La enana lo será tu madre. Canta un tango. Menos venas y más arterias.”)

Conferenciante.-Como les decía vistos desde la perspectiva que nos brinda la teoría de la relatividad y de las suposiciones que de ella se derivaron nos muestran una inquietante visión de un somormujo que día a día nos sorprende más, con estrellas evolucionando.

(Gritos en off de entusiasmo y de adhesión incondicional)

Conferenciante.- Un nuevo concepto de información, basado en la naturaleza cuántica de las partículas elementales, abre posibilidades inéditas al procesamiento de patos. La nueva unidad de información es el quita y daca, que representa la superposición de 1 y 0, una cualidad imposible en el universo clásico, ya se griego, latino o de Alpedrete de la Sierra,  que impulsa una criptografía indescifrable, detectando, a su vez, sin esfuerzo, la presencia de terceros que intentaran adentrarse en el sistema de transmisión. Y si me apuran incluso de cuartos y de quintos, sobre todo en las fiestas de los pueblos donde la fiesta de los llamados quintos gozan de raigambre y de hidalguía.

 (En off diversas voces gritan: “¡Y menos mangantes es lo que hace falta! Eso y más carruseles en las plazas públicas. ¡Viva el Corral de la Pacheca!”.)

Conferenciante.- Los roorganismos y los miniorganismos pueden alcanzar el espacio epidural espinal por tres vías:

a) por vía hidatógena focos y luces  sépticos distantes astático (4-7).  Y eso si el equipo juega en casa. Luego la pelvis y la piel (drogadicción intravenosa, forúnculos) o las infecciones de vías respiratorias (neumonías, patologías de patos y la inseminación artificial, esta última más frecuente).

b) por contigüidad directa o a través del plexo venoso epidural, de infecciones locales como el nacionalismo, el don de lenguas y la aerofagia.

c) por inoculación directa por traumatismos, cirugía o procedimientos diagnósticos (4,5) y hasta 10 que era la máxima nota sin duda suspende. Así, se han descrito casos tras punciones lumbares, anestesia epidural, empleo de catéteres epidurales temporales, melografía y la discografía completa de Los indios Tabajara.

 

(En off voces gritan: “No quiero llorar, no quiero llorar, pero es que me cago. Ahora sí que tendremos una revolución como Dios manda. Eso, eso, ¿y las pensiones qué?”)

 

Conferenciante.- Es menester haber tenido práctica por lo menos durante 1 mes antes del parto. Cuando ya todo está dispuesto para el parto, al sobrevenir una contracción, se toma la mayor cantidad de aire posible y se retiene para hacer fuerza y pujar, se hinchan tres o cuatro mil globos y luego se venden a los niños recién nacidos. Si se tiene suerte en la puja uno puede ahorrarse hasta cien mil dólares. Ahora bien si el parto tienen lugar en un casino.. la cosa cambia.  La fuerza debe estar dirigida a la pelvis, tratando de evitar que se vaya por otros lados, como por ejemplo los orificios nasales y los gástricos. Los lugares más frecuentes por donde se desvía la fuerza del puje, son la garganta y los brazos, aunque también puede ser que se vaya la fuerza por la boca al acordarse de la parentela del inseminador salvaje que provoca en tales circunstancias dolores sin tregua a la futura madre, también puede darse que la fuerza se vaya  a los brazos si son brazadas. También es meneser evitar endurecer y hacer fuerza con los brazos y la garganta, por lo que conviene no cantar durante el parto, y dirigir toda la fuerza hacia la pelvis. Retener el aire lo más que se pueda, todo lo que dure la contracción. Dicha contracción puede alargarse entre  un minuto y varios días e incluso varios años.

 

(En off voces gritan: “Ahora sí, ahora sí. ¡Viva don Rómulo! ¡Viva don Remo! Yo ya me puedo morir tranquilo porque llevo una merluza que no me siento el esfínter.”)

 

Conferenciante.- Y esto, a grandes rasgos, era lo que deseaba decirles. Ahora, si me disculpan, debo retirarme, no sin antes desearles a todos feliz año nuevo y un próspero ahínco vecinal. ¡Viva la remolacha!

 

(En off voces gritan: "¡Viva la remolacha!",  entre llantos, alabanzas y aplausos. El Conferenciante realiza el mutis, ya como un jorobado,  mientras hace la V de la victoria.)

 

TELON

 

 

Una tarde cualquiera (Entremés o paso, XIII)

Una tarde cualquiera (Entremés o paso, XIII)

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia. 
María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.

Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada. 
Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.

En escena un salón lujoso a la par que sobrio. Un hombre elegante hasta la  exageración al tiempo que discreto. Sentada una señorita, que parece su invitada, recatada al tiempo que insinuante. Junto a ella, también sentado,  un hombre mayor enfundado en abrigo de invierno, con bufanda,  gorro de lana. No se le ve el rostro y estornuda sin parar de forma estentórea, chirriante y descacharrante. Algo apartada del centro de la escena una mesita con un teléfono que, de cuando en cuando, sonará. El hombre elegante, al que llamaremos, Insigne Protervo, pasea por la escena dando grandes zancadas mientras la Señorita y el Anciano escuchan con atención.

 

Insigne protervo.- En efecto, señorita, yo lo sé todo o casi todo. He triunfado en campos de batalla donde otros fracasaron, he derramado un piélago de sangre y de miel a partes iguales. Y mis modales exquisitos, sensuales, elegantes y humectantes  me han convertido en uno de los hombres más deseados de esta parte del planeta.  Y todavía le diré más..

 

(Interrumpe el Anciano con una tos desproporcionada que le hace literalmente saltar en la silla, más adelante caerse de la misma y retorcerse por el suelo. Todo esto durante el siguiente monólogo del Insigne protervo.)

 

Insigne protervo.-¡Qué tosecita! Como le decía señorita, le diré más todavía. Y le diré lo que no está escrito y más aún si es posible. Licenciado en Derecho en clave de sol menor. Carrera militar en la que he alcanzado  más alta graduación y los honores más pequeños.  He servido en medio mundo: Corea, Montserrat, Babilonia, Mataró, Lima, Alpedrete de la Sierra, Chin-chuang, Pekín, Cerdeña, Cáceres y Badajoz. He obtenido por méritos las siguientes medallas: la primera de la segunda, la tercera de la cuarta y la quinta de la novena. Todas ellas sin haber entrado en combate en mi vida y sin haberme levantado de ese sillón (mientras lo señala)  que usted ve junto al escritorio. A todo esto le añadiré los siguientes méritos: Premio fin de carrera especial por mi tesis “Ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras”, premio especial del jurado por mi película, dirigida, protagonizada y escrito por un servidor, “Todos somos Cristóbal Colón, sobre todo mi madre”, campeón de petanca del pueblo de Patones de arriba, campeón de carracla de la parroquia de “San José bendito, ¡qué bendito eres!  Y, a todo esto, le puede usted sumar, señorita,  la pensión que  el estado me concederá tras mi retiro, es decir, dentro de quince días aproximadamente si me lo permiten los altos mandos.

(Durante el glorioso monólogo el Anciano, padre de la joven, ha ejecutado toda la serie de proezas que arriba se mencionaban, por tanto el Insigne protervo está algo alterado.)

Insigne  protervo.-Pero señorita, ¿qué le ocurre a su padre?

Señorita.-Está algo enfermo, ya se  lo advertí.

Insigne protervo.-Este hombre precisa de atención médica inmediata. Precisamente poseo ciertos conocimientos sobre cirugía torácica que…

(El Anciano evita el contacto con el Insigne protervo, lo que supone un rechazo absoluto a su ofrecimiento.)

Insigne protervo.-Soy un hombre cariñoso, delicado, ya me conocerá. ¡Y de misa diaria! Bueno, menos de lunes a sábado. Sin tales  méritos y los antes aludidos jamás hubiera pasado ni por la imaginación ni por la sesera el pedirle que se case conmigo. Pero ¡con unas condiciones tan inmejorables!

Señorita.-Le comprendo perfectamente, sé que es usted un hombre insigne y protervo, y que goza de los favores del estado y de una muy buena vista. Pero comprenda que sin la aprobación de mi padre…

(Suena el teléfono.)

Insigne protervo.- Le ruego me disculpe. Ahora mismo estoy en mitad de una batalla y ya sabe, en esos momentos a uno le suelen molestar los soldados y los mandos intermedios en fin, la chusma, ya me comprende…

Señorita.-Desde luego, usted responda al teléfono, no se inquiete por mí. Mi padre y yo tenemos toda la tarde por delante.

Insigne protervo.-No sabe lo feliz que me hace. Con su permiso.

(El Insgine protervo levanta el auricular.)

Insigne protervo.-(A gritos.) ¡Dígame! ¿Quién es? ¿Es usted? ¿El comandante Ataulfo? Desde luego tiene usted el don de la oportunidad… Por nada, por nada. ¿Cómo? Ni un alma, les dije que no dejaran viva  ni a un alma, que no quede piedra sobre piedra, ni lata sobre lata, nada en absoluto.  ¿El enemigo? Me da igual que se haya rendido el enemigo, no hay que dejar anda. ¿Le ha quedado claro? ¡Muy bien!

(El Insigne protervo cuelga el auricular con ira. Vuelve hacia la señorita.)

Insigne protervo.-Comprenda, señorita, que cuando la veo los pulmones se me salen del pecho. Siento como el pulso se me desbarata como una lata de judías puesta a calentar en una olla al baño maría. Miro sus ojos y veo dos almejas machas, contemplo sus manos y me parecen dos enormes cabezas de bovino degolladas y puestas sobre un  plato. Mis sentimientos, señorita, le aseguro que son sinceros y… luego está el asunto de la paga .

(Suena el teléfono  de nuevo. El Anciano tose de nuevo.)

Insigne protervo.-Les ruego me disculpen. (Se acerca al teléfono y descuelga el auricular. De nuevo habla a gritos.) ¿Qué? ¿Cómooooo? Hable más alto. (Tapa con la mano el audífono y se dirige a la Señorita.) Por favor,  sería tan amable de pedirle a su padre que calme esa tos,

Señorita.-Ya le dije que estaba enfermo.

Insigne protervo.- Ya, ya . (De nuevo grita por el auricular mientras el Anciano tose.) ¿Qué? ¿Qué me dice? ¡Más alto que no le oigo! ¡Más altoooooooo! ¿Un qué? ¿Dónde? Sí, lo de los prismáticos ya lo he oído. ¿Un conejo? Pues maten al conejo también.  ¡Les he dicho que no quiero que quede nada!  Sí, también  me refería a los animales. (Cuelga el teléfono con violencia. Entonces el Anciano se recupera de su ataque de tos y se duerme.)

Insigne protervo.-Veo que su padre ha mejorado una vez he colgado el teléfono.

Señorita.-Es curioso, esos ataques repentinos de tos igual que le vienen se van.

Insigne protervo.-Ya veo. Dígame entonces, tiramisú de limón y de guirlache confitado, ¿acepta mi propuesta de matrimonio? He puesto en ella muchas expectativas y además le he prestado a su padre casi una fortuna.

Señorita.-Le estoy muy agradecida por todo lo que me dice y me deja realmente conmocionada por sus formas, educadas maneras y estilismo. Pero comprenda que me parece que es usted demasiado alto para mí, por otra parte sus dedos parecen morcillas y, a pesar del alto concepto que usted tiene de sí mismo, mi padre me ha repetido infinidad de veces que es usted un inútil.

(El Anciano mientras tose asiente con la cabeza. Suena el teléfono.)

Insigne protervo.-¿Yo un inútil? Señorita, esto no puede quedar así, aguarde un momento. (Va hacia el teléfono y descuelga el auricular. Habla de nuevo gritando.) ¡Qué cojones pasa ahora! (Silencio. El Insigne protervo resopla como un toro.) ¿Qué no pueden dar alcance a un conejo todo un ejército? ¿Qué les esquiva las balas? Pues manden aviones, láncenle obuses, descarguen toda una batería de infantería sobre él, pero maten de una vez a ese puñetero animal. ¡Coño! (Cuelga el teléfono con violencia.)

Señorita.-Comprendo sus obligaciones, pero ese aparato comienza a incomodarme.

Insigne protervo.- La comprendo perfectamente. Pero comprenda que estamos en guerra y, aunque no piso el campo de batalla ni por equivocación, las circunstancias me obligan a tener cierta consideración para con mis escla… para con mis hombres, quiero decir. Pero volvamos a nuestro asunto, si no le importa, grácil muchacha. ¿Así que su padre me llamaba inútil?

Señorita.-Sí, pero no sólo eso. También le llamaba otras cosas.

Insigne protervo.-¿Otras cosas? ¿Cómo por ejemplo….?

(Mientras la Señorita desarrolla el repertorio siguiente, el Anciano asiente con la cabeza.)

Señorita.-Zambollos, cagabandurrias, carnuzo, dinamitero de hormigas, cretino, meador meridiano, asalta cunas, asalta cuarteles, tonto del culo, tonto de remate, bocazas, desgraciado, alcahuete, Montesco, mentecato, Capuleto, sodomizador de tanques, zapatos de tafilete…

(Suena el teléfono.)

Insigne protervo.-Un momento, un momento. (Corre hacia el teléfono y descuelga el auricular. Justo en ese instante el Anciano comienza a toser.) ¡Qué pasa! ¿Qué? ¿Me toman por idiota? ¿Qué les hace qué? ¿El conejo? ¿Cómo les va a hacer cucamonas un conejo? ¿Qué les saca la lengua? ¿Y los aviones? ¿Y los tanques? ¿Y los obuses? ¡Pero es usted idiota o está borracho! ¿Me quiere hacer creer que ese conejo esquiva todos los proyectiles? ¿Qué les saca la lengua, qué les hace gestos obscenos? Mire, comandante Ataulfo, yo a usted le fusilo, le fusilo, mate a ese conejo o le hago o un organizo un consejo de  guerra y le fusilo a usted y a todo el ejército si es necesario. (Cuelga con ira el auricular. Se vuelve hacia la señorita y sigue hablando a gritos.) ¡Y respecto a su padre y  a todo eso que ha dicho!

Señorita.-Por favor, no le consiento que me hable en ese tono.

Insigne protervo.-¡Oh perdón! Son mis escla.., mis hombres quiero decir, que me enervan y me sublevan. (Se acerca al Anciano y le acaricia, mientras habla, la cabeza sobre la que luce un hermoso gorro de lana.) ¿Por qué tiene usted una opinión tan negativa de mí? ¡Si apenas me conoce! Es cierto que he enviudado treinta y cuatro veces, treinta y cuatro accidentes desafortunados, pero hombre… porque un día maté a un perro me llaman mataperros.

(Suena el teléfono. Entonces el Anciano aprovecha un descuido del Insigne protervo y le muerde un dedo.)

Insigne protervo.-¡Leches! ¡Me ha mordido!

Señorita.-Él siempre ha sido así, un tanto casquivano.

Insigne protervo.-Más que casquivano es un..

(No se escucha lo que dice el Insigne protervo porque las palabras las ahogan las toses del Anciano. Insigne protervo va hacia el teléfono y descuelga el auricular.)

Insigne protervo.-(A gritos.) ¿Quién me molesta ahora? ¿Cómo dice? (Con voz suave.) ¡Ah, señor! Sí, yo he estado pendiente de toda la operación. Claro que hemos ganado. ¿Cómo habíamos? Si hace un momento ya habían barrido a todo el enemigo… Ya, ya, ¿un conejo? Sí, hombre, un mal día lo tiene cualquiera. Que no, que consejo de guerra. Le asegura que no he desatendido mis oblig…

Señorita.- ¿Qué ocurre?

Insigne protervo.- El Comandante en jefe de las fuerzas armadas me ha colgado.

Señorita.-¿Ha sucedido algo malo?

Insigne protervo.- Me ha degradado y la policía militar viene a detenerme.

Señorita.-¿Y esos modales?

Insigne protervo.-Me harán un consejo de guerra.

Señorita.-¿Y la batalla?

Insigne protervo.- La hemos perdido.

Señorita.- ¡Uy, que percance!

Insigne protervo.- Y, además, me he cagado en los pantalones.

(El Anciano tose mientras cae el

 

 

TELÓN)

El pisito (Entremés o paso, XII) -En homenaje a Rafael Azcona-

El pisito (Entremés o paso, XII) -En homenaje a Rafael Azcona-

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia. 
María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.

Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada. 
Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.

La escena muestra el cuarto interior de una vivienda decorado de la manera más rancia posible. Entran tres personas: el Agente que muestra la casa a posibles compradores y  dos probables inquilinos. Inquilino 1: hombre. Inquilino 2: mujer. O todo lo contrario.

 

Agente.-Y aquí tienen la joya de la corona de la vivienda. La habitación rusa, como la bautizó el anterior inquilino, en paz descanse.

Inquilino 1.-¿Qué le ocurrió al último inquilino? ¿Murió?

Agente.-En efecto.  Él y  los 4 que le precedieron.

Inquilino 2.-¿Cómo es eso? Nos deja preocupados.

Agente.-¿Preocupados? ¿Por qué? La gente se muere. Piensen que si ellos siguieran vivos no estarían ustedes hoy aquí conmigo.

Inquilino 1.-Eso ya lo entendemos. ¿Y de qué murieron?

Agente.-La policía sigue investigando. No me han autorizado a revelarles nada en ese sentido. Pero dejémonos de tonterías y de distracciones. Miren que vista, fíjense en los radiadores, contemplen las paredes y la mesa y…

Inquilino 2.-¿Qué vistas? Si no hay ninguna ventana.

Agente.-¿Desde cuándo hacen falta ventanas para tener vistas? No sé, no sé si nos vamos a entender ustedes y yo.

Inquilino 1.-Oiga, me intranquilizan esos crímenes. No se lo puedo negar. ¿No será que la vivienda emite algún tipo de extraña vibración o de radioactividad que extermina a sus habitantes?

Agente.-No, no lo creo. Como comprenderán me ponen en una situación difícil. Pero si nos adentramos en el terreno de la especulación… en fin, sin que me atreva a confirmarlo de una manera categórica y rotunda… en todo caso las muertes tendrían que ver con “Hierba buena”.

Inquilino 2.-¿Murieron envenenados? ¿Alguien les introdujo sustancias psicotrópicas en la comida? ¿O acaso fumaban cáñamo mezclado con mondas de mandarina? ¿Eran adictos a algún tipo de droga?

Agente.-Nada de eso. Me refiero a “Hierba buena”,  el toro.

Inquilino 1.-Pero ¿ los anteriores inquilinos murieron en una plaza?

Agente.-No, todos aparecieron muertos en este piso. El último  de ellos precisamente donde se encuentra usted.

Inquilino 2.-(Da un respingo.) ¡Ay dios!

Inquilino 1.-Entonces, ¿a qué viene lo del toro?

Agente.-Todo tengo que explicarlo ¡caramba! El toro “Hierba buena” vive aquí mismo, en la habitación contigua

Inquilino 2.-¿Tiene un toro dentro del piso?

Agente.-Oiga, el toro no es mío. Cuando me pidieron que alquilara la vivienda el toro ya estaba dentro. Según me indicó  el propietario actual, cuando él adquirió la vivienda el animal ya vivía en ella.  La ley nos indica tajantemente que no se le puede desalojar.

Inquilino 1.-¿Y cuándo pensaba decirnos lo del toro?

Agente.- No esperarán que entre en todos los pequeños detalles.

Inquilino 2.-No puede ser. Usted nos gasta una broma. ¿Dónde dice que está el toro?

Agente.-(Mientras señala una puerta.) Ahí mismo, en esa habitación.

Inquilino 2.-(A Inquilino 1) Anda ve tú. Terminemos con esta patochada.

Inquilino 1.-(Al Agente) Le advierto que no me hace ninguna gracia. Con este tipo de  bromas, ¿tiene usted mucha suerte en su trabajo?

Agente.-Pues mire, ya que lo menciona bastante. En treinta años de profesión he alquilado una media de tres o cuatro pisos, sin contar con esta vivienda, en la que alojé a todos los anteriores arrendatarios, ¡Dios los tenga en su gloria!

(El Inquilino 1 abre la puerta. La cierra de golpe.)

Agente.-¿Ya se ha convencido? ¿Qué necesidad tenía yo de mentirles?

Inquilino 2.-(A Inquilino 1) ¿Es cierto lo del toro?

(Inquilino 1 afirma con la cabeza.)

Agente.-Bueno, si les parece, mañana firmamos el contrato de alquiler.

Inquilino 1.-¿Pienso meternos en esta casa con un toro?

Agente.-Ya lo hice en las anteriores  ocasiones y no hubo ningún problema.

Inquilino 2.-Pero si murieron todos…

Agente.-Bueno, pero eso no es un problema. A veces ocurren accidentes, casualidades. Además con un toro dentro de casa no hace falta que se gasten el dinero en gatos ni perros. “Hierba buena” es muy buen toro. Les aseguro que nadie les entrara a robar. Y a alguien se le ocurre va listo.

Inquilino 1.-Esto no es serio. Si no saca  de aquí a ese toro no cuente con nosotros.

Agente.-Lo lamento pero no es posible. El toro lleva aquí mucho tiempo y tiene derechos adquiridos.

Inquilino 2.-Pues que le pague el toro el alquiler. ¿No le da vergüenza endosarnos este lugar con semejante animal?

Agente.-(Tras reírse) Pero ¡por Dios! ¿Cómo me va a pagar el toro el alquiler si no tiene dinero?

Inquilino 1.-Ahora mismo nos vamos.  Jamás había visto una cosa así…

Agente.-¿A qué se refiere? Porque el piso se encuentra en muy buenas condiciones.  Y si lo dicen por el animal les haré una advertencia: no les consentiré que injurien a “Hierba buena”. Es cierto que es un toro salvaje, que no sabe cocinar y que algunas noches golpea las paredes con la cabeza hasta dormirse pero… Posee grandes virtudes.

Inquilino 2.-¿Y qué virtudes posee semejante bicho?

Agente.-¡Qué mala es la ignorancia! Pues se las enumeraré encantado. Primera virtud: su bravura. Ese toro puede pasarse una tarde entera embistiendo a todo bicho viviente.  Si por azar, o por torpeza, el animal se sintiera agredido por alguno de ustedes y tras identificar atrapara al interfecto, les aseguro que no lo contaría el desafortunado. Segunda virtud: el toro es astifino. Tercera virtud: su juventud. Les aseguro que tienen toro para rato y que gracias a sus poses, a las que me atrevería a calificar como propias de un dandy, y no es pasión de padre, les auguro múltiples veladas en familia de jolgorio y pujanza.

Inquilino 1.-Ese es otro tema. Porque con nosotros vendrían a vivir dos niños.

Agente.-¿Y a mí que me cuentan? Yo vivo con mi mujer, mi abuela y dos cuñados y no lo comento por ahí.

Inquilino 2.-No, si lo decimos por el animal.

Agente.-¿Qué animal? Ah no. El propietario me ha prohibido expresamente que alquile la vivienda a alguien que pretenda instalarse con un animal.

Inquilino 1.-Pero si ofrecen la vivienda con un toro dentro…

Agente.-Una cosa no tiene ninguna relación con la otra. Además “Hierba buena” es muy suyo  y no le gustan las visitas. ¡Y menos si traen a otro toro! Entonces si se puede liar una buena.

Inquilino 2.-¿De dónde íbamos nosotros a sacar otro toro?

Agente.-Eso es cosa suya. Aunque les advierto de una cosa. Si el  propietario, o yo mismo, que suele aparecer de improviso por si les sorprendo cometiendo algún tipo de fechoría, ya sea contra el inmueble o contra el propio animal, les sorprendemos con otro toro dentro van todos a la calle. Bueno, todos menor “Hierba buena”, claro.

Inquilino 1.-No entiendo nada.

Agente.-Si se ponen así… Tal vez pueda compensarles por los trastornos que el toro pueda ocasionarles.

Inquilino 2.-¿Con una rebaja del alquiler?

Agente.-Bueno también… Pero había pensado en darles unas clases de toreo. En mi juventud fui banderillero,  bastante bueno, por cierto, aunque el decirlo sea una inmodestia por mi parte.

Inquilino 1.-¿Usted nos toma por tontos?

Agente.-No, ¿por qué me dice eso? ¿No se da cuenta que así hiere mis sentimientos? Me ofrezco a rebajarles el alquiler y a enseñarles a torear… ¿Qué más quieren?

Inquilino 2.-Hombre, si nos ofrece una rebaja sustancial nos lo podríamos pensar…

Agente.-Por eso no se preocupen. Lo tendría que consultar con el dueño, pero me atrevo a prometerles que no habrá ningún problema.

Inquilino 1.-(Al Inquilino 2) ¿También te has vuelto loco? ¿Piensas meternos aquí con un toro? ¿Y los niños?

Agente.-Por los niños no se preocupen. El toro cuando quiere es muy cariñoso. Por otra parte no come demasiado, bueno, no come demasiado para ser un toro.

Inquilino 2.- Si usted viera el apetito de mi suegra…

Agente.-¡Qué me va usted a contar!

Inquilino 1.-¿Estás sordo? Que no, que no me vengo aquí a vivir con un toro.

Agente.-¿Es usted racista? ¿Acaso no le gustan los animales?  (Al Inquilino 2) Yo no quiero meterme donde no me llaman, pero no me fiaría nunca de alguien que desprecia a  los animales.

Inquilino 2.-Venga, no seas así de díscolo. Si este hombre nos ofrece una buena rebaja…

Agente.-¿Cómo una rebaja? ¡Una rebaja sustancial! Como les veo interesados les diré otra cosa. El toro durante los fines de semana casi ni se siente. En época estacional, por ejemplo, el viernes por la tarde se marcha a su casa de campo y no vuelve hasta el domingo. Eso sí, el taxi se lo tendrán que pagar ustedes. ¡Y en eso me mostraré in-fle-xi-ble!

Inquilino 2.-¿Te das cuenta?

Inquilino 1.-Bueno, ¿puedo volver a mirar al bicho?

Agente.-Por favor, por supuesto. Pero nada de fotografías, las luces de las cámaras le ponen muy violento.

Inquilino 2.-¡Otra cosa a su favor! Mi suegra es aficionada a la fotografía.

Agente.-Entonces lo tiene usted que ni a propósito.

(Inquilino 1 abre la puerta y mira el interior de la habitación.)

Inquilino 1.-Hombre, ahora me impresiona menos, visto así….

Agente.-Ya le decía.

Inquilino 2.-Entonces, ¿qué? ¿Firmamos el contrato?

Inquilino 1.-¿Por qué lleva puesto un sombrero de copa?

Agente.-Ya les dije que era todo un dandy.

(Inquilino 1 cierra la puerta.)

Agente.-Como me han caído bien les confesaré algo. Tengo a un picador muy interesado en el piso. Pero si ustedes firman ahora mismo el contrato me olvido del otro cliente.

Inquilino 1.-No sé.

Inquilino 2.-Venga, no seas tan exigente.

Agente.-He puesto todo de mi parte.

Inquilino 2.-(Al Inquilino 1) ¿Quieres mirarlo de nuevo?

Inquilino 1.-No, no me hace falta.

Inquilino 2.-Animate. Tal vez si lo miras con otros ojos…

Inquilino 1.-De acuerdo, lo haré por complacerte.

(Inquilino 1 abre la puerta y se asoma al interior. Inquilino 2 empuja a Inquilino 1 dentro del cuarto y cierra la puerta.)

Inquilino 2.-(Al Agente) En ocasiones es preciso tomar determinaciones drásticas, sin contemplaciones.

(En el otro cuarto se escuchan gritos y golpes.)

Agente.-Mi más sincera felicitación. Si no lo hace usted lo hago yo. ¡Por Dios bendito! Una ocasión como ésta no se puede dejar escapar.

Inquilino 2.-Por otra parte una boca menos que alimentar.

Agente.-Así notará menos los gastos de la comida del animal.

Inquilino 2.-Que una es buena, ¡pero no tonta!

Agente.-Por cierto, ¿tiene algo que hacer ahora mismo?

Inquilino 2.-Nada, nada en concreto.

Agente.-Si me lo permite la invito a cenar.

Inquilino 2.-Me ruboriza usted.

Agente.-Ya, ya lo comprendo.

(Siguen los ruidos y gritos de auxilio en el cuarto del toro.)

 

TELÓN

 

 

La consulta privada (Entremés o paso, XI)

La consulta privada (Entremés o paso, XI)

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia. 
María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.

Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada. 
Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.

 

En escena la consulta de un dentista. Sin embargo, en lugar de la parafernalia y el instrumental propio de estos menesteres en escena una vieja silla de madera destartalada y una mesa con aparatos propios de un aficionado al bricolaje pero no de un médico. Entra el paciente que mira a su alrededor. Música de miedo (no me refiero a ningún grupo en concreto, sino a una música que acreciente el ambiente de tensión a imagen y semejanza de las películas de terror). En derredor telarañas, decoración gótica, por supuesto ningún espejo.

El paciente.-¿Hay alguien ahí? ¿Hay alguien ahí? ¿Quién vive?

 

(Silencio.)

 

El paciente.-Madre mía, ¿por qué me hábré dejado convencer?  Y ahora cualquiera encuentra la salida. Este lugar parece un laberinto. He pasado ya por  tres ó cuatro pasillos diferentes.

(Silencio.)

 

El paciente.-¿Está usted ahí doctor? ¡Eh, eh, eh!

 

(Entra a escena El doctor con una larga capa que arrastra por el suelo. Rostro cadavérico, modales exquisitos y muy pulcro.)

 

El doctor.-¿Quién es usted? ¿Qué hace en mi casa? ¿Quiere que llame a la policía?

El paciente.-Tenía cita con usted a las ocho de la tarde.

El doctor.-Muy buena hora, la hora en que desayuno.

El paciente.-¿Ah, sí? ¡Qué curioso!

El doctor.-Pero siéntese, criatura, siéntese. No se preocupe, ni ponga ningún reparo. Y dígame, ¿qué le acontece?

El paciente.-(Mientras toma asiento.) Verá, tengo una muela…

El doctor.-Bueno, todos tenemos muelas, eso no es un problema. ¿Veeerrrdadddd?

(El doctor toma de la mesa unas cuerdas y ata al paciente a la silla.)

El paciente.-Pero oiga ¿qué hace?

El doctor.-Cumplo con las medidas de seguridad, no se preocupe. Estoy siguiendo el protocolo. Usted siga a lo suyo.

El paciente.-¿El protocolo? ¿También tienen aquí un protocolo?

El doctor.-¿Qué me decía de su muela?

El paciente.-Ah, sí, La muela me provoca unos dolores insufribles. A veces me veo en la necesidad de golpearme la cabeza contra las paredes para que disminuya el dolor.

El doctor.-Es normal, no se inquiete. ¡Y es una costumbre tan hermosa! Aunque le alivie de sus padecimientos no pierda jamás esa sana conducta.

El paciente.-No sabría qué decirle. Mi esposa se queja porque le dejo el pasillo perdido de sangre.

El doctor.-¿De sangre? ¡No hombre, no! ¿No comprendo lo precioso de ese material? ¡Los hospitales están llenos de gente que aguarda con paciencia la llegada de sangre!

El paciente.-Oiga, que además soy donante.

El doctor.-¿Cómo donante? ¿Donante de qué?

El paciente.-Hombre, de sangre, para los enfermos.

El doctor.-No, no, no me refería a los pacientes sino a los médicos. Usted sabe lo que disfrutamos con la visión de la sangre. De esa sustancia rojiza, a veces algo espesa, que se desliza entre los dedos de uno y cae, poco a poco, en el suelo hasta formar figuras increíbles, descabezadas y magníficas. Y ese olor, esa aroma que ni el almizcle, ni el pepperoni ni el somormujo igualan… Se me hace la boca agua.

El paciente.-¿Y usted está así desde hace mucho?

El doctor.-Más de lo que puedo recordar. Fíjese hasta qué límite llega mi pasión que algunos de los restos de sangre que han caído en mi consulta, por motivos que ahora no vienen al caso, los he enmarcado y los contemplo con reverencia tarde y noche.

El paciente.-¿Y por la mañana?

El doctor.-Por la mañana duermo señor mío. (Silencio.) Esas obras de arte no las traigo a la consulta, la gente vulgar como usted no las aprecia. Pero que se quite cualquier pintor moderno ante las excelencias de la sangre y el azar.

El paciente.-(Inquieto.) Oiga me ha atado muy bien. Apenas puedo moverme.

El doctor.-Son muchos años de experiencia, compréndalo. Durante mi niñez  reconozco que me tentó estudiar para  asesino o torturador pero, ya sabe, las presiones familiares, las sociales, el párroco de mi pueblo que era muy bruto…

El paciente.-A eso le llamó yo vocación.

El doctor.-(Extremadamente violento.) No lo dude, no lo dude ni un por un momento.

El paciente.-¿Y al final se especializó en dentición?

El doctor.-¿Cómo dentición? ¡Ah,no! ¿Lo dice por este lugar? No, no se confunda amigo mío. La odontología la practico como pasatiempo. En realidad estudié neurocirugía. ¡Si supiera la cantidad de cabezas que he abierto como si fueran sandías!

El paciente.-Como sandías… ¡qué hermosa imagen!

El doctor.-(Mientras sostiene una sierra  en la mano.) A veces pienso en lo orgulloso que se sentiría mi padre si me viera ahora.

El paciente.-Su padre ¿también era médico?

El doctor.- No, carnicero. Pero le encantaban las cabezas de cordero. Todos los domingos asaba una y la devoraba con fruición: los sesos, la lengua, los ojos… A veces cuando me encuentro entre cerebros, registrando esos hermosos órganos, me acuerdo de mi padre y… y… me entra hambre. También comía criadillas e intestinos de vaca pero a mí siempre me tiraron más  las cabezas. No sé… me resultan más sociables. ¿No le parece?

El paciente.-Ahora que le veo con esa sierra en la mano. ¿Me inyectara un poco de anestesia antes de comenzar?

El doctor.-¿Anestesia? ¡Para qué! Sea un hombre, ¡caramba! Además nunca pongo anestesia a mis pacientes. Me la guardo para mí, sobre todo antes de una operación.

El paciente.-¿Se anestesia usted mismo antes de operar?

El doctor.-Toma claro. Si no cualquiera aguanta el tirón. ¡Qué a veces son muchas horas de pie! Y,  por otra parte, como siempre me meto en el quirófano sin dormir.

El paciente.-¿No duermo durante la noche anterior a una intervención? ¿Qué me dice?

El doctor.-Desde luego que no. Es mucho mejor presentarse en el trabajo sin dormir y a ser posible con una intoxicación etílica de padre y muy señor mío. Eso que hacían antes de presentare a una operación frescos y serenos se ha comprobado que era perjudicial para el resultado  de la intervención. Vera mi padre mi yo hicimos un estudio sobre esa cuestión cuando todavía era un estudiante.

El paciente.-Usted es el médico. Me remito a su profesionalidad y a su sabiduría octogenaria.

El doctor.-¡Y qué bien hace! Ojalá todos los pacientes siguieran su ejemplo. No sabe lo indisciplinada que es la gente de hoy en día.

El paciente.-Si es que hay muy poca vergüenza.

El doctor.-Si usted supiera. (Suspira.) Ni se imagina las veces que me he visto en la obligación de perseguir revolver en mano a un paciente huidizo por la calle para rematarle.

El paciente.-Antes los enfermos se callaban, obedecían y punto.

El doctor.-Y mucho antes de lo que usted dice, ni siquiera acudían a la consulta, pagaban y ya está. Ahora algunos se mueren y todavía no te han pagado. Por cierto, antes de comenzar  con la extracción de su muela quisiera que desembolsase el total de mis honorarios, por si acaso, usted ya me comprende.

El paciente.-Desde luego. No puedo moverme pero si introduce una de sus manos en el bolsillo derecho de mi chaqueta encontrará una cartera. Tome de ella lo que guste.

El doctor.-(Mientras toma la cartera y la revisa.) Usted me ha caído simpático, por tanto le haré una confidencia.

El paciente.-A mí las confidencias me encantan. Sin ir más lejos mi primo Severiano…

El doctor.-(Interrumpiendo a El paciente.) Oiga, tampoco se explaye demasiado. No soporto que me den la lata. Tenga en cuenta que yo soy médico y usted es un vulgar vulgaris furúnculo humano.

El paciente.-Eso sí.

El doctor.-Bueno, veo que en su cartera tiene billetes y varias tarjetas. Si no le importa me quedo con todo y ya le iré cobrando. Bueno, le devuelvo el carnet para que puedan identificarle las fuerzas de seguridad del Estado.

El paciente.-¿Y el permiso de conducir?

El doctor.-No, no. A mí me hará falta para unos asuntos que llevo entre manos.  Bueno, como le decía, me ha caído simpático y le haré una confesión. El negocio, el negocio de verdad se encuentra en la venta de cadáveres.

El paciente.-¡Me deja helado! Además tengo un capital que me gustaría invertir.

El doctor.-¿Invertir? No lo piense más. Déjeme a mí como heredero universal de todo. Por lo demás no se preocupe porque en ese negocio intervendrá antes de lo que piensa.

El paciente.-¡Qué bien! Es usted muy comprensivo. Y si ahora me extirpa la muela me dejará en la gloria.

El doctor.-¿En la gloria? Guarde silencio un momento.

(El doctor ataca al paciente que comienza a gritar como un loco. Las luces vibran y se contorsionan cual galápagos en una noria. Suena un Kyrie eleison. Oscuro. Vuelve la luz. El doctor ensangrentado hasta la médula –espinal y más allá-. El paciente con un parche en el ojo, le faltan también una mano y un pie. No se entiende nada de lo que dice.)

(Sonidos ininteligibles de El Paciente.)

El doctor.-Desde luego. ¡Qué razón tiene!  ¿Ve qué bien ha quedado?

(Sonidos ininteligibles de El Paciente.)

El doctor.-¡Y bien limpio que le he dejado! Por el mismo precio, sin cargarle ni siquiera el 5 por ciento de suplemento, le he extraído un globo ocular, un miembro inferior, otro superior, el bazo, tres costillas y cuatro dientes al azar, así ¡a lo loco!

(Sonidos ininteligibles de El Paciente.)

El doctor.-Normal que esté agradecido, hijo mío. ¿Se da cuenta de lo que se hubiera perdido si le hubiera hecho caso con la anestesia? Ahora sale usted a un nuevo mundo, como un hombre, como un toro bravo, como una corneta de sargento…

(Sonidos ininteligibles de El Paciente.)

El doctor.-Vuelva usted a la consulta en el mes de junio. Para entonces necesitaré sacar una partida de manos de cadáver y de huesos de santo. ¡Entonces sí que nos reiremos!

(Sonidos ininteligibles de El Paciente mientras inicia el mutis.)

El doctor.-Nada, nada. Pero si estamos aquí para eso. Un placer, un placer. Y sobre todo no me falte a la próxima cita. ¡A ver si por su mala cabeza me voy  a quedar sin ingresos antes de las vacaciones!

(El paciente sale. Silencio.)

El doctor.-Será posible, ¡que desagradecido! Y se va sin darme siquiera una propina. Desde luego, ¡qué sacrificado es esto de la ciencia!

 

TELÓN

 

 

El amor es tan hermoso como la suela de un zapato bajo el calor del verano tostado (Entremés o paso, X)

El amor es tan hermoso como la suela de un zapato bajo el calor del verano tostado (Entremés o paso, X)

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia. 
María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.

Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada. 
Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.

 

En escena una mesa de velador rodeada por sillas. Se escucha el sonido salutífero de las chicharras. Entra una muchacha en escena, se sienta, se retoca el maquillaje. Entra el Enamorado que realiza gestos de película de cine mudo, o de pantomima, que vienen a significar: “¡Oh, es ella! Me late el corazón. Me siento embelesado y perseguido por trescientos caimanes. ¡Qué emoción tan perentoria! ¡Qué perentoria emoción!”. El Enamorado se sienta junto a la joven. Parece que desea articular alguna palabra pero una misteriosa fuerza se lo impide. Ella ni siquiera le mira.

 

Muchacha.- ¿Aquí no atiende nadie? (Al Enamorado.)  Ve a buscar al camarero.

 

(El Enamorado que aún no ha logrado articular una palabra se levanta y sale.)

 

Muchacha.-Por Dios, ¡qué calor! ¡Cómo se puede salir a la calle con tanta humedad! ¡Y tenía que ser este cretino quién me hiciera salir de casa!

 

(El Enamorado regresa.)

 

Enamorado.- Lo siento, varios cientos miles de personas me han impedido el paso. Pero he visto personas en otros veladores que consumen refrescos. Supongo que el camarero no tardará en llegar...

 

Muchacha.-¡Espero que no tarde! Está bien, siéntate.

 

Enamorado.-(Mientras toma asiento.) Gracias, gracias, muchas gracias.

 

Muchacha.- Y querías verme, ¿para qué?

 

Enamorado.-Verá Herminia, el motivo de mi cita no era otro que revelarle un secreto que me atenaza el alma.

 

Muchacha.-¡Ahhhh! Mira que bien... Uff, ¡qué calor!

 

Enamorado.-Sí, Clodovea, es lo que tienen estos días del año, el calor oprime incluso mientras llueve. Pues verá, quería decirle que la amo con todo mi corazón, con todos mis intersticios bucales y...

 

Muchacha.- Y el camarero no viene. ¿Tienes un poco de agua?

 

Enamorado.-No, no señorita Clotidlde, ya lo lamento. Mis sentimientos hacia usted, mis sentimientos hacia usted son puros y recalcitrantes como un paraíso de bombas atómicas.

 

Muchacha.-¿Cómo qué?

 

Enamorado.-Ay, no me haga repetirlo que me sonrojo.

 

Muchacha.-Es que no lo he comprendido bien. Pero, al fin y al cabo. me importa una mierda.

 

Enamorado.-Cuando escucho su voz siento como si un burro amaestrado me diera una coz en este costado, en el derecho, porque este es el que me operaron de niño, y me resultaría más doloroso recibirlo en este lado que en el izquierdo.

 

Muchacha.-Pero ¿mucho más doloroso?

 

Enamorado.- ¡Muchísimo más! Créame, señorita Hortensia Palote.

 

Muchacha.-¡Ah, bueno, vale! (En pie y gritando.) ¡Camarero, camarero! ¡Camarero! Por Dios, siento como si me desmayara.

 

Enamorado.-No se inquiete, si se desmaya la arrullaré. No se preocupe por mis brazos que tienen la fuerza de siete torreones fortificados.

 

Muchacha.- (Se refiere al Enamorado.) ¡Ay, no! Aggg, ¡qué asco!

 

Enamorado.- (Que cree que la muchacha da muestras de asco por otro motivo.) No se preocupe, su sudor será para mí como un bálsamo de rosas para mi alma. Pero desmáyese, desmáyese si quiere...

 

Muchacha.-¿Por qué no consigues un poco de agua?

 

Enamorado.-Enseguida, señorita Dorotea, pero antes quiero desnudarme antes usted...

 

Muchacha.-¿Cómo dices?

 

Enamorado.-En sentido figurado o  metafórico. ¿No me pensará capaz de quedarme en paños menores ante un ser al que venero como usted? Cuando se encuentra lejos y pienso en usted siento como si me descerrajaran el estómago y mis vísceras se desparramaran como un surtido de piezas en la carnicería. A propósito, mire, le he traído unas flores...

 

(El Enamorado saca de debajo del sobaco un ramo de flores silvestre muertas.)

 

Muchacha.-(Mientras recoge el ramo.) Muy bonito, muy bonito. Pero hace tanto calor… Se me pega el paladar a la boca y no puedo ni hablar.

 

Enamorado.-Mucho mejor, así podré describirle con todo detalle mis sentimientos hacía usted que es hermosa como una palangana, o en su defecto, como un orinal de porcelana. Desde luego, mis pretensiones hacia usted son claras y formales. Me gustaría, si usted no tiene inconveniente, que nos casáramos la próxima primavera, que fuéramos a Siberia de luna de miel, que usted me diera tres o cuatro hijos a lo sumo, y ya sabe, al menos una vez a la semana...

 

(El Enamorado acomete gestos obscenos mientras silva. La muchacha comienza a resbalarse por la silla conmocionada por el calor.)

 

Enamorado.-¿Qué la parece mi plan?

 

Muchacha.- Tengo sed, ¿te importaría acercarte a un puesto de helados o a alguna parte?

 

Enamorado.-(Tras reír como un histérico.) Luego, luego. ¿Sabes por qué he pensado en Siberia?

 

(Como ella no responde, él la golpea.)

 

Enamorado.- ¿Qué pasa? ¿No me ha oído?

 

Muchacha.-Sí, sí lo de Liberia. Pues no tengo ni idea. Pero quiero agua...


Enamorado.-Liberia no, Siberia, Si-be-ri-a. Pues está muy claro, para reproducir las hermosas escena de la película El doctor Zhivago... Se imagina, los dos, sobre un trineo, con unas pieles humanas sobre nuestros cuerpos...

 

Muchacha.-Sí, la nieve, la nieve, la nieve por todo mi cuerpo.

 

Enamorado.- ¿Por todo su cuerpo? Es usted un poco... Es usted un poco... Es usted  un poco picarona... ¿Comprende lo que le quiero decir?

 

Muchacha.- (Sonríe sin fuerzas ya desde el suelo.) Desde luego, agua, nieve, agua, nieve.

 

Enamorado.-¡Oiga, está usted un poco pesadita con lo del agua! ¿No le han gustado mis flores? ¡Porque si no le han gustado me marcho!

 

Muchacha.-(Asustada.) ¡No, no se vaya! ¡Tráigame un vaso de agua, o un sorbo o un...!

 

Enamorado.- Perdone si le parezco atrevido pero ¿bebería de mi boca el agua señorita?

 

Muchacha.-Claro, claro, desde luego.

 

Enamorado.-Quizá tenga calor porque va muy tapada. Lo que tendría que hacer es desnudarse.

 

Muchacha.-No, no, eso no.

 

Enamorado.- (Que comienza a desnudarla.) No se preocupe, yo la ayudo.

 

Muchacha.-Déjeme, déjeme, tráigame agua, agua...

 

Enamorado.-¡Qué obsesión! ¿O sea que le ofrezco mi corazón y mis sentimientos y a cambio le pido un único favor y se niega a concedérmelo?

 

Muchacha.-Me muero de sed.  Por favor, agua, un vaso de...

 

(La muchacha se desmaya en el suelo.)

 

Enamorado.-Por mí duerma, no se preocupe. Ya comprendo la clase de persona que es usted.

 

(El Enamorado abandona la escena airado. Se escuchan los gemidos de la muchacha que pide agua. Llega un camarero. Mira a su alrededor.)

 

Camarero.-Oiga señorita, si no desea consumir nada déjeme libre la mesa.

 

  

TELÓN

 

 

 

El alunizaje (Entremés o paso, IX)

El alunizaje (Entremés o paso, IX)

Entremés.
Pieza de teatro jocosa, en un solo acto, que solía representarse entre una y otra jornada de la comedia. María Moliner, Diccionario del uso del español. Segunda edición, Madrid, 1999.

Pieza dramática jocosa y de un solo acto. Solía representarse entre una y otra jornada de la comedia, y primitivamente alguna vez en medio de una jornada.
Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Vigésima primera edición. Madrid, 1992.

En escena un paisaje desértico,  a ser posible con detalles que recuerden a un viejo pueblo del oeste americano. También puede tratarse de una población abandonado de esa misma época y lugar: con casas de madera, carteles que cuelgan como brazos muertos de las fachadas, tablones arrancados, etc. Entra en escena un hombre sobre una bicicleta aerodinámica. El ciclista, con vestimenta actual, atraviesa la escena. Silencio. Vuelve a pasar el mismo individuo montado sobre su máquina en dirección opuesta. Silencio. Entra de nuevo el ciclista y en mitad de la escena se baja de la bicicleta y consulta un mapa, mira en derredor, se sitúa en una esquina de espaldas al público y micciona, vuelve a consultar el mapa, mira hacia el público con la mano mientras se sirve de una mano para proyectar  sombra sobre los ojos, como si dirigiera la mirada hacia un lugar soleado. Entra por el lado opuesto de la escena un astronauta con una bandera, a ser posible que no exista. Al principio, el recién llegado no percibe al ciclista y se mueve lentamente, como si se encontrara en la luna. El astronauta clava la bandera. El ciclista contempla  al nuevo personaje con sorpresa e inmóvil. Suena un himno que no pertenece a ningún país y en cuya banda sonora se incluyen ventosidades, toses, gritos y un galimatías como letra con una música circense. (Sirva como ejemplo la “Marcha Militar” que compuso Charlie Chaplin para su película “El gran dictador” y empléese esta música a falta de otra).  Ambos personajes se mantienen inmóviles durante el himno, el deportista por la sorpresa y el astronauta como muestra de respeto. Por fin el ciclista rompe el rictus y se aproxima al astronauta con su mapa en la mano cual turista que se dirige a un lugareño. El astronauta, que entonces se percata de la existencia del  otro personaje, retrocede. Pero el deportista, tozudo, le da alcance.

Ciclista.-(Mientras señala el mapa.) Buen hombre, ¿puede indicarme si voy en la dirección correcta para llegar a Socuellamos?

(Astronauta en silencio.)

Ciclista.-(Tras golpear el casco del astronauta con los nudillos) ¡Óigame, óigame! ¿Hay alguien ahí?

(El astronauta asiente con la cabeza.)

Ciclista.-(A gritos.) ¿Qué si sabe si por este camino llegaré a Socuellamos?  Participaba en la carrera ciclista internacional de asnos y animales de tiro… me he descuido un momento y ya ve. Como comprenderá tengo miedo de quedarme perdido para toda la vida.

(El astronauta realiza gestos que acompañarían a un discurso pero no se oye nada.)

Ciclista.-No le entiendo. Me temo que no podré oírle mientras no se quite ese casco.

(El astronauta retrocede asustado, mira a su alrededor y le muestra un mapa al ciclista.)

Ciclista.- (Tras mirar con detenimiento el mapa del astronauta) Oiga, no le comprendo. (Le arrebata el mapa de las manos al astronauta y lo mira mientras lo gira .) Aquí hay unas esferas y  muchas líneas. No me diga más,  ¡usted también participaba en la carrera!

(El astronauta niega y le señala de nuevo el mapa.)

Ciclista.- ¡Qué sí, qué sí! Ya sé,  que mire su mapa. Pero aquí no entiendo nada. Mire si usted también se ha extraviado podemos seguir juntos pero… ¡Un momento! ¿Dónde está su bicicleta?

(El astronauta se encoge de hombros.)

Ciclista.-Usted no es un corredor, ¿no será un árbitro del certamen camuflado?

(El astronauta niega con la cabeza.)

Ciclista.-Todo esto me resulta muy extraño. Pero lo que más me fastidia es lo bien posicionado que iba en la carrera… Si no me pierdo seguro que hubiera quedado si no el primero, por lo menos el último.

(El astronauta realiza gestos, pero el ciclista no le comprende.)

Ciclista.-Si no se quita el casco y me habla alto y claro, no le entenderé.

(El astronauta parece desesperado. Por fin, posa las manos sobre su casco y lentamente comienza a quitárselo.)

Ciclista.- ¿No le parece que ha exagerado con la protección? Ese casco suyo no lo había visto en mi vida. Pero ¿es reglamentario?  Tenga cuidado, el año anterior descalificaron  a un participan porque corría con una sartén sobre  la cabeza.

(El astronauta se ha quitado el casco. Su cabeza es la de un humano.)

Astronauta.-Oiga, paisano, ¿no es esto la luna?

Ciclista.- ¿La luna de quién?

Astronauta.- ¡Qué raro! Si respiro a la perfección.

Ciclista.- ¿Tiene problemas de asma?

Astronauta.-No, no.

Ciclista.- ¡Ah! Entonces ese atuendo será por las varices. Una prima mía las padece y viste de una forma parecida a usted.

Astronauta.- ¿Es usted un selenita?

(Silencio.)

Ciclista.- ¿Cómo dice?

Astronauta.- ¿Qué si es usted un selenita?

Ciclista.- No, no, ciclista, ci-clis-ta. Participaba en una carrera, pero me temo que me he perdido. La etapa de hoy finaliza en Socuellamos.

Astronauta.-Pero ¿es esto la luna sí o no?

Ciclista.- ¡No le estoy diciendo que me he perdido! ¡Qué leches sé yo del nombre de este lugar!

Astronauta.- ¿Entonces no sabe dónde estamos?

Ciclista.-Estupendo, entonces estamos perdidos los dos.

Astronauta.-Han debido equivocarse en los cálculos. Porque esto no parece la luna…

Ciclista.- Si no le importa emplearemos mi mapa, porque el suyo… ¡Menuda mierda! Todo rayas, líneas, esto es incomprensible.

Astronauta.-Sí, pero su elaboración se ha logrado tras varios años de estudios y cálculos de un grupo de especialistas.

Ciclista.- Pues hubiera sido mejor que esos señores invirtieran  ese tiempo en  la cría del cerdo. Un mapa con esos detalles técnicos resulta incomprensible. (El ciclista contempla de nuevo el mapa del astronauta.) ¿Dónde están las carretas? ¿Dónde las autopistas? Todo lleno de garabatos, de cosas, de, de… (Mientras lo arruga y lo tira al suelo.) ¡Qué no vale para nada oiga! ¡Qué-no-vale!

Astronauta.-Bueno, bueno. Usted lo sabrá mejor que yo.

Ciclista.- ¿Mejor qué usted por qué?

Astronauta.-Porque usted es de por aquí, ¿no?

(Silencio. El ciclista permanece pensativo.)

Ciclista.- No, yo soy oriundo del sur. Como ya le he dicho he venido para competir en la carrera, pero nada más.

(Silencio. El astronauta permanece pensativo.)

Astronauta.- ¿En la carrera?

Ciclista.-Sí, ya se lo he repetido varias veces. Me he descuidado un momento y he tomado un camino equivocado.

Astronauta.-Algo así me ha sucedido a mí.

Ciclista.- ¿Y ahora cómo volvamos? Por cierto, oiga, ¿y su bicicleta?

Astronauta.-Allí, allí enfrente.

Ciclista.- ¿Dónde?

Astronauta.- (Mientras señala fuera de escena.) Ahí, ahí, ¿no la ve?

Ciclista.- ¡Por San Remigio! ¡Menuda bicicleta! ¿Es reglamentaria? ¿Le habrá costado un dineral? ¡Pero si parece un cohete!

Astronauta.-Sí, sí, invirtieron en su construcción varios millones.

Ciclista.- ¡Varios millones! ¡Menudo pájaro! Entonces será usted millonario, ¿eh? ¡Y yo que me quejaba de los cuatro céntimos que me gasté en la mía!

Astronauta.- ¿Cómo ha llegado usted?

Ciclista.- (Mientras le muestra al Astronauta su bicicleta.) En esto.

(El Astronauta mira pensativo a la bicicleta. Silencio.)

Astronauta.- ¿Con eso ha llegado hasta aquí?

Ciclista.-Oiga, que usted posea un aparato último modelo, no concede el derecho a menospreciar mi bicicleta.

Astronauta.-Pero ¿esto no es la luna verdad?

Ciclista.- ¡Otra vez con eso! ¡Ya le he dicho que estoy tan perdido como usted!

Astronauta.- ¿Y qué sugiere?

Ciclista.-Como no pase por aquí alguien más espabilado que usted mal lo tenemos.

Astronauta.- Pero la bandera me ha quedado bien, ¿verdad?

Ciclista.- Si a usted le parece apropiado ir por ahí señalando todos los lugares… no tengo nada que objetar.

Astronauta.-Hombre, cuando uno llega por primera vez a un lugar ignoto siempre queda bien una bandera.

Ciclista.-Si usted lo dice…

Astronauta.-Se me ha abierto el apetito.

Ciclista.- A mí también. Aguarde un momento.

(El ciclista descuelga una cesta de la bicicleta de la que extrae  útiles para una comida campestre.)

Ciclista.-Ya que hemos perdido la carrera, al menos almorzaremos juntos.

Astronauta.- ¿No llevara por casualidad un poco de vino dulce?

Ciclista.-No, no. Lo siento. ¡Y mire que lo tuve en las manos y estuve a punto de meter una botella en la cesta!

Astronauta.- ¡Es una lástima! Porque a mí el vino dulce me encanta y después de un viaje tan largo…

Ciclista.- ¡Qué me va usted a contar! Yo si no me entonon antes me siento incapaz de subirme a la bicicleta.

(El astronauta asiente complacido.)

Astronauta.-¿Sabes algo en usted me recuerda a Fray Escoba?

Ciclista.-No es la primera vez que alguien me lo dice.

TELÓN